Nina
PORTADA
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Él coge su abrigo de la percha, se lo pone y sale por la puerta:
—Hasta luego, Natacha. Te veo en un rato y te lo cuento todo —le dice mientras sale y cierra la puerta tras de sí. Después sube un tramo de escaleras y aguarda en silencio en el pequeño descansillo. Unos segundos y el ascensor se abre.
Suena el timbre de la puerta.
Natacha le explica brevemente al guardia que su hermano no está pero él no parece darse por satisfecho. Todo su interés está centrado en que ella le permita entrar en su casa para charlar unos minutos:
—En realidad, solo quería saludarle. Fíjate, ni siquiera vengo de uniforme.
Al final, Natacha le deja entrar, momento que Boris aprovecha para bajar las escaleras a toda velocidad. Antes de salir por la puerta del portal mira en todas las direcciones posibles escudriñando el panorama en busca de algún vehículo sospechoso o alguna persona vigilando. La Benemérita suele ir en parejas.
No ve nada raro.
Finalmente sale del portal y da la vuelta a la manzana para llegar hasta su coche.
Una vez dentro arranca el motor:
—A Jaca.
59
—Te juro que, en todo este tiempo, no he sido capaz de entender qué motivos pudieron llevarte a cometer tantas maldades, a provocar tanto dolor, Nina.
—No sé si tengo ganas de hablar hoy de esto.
—Le he dado muchas vueltas, creo que demasiadas, y no soy capaz de llegar a ninguna conclusión razonable. Supongo que es porque nada que haya tenido que ver contigo ha sido nunca razonable. Sinceramente, creo que he perdido el juicio. Creo que mi cordura se quemó en aquel barco, junto con mi familia y cualquier otro atisbo de luz que pudiera haber en mi vida.
—Si no supiera que te vas a enfadar, te recomendaría La Quinta de la Montaña. Es un sitio muy agradable para tratar el problema que tienes. O sea, el problema que tú dices que tienes.
—Siempre he sabido que eras una persona excepcional. —Víctor continúa como si no la hubiera oído—. Excepcional en tu maldad y en tu falta de empatía. Pero siempre he tenido la esperanza de que terminaras por corregirte, por tomar el camino adecuado. Pero claro, supongo que esta idea imbécil de que las cosas torcidas tienden a enderezarse por sí solas y de que los problemas tienden a solucionarse sin que sea necesario hacer nada, no forma parte solamente de mi estúpido cerebro. Supongo que esta estupidez es común a toda la raza humana y eso hace posible que veamos cómo se extiende la podredumbre a nuestro alrededor y que no reaccionemos ni siquiera cuando sea nuestra propia vida la que se esté echando a perder.
«Podías haber tenido todo lo que hubieras querido, tenías acceso a todo lo que se te hubiese antojado.
—Eso es fácil decirlo.
—Te dio por no hacer nada bueno, por no dar ni una a derechas. La bebida, la droga, la irresponsabilidad, el adulterio… Todo erróneo, Nina, todo torcido.
—Su dinero no era para mí. No había para mí. El dinero de papá y de mamá estaba guardado y lejos de mi alcance. Tenía lo justo para sobrevivir. Y ellos… y vosotros nadabais en la abundancia. —Nina también se levanta—. No os importaba nada de lo que me sucediera. Yo tenía mis problemas. Solo queríais que hiciera lo que vosotros querías. Era como si necesitarais controlar mi vida.
—¿Intentar que cuidaras de tu hija como es debido es controlar tu vida? ¿Qué dejaras la bebida? ¿Qué dejaras la droga? ¿Qué tratases bien a tu marido? ¿Qué no te fueras a la cama con el primero que te diera un cigarro? ¿Acaso eso es controlar tu vida? ¿Qué entiendes tú por control? ¿Que tu familia se preocupe por ti y por lo que haces con tu hija y tu marido es controlar tu vida?
