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CAPÍTULO 1

EL PROTOCOLO DON JUAN

Viernes, 17 de febrero de 2040. 22.55 h

La mujer que se hacía llamar Samantha Cataranes bajó del taxi y se encaminó a la casa de la calle 23. La puerta se abrió y un torrente de luz, música y voces se precipitó a la noche. Dos chicas salieron con los brazos entrelazados, absortas en una conversación. Sonrieron a Sam cuando se cruzaron y ella les devolvió la sonrisa. El programa de reconocimiento facial las identificó, y Sam utilizó las lentillas tácticas para superponer en su campo visual, con tenues letras luminosas, el nombre, la edad y el nivel de amenaza junto al rostro de las mujeres. Todos los datos en verde. Eran civiles. No se les conocía relación alguna con su misión.

Sam recorrió con la mirada la fachada de la casa. Sus ojos absorbieron los elementos estructurales, el cableado eléctrico, el sistema de transmisión de datos, las posibles entradas y salidas por puertas y ventanas y los puntos débiles de los muros. Lo examinó todo sin parpadear, pero nada de lo que vio le servía para su tarea de esa noche.

Sintió una punzada en la rodilla izquierda mientras subía por la escalera: un recuerdo del desastroso tiroteo en las proximidades de Sārī. Como si alguna vez fuera a olvidar aquella noche. Notó la rigidez en la cara. Tenía los labios hinchados y la piel de las mejillas tirante; la mandíbula se le ladeaba de una manera rara. Sus nervios se tensaron en protesta por el rostro que les obligaba a componer. Habría sido un alivio relajar los músculos para recuperar su verdadera cara.

Dentro de su cabeza empezaron a revolotear de manera espontánea diversas imágenes que le habían mostrado durante la reunión para informarla de la misión. Un edificio volando por los aires, cadáveres esparcidos por todas partes. Líderes religiosos asesinados por viejos amigos en los que confiaban. Políticos con un repentino e inverosímil cambio de opinión. Una multitud de atentados suicidas con bombas, asesinatos, revueltas políticas, compañías de supersoldados con rostros inexpresivos, un sentido de la lealtad brutal y una ausencia absoluta de conciencia. Y detrás de todo ello, la amenaza común: la nueva tecnología de coacción de Pekín. Una tecnología cuyo objetivo de esta noche tal vez podría ayudarles a entender mejor y a derrotar.

Sam abrió la puerta y entró en la fiesta con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro falso. Recibió el impacto de la música flux a un volumen ensordecedor. El olor corporal de docenas de personas saturó sus sentidos agudizados. Un enjambre de identidades revoloteó por el océano de caras. En algún lugar de aquella casa encontraría a su hombre.

Viernes, 17 de febrero de 2040. 23.10 h

—¿Te apetece pasar un rato divertido? —preguntó la chica, acercándose a él para que pudiera oírla en el barullo de la fiesta, acercándose lo suficiente para un beso.

Kaden Lane fijó la mirada con una atención clínica mientras Don Juan configuraba las reacciones de su cuerpo. Media sonrisa. Secreción de oxitocina. Dilatación de los vasos capilares de las mejillas. Una combinación de confianza y previsión. Las respuestas posibles se arremolinaban en su cabeza y empezaban a tomar forma en sus labios a medida que el paquete de conversación del programa informático evaluaba las distintas opciones:

[Sí, me encanta bailar.]

[Claro. ¿Qué música te gusta?]

[Con una chica guapa como tú, siempre.]

Las señales se propagaron por la red modificada de nodos Nexus de su cerebro. Las nanoestructuras de la droga evaluaban los datos, los procesaban y los transformaban. Don Juan elegía una opción en milisegundos. La información exterior impactaba en los nodos Nexus acoplados a las neuronas de los centros del lenguaje de los lóbulos frontal y temporal. Los impulsos nerviosos salían entonces disparados desde los centros del lenguaje hasta la corteza motora, y desde ahí hasta los músculos de la lengua y la mandíbula, los labios y el diafragma. Una fracción de segundo después de oír a la chica, esos músculos se contrajeron y articularon la respuesta:

—Sí, me encanta bailar —se oyó contestar Kade.

