¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana

¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana


12. La cooperación nos conecta a ti y a mí

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12 LA COOPERACIÓN NOS CONECTA A TI Y A MÍ

En 2012 hubo un tiroteo en masa en la Escuela de Primaria de Sandy Hook, en Newton, Connecticut. Cerca de treinta párvulos y profesores fueron asesinados. Fue una tragedia horrible. A medida que pasaban los días, se fueron conociendo relatos de actos heroicos. La directora se había lanzado contra el criminal para proteger a los estudiantes. Una profesora había conducido al asesino en otra dirección después de esconder a los niños en un armario. Otra profesora se había abalanzado contra el criminal para impedirle que hiriera a otros. Todos estos actos heroicos los realizaron profesoras que no tenían adiestramiento en combate. ¿Qué fue lo que las espoleó para actuar de una manera tan heroica? Considerando que todos los actos heroicos provenían de mujeres, algunos podrían decir que se trató simplemente de instinto maternal en acción.

He aquí otro ejemplo. El comandante Kang Jaegu, un jefe de escuadrón del ejército coreano, se lanzó sobre una granada que su subordinado había activado por error para salvar a los miembros de su escuadrón durante unas maniobras para la guerra de Vietnam. En este caso, algunos podrían decir que cabe esperar el heroísmo, puesto que alistarse en el ejército para ir a una zona de guerra significa estar dispuesto a poner en riesgo la propia vida por otros. Pero la tragedia del buque Sewol que conmocionó a los coreanos en 2014 es más difícil de explicar. Un ferri coreano que llevaba a bordo a 476 personas se hundió, y 304 de ellas perecieron. A bordo había 325 estudiantes de tercer año de educación secundaria que participaban en una excursión. La mayoría de los estudiantes murieron, pero muchos sobrevivieron porque algunos profesores y miembros de la tripulación renunciaron a su lugar en los botes salvavidas para quedarse en el ferri y salvar a otros. ¿Sacrificaron su vida porque estaban adiestrados para hacerlo como profesores y miembros de la tripulación del barco?

Me pregunto si estos ejemplos corresponden a personas que eran realmente excepcionales y se encontraron en circunstancias excepcionales. En un sentido, sí, pero en otro, no. Aunque no todos merecen la atención prominente en los medios de comunicación, acontecimientos como estos, en los que hay personas que renuncian a su egoísmo o incluso a su vida por completos desconocidos, no son en absoluto difíciles de encontrar. Resulta que ayudar a los demás sin recompensa para uno mismo no es tan raro como se pudiera pensar.

¿ESTÁ ESCRITO EN NUESTRO ADN AYUDAR A LOS DEMÁS?

Entre los animales no humanos, abundan los ejemplos de sacrificio propio para el bien del grupo. Hormigas y abejas son quizá los ejemplos más conocidos de entre los que exhiben este comportamiento. Las hormigas y las abejas obreras trabajan duro a lo largo de toda su vida y lucharán hasta la muerte contra los invasores. Los monos también protegen a sus compañeros cuando aparece una amenaza para el grupo: gritan a todo volumen para que el resto del grupo pueda escapar y salvarse. Al hacerlo, se arriesgan a atraer hacia ellos la atención del depredador. Estas hormigas, abejas y monos ¿son simplemente estúpidos? Sería mejor para su interés individual que escaparan en silencio del peligro; entonces, ¿por qué no lo hacen? ¿Qué motiva a los organismos (que luchan en su totalidad para tener éxito evolutivo) a renunciar a su propio interés para proteger al grupo, aunque sea de forma breve?

Edward O. Wilson, el conocido sociobiólogo de la Universidad de Harvard, buscó la respuesta en las hormigas y abejas. En los grupos de hormigas y abejas, tan solo la reina es la responsable de la reproducción. Hormigas y abejas son todas hijas de la misma reina y poseen los mismos genes; son clones. En otras palabras, no hay diferenciación entre los individuos. Los hijos son incontables copias de un «yo». Puesto que los genes de un individuo siguen viviendo si este muere, el sacrificio individual no es una mala transacción desde la perspectiva de los genes. Por lo tanto, todos los miembros del grupo dedican su vida a sostener a la familia, haciéndose cargo colectivamente de la siguiente generación.

Cuando expandimos nuestro pensamiento más allá del nivel individual y consideramos el grupo como un todo, el sacrificio de los animales eusociales como las hormigas o las abejas es en lo esencial un comportamiento en extremo egoísta. Incluso si yo (en tanto que hormiga o abeja) muero, la dotación completa de mis genes seguirá viviendo en los miembros de mi grupo. La sociobiología, un campo nuevo basado en este principio, se hizo muy popular gracias a libros como Sociobiología (1975), de Wilson, y El gen egoísta (1976), de Richard Dawkins.

