Nika

Nika


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Bruno

¿Saben eso que dicen de que cuando estás a punto de morir toda tu vida pasa delante de tus ojos? Pues cuando yo vi a Nika llegar al principio del pasillo, agarrada del brazo de su padre, me pasó algo parecido.

Todo lo que nos rodeaba, toda la gente que estaba allí, esperando que los dos dijéramos el esperado «sí, quiero», simplemente desapareció. Mis ojos solo podían verla a ella, todo lo demás se volvió un túnel borroso que no merecía la pena enfocar.

Mi corazón se puso a latir como un tambor de infantería, mis manos empezaron a sudar y el cuello de la camisa se volvió tan estrecho que me dificultaba respirar. Hasta que nuestras miradas se cruzaron. En ese instante, como si hubiese sido tocado por un ángel, mi cuerpo sanó. No sé cómo explicarlo mejor, sencillamente me sentí bien, en el cielo.

Cuando su padre la puso frente a mí, ni siquiera me sentí intimidado por su mirada de «si le haces daño te corto las pelotas». No recuerdo en qué momento el oficiante empezó a hablar, no presté mucha atención. Recuerdo vagamente algunas frases, pero me quedé enganchado a la voz de Paul en el momento en que puso palabras a lo que sentía.

«Cuando el amor te desborda, no quieres ocultarlo. Te sientes tan bendecido por la vida, que quieres gritarle a todo el mundo que eres feliz, quieres que todos sepan que amas y eres amado. Cuando te unes en matrimonio a esa persona no solo se lo estás mostrando, sino que festejas con aquellos que te quieren ese momento de dicha.»

Eso era lo que estaba sucediendo, estaba festejando con la familia el que Nika y yo nos estábamos uniendo como una sola entidad ante la ley y ante ellos. Estaba diciéndole al mundo que amaba a esa mujer y que era correspondido. Nada ni nadie podría interponerse entre nosotros y nuestra vida en común.

Sus dedos suaves aferraban mis manos con un leve temblor. Yo la apreté fuerte, para demostrarle que no la dejaría caer, nunca. Estaba allí para darle todo lo que necesitase.

Ella no era frágil, no era débil. Había demostrado que era una mujer capaz de montar un negocio y llevar las riendas con firmeza, se estaba enfrentando a las convenciones sociales que veían mal que una mujer sostuviese económicamente el hogar familiar. Y aunque al principio a mí me costó asimilarlo, por fin me había dado cuenta de que era una tontería. ¿Qué había de malo en ser el segundo de la casa? Aunque junto a Nika, no tenía la sensación de que uno estuviese por encima del otro. No éramos más que dos proveedores para la unidad familiar, solo que uno aportaba más que otro. Al final, solo había que centrarse en disfrutar juntos de lo que conseguíamos.

Después de los «sí, quiero», mi parte favorita de una boda siempre será el «puedes besar a la novia». Así que cuando llegó el momento, tomé los labios de mi esposa y la besé como llevaba deseando desde que la vi caminar hacia el altar. Y esta vez no tenía que contenerme, podía besarla tanto y como quisiera, porque estaba en mi derecho.

—¡Eh!, deja algo para la luna de miel. —Mi hermano tan simpático como siempre.

—No le hagas caso. —Nika tiró de mí para que siguiera besándola, a lo que uno de sus primos, creo que Adrik, empezó a silbar y aplaudir. ¿O fue Tasha? No lo recuerdo bien.

Después del brindis lo que no esperaba es que los hombres de la familia Vasiliev me acorralaran, o al menos eso hizo Viktor. Me sentó en una mesa y, entre vodka para aquí, vodka para allá, creo que me hizo una oferta de trabajo. Estaba ya más borracho que sobrio cuando me dijo algo de pilotar uno de los aviones de la familia. No me enteré muy bien, pero creo que le dije que sí, que lo haría, sobre todo porque aquello significaba que estaría mucho más tiempo con Nika. Ahora mismo no recuerdo por qué. Estos rusos y su resistencia al alcohol. En Miami era igual, no había nadie que los tumbara con la bebida.

Miami. Seguramente estaría la mitad de los días volando de un sitio a otro, pero vería a la familia con más regularidad.

La noche de bodas fue penosa, lo reconozco. Me quedé dormido en cuanto toqué el colchón, pero es que no soy de ese tipo de personas acostumbradas a beber, y a mí el alcohol me da sueño. Menos mal que por la mañana, con resaca incluida, conseguí dejar el pabellón bien alto. Nadie podría decir que no consumamos el matrimonio, y si no fue suficiente, pues lo repetiría todas las veces que hiciese falta.

Bueno, ya estábamos casados, vivíamos en un apartamento precioso, y teníamos unos trabajos que nos gustaban. ¿Cómo se podía mejorar eso? Pues lo hice, y no me refiero a ampliar la familia con un bebé, eso mejor lo dejábamos para un poquito más a delante.

Como decía, había una cosa que podía hacer para mejorar nuestra vida en la gran ciudad. Cuando pasé por la oficina de alojamiento para darme de baja e inscribir mi nueva dirección, gasté algunos de mis ahorros en el regalo de boda que todos los novios deberían incluir en su lista de bodas. Y no me refiero a SET. Por desgracia, tuvo que volver con Drake, aunque con la promesa de que conseguiríamos uno para nosotros, bueno, para Nika.

Seguramente ya sabrán a lo que me refiero. Sí, no lavaría mucho, pero nuestra nueva máquina del amor se había ganado su puesto en la habitación de la colada. Tuve que hacer sitio retirando un armario, pero en cuanto la vio allí, Nika me demostró que habíamos hecho un buen trabajo de redecoración.

Con la vieja lavadora y el jacuzzi, nuestro apartamento era mucho más que un nidito de amor, era el templo del placer. ¿Mudarnos de aquí? Solo si podía llevarme las dos cosas. Donde fuéramos nosotros se venía nuestra máquina del amor.

¿El futuro? Realmente pintaba bien. No por la oferta de trabajo de Viktor, sino porque estaríamos juntos. Señora Di Ángello. Le había dejado el listón muy alto a mi hermano. Todas las mujeres de nuestra familia eran o habían sido increíbles a su manera. Papá, el abuelo y ahora yo. Una señora Di Ángello no podía ser aceptable, tenía que ser excepcional, como mi Nika, como mamá, como la abuela que no llegué a conocer, como la otra abuela que nos consiguió el abuelo Thomasso. Y algún día, si cumplía con mi parte, traería al mundo a un Di Ángello que tendría que encontrar a una mujer que añadir a la lista. Pero para eso tenemos tiempo.

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