«Quién escribirá estas frases patéticas», se preguntó.

—¿Por qué no buscamos algo bueno para esta noche? —dijo la chica.

Frances. Se llamaba Frances. Se habían conocido hacía veinte minutos en ese mismo pasillo. Tenía veintiséis años, era Virgo y trabajaba como diseñadora gráfica. Frances olía bien y le gustaba tocarle cuando le hablaba, y tenía que reconocer que le quedaban muy bien los pantalones ajustados y el suéter escotado. Adoraba el acroyoga, la música de baile a todo volumen, viajar por Centroamérica y a sus dos gatos.

Kade nunca le había preguntado a nadie su signo del zodiaco. Y en cierto sentido consideraba que todavía no lo había hecho, ya que el autor de la pregunta era el programa informático, aunque hubiera utilizado su boca y sus pulmones. ¿Eso contaba?

La prueba solo debía demostrar que el programa podía valerse de la interfaz Nexus para controlar el proceso de comunicación en una situación real. Rangan había insistido en que utilizaran la aplicación de citas para probar la plataforma y que fuera Kade quien la ensayara. «Tienes que salir y divertirte, tío —le había dicho—. Siempre estás deprimido. Lo que necesitas precisamente es un poco de ligoteo.»

«La próxima vez —pensó Kade entonces—. Rangan puede hacer la prueba de campo.»

—Claro, veamos qué encontramos —respondió Don Juan.

Kade sacó el teléfono móvil y lo apoyó contra la pared. Don Juan se dirigió al aparato:

—Fiestas en la zona de la Bahía esta noche. Inmersión total para dos.

Frances se volvió hacia la pantalla. Un tipo pasó corriendo junto a ella y la empujó. La chica se pegó a Kade y se acurrucó contra su costado. Kade no podía negar que el calor del cuerpo de Frances era tentador. La rodeó con un brazo por la cintura mientras el móvil respondía su petición. Tal vez Rangan no estuviera equivocado del todo…

Los proyectores retinianos del móvil buscaron sus ojos. El sistema de acústica dirigida apuntó a sus oídos. Las distintas fiestas de la zona desfilaron por su campo visual compartido.

SOBRECARGA DE SEROTONINA IV

Un breve anuncio publicitario de la fiesta asaltó sus sentidos: música machacona, iluminación sincopada, sonrisas cordiales, gente abrazada y bailando al unísono.

Frances torció el gesto.

—Un poco demasiado serio para mi gusto.

Kade rio entre dientes.

—Siguiente.

CYGNUS EXPRESS – RECOGIDA DE FONDOS PARA EL PROYECTO ODYSSEUS

La inmensidad del espacio, planetas en órbita alrededor de soles lejanos, gente disfrazada con radiantes trajes espaciales, los pitidos de contacto sobre el fondo estático de radiación cósmica, amortiguados por el ritmo estimulante de la música trance.

Frances se encogió de hombros. Maldita sea, qué gusto daba tenerla pegada al cuerpo.

—En el espacio nadie te oye cuando bailas —dijo la chica.

Kade también se encogió de hombros.

—Siguiente.

SÍ AL NUDISMO DE BANDADAS UNIDAS DEL EROTISMO

Nuevas imágenes y sonidos: cuerpos semidesnudos contorsionándose, moviéndose piel con piel, gemidos rítmicos, una rápida sucesión de bocas, caderas y pechos.

Frances le dio un toquecito con la cadera.

—Esa. Esa parece bastante tórrida, ¿verdad?

Kade se echó a reír. Cualquier otro día no habría tenido el valor de meterse en una como aquella. Pero qué demonios. Esta noche su tarea consistía en llevar al límite la plataforma que habían creado a partir de los nanoelementos de Nexus.

«No se me ocurre una prueba mejor —se dijo—. Todo sea por la ciencia.»

Don Juan respondió por él:

—Quizá. ¿Tienes pensado propasarte conmigo?

Kade cedió el mando a Don Juan, le prestó el ojo para que se lo guiñara a Frances.

Frances sonrió con picardía y enarcó una ceja. Se volvió hacia él, todavía con sus cuerpos pegados.

—Ya te gustaría, ¿eh?

Lo miró con sus bonitos ojos verdes y dejó caer los párpados.

