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CAPÍTULO 21

WILD AT HEART

Shu siguió analizando a Kade cuando el coche se detuvo en la puerta del Wild at Heart, el bar donde se celebraba la fiesta de los estudiantes de neurociencias.

—Hemos llegado —dijo Feng cuando abrió la puerta del vehículo para que el chico saliera—. ¡Servicio de puerta a puerta!

—Ha sido una conversación muy estimulante, Kade —dijo Shu—. Espero que volvamos a vernos pronto.

—Opino lo mismo, doctora Shu. Gracias por la cena. Me pondré en contacto con usted para informarle de las fechas de mi visita a Shanghái.

Se estrecharon las manos.

—Ha sido un placer conocerle, Feng. Nuestra charla me ha parecido muy interesante.

Kade le dirigió un gesto con la cabeza, le dijo adiós con la mano y se marchó.

Feng se sentó de nuevo al volante.

—¿Y bien? —le preguntó Shu.

Feng metió la primera marcha, miró a ambos lados y se incorporó con cautela al caótico tráfico de Bangkok. Shu sabía que el chófer necesitaba tiempo para ordenar las ideas y formarse una opinión propia antes de responderle. Después de tantos años, mantenía intacta su prudencia.

«Yo los hice así.»

—El chico es peligroso —le dijo, al fin, mentalmente—. Representa un riesgo enorme.

—Podría sernos muy útil —respondió Shu—. El trabajo que ha realizado para llegar tan lejos tan rápido es impresionante.

—No tanto como el suyo —señaló Feng.

—Feng, la superioridad numérica de los humanos es aplastante. Por muy capacitada que yo esté, no puedo hacerlo todo sola, ni siquiera con el equipo de Shanghái. Para vencer necesitamos más gente en nuestro bando. Más gente que sea capaz de extender los límites. Y esa clase de individuos escasean. Kade es uno de ellos.

—¿Solo se trata de eso? —inquirió Feng.

Conocía demasiado bien a Shu. El viejo odio había renacido. Los recuerdos dolorosos habían vuelto. Yang Wei, su mentor, quemado vivo atrapado en la limusina, víctima de la CIA. Junto con…

—Los odio, Feng. La CIA, la ERD, son la misma cosa. Los desprecio por las mentes brillantes que han destruido. Los odio por el dolor que han infligido. Y, sí, me molesta que utilicen a Kade como arma contra mí. ¿Cómo se atreven? Esos ignorantes, esos idiotas infecciosos. Yo no soy una máquina, Feng. Siento emociones con la misma fuerza que antes. Y lo que siento por los americanos es odio.

Feng guardó silencio unos instantes antes de decir mentalmente:

—Podría obligarle a colaborar.

Shu rio. ¿Estaba Feng poniéndola a prueba?

—Ya sabes lo que opino sobre eso. Si optara por controlarlo, ¿qué mensaje estaría enviando a los demás? ¿Tendría que controlarlos a todos? ¿Qué logros alcanzarían siendo mis títeres? Me convertiría en lo que son nuestros amos, y sin obtener nada a cambio. No. Somos más eficaces como seres autónomos que deciden unirse. Nuestra colaboración debe ser voluntaria.

Shu percibió que su respuesta dejaba satisfecho a Feng. Si se trataba de una prueba, la había superado. La frontera entre la lealtad y la coacción seguía siendo nítida.

—Aun así me preocupa —señaló Feng—. Los americanos la respetan. No se conformarán con respuestas superficiales. Hurgarán en su cerebro; no les temblará el pulso si tienen que utilizar métodos destructivos. Puede ser que los recuerdos y los obstáculos que le ha implantado no resistan.

—No le harán daño —afirmó Shu—. Quieren utilizarlo para espiarme. Y mi obra resistirá todo lo que no sean métodos demasiado destructivos.

—Quizá —repuso Feng.

—De todos modos, los americanos no pueden hacerme daño.

—Quizá.

Feng no estaba tan seguro de la invulnerabilidad de Shu.

—Pueden complicarle las cosas —insistió—. Y mucho.

—Ya lo sé.

—Podrían poner a nuestros amos en contra de usted —observó Feng—. O quién sabe si algo aún peor.

Esa posibilidad existía, y exigía que extremara sus medidas de seguridad.

—¿Qué me recomiendas?

Feng permaneció en silencio mientras se abría paso con el coche por el tráfico de Bangkok bajo la lluvia.

