¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana

¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana


14. Vuelta atrás

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14 VUELTA ATRÁS

Pensamos que somos la especie inteligente. Nuestras tradiciones de aprender y transmitir conocimiento a la siguiente generación se basan en nuestra inteligencia. Solemos considerar que nuestro «cerebro excelente» es la característica principal que nos separa a los humanos de los demás animales.

Cuando hablamos de «cerebros excelentes» en el registro fósil, queremos decir realmente «cerebros grandes». Los humanos pertenecen a un grupo de animales con un tamaño del cerebro espectacularmente aumentado. Si consideramos los fósiles de los primeros homininos, el tamaño del cerebro es de apenas 450 centímetros cúbicos, similar al de un chimpancé adulto. Esto supone alrededor de un tercio del tamaño del cerebro de un humano adulto moderno. El cerebro de los homininos casi había duplicado su tamaño, hasta 900 centímetros cúbicos, hace 2 millones de años, y hace 10 000 años se acercaba a la media moderna de 1400 centímetros cúbicos.

¿Qué condujo a este cambio? Pudieron haber sido los utensilios líticos, que empiezan a aparecer en el registro arqueológico hace entre 2,5 y 3 millones de años. Aunque el lenguaje no se fosiliza, suponemos que apareció después de que lo hiciera el cerebro grande. El aumento del tamaño del cerebro fue así, posiblemente, el primer rasgo únicamente humano en surgir. Y este rasgo se refleja en el nombre de nuestra especie: Homo sapiens, que quiere decir «hombre sabio, conocedor». Parece que tenemos una propensión natural a buscar el conocimiento, a aprender acerca de nuestro ambiente y manipularlo, y a desarrollar utensilios y tecnología para mejorar nuestras capacidades.

Pero la capacidad cerebral puede que no sea el motor más importante en la evolución humana. En realidad, es evidente que no es el primer rasgo distintivamente humano que apareció en nuestra evolución. El primerísimo rasgo que nos dio nuestra apariencia «de humano» se encuentra, en realidad, en el extremo opuesto del cuerpo: nuestras piernas (véase el capítulo 3). Sin embargo, el uso de nuestras piernas para andar erguidos tuvo un coste para nuestra espalda, que puede romperse literalmente debido al estrés de la locomoción erguida.

HUMANIDAD: TODO PIERNAS Y NADA DE CEREBRO

En 1974, Donald Johanson, entonces en la Universidad Case Western Reserve (ahora en el Instituto de Orígenes Humanos), encontró un hominino fósil en una excavación en Etiopía, África Oriental. De vuelta en el campamento la noche del descubrimiento, la radio emitía la canción de los Beatles Lucy in the Sky with Diamonds. Inspirado por la canción, el equipo de excavación llamó Lucy al nuevo fósil. Fue el momento del nacimiento del fósil más famoso en la historia de la antropología.

Lucy pertenecía a una especie que vivió hace unos 3,3 millones de años: el Australopithecus afarensis. Aunque en la década de 1970 se descubrieron muchos fósiles de australopitecinos (pertenecientes a cualquiera de las diversas especies del género Australopithecus), Lucy era la cara de la especie, por así decirlo, aunque carecía de un cráneo real. En el momento de su descubrimiento, Lucy era el más antiguo hominino fósil conocido. Y puesto que este espécimen carecía de cabeza, los investigadores eran incapaces de dar respuesta a la pregunta más acuciante del público: ¿De qué tamaño era su cerebro? Esta pregunta se contestó por parte de otros especímenes fósiles de Australopithecus afarensis, descubiertos posteriormente: La especie de Lucy no tenía un cerebro grande. Los paleoantropólogos se fijaban en otro rasgo completamente distinto: las piernas.