—¡Oh! Para mí que a quien le gustaría es a ti —replicó Don Juan. Kade le pasó el otro brazo por la cintura y la apretó contra sí, mirándola a los ojos.

Frances se mordió el labio inferior.

—Demuéstralo.

Kade habría tartamudeado, se habría puesto rojo, pero una lógica más calculadora tenía el control.

—¿Tu casa o la mía?

Se besaron, Kade con la espalda apoyada contra la pared de la habitación en la que se habían colado. Frances era de las que se reían. Kade encontraba el entusiasmo juguetón de Frances contagioso. Se besaron sin parar, rieron y se hablaron en susurros. La objetividad científica de Kade desapareció. Alguien abrió la puerta de la habitación, los vio y volvió a cerrarla con una disculpa. Más risas. Más besos. Las risas se transformaron en suspiros. Los suspiros dieron paso a las manos que buscaban a tientas. Sus cuerpos desprendían calor. Los jadeos de Frances eran cada vez más breves e intensos. También los de Kade.

«Los diálogos son una mierda, pero no puedo quejarme de los resultados», se dijo Kade. Había prometido a Rangan que haría una prueba complementaria. Era el momento de las interfaces kinestésicas…

Mantuvo los ojos cerrados mientras la besaba, inmerso en el sistema operativo Nexus que había creado con Rangan sobre los cientos de millones de nanoestructuras de la droga que poblaban sus mentes.

Unos tenues dígitos luminosos desfilaron por la parte inferior de su campo visual. A su derecha apareció una columna de iconos. En la barra de herramientas estaba minimizada la ventana del cuaderno de notas de la investigación con los apuntes que había tomado sobre el terreno. El barullo amortiguado de la fiesta seguía retumbando en sus oídos. Kade hizo una evaluación de su pulso, respiración y actividad neuroeléctrica, del estado de la interfaz, de los niveles de neurotransmisores y neurohormonas. Todo en verde. Vio cómo se ejecutaba en sus modelos la copia de Don Juan que Rangan había pirateado y modificado; funcionaba como la seda y utilizaba solo los recursos asignados. Buscó otro programa, el Peter North, de realidad virtual pornográfica, que Rangan había copiado y hackeado para enviar respuestas a su programa informático de control corporal.

[activar: peter_north modo: interacción_total prioridad: 1 nivel_sexual: 2]

Frances se apretó contra él con una insistencia renovada. Las risitas habían desaparecido. Acarició con sus labios húmedos el mentón de Kade y tiró de su piel. Su cuerpo ardía en las manos de Kade. Los pantalones ceñidos eran suaves y escurridizos, y le marcaban el culo perfectamente. Separó ligeramente los muslos, apoyó las caderas en las de Kade y se frotó contra su pierna mientras se besaban. Sus suaves gemidos de placer penetraron directamente en alguna zona primaria del cerebro de Kade. Las cifras y los iconos seguían flotando en su campo visual.

Kade pasó por alto un paquete de estímulos para dejarse absorber por el otro.

Peter North estaba ahora al mando. Se trataba de un programa de realidad virtual pornográfica que Rangan había descargado de internet y adaptado para su sistema operativo Nexus con el objetivo de probar sus interfaces kinestésicas. Realizó una serie de cambios de postura y trazó vectores musculares y articulares. Los nodos Nexus en el cerebro de Kade echaban chispas, ya que las señales viajaban de su corteza motora a sus extremidades y el cuerpo de Kade respondía en consecuencia.

Frances gimió suavemente, deslizó el culo hasta la mano de Kade y se frotó contra su cadera. Peter North le recorrió la espalda con la mano, llegó al borde de su suéter escotado y continuó por la suave tela del trasero de los pantalones ajustados. Después de estrujar un cachete perfecto, levantó una mano en el aire y la dejó caer con un movimiento seco.

—Ooooh —susurró Frances.

La chica le mordió sin apretar el labio inferior y tiró de él. Le acarició el pecho con un dedo y jugueteó con uno de sus pezones. El dedo índice y el pulgar se juntaron y esta vez le pellizcaron con la fuerza suficiente para hacerle daño.

