Nano

Nano


32

Página 36 de 70

32

Hospital Boulder Memorial, Aurora, Colorado

Jueves, 16 de mayo de 2013, 12.55 h

Cuatro días después

George Wilson contempló a Pia, que permanecía tendida en la cama del hospital, y sintió que se le formaba un nudo en el estómago. Nada más tener noticia de lo ocurrido unas cuarenta y ocho horas después del accidente —gracias a un atento mensaje de Zach Berman enviado a través de Whitney Jones—, lo dejó todo, se presentó ante su jefe de radiología alegando una emergencia familiar —que en aquella ocasión era relativamente cierta— y cogió el primer avión hacia Boulder. Desde que había llegado hacía dos días no había salido ni una sola vez del hospital y únicamente había dormido a trompicones un máximo de tres cuartos de hora en la incómoda silla de la habitación.

Su mente regresaba una y otra vez al momento en que Pia estaba de pie en otra habitación de hospital, en Nueva York, viendo cómo su compañero de facultad Will McKinley luchaba por su vida. McKinley seguía en estado crítico por culpa de una tenaz infección craneal resistente a los antibióticos. A pesar de que a George le habían dicho que las lesiones de Pia no eran tan graves como parecía inicialmente, el joven no podía evitar pensar en Will y en lo cerca que tanto él como Pia habían estado de sumirse en una especie de limbo permanente a medio camino entre la vida y la muerte. Las heridas en la cabeza podían ser así.

Pia había sufrido lesiones de gravedad. Se había fracturado cuatro costillas y el brazo izquierdo por dos sitios, el radio y el húmero. Al parecer lo de las costillas había sido por culpa del volante. El techo del coche se había aplastado con las vueltas de campana y como consecuencia Pia había recibido un fuerte golpe en la cabeza que le había provocado una conmoción. Tenía una importante lesión en las cervicales y un desgarro de los músculos paraespinales, de modo que le habían puesto un collarín. También sufría varias lesiones internas, heridas que no eran visibles pero que resultaban más amenazantes para su vida que las fracturas, los cortes y los moretones, un panorama habitual para George. El impacto del coche y seguramente el golpe contra el volante le habían roto el bazo y provocado una hemorragia abdominal. De no haber sido por la rápida intervención de los paramédicos de una ambulancia del hospital de Boulder, Pia bien podría haberse desangrado hasta morir mientras yacía inconsciente entre los restos de su coche nuevo. Afortunadamente, le habían diagnosticado el problema con precisión y habían avisado a Urgencias, de modo que cuando llegaron la llevaron casi directa al quirófano para detener la hemorragia. Sin duda aquello le había salvado la vida.

Pia seguía en coma inducido para permitir que le bajara la inflamación cerebral, y con respiración asistida para que sus pulmones recibieran la ventilación adecuada. Un grupo de enfermeras se turnaba las veinticuatro horas del día para monitorizarla. Aunque George comprendía que todo aquello era necesario, estaba desesperado y deseaba que Pia despertara y así poder oír su voz. Pero sabía que debía tener paciencia, y estaba descubriendo que dicha virtud no le sobraba precisamente. No podía hacer nada y odiaba aquella sensación de impotencia.

Oyó que la puerta se abría y alguien se acercaba y se detenía junto a él. Pensó que sería una de las enfermeras, pero se equivocaba.

—¿Algún cambio? —preguntó Paul Caldwell.

—Hola, Paul —contestó—. No, ninguno.

Había conocido al médico nada más llegar. También él había velado a Pia entre turno y turno en Urgencias. La primera reacción de George había sido de rabia y celos, pero enseguida comprendió que sus sentimientos carecían de sentido. Cuando se enteró de que Paul viajaba con Pia en el vehículo accidentado supuso que era él quien conducía y, por lo tanto, el responsable de lo sucedido. Además dio por hecho que también era la pareja de su amiga, cosa perfectamente posible, porque reconocía que Caldwell era apuesto e inteligente. Cuando supo que se equivocaba en ambos aspectos se sintió estúpido y creyó necesario reconocer su error y disculparse. También agradeció los desvelos de Paul durante los días más complicados de la hospitalización de Pia y que hubiera hecho lo necesario para que la operara el mejor cirujano del centro.

—Escucha, George, mi oferta de ayer sigue en pie. Deberías ir a mi casa y dormir un poco. Y también darte una ducha y cambiarte de ropa. Nos harías un favor a todos si lo hicieras.