Los monos también actúan en beneficio del grupo, pero de una manera diferente. Los monos no comparten copias exactas de sus genes como las hormigas o las abejas. En cambio, los monos viven con otros miembros de su familia que comparten una cantidad importante de material genético. Si se comparten genes, el comportamiento altruista que beneficia al grupo puede ser beneficioso para el yo. Esta observación la explicó por primera vez William Hamilton y ha acabado por conocerse como la ley de Hamilton. La ley propone que el comportamiento altruista es proporcional a la cantidad de material genético compartido entre parientes; entonces, el altruismo puede calcularse matemáticamente así:

 

rB > C

 

La ecuación indica que el altruismo se produce cuando el beneficio para el receptor (B) multiplicado por el parentesco genético (r) es mayor que el coste para el altruista (C). Por ejemplo, hablando de manera probabilística, yo comparto ½ de mis genes con mis hermanos y ⅛ con mis primos hermanos. Si el beneficio y el coste son los mismos, entonces dos hermanos y ocho primos tienen igual valor. En otras palabras, la ley de Hamilton dice que, desde un punto de vista genético, es un trato justo si dos hermanos u ocho primos pueden salvarse a cambio de mi vida. La misma cantidad de material genético se salvará en la siguiente generación.

Los valores numéricos específicos en este cálculo son menos importantes que el concepto que surge de él: el determinismo genético, la idea de que el individuo es solo un receptáculo para los genes. Este modelo explica por qué un hombre adulto, después de convertirse en padre, está sirviendo en último término a su interés si se ocupa del bienestar de los hijos que comparten sus genes. Si esto es cierto, ¿cómo se explica el comportamiento altruista hacia los desconocidos? Según este modelo, el sacrificio en favor de los extraños es solo un hábito residual de nuestra larga historia evolutiva de vivir con familiares.

Sin embargo, como veremos rápidamente, la cooperación en el seno de las sociedades humanas no puede explicarse de esta manera (en parte porque las familias humanas resultan no estar conectadas de forma exclusiva por parentesco genético). Las relaciones sociales que valoramos tienden a ser con personas no emparentadas que son «como de la familia». En muchas culturas, «padre» es un término generalizado que usan los niños para el hombre que reside con la familia, aunque no sea el padre biológico. Debido a que no hay una imposición estricta de la monogamia en estas culturas, este «padre» y sus «hijos» en realidad pueden no compartir ningún gen. ¿Quizá la paternidad se conoce con más claridad en las sociedades que imponen la monogamia? No necesariamente. Muchas familias están mezcladas debido a divorcios y nuevos matrimonios, y otras muchas tienen hijos adoptados, o producto de tratamientos de fertilidad que implican óvulos o espermatozoides de otros. La sociedad moderna puede estar reescribiendo lo que significa ser un progenitor o un hijo, pero este no es un cambio cultural del todo nuevo.

Las sociedades humanas siempre han sido mucho mayores que la red definida por las relaciones de sangre. Piense el lector en las personas con las que se ha comunicado hasta ahora en el día de hoy, ya sea por teléfono, correo electrónico, medios sociales o en persona. ¿Cuántos de ellos son su familia real o sus parientes? Con mucha probabilidad, gran parte de la comunicación del lector ha sido con personas que no comparten con él ningún parentesco genético. Además, es muy posible que no vuelva a ver nunca a muchos de ellos. Incluso si ayuda a estas personas no emparentadas, los genes del lector no obtienen ningún beneficio en absoluto.

De forma sorprendente, los humanos arriesgan a menudo su propia vida por esos «extraños». Damos sangre, hacemos donativos de dinero y compartimos alimentos. Incluso donamos nuestros órganos. A menudo, no pedimos que se nos dé nada a cambio y a veces incluso insistimos en mantener el anonimato. Este comportamiento es increíblemente raro en la naturaleza.

La familia humana trasciende las relaciones de sangre. Utilizamos términos de parentesco con nuestros familiares de sangre, pero también para nuestros amigos y por las relaciones debidas al matrimonio. Podemos llamar «tía» a una mujer anciana o «tío» a un hombre anciano. Incorporamos en nuestra red familiar a personas con las que no estamos emparentadas por la sangre.

No lo hacemos debido a nostalgia, ni este comportamiento es algo que queda de un tiempo pasado, cuando acostumbrábamos a vivir con nuestros familiares o cerca de ellos. El parentesco ficticio (tratar y llamar a personas que no son familiares nuestros como si lo fueran) puede no ser algo reciente; quizá ha estado siempre entre nosotros. Nos ocupamos de los amigos porque los amigos también son familia. Esto era cierto en el pasado y lo sigue siendo ahora. El concepto de parientes ficticios (de conectar con «hermanos» y «hermanas» no emparentados) es, efectivamente, exclusivo de los humanos.

