¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana

¡No seas neandertal!: y otras historias sobre la evolución humana


15. En busca de la cara más humana

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15 EN BUSCA DE LA CARA MÁS HUMANA

A principios de agosto de 2012, en la portada de la revista científica inglesa Nature se presentaba el perfil de la cara de un hominino ancestral fósil; era la cara del Homo rudolfensis. Era un poco alargada, pero su aspecto familiar y casi humano era evidente. Naturalmente, su aspecto da pie a la pregunta: ¿qué hace que una cara sea «humana»?

El fósil de hominino que adornaba la portada de Nature tiene un carnet de identidad único: KNM-EM 62000. Se descubrió en Koobi Fora, una famosa localidad paleoantropológica en el norte de Kenia, y apareció en varios medios de comunicación, entre ellos The New York Times. ¿Qué era tan importante acerca de este fósil que volvía a escribir nuestra historia evolutiva? ¿Qué hizo que este espécimen perteneciera a la familia humana?

La historia de las caras «humanas» no puede contarse sin contar también la historia de la familia más famosa en el campo de la antropología: los Leakey. La familia Leakey ha dedicado tres generaciones a buscar homininos fósiles, desde el padre y la madre hasta el hijo y la nuera, y finalmente la nieta. En cierto modo, son casi como una familia real de la antropología. Su historia no es solo la sencilla historia de una familia; es un registro de la difícil búsqueda de una cara humana y de su origen que duró cincuenta años.

SIGUIENDO LA PISTA DEL PRIMER FÓSIL DE HOMININO

Todo empezó en la década de 1950. Una joven pareja, Louis y Mary Leakey, estaba consiguiendo llamar la atención por sus trabajos de excavación en Kenia. Los Leakey, ambos originarios de Gran Bretaña, buscaban el fósil que iluminaría el origen del género Homo, un grupo de especies que incluye a los humanos. En otras palabras, buscaban la prueba fósil más antigua de nuestro linaje específico.

En aquella época, había dos especies fósiles prominentes de homininos que podían ser relevantes para los orígenes del género Homo. La primera era el Australopithecus africanus, de Sudáfrica. Se pensaba que esta especie había aparecido hacía 2 millones de años. La segunda especie, Homo erectus, de Asia Oriental y Sudoriental, se creía que había aparecido hacía 700 000 años. Dadas estas fechas, Louis y Mary Leakey supusieron que el primer espécimen de Homo apareció más tarde que el Australopithecus africanus, pero antes que el Homo erectus.

Los brillantes logros y éxitos en paleoantropología de los Leakey a lo largo de la década de 1960 pueden atribuirse a sus excavaciones persistentes. Demostraron que los primeros ancestros de los homininos prosperaron no solo en África del Sur, sino también en África Oriental. El descubrimiento de Mary Leakey de las huellas de Laetoli en Tanzania proporcionó una valiosa evidencia que respaldaba que el bipedismo tuvo lugar en el linaje humano hace 3,3 millones de años, mucho antes de la aparición del Homo erectus. Los Leakey también descubrieron el cráneo del «Hombre Cascanueces», Australopithecus/Paranthropus boisei, notable por sus dientes enormes y por la pronunciada cresta sagital en la parte superior del cráneo. Cada descubrimiento sucesivo por parte de los Leakey se consideraba revolucionario y un momento determinante en la historia de la paleoantropología.

Los Leakey se dieron cuenta de que la búsqueda que más les interesaba (el descubrimiento del origen del género Homo) no era tan fácil. Estuvieron decepcionados durante muchos años, hasta que desenterraron, en una excavación que duró de 1960 a 1963, un conjunto de huesos de las manos en el desfiladero de Olduvai, Tanzania. Los huesos de los dedos eran delicados y sugerían de manera tentadora que pertenecían a una mano que elaboraba utensilios. Los Leakey se preguntaron si finalmente habían descubierto el primer antecesor del género Homo; quizá al final su sueño se había hecho realidad. Bautizaron al espécimen como Homo habilis, el «humano hábil».

EL SUEÑO DE UN PADRE, EL TRIUNFO DE UN HIJO

El sueño de los Leakey no se hizo realidad de golpe. Por sí solos, los huesos de las manos que se descubrieron en el desfiladero de Olduvai no constituían una evidencia completa y perfecta del uso de utensilios ni del género Homo. Las nuevas especies fósiles de homininos se clasifican con más frecuencia a partir de la morfología del cráneo. Si un examen meticuloso revela un conjunto interesante de características en la cara y el cráneo, la calavera se define como una nueva especie. Para reflejar un cerebro lo bastante grande para producir utensilios útiles, se buscaba un cráneo grande con una frente vertical. Por suerte, empezaron a descubrirse más fósiles de Homo habilis en excavaciones subsiguientes; pero, de manera paradójica, nuestra comprensión del Homo habilis solo se hizo más nebulosa.