»¿Que papá y mamá hicieran lo único que podían hacer para que te comportases como un ser humano normal es controlar tu vida?
»Mira Nina, ellos dejaron de darte dinero porque ya sabían de antemano lo que ibas a hacer con él. Porque siempre acababas volviendo a por más. Aun así nunca te faltó de nada ni a ti ni a tu hija. Y tu marido tenía un buen trabajo, Nina. En tu casa no había problemas económicos. Pero tú siempre querías más, siempre había un agujero que tapar y una mentira que inventar para que te dieran más dinero. Y siempre lo gastabas rápido, siempre se escurría entre tus dedos, siempre tenías una fiesta que organizar o una nueva droga que probar.
»Eras una rémora venenosa y terrible. Un parásito insaciable que amenazaba con acabar con todo lo que había a su alrededor. Y no fuimos capaces de verlo. Y no fuimos capaces de pararte.
»Yo no fui capaz de ver nada, no fui capaz de anticiparme, no fui capaz de proteger a toda la gente que quería, no fui capaz de hacer nada, aparte de saltar al agua.
Víctor se sienta de nuevo y hunde la cara entre las palmas de las manos.
—No he sentido tanto dolor en mi vida. Nunca hubiera pensado que se pudiera sentir tanto dolor. ¿Sabías tú la cantidad de dolor que podías llegar a causar? —Vuelve a mirarla—. Cuando salté al agua tenía los ojos cubiertos de lágrimas, la espalda envuelta en llamas y la cabeza llena de rabia. Me quemé las manos intentando ayudar a nuestros padres y les vi morir delante de mis propios ojos. Les oí gritar mientras sus cuerpos se consumían pasto de las llamas. La peor de las muertes posibles. No sé si te haces una idea de lo que tuve que ver, de lo que pasé en aquellos minutos. —Entonces se levanta y, después de quitarse el jersey y la camiseta se gira para mostrarle la espalda a su hermana—. ¿Te gustan las marcas tan originales que deja el fuego en la piel?
Nina tuerce el gesto al contemplar el grabado que le muestra su hermano:
—Joder.
—Una vez en el agua me dejé llevar. Caí y me hundí. —Vuelve a vestirse—. No quería mover ni un solo músculo. En el infierno ardiente que acababa de abandonar había dejado mi vida entera. Ya no tenía nada por lo que pelear. Todo lo que me importaba se quemaba allí arriba mientras que yo viajaba, lentamente, hacia abajo. Hundiéndome.
»Recuerdo que miraba a la superficie a medida que se alejaba, que veía el resplandor del barco en llamas sobre mi cabeza. Recuerdo que el dolor de la espalda me estaba matando.
»Entonces el barco explotó.
»El ruido de la explosión fue lo que me sacó del letargo. En más de una ocasión lo he pensado: si el barco no hubiese explotado en ese preciso instante yo estaría ahora descansando en el fondo del mar. Lejos de toda esta mierda.
»Con el estruendo empecé a mover los brazos y a agitar las piernas. Cuando volví a la superficie tenía los pulmones medio encharcados. Mientras buscaba algo a lo que agarrarme tosía y vomitaba agua a partes iguales. Todavía tengo el sabor de la sal en la boca, como si me lo hubieran tatuado en la lengua. No pasa un día sin que recuerde ese sabor inundando todo mi cerebro.
»Un trozo del suelo de la cubierta cayó junto a mí. Unos veinte o treinta metros cuadrados de tarima de madera. Después de subirme a ella me desmayé.
»Luego llegó la tormenta. Y, al final, el helicóptero.
»¿Alguna vez has sido consciente de las consecuencias que podían tener tus actos? Te has pasado la vida haciendo tu santa voluntad y culpando a todo el mundo de tus defectos. —Víctor vuelve a levantarse y camina de un lado a otro de la cueva. Dibujando círculos con sus pasos—. Creo que no, que nunca has tenido en cuenta a nadie que no fueras tú misma, ni nada que no fueran tus deseos personales.