—Creo que no deberíamos dar la oportunidad a los americanos de que sometan a Kaden Lane a un interrogatorio exhaustivo.

—¿Piensas que deberíamos liberarlo? ¿O que deberíamos matarlo?

Feng volvió a quedarse callado.

—Pienso que no deberíamos dar la oportunidad a los americanos de interrogar a Kaden Lane.

—No creo que nuestros amos estén de acuerdo en silenciarlo o en llevarlo a China a corto plazo.

Feng se tomó su tiempo antes de responder.

—No tienen por qué estar de acuerdo en algo que desconocen. Se producen accidentes continuamente. Bangkok es una ciudad peligrosa.

—Te has vuelto un tipo muy duro, Feng —dijo Shu—. ¿Serías capaz de matar a ese chico? ¿A un inocente?

—Mi prioridad es su seguridad, doctora Shu. Y él supone una amenaza.

—¿Qué pasa con la chica? ¿La agente que está con él?

Feng meditó un momento.

—Sera difícil, pero no imposible.

—Preferiría a Kade vivo, y en nuestro bando, antes que muerto.

—Tal vez no sea posible elegir —replicó Feng—. Hay que actuar de acuerdo con las opciones que se nos ofrecen.

Su-Yong Shu se recostó en el asiento del coche y reflexionó en silencio.

El bar Wild at Heart era un club nocturno de tres plantas en el centro del barrio turístico de Bangkok. Eran las nueve de la noche, justo el ecuador de la fiesta, que estaba programada entre las ocho y las diez, y el local estaba atestado de estudiantes que habían asistido al congreso. Kade se abrió paso entre la multitud, abstraído. ¿Qué había esperado? ¿Que Shu fuera inocente de todas las acusaciones que la ERD había vertido sobre ella? ¿Que fuera un monstruo?

No era ninguna de las dos cosas. Kade jamás se habría atrevido a soñar con la oportunidad que estaba ofreciéndole. ¿Podía aceptarla? ¿Podría engañar a la ERD? ¿Sería capaz de mirarse al espejo si su trabajo acababa empleándose como un arma contra personas inocentes?

¿De verdad quería convertirse en un ser poshumano? ¿En un semidiós? ¿Ser inmortal?

Se puso en la cola de la barra y sacó dos billetes de cien bahts para pagar una copa de algo fuerte. El vínculo Nexus de su móvil se activó antes de que diera el primer trago.

[sam] Bienvenido de nuevo. Reúnete conmigo en la azotea.

Kade se encogió de hombros y enfiló hacia la azotea, bebiendo del vaso por el camino. «Que empiece el espectáculo. Otra vez.»

Encontró a Sam de espaldas a la fiesta, contemplando las calles de la caótica y empapada capital de Tailandia.

—Hola.

—Hola.

Sam recibió a Kade con una sonrisa. Posó una mano en el brazo del chico.

[sam] Rodéame con el brazo.

[kade] ¿Cómo?

[sam] Haz lo que te digo.

Se volvió de nuevo hacia la ciudad y se apoyó en la barandilla. Kade hizo una mueca y se colocó a su lado, con la ciudad frente a él. Sam se apretó contra su cuerpo. La lluvia casi refrescaba la noche. Kade no pasó por alto el calor que desprendía Sam debajo de su mano, la firmeza de sus carnes y las curvas sinuosas…

[sam] Dame la otra mano.

[sam] Necesito unas gotas de tu sangre.

[kade] ¿Qué?

[sam] Tengo que comprobar si te ha administrado alguna sustancia.

[kade] Te lo habría dicho.

[sam] Quizá. Si lo supieras. Si pudieras. Dame la mano.

Kade obedeció. Sam le cogió la mano y sacó un pequeño artefacto rectangular negro. Lo presionó contra la yema de un dedo de Kade. El chico notó un breve pinchazo y a continuación una ligera succión. Al cabo de unos segundos, Sam retiró el aparato y volvió a guardárselo en el bolsillo.

Se acurrucó contra Kade, con una sonrisa en los labios.

—Dime, ¿has cenado bien?

[sam] ¿Cómo ha ido?

[kade] Bien. Me ha invitado a visitar el laboratorio para ver si encajaría en el perfil de la plaza de posdoctorado ofertada.

[sam] Excelente. Ahora enséñame la cena. Déjame verla y oírla poniéndome en tu lugar.