Los elementos esqueléticos que se conservan como fósiles pueden decirnos si un animal del pasado andaba sobre dos piernas o sobre cuatro patas. Los animales que andan sobre cuatro patas tienen el peso corporal distribuido de manera uniforme entre las cuatro extremidades. Pero los animales que andan sobre dos piernas tienen su peso corporal descansando solo sobre las dos piernas, mientras que los brazos no muestran señales de soportar peso corporal. Las articulaciones que soportan peso corporal suelen ser mayores, de manera que podemos ver a partir del tamaño y la forma de una articulación si era responsable de la locomoción soportando peso. Comparando el tamaño de las articulaciones de la cadera, donde las piernas están conectadas al cuerpo, con el tamaño de las articulaciones de los hombros, donde los brazos están conectados al cuerpo, podemos determinar cuántas extremidades empleaba una especie para desplazarse.

Al examinar la articulación del hombro del Australopithecus afarensis, los paleoantropólogos descubrieron que era pequeña. Esto significaba que el hombro no soportaba el peso del cuerpo. En contraste, las articulaciones de la cadera y la rodilla eran mayores, lo que indicaba que estas sí aguantaban peso. La forma de las articulaciones también era diferente de la de otros primates: la articulación de la rodilla era plana y robusta para un soporte estable sin mucho margen de movimiento; otros primates poseen una articulación de la rodilla redonda para maximizar el alcance del movimiento. Y la articulación de la cadera estaba encajada profundamente para maximizar la estabilidad, de manera que no podía dislocarse con facilidad. La articulación del hombro no tenía estas adaptaciones morfológicas. Todas estas pruebas apoyan la hipótesis de que el peso corporal de nuestros antepasados se sostenía sobre dos piernas.

Andar sobre dos piernas es muy distinto a mantenerse de pie sobre dos piernas. Póngase de pie el lector e intente andar ahora mismo. Con cada paso que dé, advertirá que solo un pie se halla en contacto con el suelo en cada transición; que un pie (y finalmente solo un punto del pie, el dedo gordo) recibe todo el peso del cuerpo. Lo que describimos como «andar sobre dos pies» es, en realidad, andar sobre un pie cada vez. El mayor problema de andar sobre un pie es el riesgo de caer debido a la pérdida del equilibrio al soportar cada pie por turnos el peso del cuerpo. Para resolver este problema, los humanos experimentaron cambios morfológicos en los dedos de los pies, los tobillos, las rodillas, las piernas y la pelvis. La conectividad muscular de la pelvis y el fémur también vieron modificada su función para soportar el peso sobre dos piernas. Los músculos de la cadera y del muslo que antes se habían usado para propulsar la pierna hacia delante adoptaron ahora la nueva función de estabilizar el balanceo de lado a lado del cuerpo.

El peso del cuerpo soportado por una pierna se transmite a la parte delantera del pie (dedo gordo) justo antes de cambiar a la otra pierna y al otro pie. Debido a que el pie ha de soportar brevemente todo el peso del cuerpo, el dedo gordo del pie humano es el mayor y más robusto de todos los dedos del pie, y se alinea con estos dirigido hacia delante. Esta disposición es muy diferente de la que existe en los demás simios, cuyos dedos gordos del pie se dirigen hacia el lado, como nuestros dedos pulgares.

Owen Lovejoy[11], de la Universidad Estatal de Kent, y Tim White, de la Universidad de California en Berkeley, argumentaron que Lucy andaba sobre dos piernas. Además, anteriormente, en 1979, la paleoantropóloga Mary Leakey había descubierto una localidad de cenizas volcánicas en Laetoli, Tanzania, donde un grupo de huellas estaba claramente marcado sobre la capa de ceniza. Con una antigüedad de 3,6 millones de años, este hallazgo evidenciaba un indiscutible bipedismo, pero el campo de la paleoantropología inició un largo debate acerca de qué significaba para nuestros antepasados ser bípedos. El descubrimiento de Lucy no hizo más que añadir leña al fuego.

