¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana
5. Nos gusta la carne
Página 8 de 32
5 NOS GUSTA LA CARNE
Imagine el lector a un niño humano de unos cuatro o cinco años persiguiendo gacelas que huyen a su máxima velocidad (que sobrepasa incluso la de los leones) en un paisaje africano. ¿Es esto posible? No, desde luego. Pero si los primeros homininos cazaron para obtener carne de la manera que imaginamos que lo hicieron, esta es la escena que nos vemos obligados a incluir en nuestra historia evolutiva, pues los primeros homininos eran aproximadamente tan altos como un preescolar humano, con habilidades cazadoras apenas desarrolladas.
Sin embargo, es evidente que a los humanos les gusta comer carne. Si esto se considerara una habilidad, seríamos maestros en ella. Dicha habilidad apareció en medio de la historia evolutiva humana, hace unos 2,3 millones de años, con el inicio del género Homo, pero la manera en que empezamos a obtener carne (o grasas y proteínas animales, para ser precisos) no fue mediante la caza, como solemos pensar. Nos gusta creer en un escenario propio de una viñeta en la que un hombre de las cavernas persigue a sus presas con una lanza o un hacha de piedra, pero esta persecución solo fue posible después de que hubiera transcurrido un periodo de tiempo sustancial en nuestra historia evolutiva. Las lanzas aparecieron hace tan solo 30 000 años; las hachas de piedra de mano, hace unos 2,5 millones de años. Así pues, si somos unos amantes de la carne, ¿cómo conseguíamos exactamente nuestro chute cárnico al principio? Antes de abordar esta pregunta, exploremos primero cómo fuimos capaces incluso de digerir tanta carne.
UN PRIMATE NUEVO CON PAPILAS GUSTATIVAS VIEJAS
Los humanos son primates. Nuestros primeros antepasados primates se originaron hace entre 65 y 80 millones de años, y vivían en las copas de los árboles con frutos y hojas como dieta principal. Estos primeros primates podían caber en la palma de la mano del lector (piense en los tarseros o tarsios) y, por lo tanto, necesitaban una ingesta calórica mínima para su sustento, con toda probabilidad a base de hojas y frutos. Esta dieta contrasta con la de los modernos monos de cuerpo pequeño (pero que son mucho mayores que los tarseros), que se nutren de proteínas y grasas a base de insectos y larvas, pero es parecida a la dieta de los simios con un tamaño corporal mayor, como los orangutanes y gorilas, que son casi exclusivamente herbívoros.
Para estos grandes simios es probable que la vegetación sea la única opción, puesto que no hay garantía de poder encontrar la cantidad de carne animal necesaria para sustentar un cuerpo tan grande. Los chimpancés, que son la especie más estrechamente emparentada con los humanos, adquieren y comen carne (cazan en grupo crías de papiones y emplean utensilios, ramitas, para extraer y comer termes), pero el alimento basado en animales supone una proporción insignificante de su dieta total, en especial si se compara con la cantidad de carne que consumimos nosotros.
El hecho de que los simios, nuestros antepasados más próximos, sean sobre todo herbívoros, implica que nuestros ancestros humanos más antiguos probablemente eran también herbívoros. De hecho, los paleoantropólogos piensan que los primeros homininos de hace 4 o 5 millones de años tenían una dieta basada en plantas, al igual que los demás simios. La forma de los dientes y las anchas mandíbulas que pertenecían a nuestros primeros antepasados homininos por aquella época indican una cantidad sustancial de masticación, que habría sido necesaria para procesar grandes cantidades de vegetación. (Los alimentos basados en plantas tienen una densidad calórica menor que la proteína y la grasa animal, de manera que nuestros antepasados habrían tenido que consumir muchas plantas para sobrevivir.)