Ahora empezaba el verdadero espectáculo. Kade se sumió en los recuerdos alternativos que Shu había implantado en su cabeza. Encajaban como una máscara, como una prenda envolviendo su mente, como un personaje que estuviera interpretando sobre un escenario. Se abrió a Sam.

La agente recorrió los recuerdos de Kade de la cena. Él la observaba. Sam no se entretuvo en la parte inicial de la conversación y fue directamente al fragmento en el que hablaban de trabajo, absorbió la calidad de los platos, la sensualidad que rezumaba Shu cuando saboreaba la comida.

Kade descubrió con sorpresa que estaba excitándose. Era placentero sentir el cuerpo de Sam pegado al suyo. La tenía cogida por la cadera. A pesar de la firmeza y de la musculatura, Sam tenía curvas… Le llegaba el aroma de su cabello. Le gustaba sentir su calor, su contacto.

Sam se percató de su estado y se separó una pizca para dejar un hueco casi imperceptible entre ambos cuerpos. La mano de Kade seguía en la cadera de Sam, pero el mensaje era claro: «Solo estamos fingiendo, colega».

Kade suspiró. Él no había querido ponerse cachondo con Samantha Cataranes.

Sam continuó hurgando en los recuerdos de Kade. Analizó la cena y la conversación de principio a fin. Si detectó algún error, si vio algo que le pareció sospechoso, no se le notó.

Los móviles de Sam y de Kade sonaron a la vez. Narong les había enviado un mensaje.

«¿Nos vemos en la puerta a las 22.15 h para ir a la otra fiesta?»

[kade] ¿De qué va eso de la otra fiesta?

[sam] Es una oportunidad para acercarse a Narong, lo que significa acercarse a Suk Prat-Nung y a su tío Ted. Vamos a ir.

[kade] Tú mandas.

Regresaron a la fiesta y se mezclaron con los estudiantes durante otra hora. A las diez en punto la fiesta terminó oficialmente. Algunos estudiantes decidieron quedarse en el Wild at Heart. El resto desfiló por la puerta hacia la noche lluviosa. Sam arrastró a Kade hasta la entrada principal. Narong estaba esperándolos.

—¿Dónde es la fiesta? —preguntó Sam.

—En Sukhumvit —respondió Narong—. ¿Conoces la ciudad?

—Un poco —dijo Sam.

—Está en las afueras de Soi Sama Han, al este del barrio de Nana. —Narong miró la lluvia—. Podemos acercarnos en taxi y luego continuar a pie un par de manzanas.

La ubicación despertó el interés de Sam. «Así que en Soi Sama Han. Vaya.»

—¿Eso está cerca del mercado Sukchai? —preguntó la agente.

Narong pareció sorprenderse.

—A un par de manzanas. En realidad no pasaremos por allí. Vamos por otro camino.

—La verdad es que me encantaría verlo. He oído un montón de historias sobre él.

Narong parecía incómodo.

—Bueno, no es la mejor zona de la ciudad, que digamos…

Sam se rio.

—Ya soy mayorcita. Y científica. Tengo mucha curiosidad.

Narong escrutó los ojos de Sam, como intentando determinar su fortaleza; o hasta qué punto podía confiar en ella. Tomó una decisión.

—Vale. Cuando lleguemos allí, no os separéis de mí y haced lo que yo diga. Kade, ¿estás de acuerdo?

Kade no entendía nada.

—Claro. Yo os sigo.

Narong se encogió de hombros, recogió el paraguas del cubo de la entrada y salió a la calle. Paró un tuk-tuk con un silbido. Los tres se subieron en el asiento trasero, Sam apretujada entre Kade y Narong. La agente percibía los esfuerzos de Kade para afrontar con una indiferencia estudiada el contacto de sus cuerpos. En cuanto a Narong, Sam no necesitaba una conexión Nexus para leerle la mente.

El tuk-tuk se deslizó entre el tráfico bajo la lluvia. Las calles reflejaban el resplandor cegador de las luces de neón. Brillos rojos, azules, verdes, amarillos… un arcoíris de destellos fluorescentes. La lluvia se colaba en el interior por los laterales abiertos del vehículo y rociaba a los pasajeros que iban en los lados. Sam, en el centro, no se mojaba. La lluvia y el viento hacían agradable por una vez el clima de Bangkok.