«Joder —pensó Kade—. ¿De dónde sacaría yo que esto era una mala idea?»

Peter North apresó a Frances por las caderas, condujo a ambos hasta el sofá y la tiró encima de él. El programa informático colocó el cuerpo de Kade sobre el de ella, arrodillado en el borde del cojín, y le hincó una rodilla entre los muslos. Las manos de Kade se sumergieron en el cabello de la chica y se cerraron. Peter North tiró del pelo y obligó a Frances a echar atrás la cabeza y a mirarlo; esperó a que ella abriera los ojos para mirarse fijamente, prolongó ese momento un instante y luego pegó su boca a la de Frances.

«Gracias, gracias, gracias, Rangan, por obligarme a venir y a divertirme un rato.»

Frances respondió hundiendo en su espalda las uñas afiladas, que le hicieron daño incluso estando la camisa de por medio. Levantó un poco las caderas del sofá para frotarse con más fuerza contra su rodilla y apretó los muslos alrededor de la pierna de Kade. Ronroneó en su boca mientras sus manos se topaban con el cinturón de él; sus dedos se abrieron paso por debajo de la camisa. Buscando piel, dispuestas a hacer sangre.

Kade hizo un esfuerzo para concentrarse. Se obligó a añadir notas en el cuaderno de la investigación. Seguía siendo un científico, maldita sea.

[Control muscular fluido. Sistemas de reacción excelentes. Posible respuesta al dolor insuficiente.]

En el exterior, Peter North le hacía envolver un seno con una mano y le mantenía la otra enredada en el cabello de Frances. Su camisa había desaparecido. Frances descendía a mordiscos por su torso, su vientre.

[Ya no hay duda. Respuesta al dolor insuficiente.]

Entonces Frances puso la mano en la entrepierna de Kade. Estaba empalmado, todo lo empalmado que le permitían los límites de seguridad que Rangan y él habían programado en la interfaz. Frances parecía estar conforme. Le sonrió de una manera seductora mientras le estrujaba la parte delantera de los pantalones; su mano empezó a moverse al ritmo de sus muslos alrededor de la pierna de Kade…

Kade no tomó ninguna nota al respecto. Ya había probado con creces el módulo de erección.

Frances le sonrió coquetamente y mantuvo apretada la mano.

—¿Esto es por mí?

Se lamió los labios con lascivia.

En la cabeza de Kade se formó la imagen de lo que estaba a punto de suceder y su corazón se aceleró. Abrió la boca para responder.

[alerta interfaz – máximo de picos por segundo > parámetros]

[alerta interfaz – pérdida de paquetes en la conexión 0XE439A4B]

[ERROR interfaz – puerta no encontrada 0XA27881E]

[ERROR interfaz – puerta no encontrada 0XA27881E]

[alerta interfaz…]

«¡Joder!»

Su campo visual se inundó de mensajes de error y de alertas. Los parámetros visualizados se volvían amarillos y rojos. La amplitud de banda intercotidal se había saturado. Los paquetes caían. Los ciclos de los procesadores se consumían con los módulos de errores en la recepción y en la corrección, que se pisaban unos a otros en su esfuerzo frenético para reparar los fallos.

En el exterior, ni Peter North ni Kade tenían el control de su cuerpo. Sus caderas daban sacudidas espasmódicas y sus manos agarraban con fuerza la cabeza de Frances. Su entrepierna, todavía con los pantalones puestos, golpeaba el rostro de la chica con cada convulsión pélvica. Tenía la boca completamente abierta y era incapaz de fijar la vista. De su garganta escapaba un ruido incoherente.

—Ag. Ag. Ag.

[alerta interfaz – máximo de picos por segundo > parámetros]

[alerta interfaz – máximo de picos por segundo > parámetros]

[ERROR interfaz…]

«Joder. Joder. Joder.»

[detener sistema], ordenó.

Nada.

[detener sistema], repitió.

Nada.

[detener sistema] [detener sistema] [¡detener sistema de una puta vez!]

La estimulación neuromuscular cesó. Las pantallas internas de Kade desaparecieron. Sus músculos se relajaron. Sus caderas dejaron de moverse. Sus manos dejaron de presionar la cabeza de Frances. ¡Hecho!