—Víctor, no creas que eres mejor que yo. No creas que eres mejor que nadie... Mírate y mira adónde has llegado. Mira lo que me estás haciendo, y me aclaras en qué eres mejor que yo... o en qué crees tú que eres mejor que yo.
—¡No se te ocurra comparar nada de lo que haga yo con lo que hiciste tú!
»¡Víbora! ¡Eres escoria, Martina! ¡No eres más que escoria! —Víctor camina hacia la jaula y se encara con ella —¿Quién va a hacer justicia contigo? ¿Quién va a hacer justicia con mis padres... con tus padres... con nuestros padres? ¿Quién va a hacer justicia con mi familia? ¿Quién va a hacer justicia con tu hija? ¿Eh? ¡Dímelo, Martina!
—No veo ningún juez en la sala... ¡Protesto!
—Sí que eres graciosa... sí que lo eres... Pues aquí tienes a tu juez, Martina. Aquí tienes a tu juez y a tu verdugo. Yo voy a ocuparme de que cumplas tu condena. No tengo otra cosa que hacer. No tengo ninguna otra necesidad en la vida. Me he encomendado a esta tarea. Tengo clara cuál es mi misión: Hacer que pagues por lo que has hecho. Este es el único camino que nos queda.
»La justicia de los hombres no está hecha a tu medida y de la justicia divina no me fío. Así que aquí estoy yo para velar por que recibas tu castigo.
—¿Y quién te da a ti esa autoridad? Siempre has sido un blando.
—¿Autoridad? ¡Tú misma! —Víctor agarra con ambas manos los barrotes y se acerca para gritarle a su hermana.
—¿Yo? ¿Autoridad? —Ella se levanta también y camina hacia él.
—El día que decidiste ponerte de acuerdo con tu amiguito, quien quiera que fuera ese desgraciado, para robarle el dinero a tu propia familia, me diste la autoridad suficiente.
Nina levanta rauda la mano derecha y la saca por entre los barrotes para posarla sobre la nuca de Víctor. Inmediatamente atrae la cabeza de su hermano hacia la reja y muerde su carne. Da igual dónde, da igual cómo y da igual cuánto. La rabia se ha apoderado de ella y cualquiera que ose desafiar su ira tiene que demostrar que es lo suficientemente bueno como para ganar. Muy inteligente lo de hacerse pasar por un médico para colarse en el sanatorio y acercarse a ella. Muy creativo lo de cavar un agujero dentro de una casa perdida en medio de las montañas para encerrarla en él y muy bueno el detalle de la jaula para poner la guinda en este siniestro pastel. Pero, ¿contaba Víctor con la dentadura de su querida hermana?
Bien, pues ahora a ver cómo se las apaña para sacar su oreja y un trozo de su cuello, de entre las fauces de la pequeña fiera que ha hecho presa en él.
Después de gritar durante veinte segundos Víctor empuja el pecho de su hermana tan fuerte como puede. Ella retrocede hasta sentarse sobre la cama mientras que él se lleva la mano a la oreja izquierda. Ella escupe a sus pies los trozos de carne que acaba de arrancarle. Él mira al suelo. Ella se limpia la sangre de los labios con el reverso de la mano. Él grita mientras mira cómo la palma de su propia mano se inunda de sangre. Ella escupe sangre sobre la oreja arrancada de su hermano. Él retrocede dos pasos mirando los dos trozos de su anatomía que han quedado tirados en el suelo de la jaula en la que ha encerrado a su hermana. Ella le sonríe mostrándole los dientes enrojecidos. Él la mira aterrorizado. Ella le habla:
—Toma un poco de tu justicia. Y esto es solo el principio.
