NAKÚ: UNA CRÓNICA DEL HIPERINSTANTE

NAKÚ: UNA CRÓNICA DEL HIPERINSTANTE

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Rúkleman Soto


El miércoles 11 de
diciembre andábamos celebrando el Día Internacional del Tango con una milonga
más o menos improvisada en el local de El Guateques, que también sirvió para ir
preparando lo que dos días más tarde sería el relanzamiento del bar donde
palpita la vida culturosa de nuestra provincia.


Atrincherados en el
rincón de la nueva barra, inestable aún por los arreglos, Felipe Ezeiza y yo
ventilábamos la grave decisión de bebernos un tercio o dos polarcitas cada uno,
asunto que terminó resuelto por Anaibib Matamoros cuando nos sirvió una doble
dosis de 222 ml. que no es una cerveza sino una vil consumación de lo efímero,
pero no le dimos importancia porque Felipe debía irse a estudiar.


Alejandro Sequera
iba y venía, pero con más apremio que de costumbre para poder reabrir el bar el
viernes 15. No recuerdo si hablábamos en ese momento de los cuadros
reiterativamente azules colgados para la inauguración, o del “equívoco poético”
en Bloom, o de las tersas piernas que danzaban en el salón, o de Bashó; pero sé
que se atravesó alguna haikusería en ese momento, porque Alejandró contó una
cómica experiencia de extravío creativo que no podía terminar sino en el caos
poético previó a toda creación.


En un taller al que
había asistido entendió mal las instrucciones y en lugar de escribir un texto
de cinco, siete y cinco sílabas (moras o jion) por verso, intentó hacer uno de
cinco, siete y cinco letras por renglón. El resultado fue tan espantoso y
escatológico que da vergüenza citarlo aquí. No obstante sirvió para ensayar
algo decoroso, en un intento de enmendar en los mismos términos la afrenta que
se había perpetrado contra ese monumento a la brevedad que es el haikú. Con la
temeridad que dan 444 ml de cerveza mezclados con un shot de cocuy, aventuré
los 17 caracteres en tres líneas (5+7+5), no sin ayuda de mi joven maestro
Felipe Ezeiza:


Cielo



ave roja



El sol


Fue el primer asomo
de un lúdico ejercicio de hiperbrevedad, reduciendo al mínimo la unidad básica
del poema hasta llevar el verso lo más cerca posible a su «grado cero»
barthesano. Nos debatíamos en llamar aquel divertimento “micro-haikú” o tal vez
“nano-haikú”, al tiempo que Gardel llenaba el salón y las parejas de
milongueros marcaban el ocho, bajo la guía de Juan Carlos Padrón. Alejandro no
tenía tiempo ni cabeza para detenerse en el prodigio, pues debía reinaugurar El
Guateques en 72 horas.


La anécdota moría
en ese instante. Al detenerse los compases tangueros quedó flotando la
intuición de que alguna rara pulsión estética se había puesto en juego
reuniendo minúsculos fragmentos de eso que W. Benjamin llamó «los residuos de
un mundo soñado», cuya forma sensible quedaba ahora comprimida en el destello
congelado de una imagen.


Del tango al haikú
hay un trecho que Jorge Luis Borges ya había cubierto desde 1981:


Callan las cuerdas.



La música sabía



lo que yo siento.


Quizás por esa
razón, ni Alejandro ni Felipe lograron sustraerse en toda la noche de esos
remanentes estelares de la poesía, apretados como las enanas blancas que
describen los astrofísicos. Hasta que el desvelo terminó por cristalizar:
Felipe no se fue a estudiar un carajo y Alejandro dejó en suspenso el bar por
unas horas. El juego no había terminado, el Facebook amaneció constelado de lo
que hasta entonces habíamos llamado nano-haikú. De lado y lado el (uni) verso
se llenó de binarias cataclísmicas con resultados como estos de Alejandro
Sequera:


Dolía,



siempre



dolía,


Vivía,



mentira;



moría


O estos de Felipe
Ezeiza:


El ojo



fue cruz



sin fé


Y 1 a 99



Absurdo



Falso


Gotas...



No, filos



de oro


Poco después el
nombre de aquella invención sería resuelto por Laura Eloísa Soto, de manera
coherente y lúcida al proponer la hermosa contracción NAKÚ, mientras agregaba
su constelación de tres puntas:


Cuerpo



arbóreo



al Sur


Antes, sin saberlo,
Laura había sondeado los terrenos de lo que equivaldría a un diminuto «haikai
renga» o haikú humorístico.


Pastora Briceño no
tardaría en elevar su NAKÚ en honor a Matsuo Bashó:


Viaje



Y niebla:



Bashó


Además escribió
“Tres nakú a un poema de Felipe”:


I



Dragón



Y poema



Enero.


II



Cielo



Herido y



Canta.


III



Dagas



De nubes



Fakir.


Así las cosas, tuve
que arriesgar dos nuevos intentos:


¡El mar!



dijiste.



Yo aré


El ojo



no canta,



siega


Son estos,
proyectiles diminutos de la exaltación, lo imprevisto, la sorpresa, que pueden
incluso conmover, como escribió Pastora en emotivos mensajes cuando entraba en
juego con sus textos.


El juego cortesano
de los remotos “tankas” y “rengas” japoneses, desarrollados en sucesivos
períodos que van del siglo VII al XIV derivó –como afirma Andrés Mellado- en
“la progresiva independización de los tres primeros versos” que darían lugar al
haikú. Entonces NAKÚ viene a ser, 700 años después y con 14.500 kms. de
recorrido de Los Teques (Venezuela) a Kioto, nuestro plebeyo homenaje a ese
momento sagrado entre la palabra y el instante.


NAKÚ es ese brillo
de estrella fugaz que cae en el silencio, como si la música supiera lo que
nosotros sentimos.

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