George lo miró y vio que sonreía. Lo cierto era que le agradecía que intentara aliviar la tensión con un poco de humor. En cuanto Paul mencionó el descanso, sintió que lo invadía una repentina fatiga.

—¿Sabes? Creo que voy a hacerte caso. No parece que vaya a haber muchos cambios durante las próximas horas.

—No. El plan es ir reduciendo la medicación a lo largo de las próximas veinticuatro horas para que se vaya despertando lentamente. Parece que todo está estable. Tengo la sensación de que sabe que has estado aquí, George, estoy seguro. Supongo que cuando se despierte querrás tener el mejor aspecto posible.

—Sí, tienes razón. Dormiré un poco.

—Bien. Te pediré un taxi. Aquí tienes mi dirección y las llaves.

Paul le entregó ambas cosas.

—Oye ¿tú cómo estás? Perdona que no te lo haya preguntado antes.

—¿Yo? Estoy bien.

Lo cierto era que la mano izquierda le dolía bastante, pero no iba a quejarse teniendo en cuenta la suerte que había tenido al salir del accidente con tan solo una ligera conmoción por haberse golpeado la cabeza con el techo del coche —al igual que Pia, él también se había quedado inconsciente un momento—, un par de dedos rotos y varios moretones en el pecho y los muslos.

Había pasado suficientes noches en Urgencias enfrentándose a las consecuencias de los accidentes de tráfico para saber que había mucho de fortuito en la gravedad de las heridas que podían sufrir los ocupantes de un vehículo. Había visto imágenes de coches reducidos a un amasijo de hierros, que era como había quedado el de Pia, donde habían muerto tres personas y, en cambio, una cuarta había escapado con tan solo una pierna rota. En otro caso, uno en el que pensaba a menudo tras su accidente con Pia, el conductor había muerto mientras que el hombre que ocupaba el asiento del pasajero había salido sin un arañazo. Era tan aleatorio que resultaba increíble. Y también hacía que se sintiera ligeramente culpable, dada la gravedad de las lesiones de Pia.

Recordaba que se había abrochado el cinturón, lo cual, sin duda, había sido una idea afortunada, y que Pia no se había abrochado el suyo. Incluso se acordaba de haber intentado convencerla para que lo hiciera y de haberse ganado a cambio una mirada fulminante. Pero después había descubierto que Pia sí que lo llevaba puesto en el momento del choque, por suerte, porque de lo contrario habría muerto. No recordaba haberla visto abrochándoselo y se preguntaba cuándo lo habría hecho, pues estaba demasiado concentrada en interceptar la furgoneta que transportaba al ciclista de Nano. Daba gracias por que Pia se hubiera tomado el tiempo necesario para adoptar la medida de seguridad que le había salvado la vida. También había otros detalles del accidente que le costaba recordar y que le hacían pensar que, al parecer, sufría de cierta amnesia postraumática.

—Está bien —dijo George al fin—. Me voy a descansar un rato. Vendrás a verla, ¿verdad?

—Desde luego —contestó Paul, y le dio una palmada en la espalda—. Me pasaré por aquí cada vez que tenga un momento libre. Tú descansa. Te lo mereces.

—Gracias. —George sonrió débilmente, le dio un apretón en la pierna a Pia por encima de la sábana y salió del cuarto.

Paul lo vio salir y después, como hacía siempre que entraba en el cuarto de Pia, contempló los ostentosos ramos de flores que Zachary Berman mandaba todos los días desde Nano. Aquella mañana se había encargado de que tiraran el primero de ellos, cuyas flores se habían marchitado. Pero el propio Berman seguía sin hacer acto de presencia, al igual que los demás miembros de su empresa. El único que había ido a ver a Pia era su nuevo ayudante, Jason Rodríguez. A Paul tampoco se le había escapado que Mariel Spallek, la superiora directa de Pia, no había aparecido por el hospital, pero no le sorprendía, teniendo en cuenta lo que Pia le había contado de ella.

Lo que realmente le preocupaba era que tenía un mal presentimiento acerca del accidente y de Nano, y el hecho de que nadie de la empresa se hubiera interesado por Pia lo empeoraba aún más. A pesar de que no dejaba de intentarlo, no recordaba casi nada de los instantes inmediatamente anteriores y posteriores al accidente, y aquella era la razón de que creyera que había sufrido amnesia traumática. Solo recordaba que se había despertado en la ambulancia con la sirena aullando. Aquel blanco en la memoria le provocaba un sentimiento de malestar que lo llevaba a preguntarse si en realidad habría sido un accidente y si Nano no habría tenido algo que ver con él.