1,8 MILLONES DE AÑOS DE ALTRUISMO

¿Cuándo empezaron los humanos a exhibir por vez primera ese extraño comportamiento altruista? Las primeras señales de altruismo se encontraron en los neandertales, nuestros parientes extintos. A principios del siglo XX, se halló un extraño espécimen fósil de neandertal en La Chapelle-aux-Saints, Francia. Este espécimen tenía huesos gravemente curvados, lo que llevó a la gente a pensar que los neandertales pudieron haber tenido una postura encorvada. Pensaban que los neandertales no eran tan inteligentes como los humanos modernos, un rasgo que, en su opinión, quedaba implícito por su postura desgarbada. De manera similar, la mandíbula de los neandertales era prominente, con una boca hundida, lo que se interpretaba como un reflejo de un aspecto embrutecido. El aspecto reconstruido sobre la base de este espécimen de La Chapelle tuvo una gran influencia en la imagen percibida de los neandertales durante muchos años.

Investigaciones posteriores demostraron que los huesos del neandertal de La Chapelle estaban curvados a causa de una grave inflamación de artritis debida a una edad avanzada. La boca hundida era debida a los dientes que se habían caído. El espécimen de La Chapelle había perdido la mayoría de los dientes en vida, quizá por la vejez o por otras razones. Cuando un diente se cae después de la muerte o poco antes, el espacio que deja no se llena. En cambio, si el individuo vivió más allá de la pérdida del diente, el espacio en la encía se llena con nuevo tejido óseo y se vuelve liso como resultado de la reabsorción del hueso.

¿Qué podemos concluir a partir de esta evidencia? El individuo de La Chapelle parece que sufría artritis debido a su avanzada edad, y vivió mucho después de haber perdido la mayor parte de los dientes. La gente empezó a llamar a este espécimen el «viejo de La Chapelle», aunque «viejo», desde la perspectiva de un neandertal, probablemente significaba entre treinta y cuarenta años de edad, dada la breve y brutal vida que soportaban estos homininos. El espécimen de La Chapelle plantea una pregunta intrigante: ¿cómo pudo un «viejo» neandertal casi sin dientes, que ni siquiera gozaba de total movilidad debido a la artritis, sobrevivir durante la Edad de Hielo en montañas altas y cubiertas de nieve? Habría sido muy difícil obtener alimento y masticar, incluso si de algún modo conseguía comida. Solo hubo una manera: alguien debió de cuidar de él. Los paleoantropólogos concluyeron que el individuo de La Chapelle no pudo haber sobrevivido sin ayuda de familiares o vecinos.

Además, el de La Chapelle no es el primer neandertal que muestra pruebas de cuidados. En la década de 1950, un fósil de neandertal (Shanidar 1) descubierto en la cueva de Shanidar, en Irak, mostraba que durante la juventud había padecido una herida grave. Shanidar 1 era ciego de su ojo izquierdo, como se veía claramente por la morfología de su cráneo. Los nervios ópticos de nuestros ojos pasan a través de un agujero de las placas óseas que los protegen. En el cráneo de Shanidar 1, este agujero estaba obliterado, lo que indicaba que su nervio óptico estaba muerto y no lo atravesaba. Además, se evidenciaba una gran herida en el lado izquierdo de su cráneo, que habría producido una lesión grave en el hemisferio izquierdo de su cerebro. En consecuencia, era muy probable que tuviera paralizado el lado derecho de su cuerpo. Su brazo derecho estaba también consumido y raquítico, y es muy posible que cojeara. Este espécimen fósil tenía también rasgos de ser un hombre viejo, lo que significa que seguramente padeció la grave herida cuando era joven, y alguien (o algún grupo) tuvo que cuidar de él en la vejez.

Descubrimientos recientes muestran que este tipo de cuidados altruistas se ven en homininos mucho más antiguos que los neandertales. Los primeros homininos de Dmanisi, Georgia, tienen una antigüedad de 1,8 millones de años. Algunos de estos homininos primitivos muestran pruebas de supervivencia mucho después de haber perdido sus dientes. Uno de los fósiles de Dmanisi vivió claramente hasta ser una persona «vieja», según se estima por el estado del cierre de sus suturas craneales. Estos homininos de Dmanisi vivieron también durante la Edad de Hielo, cuando habría sido difícil adquirir comida. A menos que alguien les aportara alimento y lo procesara hasta el punto de que pudiera ser comido por una persona edéntula (desdentada, sin dientes), no hubieran vivido mucho (pero los fósiles nos dicen que sí lo hicieron).

