Mújica. Una biografía inspiradora

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PRIMERA PARTE » Lucía Cordaro, una madre coraje

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Lucía Cordaro, una madre coraje

En la biografía escrita por Walter Pernas, hay una foto de un joven Mujica sonriente con una dedicatoria que muestra la relación especial que siempre mantuvo con su madre.

«Seré todo o no seré, mas es mi lema luchar para ingresar en las filas de los que saben triunfar y colmar la aspiración de mi patria y mi mamá.» (1949)

Desde la muerte de su marido, Lucy se tuvo que hacer cargo de dos niños, Pepe de 7 años y su hermanita María Eudoxia, que nació con una enfermedad mental. Era una mujer de contextura robusta, de genio fuerte, a la que no le temblaba la mano cuando tenía que reprender a sus hijos. Tardó quince años en cobrar la pensión de su marido pero logró sacar adelante a su familia trabajando duro en la chacra familiar.

En este pequeño minifundio de catorce mil metros cuadrados se producían las flores para vender en la ciudad y los alimentos para consumo familiar. Habían aprendido el cultivo de las flores de unos vecinos japoneses, emigrantes de la guerra, que vivían en una colonia cercana. Cada mañana Lucy cargaba pesados atados de calas para vender en el centro mientras sus hijos se quedaban al cuidado de algún vecino.

«Tal vez haya quedado medio traumatizado con la figura femenina. Figura femenina que agarraba una bolsa de 50 kilos de pórtland [cemento] y se la ponía abajo del brazo.» (2012)

Otra de las fuentes de ingresos era el trabajo del mimbre en el que la familia se dedicaba a cortar y preparar los cestos para las damajuanas dedicados a la industria del vino. En la época de la vendimia, trabajaban como jornaleros en las chacras vecinas. Fue un tiempo de mucho trabajo y aunque siempre estuvieron ajustados nunca pasaron hambre. La Tana, como la conocían, se las compaginaba para que nunca faltara el pan, que lo amasaba ella misma, y que su hijo cumpliera con sus obligaciones escolares.

«Vivíamos en un circuito de economía cerrada, mi madre hacía el pan casero y se las arreglaba para cocinar cualquier cosa. Puedo decir que nunca pasamos hambre aunque hubo días en los cuales para tomar el ómnibus tuve que pedirle prestado al panadero un medio o un real, que después le devolvía con la plata que traía de la venta de los cartuchos.» (2009)

Una vez le preguntaron si había tenido una infancia feliz. Sin afirmarlo ni negarlo, contestó que esta etapa de la vida viene atada con el paso del tiempo que endulza los recuerdos. Su mayor añoranza es que a estos niños pobres de barrio les sobraba el tiempo a pesar de las exigencias laborales o de lo ajustados que vivían.

Iba a una escuela que estaba al lado de su casa y nunca faltó a clase, excepto cuando murió su padre o tuvo alguna enfermedad. Sobre la asistencia a clase su madre era inflexible ya que la educación era prioritaria. Esta idea estaba muy presente en la cultura de la sociedad uruguaya que ya a principios de siglo era la más alfabetizada de América Latina. Los padres esperaban mucho de la educación de sus hijos. El «hijo doctor» no solo era un anhelo de estatus o seguridad económica para cualquier familia, sino también, para una madre como Lucy, un motivo de orgullo especial.

Aunque en el caso de Mujica esta aspiración se frustró cuando abandonó la universidad, su madre siempre mantuvo una fe inquebrantable en el futuro de su hijo. En los momentos más aciagos de su vida, preso, incomunicado y con muy mala prensa, su madre aseguraba a sus vecinos que ese chico llegaría a ser presidente de la República. Cuando algún periodista ha recordado lo visionaria que fue esta premonición, Mujica responde que «hizo increíbles pronósticos, como hacen todas las madres, y al parecer no la erró».

Su madre fue un apoyo fundamental durante toda su vida y le enseñó algunas lecciones fundamentales. Aprendió el oficio de chacarero, que retomó al salir de la cárcel y es la profesión que aparece en su currículum como presidente. Pero sobre todo, le transmitió una fuerza de voluntad inquebrantable para no claudicar nunca ante la adversidad. Este espíritu lo ayudó a superar las difíciles pruebas a las que lo sometió la vida.

«El hombre es un animal fuerte. Se puede caer dos, cinco veces y volver a levantarse. No es un fracaso. El único fracaso es la muerte.» (Mujica, recordando su paso por la prisión, 2012.)

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