El tuk-tuk esquivaba los baratos coches biplaza Tata indios, serpenteaba entre las Vespa vietnamitas, algún que otro taxi Hyundai de cuatro plazas y los peatones que se abrían paso por las calles mojadas regadas por una lluvia continua.

Dejaron atrás valles urbanos ocupados por manzanas de altos edificios de oficinas de acero y vidrio, con los bajos atestados de restaurantes de fideos, salones de masaje, tiendas, almacenes de productos electrónicos, farmacias y bares, todos iluminados con fluorescentes. Los templos dorados, algunos diminutos y otros ocupando grandes extensiones de terreno, las estatuas de buda y de los guardianes con cara de pocos amigos de los templos, moteaban el paisaje urbano. A las diez y media de la noche todo permanecía abierto: restaurantes, tiendas, bares, templos. La gente entraba en fila en los templos, con varitas de incienso en la mano, mientras por toda la calle retumbaba la música rock escupida desde los bares con las luces rojas.

Giraron para incorporarse a Sukhumvit 4, el Soi Nana Tai, uno de los barrios de prostitución más populares. La calle estaba plagada de bares con terrazas y letreros luminosos. La masa de peatones obligó al tuk-tuk a moverse a paso de tortuga. Por todas partes se veían mujeres con escuetas minifaldas o cortísimos pantalones cortos y pechos grotescamente grandes para su escasa estatura. Los hombres eran de nacionalidad india, china o de raza caucásica. Las mujeres eran todas tailandesas y jóvenes y ofrecían sus servicios. Estaban sentadas en las rodillas de los hombres, se acurrucaban en ellos en los bares, bailaban de manera lasciva unas con otras y esperaban que los clientes se las llevaran a casa a cambio de dinero.

Sam notaba la tensión de Kade a su lado. El chico observaba todo con los ojos como platos. Estaba alucinando con todo el sexo que se ofrecía en la calle. Narong no levantaba la mirada de las manos.

Una chica con el pelo azabache, vestida con unos pantalones diminutos y sexis y la parte superior de un bikini, lanzó un beso al tuk-tuk. Sam no le echó ni dieciocho años.

«¡Qué país más extraño! —pensó Sam—. Hay un cuarto de millón de monjes que no beben, no fuman ni dicen palabrotas, y otro cuarto de millón de prostitutas que ocupan el espacio que ellos dejan libre.»

Pero entonces… Se fijó en un hombre con la cabeza afeitada, tailandés, vestido con ropa de calle, con una chica con minifalda sentada en su regazo. Después de todo, quizá los monjes también frecuentaban este sitio.

El tuk-tuk fue abriéndose paso poco a poco por la calle. Un letrero luminoso publicitaba espectáculos de orgías en vivo. La burda animación con luces de neón representaba un cuerpo femenino entre dos hombres que la penetraban a la vez. Los ojos de Kade se quedaron clavados en él cuando lo dejaron atrás.

—¿Este es el mercado del que hablabas? ¿Sukchai?

Sam percibió la mezcla de repulsión, excitación y fascinación que embargaba a Kade.

—No —respondió la agente.

—Esto solo es sexo —señaló Narong—. Sukchai es más… exótico.

Las palabras del chico no sonaron tranquilizadoras.

Giraron y entraron en una calle lateral. Soi Sama Han. Serpentearon entre el tráfico y volvieron a girar para meterse en una calle más estrecha y sin letreros luminosos. Ya estaban cerca.

El tuk-tuk se detuvo en un minúsculo callejón flanqueado por dos edificios.

—Ya hemos llegado —dijo Narong. Pagó al conductor—. ¿Estáis seguros de que queréis visitar Sukchai?

Sam asintió con la cabeza. Kade se encogió de hombros.

—Dentro del mercado no os separéis de mí —dijo Narong mientras abría el paraguas—. Hay cosas que no son legales del todo. Conmigo de guía no despertaréis tantas sospechas.

Narong los condujo al laberinto de callejones.

Wats se detuvo en la calle, no muy lejos del tuk-tuk del que se habían bajado Kade y sus acompañantes. El callejón en el que habían entrado… había pocos motivos para entrar en él aparte de querer llegar a Sukchai. ¿Qué hacían allí? Él conocía bien Sukchai. No sería fácil seguirlos sin llamar la atención.

Levantó la cabeza hacia el cielo. Era una zona de edificios apretados. Podría aprovecharlo. Se adentró en la oscuridad, ajustó las correas de la mochila, apoyó las manos en los ladrillos y empezó a trepar.

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