Era su segundo día de trabajo tras el suceso, pero con tales ideas rondándole la cabeza le costaba concentrarse. Además, a pesar de lo que le había dicho a George, estaba inquieto por Pia. Esperaba que fuese la misma de antes cuando despertara. Pero incluso aquello tendría sus inconvenientes, pues Caldwell era consciente de la ligera tendencia paranoica de la joven, de su excesiva tenacidad y de su propensión a las teorías conspiratorias. Lo que lo inquietaba era el temor a que cuando despertara reanudara su búsqueda de respuestas para todas las preguntas que tenía respecto a Nano, pero con más vigor, especialmente si compartía sus dudas acerca de qué había causado que el coche se saliera de la carretera.

En un primer momento Paul le había contado a la policía su vaga sensación de que el accidente no había sido tal, lo cual implicaba que tal vez alguien hubiese sacado el coche de la carretera. Pero se dio cuenta de que nadie daba demasiado crédito a su idea y entendía el porqué. Un día después del accidente dos agentes habían interrogado a Paul con más detalle. Insistieron especialmente en saber los motivos por los que Pia circulaba tan rápido, pues habían comprobado que iba casi a noventa por hora en una zona limitada a cincuenta. Él había sido sincero y les había confesado que intentaban interceptar una furgoneta que se había llevado a un paciente antes de que hubieran podido meterlo en la ambulancia que había ido a buscarlo, hecho que la policía también había confirmado. Asimismo, les había contado el incidente que se había producido hacía un tiempo en Urgencias con el corredor chino y Mariel Spallek, que se lo había llevado contra la opinión de sus médicos. Su natural reticencia y precaución le habían impedido mencionar las sospechas que Pia albergaba sobre Nano, pues ni siquiera él mismo estaba seguro de si debía darles crédito o no.

Cuando los dos agentes volvieron a pasar por Urgencias al día siguiente para seguir con el interrogatorio, se alegró de haberse mostrado prudente el día anterior. Le preguntaron repetidamente acerca de la supuesta intervención contra la furgoneta blanca que transportaba al ciclista. ¿Por qué habían creído necesario circular a toda velocidad persiguiendo a alguien que había rechazado la ayuda de una ambulancia del Boulder Memorial? ¿Por qué les preocupaba tanto aquel paciente concreto? La policía parecía menos interesada en la posibilidad de que el Volkswagen hubiera sido embestido por detrás que en el hecho de que Pia circulara por encima de la velocidad permitida, sobre todo porque, según ellos, el coche no presentaba señales de haber recibido el impacto de otro vehículo a pesar de lo destrozado que estaba. Paul sabía que Pia se mostraría mucho menos dispuesta que él a aceptar aquella línea de interrogatorio, pero estaba siendo sincero. El hecho seguía siendo que en realidad él no recordaba casi nada de lo ocurrido.

Pero mentalmente se había preguntado una y otra vez sobre las causas del accidente. Resultaba innegable que Pia conducía deprisa, pero hasta donde Paul recordaba su amiga mantenía el control y no se mostraba imprudente. Si había intervenido otro vehículo, ¿de dónde había salido? ¿Era un coche que perseguía a Pia por alguna razón o se trataba de un tercer vehículo del que nadie sabía nada? La posibilidad de que los hubieran sacado de la carretera se le había ocurrido casi en cuanto recobró el sentido del espacio y el tiempo, pero le había parecido descabellada, como algo que solo ocurría en las películas. Habría significado que alguien había intentado matarlos a él y a Pia, o al menos a ella; él habría sido una víctima colateral. Si bien había compartido las tácitas sospechas de Pia de que tal vez Nano estuviera experimentando con sujetos humanos, aquella línea de razonamiento sobre el accidente le parecía rayana en la paranoia. Por supuesto, estaba casi convencido de que ella opinaría de forma distinta cuando despertara, especialmente si recordaba más cosas que él.

Contempló el rostro de la joven. A pesar del torbellino de ideas que le inundaba la cabeza, ella parecía hallarse sumida en un sueño profundo y tranquilo. El contraste hizo que se diera cuenta de lo cansado que estaba. Nada le habría gustado más que poder tumbarse junto a ella y descansar un rato.

Ir a la siguiente página

Report Page