Kade tomó aire. Otro violento espasmo recorrió hasta el último músculo de su cuerpo, y luego otro, y otro…

«¿Y ahora qué pasa? Mierda.»

Estaba eyaculando.

Retrocedió para alejarse de Frances y se derrumbó sobre la cama que tenía detrás, con la espalda arqueada y los dedos de los pies flexionados, como si un efecto secundario de la estimulación lo hubiera sumido en un éxtasis general. Rio a carcajadas. Las lágrimas rodaron por su rostro. Giró para tumbarse de costado, embargado por un sentimiento de felicidad, confusión y satisfacción, al que se sumaba una profunda y somnolienta sensación de paz. «Ahhhh…»

—¿Qué coño ha sido eso? —le gritó Frances, que se había puesto de pie y se había llevado una mano a la cara—. ¿De qué vas, tío?

Kade se dio la vuelta todavía aturdido, abrió la boca para disculparse, explicarse; intentó levantarse.

—Frances…

—¡No te muevas, capullo! —lo señaló con un dedo acusador—. ¡Ahora voy a salir de esta habitación, y como se te ocurra parpadear siquiera, me pondré a gritar!

Frances caminó de espaldas en dirección a la puerta.

—Escucha, lo siento. Yo no quería… eh…

—¡Cierra el pico, subnormal chuloputas! La próxima vez que quieras jugar duro, pregunta antes, cabrón.

Abrió la puerta, salió y la cerró de un portazo. Kade oyó que al otro lado de la puerta decían:

—Tíos, ahí dentro hay un psicópata…

«Bueno, al final no ha ido tan bien.»

Viernes, 17 de febrero de 2040. 23.47 h

Venían por él. El Cuerpo. Sus hermanos. Oyó los helicópteros y los disparos de las armas ligeras. Habían encontrado el lugar donde lo habían llevado, donde lo tenían retenido, donde había visto con una nitidez absoluta los abismos del infierno. Nunca se abandona a un compañero. Venían por él, y que Dios se apiadase de todo aquel que se interpusiera en su camino.

Watson Cole se despertó sobresaltado, empapado en sudor, con el corazón aporreándole el pecho y un nudo en la garganta. El cuerpo medio incorporado en la cama; un musculado brazo negro levantado como para protegerse de un golpe. Estaba tiritando.

«Joder. Estaba soñando. Otra pesadilla.»

—¡Luz! —gritó.

La minúscula habitación se iluminó. La luz atenuó el miedo. No estaba en Kazajistán. Ni en la guerra. Estaba en su apartamento en San Francisco.

Se dejó caer de nuevo en la cama. Las sábanas estaban empapadas con sus sudores nocturnos.

«Respira. Relájate. Respira.»

Esta vez había sido la operación de rescate. La operación y la chica. Lunara. Soñaba con todo ello. Arman, Nurzhan, Temr. Pero sobre todo con Lunara. Con los tipos que lo habían encerrado. Los que habían utilizado esa droga llamada Nexus para abrir su mente e introducirse en ella, ellos y muchos otros. Los tipos que le habían llenado la cabeza de recuerdos atroces de víctimas de la guerra. Ya habían pasado dos años, pero seguía soñando con ellos. Todavía soñaba sus vidas.

«¿Por qué yo? ¿Por qué me ha tenido que tocar a mí?»

Había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. Así de simple. Si…

«Todavía estaría allí. Matando por mi país. Asesinando. Ignorante. Ciego. Feliz.»

«Y otra persona tendría este infierno en su cabeza.»

«Respira. Relaja los músculos. Respira.»

Su corazón empezaba a latir más despacio. Los temblores casi habían desaparecido. Echó un vistazo al reloj que había junto a la cama. Ni siquiera era medianoche. Solo había dormido una hora. Se volvió hacia la mesita de noche y la tentación que representaba el bote de pastillas que guardaba en el cajón superior. La medicación le ofrecía una inconsciencia libre de sueños. Pero estaba yendo a más. La dosis que necesitaba no dejaba de aumentar.