Además, los primeros homininos tenían un cerebro de tamaño parecido al de los chimpancés modernos, lo que sugiere que carecían de la capacidad de procesamiento estratégico para cazar presas móviles o para seguir la pista de otros cazadores y comer la carroña sus presas. Los herbívoros no necesitan un cerebro grande porque las plantas no se mueven. Estos rasgos morfológicos (la forma de los dientes de nuestros antepasados, dirigida a masticar, las mandíbulas altas y un cerebro de tamaño pequeño) se ven generalmente en los herbívoros más que en los carnívoros, y, tomados en conjunto, las pruebas parecen sugerir que los primeros homininos no dependían mucho de alimentos de base animal.
¿CAZADORES VALIENTES? MÁS BIEN, CARROÑEROS DE CADÁVERES
A la mayoría de los animales les gusta la carne. Los carnívoros, desde luego, solo pueden comer carne; quizá, de manera sorprendente, a herbívoros y omnívoros también les gusta comer grasa y proteína animal. Asimismo, a los humanos les encanta la carne…, quizá mucho más que a cualquier otro omnívoro del planeta. Pero tuvimos que superar muchos retos para poder llegar a consumir nuestro alimento preferido.
En 1974 se encontró un extraño fósil de Homo erectus en Koobi Fora, la famosa localidad paleoantropológica de Kenia. Llamado «KNM-ER 1808», mediante el empleo del método de datación radiométrica se estimó que el fósil tenía 1,7 millones de años. Los científicos observaron algo extraño en la estructura ósea de este fósil: la sección transversal del hueso era muy gruesa. Los paleoantropólogos conjeturaron que era muy posible que este Homo primitivo (el grupo de especies de homininos que incluyen Homo habilis, Homo rudolfensis, Homo erectus y Homo ergaster), por la época en que murió, padeciera pérdida de sangre en el hueso. De la misma manera que una parte inflamada se hincha, la pérdida de sangre en el hueso hace que este se hinche. Lo más probable es que la causa de esta hemorragia fuera la hipervitaminosis por vitamina A, es decir, una sobreabundancia de vitamina A en el cuerpo.
Esto era extraño. La hipervitaminosis por vitamina A es un resultado probable de comer en exceso las entrañas, especialmente el hígado, de otros animales carnívoros. «Supongo que nuestros antepasados comían mucha carne, nada del otro mundo» sería una respuesta fácil, pero si se considera con más detenimiento, aquí hay un misterio. Tal como indicaba el Homo erectus caído, era evidente que el cuerpo humano en evolución no estaba bien adaptado para comer mucha carne. Así pues, ¿cómo es que los homininos, que muy probablemente dependían en gran medida de alimentos de base vegetal, se hicieran tan amantes de la carne que pudieran comer suficiente proteína animal para morir de hipervitaminosis A? El espectacular cambio en la dieta de los homininos pudo haber estado relacionado con un cambio espectacular en el ambiente.
África se volvió seca durante el Pleistoceno, que duró desde hace aproximadamente 2,6 millones de años hasta hace unos 12 000 años. Los bosques se redujeron y las praderas empezaron a expandirse. La competencia por los alimentos de base vegetal se hizo cada vez más fuerte. Todo este cambio ambiental no favoreció a los homininos, que dependían de una dieta basada en las plantas. Para empeorar las cosas para ellos, los bosques que quedaban estaban monopolizados por los predecesores de los homininos Paranthropus (que algunos estudiosos denominan también Australopithecus), cuyo tamaño era solo la cuarta parte del de los gorilas modernos, pero que tenían mandíbulas fuertes y dientes tan grandes como los de los gorilas modernos. El Paranthropus podía comer muchos alimentos de origen vegetal, entre ellos, cortezas y raíces, y de este modo pudo sobrevivir a esta época difícil. Los primeros Homo adultos, por otra parte, apenas llegaban al metro de alto (el tamaño de un niño humano moderno de cuatro a cinco años de edad) y tenían dientes más pequeños. Comer cortezas y otros alimentos duros de origen vegetal y cazar animales era algo impensable. Esto dejaba solo una opción: el Homo primitivo tenía que sobrevivir comiendo carroña para obtener grasa y carne animal.