Los paleoantropólogos continuaron debatiendo durante los veinte años siguientes si los homininos habían tenido primero el cerebro grande o el bipedismo. Era bastante difícil contemplar la idea de que la «humanización» se hubiera iniciado con nuestras piernas y no con nuestro cerebro. El debate ya está zanjado en la actualidad y se acepta que el bipedismo fue el primero de los dos rasgos en aparecer en la evolución humana.

BIPEDISMO, EL ORIGEN DEL DOLOR DE ESPALDA

Incluso después del paso al bipedismo, el camino hasta convertirse en humano estuvo sembrado de obstáculos. Había que pagar un precio para andar sobre dos piernas. Andar erguido significa que el cuerpo necesita permanecer erguido. Como resultado, una proporción importante del peso del cuerpo se concentra en la parte inferior de la espalda (que consiste en las vértebras lumbares y la pelvis). El peso del cuerpo se distribuye entonces en las dos piernas; durante la marcha es soportado por una pierna cada vez. En consecuencia, la parte inferior de la espalda, las articulaciones de la cadera y las rodillas tienen que transferir y transportar el peso del cuerpo todo el tiempo, lo que hace que los humanos sean particularmente propensos al dolor de la parte inferior de la espalda y de las articulaciones de las rodillas. Los animales que pueden distribuir de manera uniforme su peso corporal entre las patas anteriores y las traseras no tienen este problema.

Además, las hembras se enfrentan a la carga todavía mayor de transportar el peso adicional de un hijo. Hasta fechas recientes en la evolución humana, las mujeres solían pasar la mayor parte de su vida adulta embarazadas o amamantando a un hijo. Iniciaban el ciclo de embarazo y cuidado del hijo tan pronto alcanzaban la madurez, y a lo largo de su vida parían cinco o seis hijos (y a veces hasta doce o más). Después de la menopausia, estas mujeres se convertían en abuelas y empezaban a ayudar en el cuidado de sus nietos. Para las hembras humanas, esta carga a lo largo de toda la vida en la parte inferior de la espalda y en las piernas llegaba a ser muy dolorosa y perjudicial con el tiempo.

Acarrear y levantar todo este peso adicional también suponía una carga para el corazón. En animales que andan a cuatro patas, el corazón se encuentra situado en una posición relativamente alta en el cuerpo, lo que permite que aproveche la gravedad cuando envía la sangre a todo el sistema. (Con un cuello de dos metros de longitud, las jirafas son una notable excepción: se adaptaron al poseer una cabeza muy pequeña y un corazón muy grande en proporción al tamaño del cuerpo.) El corazón humano está situado en una posición bastante baja en relación con la disposición de todo el cuerpo; se encuentra más cerca del punto medio vertical de nuestro cuerpo. Como resultado, el pecho, los hombros, los brazos y el cráneo (con su gran cerebro) se hallan en una posición más alta que el corazón.

Esta disposición significa que el corazón tiene que bombear una cantidad sustancial de sangre contra la gravedad, algo que el corazón mamiferiano del pasado no estaba exactamente diseñado para hacer. Además, en los humanos, el corazón no solo está situado en una posición baja en el cuerpo, sino que también ha de suministrar sangre a un órgano muy aumentado: el cerebro. El cerebro humano es, literalmente, una monstruosidad, un órgano gigantesco que consume gran cantidad de energía y necesita mucha sangre. El cerebro humano adulto en reposo consume entre el 20 y el 30 por ciento del ingreso diario total de energía, y para los niños el consumo aumenta hasta el 50 o 60 por ciento. La magnitud de este problema hace empequeñecer el caso de la jirafa.

La parte del cuerpo a la que el corazón debe bombear la mayor cantidad de sangre es también el punto más elevado del cuerpo, lo que hace que la tarea del corazón todo el tiempo sea difícil. Así, el corazón es como Sísifo, del mito griego, sobrecargado con una tarea que no termina nunca. No es extraño que el corazón parezca querer acabar en cualquier momento con dicha tarea. Teniendo esto en cuenta, es quizá inevitable que los humanos, comparados con otros animales, tengan una mayor mortalidad por causas del corazón.