Él se da la vuelta y sube a trompicones las empinadas escaleras que dan al mundo real. En la cocina coge un trapo y lo aprieta contra el lateral de su cabeza. Después sale a la calle. Se siente incapaz de respirar allí dentro y necesita notar el aire frío que corre en el exterior. Camina nervioso durante cinco minutos, dando vueltas alrededor de la casa, intentando recuperar la compostura.
Cuando cree que su corazón abandona el galope y empieza a buscar un trote menos descontrolado vuelve a entrar dentro y va al cuarto de baño. No se siente con fuerzas para hacer lo que va a hacer pero sabe que tiene que hacerlo. Una vez delante del espejo, y después de pensarlo durante un minuto, retira lentamente el trapo que cubre la herida para intentar medir los daños.
Su gesto se retuerce de rabia y de dolor cuando termina de constatar que su oreja izquierda ha desaparecido prácticamente por completo. Solo permanece en su sitio un pequeño trozo de la parte superior. Un cuarto aproximadamente del total del apéndice. Además, justo debajo de donde debería estar el lóbulo hay otro pequeño agujero. Sin duda, aparte de morder la oreja, la bestia ha conseguido meter dentro su boca un pequeño trozo de la carne que hay justo debajo. La cosa tiene aún peor pinta de la que esperaba encontrar.
Inmediatamente vuelve al agujero.
Nina continua sentada en la cama, como si nada hubiera pasado.
—Devuélveme la oreja, Nina.
—¿Qué te devuelva qué?
—La oreja.
Entonces ella se levanta y empieza a chillar y a pisotearla. La arrastra con el pie por el suelo como si fuese una colilla que estuviese intentando apagar. Después se hace a un lado para ver cómo ha quedado su obra. Diez segundos y vuelve a escupir sobre ella, la pisa otra vez y continúa arrastrándola de un lado a otro mientras grita avisando a su hermano de que no va a quedar nada que pueda coserse a la cabeza.
Después de dos minutos de bailar sobre los restos del apéndice se aparta y se deja caer sobre la cama:
—Ahí la tienes. Mira a ver.
En medio de la jaula hay una pequeña cosa negra, con el tamaño y la forma de una colilla de puro y prácticamente del mismo color.
Víctor se da la vuelta y sale de la cueva mientras que ella le despide entre sonoras carcajadas.
Antes de salir apaga las luces y cierra la puerta tras de sí.
60
Boris llega a Jaca con una sonrisa dibujada en los labios.
Lo primero que hace es registrarse en una pequeña pensión que hay a la entrada del pueblo. Le cuesta cien euros no tener que dejarle su documentación al dueño.
—Son cien euros por semana. La discreción hay que pagarla, jefe.
El tipo de la recepción, joven, sucio y gordo, parece estar acostumbrado a este tipo de contingencias.
Después de ver la habitación sale a dar un paseo y a comprarse algo de ropa de abrigo. El invierno está siendo especialmente duro y, sobre todo en esta zona, no está dando tregua. Salir corriendo tiene algunos pequeños inconvenientes. La falta de equipaje suele ser el más importante.
La distancia que mengua y la sensación de estar en el camino correcto hacen que los votos de Boris crezcan renovados y, si esto es posible, se vuelvan aún más fuertes. No hay en su cabeza ni un solo atisbo de duda ni nada que le haga cuestionarse su estrategia.
El viaje no ha sido demasiado largo pero la tensión por su pequeña huida y el estrés que le ha producido la sensación de acercarse a su objetivo hacen que, de vuelta a la pensión, su cuerpo le pida descanso. Necesita acostarse pronto y dormir tranquilo.
Detrás del edificio en el que se aloja hay una pequeña cafetería. Poco después de anochecer acude a ella y toma un sándwich mixto con una Coca-Cola. Tras la frugal cena pide un café con leche. Mientras termina de removerlo para que se disuelva el azúcar lee otra vez la carta de Nina. Una vez más. Después saca el teléfono móvil y llama a su hermana.