Si es difícil cazar presas vivas, ¿por qué no comer simplemente sus cadáveres? La parte principal de la dieta de los leones son los intestinos de las presas que acaban de matar, y después se alejan para dormir la siesta y digerir la carne. Así, excepto por las entrañas, el resto de la presa queda intacta. De modo que, en teoría, los primeros homininos pudieron haberse dado un festín con la carne que quedaba. En la práctica, desde luego, incluso hacer de carroñero no es fácil. Una vez que los leones se han marchado, otros carroñeros, como los buitres y las hienas, se precipitan a por las sobras. Un buitre puede medir hasta un metro de altura, la misma que un hominino primitivo. Además, estas aves siempre se desplazan en grupo. Los primeros homininos no podían competir con estos carroñeros del primer turno por las sobras de carne.
En su lugar, los primeros homininos tuvieron que idear una estrategia nueva que les ayudara a obtener las calorías necesarias. En realidad, no suponía una gran innovación: simplemente esperaban hasta que todos los actores en competencia, desde los leones hasta los buitres y las hienas, hubieran terminado su pitanza y abandonado la escena. En ese momento, solo quedaba una cosa: los huesos. Muy pocos depredadores pueden romper huesos, pero los huesos pueden ser una fuente rica de nutrientes; los huesos de las extremidades y del cráneo contienen material precioso de médula y cerebro. Pura grasa.
Sin embargo, existe una razón por la que toda esta nutrición en general permanece encerrada dentro de los huesos. Los huesos son muy duros. Los huesos de las extremidades, en particular, pueden ser lo bastante duros como para ser utilizados como armas, y los dientes de los primeros homininos no los podían partir, ciertamente. En lugar de eso, nuestros primeros antepasados encontraron una manera de partir y abrir estos huesos y llegar a la médula mediante utensilios líticos. Nos referimos a estos primeros y toscos tajadores de piedra como utensilios oldowanos, y se cree que los elaboraron los Homo habilis u Homo rudolfensis. No es una exageración decir que la moderna civilización humana debe su existencia a estos pequeños fragmentos de piedra.
LAS CONSECUENCIAS DE COMER CARNE
Los humanos comenzaron a comer médula sobrante para sobrevivir cuando los bosques dejaron paso a una sabana en expansión. Durante esta transición, empezaron a ocurrir cosas sorprendentes en nuestra evolución. La ingesta de alimentos de un elevado contenido calórico condujo a un aumento de la capacidad craneal. El cerebro es un órgano costoso de producir y de mantener (en términos de energía calórica). Para tener un cerebro grande, hay que asegurar una fuente de alimento denso en calorías y de calidad elevada. Cuando añadimos carne a nuestra dieta por necesidad, también hicimos posible aumentar el tamaño de nuestro cerebro.
El consumo regular de alimentos ricos en grasas y en proteínas condujo también a un aumento en el tamaño del cuerpo. Los primeros homininos, de hace 4 o 5 millones de años, tenían un tamaño cerebral parecido al de los chimpancés adultos actuales: entre 400 y 500 centímetros cúbicos. El cerebro del Homo habilis, 2 o 3 millones de años después, había aumentado de tamaño hasta los 750 centímetros cúbicos. Pero el tamaño del cuerpo todavía se mantenía en alrededor de un metro de altura. Medio millón de años después, apareció el Homo erectus. Este tenía un tamaño cerebral de hasta 1000 centímetros cúbicos y un cuerpo que alcanzaba casi los 180 centímetros. Un ancestro humano con un cuerpo grande y un cerebro grande hacía finalmente su aparición en escena.
Equipados con un cerebro y un cuerpo grandes, los homininos podían por fin comenzar a perseguir animales vivos. Entonces es cuando empezamos a parecernos a la imagen del cazador, el «hombre de las cavernas» del estereotipo; vale la pena señalar que no llegamos a esta fase hasta una fecha relativamente tardía en nuestra historia evolutiva humana. Pero, poco después, los homininos se convirtieron en cazadores expertos gracias a su excelente capacidad de innovación, a su fuerza física y a los utensilios líticos.