En la época de los homininos de Dmanisi, el género Homo acababa de aparecer en la escena mundial. Los homininos de esta época no eran demasiado diferentes de sus predecesores anteriores, los Australopithecus. Tenían un cuerpo de tamaño similar y una capacidad cerebral discreta. La única diferencia era esta prueba de altruismo, al mostrar el registro fósil que los miembros del género Homo se cuidaban unos a otros desde el momento en el que aparecieron en el registro del Paleolítico.

COOPERACIÓN Y ALTRUISMO COMO ARMAS PODEROSAS

¿Cómo llegaron nuestros antepasados a ayudarse unos a otros? ¿Por qué habrían empezado a mostrarse altruistas con posibles extraños? Una razón pudiera ser el hecho de que nuestros predecesores eran pequeños y débiles; la fuerza solo podía encontrarse mediante alianzas sociales. Para adaptarse a los cambios ambientales, los humanos se volvieron más versátiles y cooperativos, en lugar de hacerse físicamente robustos.

La Edad de Hielo no fue fría de manera regular; el tiempo meteorológico varió bastante. En ocasiones, era algo cálido. A veces hubo periodos de sequía; otras veces llovía durante días. El paisaje cambió, como hizo el nivel del mar. Las islas se convirtieron en masas continentales y los océanos dieron paso a las montañas. Cuando el clima cambiaba, la fauna y la flora tenían que cambiar con él o arriesgarse a la extinción.

Para sobrevivir en estos cambios ambientales espectaculares, los humanos ancestrales tenían que ser flexibles. En algún momento se dieron cuenta de algo importante: los cambios en el ambiente no conducían de inmediato a un conjunto de recursos ambientales nuevo. De hecho, el entorno a veces volvía a mostrar unas condiciones que los humanos ya habían experimentado. Durante estas épocas, podíamos usar el saber archivado de experiencias pasadas en nuestro beneficio. Básicamente, evolucionamos hacia una mayor versatilidad confiando en nuestra capacidad para almacenar y transmitir información cultural a la siguiente generación.

¿Y la mejor fuente para esta información acumulada? Los ancianos. Los ancianos conservaban un recuerdo de sus experiencias vitales que comunicaban a sus familiares. Al heredar y aplicar la información procedente de generaciones anteriores, los humanos podían adaptarse ahora a entornos, y a vivir en ellos, en los que ningún simio había sido capaz de vivir antes. Al principio, los humanos podían haber respetado a la gente mayor y haberla ayudado como una fuente inestimable de información. Pero en algún momento, ayudar a los demás adoptó una nueva forma como algo incondicional y universal. Los humanos adquirieron un comportamiento que los animales no humanos no poseen: la cooperación y el altruismo universales. Olvidar el interés propio por el de los demás, compartir recursos con extraños, ceder el yo para los otros, cuidar de vecinos que no pueden cuidar de sí mismos o hacer una contribución a la sociedad, todas estas cosas son parte del comportamiento humano. Sin intentarlo conscientemente, los humanos han estado practicando el «ama a tu prójimo como a ti mismo» durante innumerables milenios.

Esta es una idea bastante reconfortante no solo para la humanidad en su conjunto, sino también para mí personalmente, porque soy muy corta de vista. Sé que incluso si hubiera vivido en una sociedad sin gafas, ya fuera entre los neandertales o los primeros homininos, habría tenido una buena probabilidad de sobrevivir. Ninguno de mis compañeros homininos (¡así lo espero!) me habría abandonado para que me comiera un oso de las cavernas o para que me muriera de hambre.

ANEXO: LOS NEANDERTALES DE LA CUEVA DE SHANIDAR

La cueva de Shanidar que se menciona en este capítulo se halla en la región montañosa del Kurdistán, en el norte de Irak. En las décadas de 1950 y 1960, un equipo de la Universidad de Columbia exhumó allí varios individuos neandertales con una amplia gama de edades. Entre ellos, Shanidar 1 y Shanidar 4 son los más conocidos. El individuo mencionado en este capítulo, Shanidar 1, es especialmente conocido debido a que presenta muestras de haber recibido cuidados en una herida de una pierna desde la juventud hasta su muerte, aproximadamente a los cuarenta años de edad.

El otro individuo, Shanidar 4, es bien conocido debido a las señales de que fue enterrado de forma intencionada. El polen descubierto en el suelo que rodea los fósiles parecía indicar que se solían echar flores al enterrar a los muertos. Esta interpretación respaldaba la idea de que los humanos son intrínsecamente cariñosos (las primeras gentes de las flores[10], por así decirlo). No hace mucho, unos investigadores han aducido que el polen floral fue aportado a la cueva del enterramiento de forma accidental por elementos naturales, como los animales o el viento. Sin embargo, esta conclusión no tiene relación con otras pruebas del Paleolítico que demuestran enterramientos hechos a propósito con cuidados, y no solo en Irak, sino en enterramientos de diferentes continentes. El debate continúa.

 

 

 

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