CIVILIZACIÓN HUMANA A CAMBIO DEL DOLOR DE ESPALDA

Andar sobre dos piernas no fue todo dolor sin beneficios. Gracias al bipedismo, la humanidad obtuvo otro rasgo exclusivamente humano: la elaboración de utensilios. El bipedismo liberó nuestras manos y nuestros brazos de la locomoción. Ahora las manos y los brazos libres podían elaborar y usar utensilios.

Además, una vez que la parte superior del cuerpo se vio liberada de la locomoción, también el diafragma quedó liberado. Respirar ya no estaba limitado por el movimiento, de modo que la vocalización se hizo posible. Y la vocalización permitió el lenguaje. De esta manera, los fundamentos de la cultura y la civilización humanas (utensilios y lenguaje) estaban completos.

Asimismo, puede decirse que el cerebro mayor es un resultado del bipedismo, quizá su mayor logro. Con el fin de elaborar y emplear utensilios, también es necesaria la cognición avanzada, que está asociada con un cerebro mayor. Sin embargo, el cerebro no puede simplemente aumentar de tamaño por su cuenta. El cerebro es un órgano hecho de grasa que requiere una dieta alta en calorías, en forma de grasa y proteína. Este tipo de dieta solo es posible con una estrategia que permita la obtención y el consumo regulares de alimento de gran calidad (carne) mediante el uso de la innovación tecnológica de los utensilios. Todos estos componentes interrelacionados solo pudieron ser posibles una vez que se estableció el bipedismo.

Mientras anda sobre dos piernas, la humanidad puede soñar con la cultura y la civilización, pero con el coste del dolor de espalda, de enfermedades cardíacas y partos peligrosos. Dedique el lector un momento a levantarse de su asiento y a estirarse en beneficio de su corazón y de la parte inferior de su espalda, nuestros sacrificios para la humanidad. Y mientras lo hace, ¿qué le parece si envía un mensaje de agradecimiento a su madre? Emplee uno de estos utensilios de la civilización (ya sea una llamada telefónica, un mensaje de texto o una publicación en la red) que adquirimos a cambio del dolor de la madre en el parto.

ANEXO: ¡LOS CHIMPANCÉS TAMBIÉN PUEDEN ANDAR ERGUIDOS!

Es evidente que los humanos no son los únicos animales que pueden andar sobre dos piernas. Gorilas, chimpancés, algunos lagartos y las aves andan también sobre dos patas, aunque de una manera diferente. Pero la cuestión es que estos animales tienen otras maneras de desplazarse. Por ejemplo, muchas aves pueden volar. Las aves que no pueden volar pueden hacer otras cosas: los pájaros bobos nadan bajo el agua durante un tiempo prolongado; los avestruces utilizan sus dos patas para desplazarse, pero pueden correr mucho, hasta 55 o 70 kilómetros por hora. Los chimpancés y los gorilas andan igualmente bien sobre cuatro patas, y también pueden trepar a los árboles y braquiar de árbol en árbol a gran velocidad.

Compárense estos ejemplos con los humanos, que solo pueden andar sobre dos piernas y no tienen ninguna otra manera de desplazarse. A diferencia de los avestruces, no podemos correr durante mucho tiempo, o de forma particularmente rápida, sin un entrenamiento intensivo y talento. Podemos intentar movernos a cuatro patas por una distancia corta como hacen los gorilas, pero este método de locomoción es desmañado, ineficiente y torpe para un humano adulto. La mayoría de las personas no tardan mucho tiempo en dejar de desplazarse a cuatro patas y volver a ponerse de pie y andar sobre dos piernas. Para nosotros, cualquier otra manera de movernos no es un modo de locomoción fiable. Es extraño darse cuenta de que, en cierto modo, esta dependencia de un modo de locomoción limitado ha conducido a algunos logros evolutivos asombrosos.

 

 

 

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