Ella está muy preocupada. De hecho la nota al borde de un ataque de nervios:
—Me has prometido que volverías en cuanto se fuese el guardia. ¿Se puede saber dónde te metes?
—Natacha, no te preocupes por mí. Estoy bien, de verdad. Al final he decidido que lo mejor es desaparecer unos días, perderme hasta que la cosa se tranquilice.
—¿Que se tranquilice? ¿Qué cosa se tiene que tranquilizar, Boris? Mira, el guardia que ha venido no me ha querido contar nada pero no me he quedado tranquila. Te están buscando, Boris, y están muy interesados en encontrarte.
»Él intentaba que yo no lo notara, lo sé, pero yo no soy tonta y huelo que pasa algo. Algo serio. ¿Dónde estás, hermano? ¿Por qué no me lo quieres decir?
—Natacha. En realidad, no estoy seguro de por qué me buscan. No sé si tiene que ver con lo de la moto del doctor Burgos o con que me escapara del sanatorio. No lo sé.
—Me ha insistido en que les avise en cuanto vuelvas. Me ha metido miedo, me ha dicho que no está bien ocultar a la gente a la que la Guardia Civil está buscando. Luego se reía y me ha pedido una Fanta pero cuando me ha dicho que no tenía que hacer ninguna tontería no se reía. Tenía cara de estar hablando muy en serio. Y tenía cara de tener muy malas pulgas.
—Lo sé.
—Boris. Te digo yo que este no ha venido por lo de la moto. Ni por lo de tu fuga del sanatorio. Este señor venía por algo serio. Me ha dejado tres tarjetas: la suya, la de su compañero y la de la comandancia. Dime que no estás metido en ningún lío, hermano, por favor, dime que todo esto es un error.
—Natacha. Te lo voy a decir una vez más. Yo no he hecho nada, aparte de cogerle prestada la moto al doctor y salir del sanatorio un par de días antes de que tramitaran mi alta. Nada más.
»Escúchame. Escúchame con mucha atención. No tengo nada que ver en nada más. Si te contaran cualquier cosa…
—Me estás asustando.
—De verdad, oigas lo que oigas y te cuenten lo que te cuenten, ten por segura una cosa: tu hermano no ha hecho nada malo.
—Lo sé, Boris, lo sé. Eres mi hermano y te conozco. Eres la mejor persona del mundo. Por lo menos la mejor persona que conozco. Y confío en ti, de verdad.
—Gracias, hermana. Tú sí que eres buena gente.
»Solo soy culpable de una cosa, Natacha: de tener un objetivo en la cabeza y de… —Boris hace una pausa de unos segundos— de escuchar a mi corazón, hermana. Estoy haciendo lo que me pide el corazón. Así que no te preocupes por nada más.
—Boris, no hagas ninguna tontería y vuelve pronto. Me tienes muy preocupada. Por lo menos dime dónde estás, me quedaría mucho más tranquila.
—No te preocupes, Natacha, esto es lo mejor para los dos. No necesitas saber dónde estoy. Cuando haga lo que he venido a hacer volveré y te lo explicaré todo. Quiero ser feliz y estoy haciendo lo necesario para serlo.
—Boris, llámame mañana y hablamos con más calma.
—No, Natacha. No esperes que vuelva a llamar. No te preocupes por nada, solo es que creo que, con esta gente detrás de mí, no sería inteligente volver a llamar.
—Pero Boris…
—Tengo que dejarte. Cuídate, hermana.
—Cuídate tú, hermano.
Boris cuelga el teléfono y pide la cuenta.
De vuelta en la habitación se da una ducha y se mete en la cama.
Por la noche sueña con trenes que atraviesan campos de trigo verdes. Sueña con bailarinas de ballet dentro de su vagón. Bailarinas que le miran sonrientes mientras giran sobre sí mismas y que saltan de un lado a otro y dicen cosas incomprensibles. Todas le tocan el hombro y pronuncian su nombre cada vez que pasan a su lado. Es lo único que entiende.