Él no había pedido vivir en este infierno; simplemente le había tocado en suerte. No había pedido tener los ojos abiertos, pero los tenía. No había pedido una oportunidad para redimirse, pero se la habían concedido. Se la habían ofrecido en la forma de estos chavales idealistas que lo habían acogido como a un miembro más de su familia. Se la habían ofrecido en la forma de su Nexus modificado y mejorado; unas mejoras que convertían la droga en una herramienta aún más poderosa para llegar a la mente y el corazón de las personas.

Nexus lo había cambiado. Le había permitido ver sus actos a través de unos ojos que no eran los suyos. Le había mostrado el mal que él y otros hombres como él habían causado. Lo había animado a buscar otra vía, a intentar hacer que el mundo fuera mejor. Y si Nexus había hecho todo eso con él, un hombre fuerte donde los hubiera, ¿qué no sería capaz de hacer con otros?

Watson Cole se levantó y se vistió para salir a correr. Estaba decidido a llevar su cuerpo hasta el límite de la extenuación. No quería caer en la dependencia de los medicamentos. Debía mantenerse en forma y fuerte. Aún tenía que resolver un par de asuntos pendientes antes de pagar por sus crímenes.

La droga que lo había transformado a él podía cambiar el mundo. Y él colaboraría para que así fuera.

Viernes, 17 de febrero de 2040. 23.55 h

«Maldita sea —se dijo Kade—. Vaya momento para un bug

Se mojó la cara en el cuarto de baño; trató de serenarse. Era hora de largarse, de reparar el error.

Abrió la puerta del baño y se fundió con la muchedumbre de la fiesta. La puerta trasera era la salida más segura. Ya había recorrido la mitad de la distancia que lo separaba de ella, evitando el contacto visual con otras personas, cuando oyó su nombre y sintió una mano encima del hombro.

—¡Hola, Kade!

Era Dominique, la anfitriona.

«Mierda.»

—Kade, quiero presentarte a alguien.

Es Samara. Sam, te presento a Kaden Lane. Kade, esta es Samara Chavez. Sam me estaba hablando de un artículo que había leído que me recordó tu trabajo.

Sam rondaba los veinticinco años, tenía la piel de color aceituna y un cabello negro y liso que le caía sobre los hombros. Iba vestida con unos elegantes pantalones informales negros y un suéter gris ceñido. Debajo del suéter había un cuerpo musculado. Tenía la complexión física de una nadadora.

—Encantada de conocerte, Kade. Dominique me ha dicho que estás haciendo un doctorado en comunicación entre cerebro y ordenador.

Kade lanzó una mirada hacia la puerta trasera. Estaba tan cerca…

—Sí. En el laboratorio Sánchez de la Universidad de San Francisco. ¿De qué artículo hablabais?

—El de los dos monos que tienen zonas del cerebro conectadas de manera inalámbrica. Uno veía a través de los ojos del otro.

Warwick y Michelson. Tuvieron cierta repercusión en los medios.

—Sí, el artículo era bueno —respondió Kade—. De vez en cuando trabajo con los autores. Están en Berkeley.

—Qué guay —dijo Sam—. ¿Tú también trabajas en eso?

Dominique se retiró.

Kade enroscó ligeramente las piernas, consciente de la mancha que tenía en los pantalones.

—La mayoría de las becas se conceden a la investigación de interfaces para controlar las funciones corporales… los músculos y cosas así.

Le volvió a asaltar la imagen de sus caderas sacudiendo descontroladamente la cara de Frances. Se apresuró a continuar:

—Ya sabes, para que la gente con parálisis pueda volver a moverse. Mi tesis se ocupa de funciones cerebrales superiores. Memoria, atención, representación cognitiva.

Kade hizo una pausa. No estaba muy seguro de hasta qué punto Sam estaba interesada en el tema.

Ella tomó la palabra.

—Interesante. ¿Conoces ese experimento en el que le enseñan a un ratón el plano de un laberinto y otro ratón, solo conectándoles los cerebros, también lo aprende?

Kade se echó a reír.

—Ese trabajo era mío. Fue el primero que escribí como estudiante de postgrado. Nadie creía en nosotros.

Sam arqueó una ceja.

—No me digas. Era impresionante. ¿Y cómo pensáis desarrollarlo? ¿Creéis que…?