Hasta ahora, en esta exposición me he limitado a decir que los primeros homininos no tenían otra opción que empezar a comer carne. Hay una pregunta que permanece sin respuesta: de la misma manera que los gorilas y los chimpancés no pueden digerir una gran cantidad de carne, aunque les encanta la carne o no tengan otra cosa que comer, los primeros homininos tampoco podían haber digerido con facilidad una gran cantidad de alimento graso y carnoso. ¿Cómo consiguieron adquirir esta capacidad?
Este último problema lo resolvieron las fuerzas evolutivas de la selección natural. El alimento graso puede ser digerido mediante un compuesto denominado «apolipoproteína». La apolipoproteína funciona como un detergente lavavajillas para el cuerpo. Se fija a un compuesto graso, después abandona los vasos sanguíneos y limpia la sangre de moléculas de grasa. En particular, la APOE4 (apolipoproteína épsilon-4) es especialmente eficiente a la hora de reducir el nivel de proteínas grasas en sangre. Este compuesto es el resultado de una mutación genética que tuvo lugar hace alrededor de 1,5 millones de años, cuando el Homo erectus, con su cerebro y su cuerpo grandes, empezó a elaborar hachas de mano achelenses al trabajar en ambos lados del núcleo de piedra.
Los restos fósiles del KNM-ER 1808 captan un momento intrigante: los homininos habían empezado a comer el hígado y las entrañas de otros animales, lo que desencadenó un cambio espectacular en la historia evolutiva humana, pero el hecho de que esta hominino muriera de hemorragia ósea implica que nuestros antepasados no eran todavía del todo capaces de digerir muchos alimentos grasos y proteína animal. El lugar del asombroso KNM-ER 1808 se halla en medio de una época tumultuosa de la evolución humana.
Los humanos completaron la adaptación genética a poder comer carne con éxito y terminaron como supervivientes después de un camino largo y horroroso. Finalmente, podíamos contar con adquirir proteína y grasa animal mediante la caza. Pero, por sí sola, la destreza para cazar no era suficiente para convertirnos en amantes de la carne; necesitábamos una adaptación genética para poder ingerir tanta carne.
ANEXO: ¿COMER CARNE A CAMBIO DE LA DEMENCIA?
La apolipoproteína, la proteína que retira de la sangre los compuestos grasos, se halla también asociada a enfermedades críticas que a menudo se han relacionado con la enfermedad de Alzheimer, la demencia y el derrame cerebral. Algunos investigadores piensan que el gen de la apolipoproteína es la causa directa de estas otras enfermedades asociadas con la vejez. Si es así, ¿por qué tienen todavía los humanos un gen tan peligroso? ¿No tendría que haber eliminado la selección natural un gen que causa enfermedades tan graves y la muerte?
El que todavía llevemos un gen que conduce al proceso de envejecimiento se explica en biología evolutiva por diversas hipótesis, una de las cuales es la pleiotropía, la asociación de un gen con varios rasgos. Supongamos que un determinado gen pleiotrópico es beneficioso durante la infancia y la juventud, pero que es perjudicial durante la vejez. ¿Desaparecerá este gen del acervo génico debido al daño que confiere en la vejez? Puesto que es pleiotrópico, este gen es responsable a la vez del beneficio durante la infancia y del perjuicio durante la vejez. El beneficio durante la infancia y la juventud pesa más que el daño en una época más avanzada de la vida, con lo que el gen no será eliminado por la selección natural.
La selección natural favorece a la infancia y la juventud más que a los años posteriores a nuestra capacidad reproductiva. Esta tendencia puede usarse para explicar la APOE4. El gen para esta proteína se halla todavía en nuestro acervo génico porque el beneficio de eliminar los compuestos grasos de la sangre es mayor que el daño asociado al Alzheimer o la apoplejía. Nuestra capacidad de comer carne conlleva un coste. El lector podría preguntar: «¿Convertirse en vegetariano eliminaría el riesgo de demencia en la vejez?». La respuesta, lamentablemente, es no. El gen de la apolipoproteína nos ayudó a sobrevivir al transformarnos en amantes de la carne y está aquí para quedarse, con independencia de la elección de la dieta que hagamos en la actualidad.