Todas tienen la cara de Nina.
61
Después del incidente Víctor pasa dos días enteros sin bajar al agujero. Durante los dos siguientes solo aparece por allí unos segundos para dejarle la comida a su hermana.
Ni siquiera enciende la luz.
Está tan indignado como enfadado y arrepentido. No se explica cómo ha sido tan insensato, cómo ha podido ponérselo tan fácil. Está cabreado consigo mismo y, además, terriblemente avergonzado por su imperdonable candidez.
Lo que queda de su oreja le duele a rabiar. Pero no solo eso, le duele la cabeza en el lugar en el que se golpeó contra los barrotes y también toda la parte derecha de la cara. El bocado no ha afectado únicamente al trozo que quedó en el suelo de la jaula. Tiene toda la zona de alrededor amoratada y muy dolorida.
Apenas concilia el sueño ni prueba bocado durante los dos días que siguen a la agresión.
Procura mantener la herida tan limpia como puede, a base de bastoncillos de algodón, agua oxigenada y yodo pero no está seguro estar consiguiéndolo. Cada vez que se descubre la zona para hacerse una cura sufre unos dolores insoportables.
Al atardecer del quinto día un hambre atroz le despierta de la siesta y le obliga a bajar a la cocina para prepararse unas tiras de beicon y una tortilla. Cada vez que abre la boca para meter comida en ella o hace fuerza con las mandíbulas para masticarla un latigazo de dolor le sacude desde la cabeza hasta la cadera, atravesándole toda la espalda.
Su plan de aprovisionamiento le parecía perfecto hasta que se ha encontrado con este contratiempo. Ha descubierto, decepcionado, que no ha hecho acopio de medicinas. La realidad le demuestra que las tiritas, el yodo, el agua oxigenada, unos sobres de Almax y tres rollos de vendas, no son la mejor composición posible para el botiquín de un secuestro largo y, más que presumiblemente, accidentado. Entre las cosas que no ha traído están los dos tipos de medicamentos que tan bien le vendrían ahora: analgésicos y antibióticos.
Con el estómago lleno, baja al agujero y enciende la luz. El olor es insoportable. Después de pasarle un plato de plástico con las alubias que acaba de calentar en el microondas, le pide a Nina que le acerque el cubo en el que se acumulan sus inmundicias para poder vaciarlo.
Ella le mira con los labios apretados y, después de sentarse en la cama, empieza a comer.
Víctor se ocupa entonces en recoger los restos de comida que se han ido acumulando junto a los barrotes en los días pasados. Encima de uno de los platos de plástico, negro sobre blanco, encuentra la oreja que le falta. El plato está completamente limpio y tiene el trofeo cuidadosamente colocado en el centro. En un instante, con el trozo de su apéndice amputado delante de los ojos, revive lo que pasó hace unos días y su pulso se dispara mientras se incorpora para encarar a la salvaje responsable de su mutilación.
Es entonces cuando le sorprende la oleada de frío y la humedad.
Nina, de pie junto a los barrotes, sujeta el cubo cuyo contenido acaba de arrojar a la cara de su hermano:
—Que conste que has tenido suerte. Acabo de hacer pis y debe estar medio templado. Si hubieras venido un rato antes, seguro que te lo hubieras encontrado helado.
El primer impulso de Víctor es acercarse de nuevo a la jaula para gritar, agarrar a su hermana por los hombros y zarandearla para pedirle explicaciones por su conducta ruin y despreciable. Inmediatamente se acuerda de su oreja perdida y se replantea la situación. El dolor y el miedo le obligan a ser precavido y a mantener la sangre fría.
El metal del cubo suena seco y apagado cuando Nina lo deja caer al suelo.
Víctor permanece empapado, plantado sobre un charco de orina y rodeado de heces.
—Ten en cuenta que estos últimos días no he comido demasiado.