Sam resultó estar sorprendentemente interesada en las neurociencias. Le acribilló a preguntas sobre el cerebro, su trabajo y sus proyectos. Kade olvidó rápidamente su fiasco anterior y sus planes de huida, y de paso se enteró de un par de cosas de Sam. La chica se dedicaba a la arqueología digital, ayudaba a las empresas a recuperar información perdida en sistemas obsoletos y desorganizados. Vivía en Nueva York, pero la habían contratado en San Francisco para un trabajo de un par de meses. Acababa de llegar a la ciudad y buscaba amigos. Era divertida, inteligente y guapa. Le reía las gracias y encima compartía uno de sus intereses.

—Así que eres un especialista en el cerebro. ¿Has oído hablar de esa droga llamada Nexus? —preguntó.

Kade asintió con cautela.

—Algo he oído.

—Dicen que en realidad no es solo una droga, sino una especie de nanoestructura. Y que conecta cerebros. ¿Es posible algo así?

Kade se encogió de hombros.

—Se puede hacer con cables y radios. ¿Por qué no también con una sustancia que te tragas? Mientras llegue al cerebro…

—Ya, pero ¿de verdad funciona?

—He oído que sí —respondió Kade.

—¿Lo has probado alguna vez?

Kade esbozó una amplia sonrisa.

—Eso sería ilegal.

Sam le imitó la sonrisa.

—¿Y tú? ¿La has probado?

La chica negó con la cabeza.

—Tuve la oportunidad de hacerlo en Nueva York el año pasado, pero no la aproveché. En la Costa Este estamos secos.

«Una primeriza —pensó Kade—. Podríamos utilizar más primerizas en el estudio…»

Vaciló un momento.

—Aquí también estamos secos. Últimamente ha habido muchas redadas.

Sam asintió.

Kade no oyó lo que la chica le dijo a continuación porque con el rabillo del ojo había advertido algo. A alguien: Frances.

«Mierda.»

— … un completo imbécil. Un animal.

Frances estaba de espaldas a él. Todavía no lo había visto.

— … parecía un ataque epiléptico. Ese tío necesita ayuda. Ayuda profesional.

La puerta trasera. Enfiló discretamente hacia ella.

—¿Kade? ¿Te pasa algo?

Sam. Se volvió hacia ella.

—Tengo que irme. Lo siento. Espero que volvamos a vernos.

La dejó plantada y se abrió paso hacia la puerta.

Samantha Cataranes se quedó observando la huida de Kaden Lane de la fiesta.

«¿Le habré asustado? Seguramente.»

Un mensaje que apareció en un rincón de la pantalla de las lentillas tácticas atrajo su mirada. Estaba en rojo. Un rojo intenso. El sensor del collar que llevaba puesto había captado con claridad transmisiones de Nexus. Kaden Lane, con independencia de lo que le hubiera dicho, no solo había probado el Nexus, sino que lo había utilizado esa misma noche, y en una dosis mucho mayor de la que jamás había visto hacerlo a un ser humano. Era muy extraño que lo hubiera tomado en estas circunstancias, es decir, solo. ¿De qué servía tomar Nexus si no había otra persona utilizándolo con quien conectarse? El tiempo le daría la respuesta.

Ya encontraría otra manera de introducirse en su reducido círculo. Quizá a través de Rangan Shankari.

Sam dio media vuelta y buscó a otra persona con quien ligar. Su tapadera lo exigía.

Kade recorrió el laberinto tridimensional de neuronas y nanodispositivos. Las antenas de nanofilamentos crepitaban cada vez que los nodos Nexus enviaban y recibían datos. La energía acumulada en gran cantidad en los cuerpos celulares neuronales alcanzaba el umbral crítico y se expandía rápidamente por los largos axones para animar otros millares de neuronas. Las listas de códigos se mostraban en las ventanas alrededor de él. Los valores de los parámetros cambiaban ante sus ojos.

Después de la debacle de la fiesta, era un gustazo reparar el código programado en su cerebro. Tumbado en la cama, lejos de todo peligro, su mente se lo pasaba en grande dentro del entorno de desarrollo de Nexus, siguiendo el hilo de los sucesos que habían conducido al fallo. Kade se sentía como pez en el agua.