Después del descubrimiento del Homo habilis, los fósiles de homininos de África Oriental empezaron a clasificarse en dos especies según el tamaño del cráneo. Los cráneos pequeños se clasificaron como Zinjanthropus boisei (el género Zinjanthropus se subsumió posteriormente bajo Australopithecus o Paranthropus) y los grandes, como Homo habilis. Pero había un problema con esta clasificación. Los cráneos se descubrían en fragmentos; incluso los paleoantropólogos más experimentados solían tener dificultad en proyectar con exactitud el tamaño y la morfología del cráneo completo. Así pues, ¿qué hicieron? Simplemente, efectuaron una estimación experta: si «parecía» lo bastante grande, era Homo habilis. Esta aproximación imprecisa causó dudas en la comunidad paleoantropológica y muchos debatieron la existencia de Homo habilis como una única especie.

En pleno debate sobre la clasificación, a mediados de la década de 1970 se descubrió finalmente un cráneo fósil casi completo en Koobi Fora. Este nuevo descubrimiento era diferente a cualquiera de los descubrimientos fragmentarios que lo habían precedido. Asignado al número de catálogo KNM-ER 1470, este nuevo hallazgo presentaba rasgos característicos de Homo habilis. El joven paleoantropólogo que lo descubrió fue Richard Leakey. No era ninguna coincidencia que su apellido fuera Leakey, pues era el hijo de Louis y Mary. Richard había crecido en localidades de excavación con sus padres y en la década de 1970 siguió los pasos de sus progenitores al convertirse también él en un paleoantropólogo respetado.

El fósil de hominino descubierto por Richard Leakey tenía un cerebro grande tal como la gente había predicho, con una frente recta y vertical. El cráneo tenía todos los requisitos para ser un candidato como ancestro del género Homo. Finalmente, parecía que el Homo habilis, que había empezado siendo solo un conjunto de huesos de las manos, obtenía una cara humana y se le reconocía como el miembro más antiguo del género Homo. Pero ¿sería esta cara aceptada por la comunidad científica sin cuestionarla?

Descubrimientos ulteriores empezaron a complicar las cosas. Después del hallazgo de Richard Leakey, continuaron descubriéndose homininos fósiles en África Oriental. Y continuaron clasificándose como Zinjanthropus boisei u Homo habilis, en función de un criterio cada vez más vago y confuso para estimar el tamaño o la forma. El propio criterio se ponía en cuestión de vez en cuando. Algunos aducían que para que una especie elaborara utensilios, el cráneo no solo tenía que ser grande, sino también poseer rasgos asociados con la inteligencia. Específicamente, aducían que en el Homo habilis era necesaria una frente alta para confirmar el uso de utensilios y afirmaban que los ángulos de la frente eran el mejor diagnóstico para identificar al Homo habilis.

El lector puede imaginar la confusión que estos diferentes métodos de clasificar al Homo habilis causaron en el campo. Al final, los paleoantropólogos se dieron cuenta de que cuando se comparaban todas las muestras de fósiles clasificadas como Homo habilis, mostraban una gama de variación que era demasiado grande para que se las considerara pertenecientes a una única especie. El Homo habilis era un «hominino de mil caras», un grupo arbitrario sin una definición cohesiva.

En el fondo, el problema del Homo habilis tiene relevancia directa para uno de los problemas más fundamentales en paleoantropología: la variación. Imaginemos que estamos comparando dos personas. No hay dos personas que tengan exactamente el mismo aspecto; incluso los mellizos difieren un poco entre sí. Un par de personas elegidas al azar pueden variar en el tamaño del cuerpo, el sexo, la edad y otras innumerables características, pero incluso con toda esta variación sabemos que todas las personas pertenecen a una única especie humana llamada Homo sapiens. La variación que vemos entre miembros de una misma especie se denomina «variación intraespecífica». En contraste con la variación intraespecífica, existe la variación interespecífica, es decir, las diferencias entre las especies. Las diferencias interespecíficas (como las que hay entre una persona y un chimpancé) son mayores que las diferencias intraespecíficas (como las que hay entre los individuos humanos).

Demos ahora la vuelta a nuestro ejemplo. Empezando con el patrón de variación, podemos determinar si dos individuos pertenecen a la misma especie o son de especies diferentes. Por ejemplo, si dos individuos tienen un aspecto muy parecido, pero difieren solo en el tamaño, es probable que sean de la misma especie. Asimismo, si muestran diferencia solo entre los sexos, es probable que pertenezcan a la misma especie.