Entonces se da la vuelta y sale del agujero.
Media hora después, duchado y con ropa limpia, vuelve a bajar. Cuando Nina se quiere dar cuenta un chorro de agua helada le da de lleno en el pecho.
—La verdad es que casi me había olvidado de lo importante que es la higiene. Gracias por haberme refrescado la memoria —tiene que levantar la voz para hacerse oír por encima del ruido que produce el chorro de agua saliendo de la manguera—. Lo cierto es que en mi situación, con una oreja recién arrancada, es un aspecto que no puedo descuidar. Bajo ningún concepto.
—Aaaaaahhhh... —Nina grita mientras intenta protegerse sin éxito.
Víctor arroja una pastilla de jabón dentro de la jaula:
—Aprovéchala.
Sin dejar de gritar ni de cubrirse la cara con las manos, Nina patea el jabón, que va a detenerse justo a los pies de su hermano.
Un par de minutos más y Víctor cierra la manguera y vuelve arriba.
Su hermana consigue desquiciarle. Otra vez. Siempre lo ha conseguido. Cuando era una cría y apenas levantaba dos palmos del suelo ya había desarrollado ese poder. Hacía con él lo que quería, esto es lo que peor llevaba de ella, consiguiendo además siempre que pareciese que la pobre niña no tenía culpa de nada. A Víctor siempre le ha maravillado la increíble capacidad que ella ha demostrado tener, prácticamente desde que nació, para conseguir lo que quería de la gente que había a su alrededor. Esto, mezclado con esa habilidad oscura e insondable que tiene para sacar de sus casillas a cualquiera que trate con ella, ha hecho de Nina un adversario formidable y, casi siempre, imbatible.
Incapaz de controlar su enfado vuelve a bajar al agujero:
—¿Es que no has aprendido nada, Nina? ¿Cómo es posible que no seas capaz de recapacitar, cómo es posible que nunca, jamás en tu vida, lo hayas sido?
—Sermón a la vista. —Nina está sentada en un rincón tapada con una toalla.
—Ya llevas semanas aquí. Ya has tenido tiempo, más que de sobra, para analizar tu situación y sacar un par de conclusiones.
»¿Crees que el camino que has decidido seguir te va a llevar a algún sitio?
»¿Crees que arrancándome una oreja y cubriéndome de mierda vas a conseguir algo de mí?
»¿Es que no piensas, Martina? ¿Eres incapaz de buscar un poco de redención? ¿Acaso eres de piedra? No me entra en la cabeza que, estando como estás y con las perspectivas que se presentan ante ti, no seas capaz de intentar recapacitar. No puedo creer que no sientas ningún atisbo de nada parecido a la culpabilidad.
—¿Culpabilidad? Ya estamos.
—Por tus actos, por tu avaricia y por tu egoísmo ha muerto un montón de gente. Y otro buen montón de gente ha visto su vida seriamente afectada por todo lo que has hecho.
—Te has olvidado de traer un psicólogo aquí abajo.
—¿De verdad que no vas a pedir perdón?
—¿Perdón? —Se incorpora—. ¿Perdón por qué? ¿Por haberme criado en el seno de una familia que no me quería o por haber tenido que ir a lo mío desde que tengo uso de razón?
—¿Qué tal pedir perdón por haber incendiado un barco lleno de gente y haber provocado la muerte de todos lo que allí había además de la de unos pocos que no pudieron superar lo que pasó aquella noche?
—Tú te salvaste —espeta Nina mientras vuelve a sentarse en el único rincón seco que ha quedado dentro de la jaula.
—Cuando uno se cree sus propias mentiras está en la peor de las situaciones posibles. Eres incapaz de asumir tu responsabilidad y solo usas tu cerebro para excusarte y culpar a todo el que haya tenido relación contigo de cualquier cosa mala que hayas podido hacer.
—Pues claro que sí. Si papá y mamá me hubieran criado como es debido…