Avanzó por la sucesión de acontecimientos de la noche anotados en el cuaderno de notas y por los impulsos de los nodos Nexus y las neuronas de su cerebro, hasta que localizó el fallo en el sistema operativo. Luego hizo el camino inverso por los parámetros del sistema hasta que entendió lo que había ocurrido. Los nodos Nexus se habían disparado en reacción a las neuronas excitadas y habían provocado una catarata incontrolada. Era necesario incrementar la revisión de los enlaces. La reparación era sencilla. El código se abrió para él, cambió en respuesta a sus pensamientos. Lo seleccionó, lo probó, eliminó un nuevo error que había introducido y repitió todo hasta que estuvo listo.

Abandonó a regañadientes el mundo creado en su mente y recuperó los sentidos de su cuerpo. Entonces recordó a la otra chica: Samara.

Un individuo primerizo de sexo femenino les iría bien para el estudio del día siguiente, en el que iban a probar los cambios que habían introducido en la calibración. Ya tenían el cupo completo, pero no pasaba nada por añadir a otra chica. ¿Cumplía los requisitos? Sí. ¿Era una imprudencia? Quizá. Pero otra chica primeriza les podría ser muy útil…

Y además era lista, divertida y guapa…

Sacó la tableta y proyectó la pantalla en la pared. Compró una aplicación de reputación para averiguar todo sobre Samara Chavez de Nueva York.

Ahí estaba. Samara A. Chavez. En verde.

Indagó en los detalles. Dos grados de separación con Kade. Una dirección de Brooklyn. Miles de fotos suyas en internet. Citada en varios congresos de arqueología digital y fórums en la red. Un permiso para realizar su actividad profesional en el ámbito privado en todo el país. Ninguna mención de ella en las páginas de narcotráfico. Su rostro no coincidía con ninguna fotografía de presuntos narcotraficantes. En resumen, según el programa era una persona de fiar y seria.

«Acude siempre a una segunda fuente», habría dicho Wats.

También pagó por un servicio de comprobación de solvencia para verificar su identidad. El resultado fue una dirección que coincidía con la anterior, el mismo número de teléfono que aparecía en la red, un historial de créditos aceptable, ningún problema con la ley ni lagunas en su vida profesional ni académica. Todo estaba en regla.

Kade bostezó y miró la hora. Ya eran casi las dos de la mañana. ¿Quedaba algo por comprobar? No se le ocurrió nada.

Escribió un mensaje con una invitación a la dirección pública de Sam. ¿Le apetecería ir a una fiesta el sábado? ¿Una fiesta en la que podría encontrar cierta sustancia sobre la que había estado preguntándole? No podía decirle el lugar exacto, pero estaría encantado de pasar a recogerla.

Releyó el mensaje. Lo envió.

Luego se desnudó y se dejó caer en la cama.

Sam lanzó una patada, se cubrió, un puñetazo, otra patada. Los enemigos imaginarios caían delante de ella.

Al otro lado de la habitación, un pitido anunció la llegada de un mensaje nuevo. El tono estaba vinculado a Kaden Lane.

Sam hizo caso omiso del sonido y continuó su progreso por los ciento ocho pasos de la kata que estaba practicando. Sus extremidades se movían con una agilidad y una precisión sobrehumanas mientras ejecutaban una secuencia de golpes, bloqueos y fintas con cuatrocientos años de historia.

«Concéntrate —le había dicho Nakamura en sus lecciones—. Déjate absorber por lo que estás haciendo. Deja fuera todo lo demás.»

Hizo esperar el mensaje hasta que completó la kata. Solo entonces hizo una reverencia en la sala vacía, con las extremidades ligeramente temblorosas y la frente empapada en sudor, y ordenó a su tableta que le mostrara el mensaje.

El mensaje apareció en el aire delante de ella. Iba dirigido a Samara Chavez. Era una invitación a una fiesta donde Kade le insinuaba que podría probar Nexus.

«Supongo que después de todo no lo asusté tanto.»

Apagó la proyección de la tableta con un gesto de la mano y la imagen desapareció. Decidió responder al día siguiente, a una hora razonable.

Samantha Cataranes se volvió de nuevo hacia el centro de la sala, hizo una reverencia e inició la ejecución de la siguiente kata.

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