Cuando los paleoantropólogos se enfrentaron al número creciente de especímenes de Homo habilis, se sorprendieron ante la gama de variación observada en el seno del grupo. ¿Habían de considerarse estos fósiles excavados de Homo habilis variaciones diferentes de la misma especie (intraespecíficas), o bien habían de clasificarse como especies totalmente diferentes (al mostrar variaciones interespecíficas)? Algunos investigadores argumentaron que, de hecho, todos pertenecían a una única especie. Otros adujeron que en el grupo estaban representadas al menos dos especies diferentes y que los fósiles deberían reclasificarse, y cuanto antes, mejor. Los investigadores que aconsejaban una reclasificación adjudicaron los fósiles con los cráneos mayores a una especie diferente y la denominaron Homo rudolfensis.

A lo largo de este proceso, el primer cráneo completo de Homo habilis, el KNM-ER 1470, se hallaba en el nexo de este dilema. Si se basaba simplemente en el tamaño del cráneo, la clasificación debiera haber sido Homo rudolfensis, no Homo habilis. Pero clasificar el KNM-ER 1470 como Homo rudolfensis presentaba un nuevo problema: el fósil tiene un cerebro grande, pero la cara se parece exactamente a la de otros especímenes de Homo habilis. Esta combinación de características craneales y faciales planteaba todavía otra explicación posible: que debía haber una tercera especie fósil, diferente tanto del Homo habilis como del Homo rudolfensis. Esta solución presentaba el mayor problema de todos, puesto que no se había encontrado hasta entonces ningún otro espécimen fósil como el descubierto por Richard Leakey. Los estudiosos se rascaban la cabeza mientras reflexionaban sobre el significado de este fósil, un espécimen insólito y excepcional.

MEAVE Y LOUISE LEAKEY: DESCUBRIDORAS DE OTRO HOMININO PRIMITIVO

Después de su descubrimiento del Homo habilis, Richard Leakey se apartó del campo de la paleoantropología y se implicó más en el movimiento de protección de la vida salvaje y en el activismo político en la década de 1990. Se dedicó especialmente a la protección de los rinocerontes y se retiró totalmente de las excavaciones. Pero este no fue el fin de las excavaciones por parte de la familia Leakey.

Entre 2008 y 2009 se descubrió en Koobi Fora, Kenia, otro cráneo fósil (la cara en 2008 y la mandíbula en 2009). Este fósil, el KNM-ER 62000, fue portada del número de agosto de 2012 de la revista Nature. El tema del artículo correspondiente era relativamente simple: el KNM-ER 62000 se parecía mucho al KNM-ER 1470, el fósil del que Richard Leakey había informado en la década de 1970. El fósil de Richard ya no era «insólito y excepcional». El KNM-ER 62000 se categorizó como representativo del Homo rudolfensis. Demostraba que el primitivo género Homo no tenía una sola especie. En lugar de ello, la posibilidad de que hace 2 millones de años coexistieran en África al menos dos especies de Homo se hizo más plausible.

Hemos entrado en una nueva era en el debate, que ya dura cuarenta años, acerca del origen y la evolución del género Homo. Pero una cosa ha permanecido constante a lo largo de este tiempo: el nombre de los científicos que dirigieron las actividades de excavación e investigación. El KNM-ER 62000 fue descubierto precisamente por Meave y Louise Leakey, la esposa y la hija de Richard Leakey. Estas dos mujeres continúan la segunda y tercera generaciones del legado de los Leakey al reescribir la historia de la especie fósil profundamente asociada con su marido y su padre.

ANEXO: VEMOS LO QUE QUEREMOS VER

KNM-ER 1470, el fósil que Richard Leakey dio a conocer, tiene una historia de altibajos. Primero fue clasificado como Homo habilis; después, cuarenta años más tarde, fue reclasificado como Homo rudolfensis. El cambio de nombre no es nada del otro mundo en paleoantropología, pero este fósil sufrió también un estiramiento facial. Los estudiosos estaban intrigados por lo mucho que se parecía (con su frente recta y vertical y su cara vertical) a los «humanos modernos». En contraste, las películas y las caricaturas muestran que los «hombres primitivos» tienen la boca y las cejas sobresalientes y la frente plana y reculada.

Pero el fósil de Richard Leakey tenía un punto débil que no muchos advirtieron: su reconstrucción facial era hipotética. Cuando se exhumó por primera vez el fósil, estaba roto entre la nariz y la frente, y entre los restos no se encontró ningún fragmento de conexión. Por lo tanto, el ángulo en el que la frente contacta con la nariz (y con el resto de la cara) tuvieron que imaginarlo los expertos. ¿Qué habría ocurrido si el fósil se hubiera reconstruido de manera diferente, con la frente más reculada y la cara más sobresaliente? ¡Esta reconstrucción produce una cara de hominino igualmente probable! En otras palabras, no hay ninguna razón convincente para reconstruir la frente en una línea vertical y recta, una característica que se considera distintiva del Homo habilis. Quizá la cara «de tipo humano» de este fósil era un producto de nuestro propio deseo de hacer que el Homo habilis pareciera más un antepasado de los humanos.

 

 

 

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