Mújica. Una biografía inspiradora

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PRIMERA PARTE » La propaganda armada

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La propaganda armada

En los primeros años Tupamaros realizó acciones de gran impacto mediático con un uso mínimo de la violencia. La audacia y espectacularidad de estas acciones tenían objetivos propagandísticos y de denuncia para concitar apoyo en la población. Por ejemplo, justificaban las «expropiaciones forzosas» para conseguir recursos dando a publicidad documentos comprometedores de empresas o entidades financieras que actuaban de forma ilegal. Otros operativos típicos era actuar a lo Robin Hood distribuyendo mercaderías o alimentos en barrios pobres. Se priorizaba el trabajo político sobre el militar, o en palabras de Mujica, «éramos políticos en armas».

El mensaje fue exitoso, sobre todo entre los jóvenes, que se sintieron atraídos para enrolarse en una forma de lucha romántica que cuestionaba el modelo vigente. La popularidad de Tupamaros crecía con el descontento general frente a la crisis económica, con una inflación que en 1967 alcanzó el 136% anual mientras que el salario real caía más del 40%.

Pero el éxito se convirtió en un problema ya que mientras más grande era la «organización desorganizada» más difícil era coordinar sus acciones. De los 220 miembros que tenía en su nacimiento llegó a tener más de cinco mil en el año 1971. Este crecimiento cuantitativo no se correspondió con la calidad organizativa necesaria para actuar en situaciones cada vez más audaces y riesgosas.

Sin tiempo suficiente para formarse adecuadamente, con entrenamiento militar mínimo y graves problemas de coordinación, Tupamaros padeció la enfermedad del éxito, que mal gestionado «distorsiona la visión de la realidad». Mujica recuerda que cuando estaba en la prisión de Punta Carretas, en 1969, «hicimos un promedio de nuestras edades y nos dio 21 años. Éramos una organización de chiquilines y les estábamos pidiendo cosas que no podían cumplir pero que estaban exigiendo los hechos».

Mientras tanto, el gobierno endurecía cada vez más las medidas de represión para contener los reclamos sociales. La reforma de la constitución de 1966 había fortalecido el poder de la presidencia que, cada vez más, recurría a medidas especiales de suspensión de las garantías constitucionales. Esto estaba en sintonía con lo que sucedía en el contexto latinoamericano donde comenzaba a implementarse la «Doctrina de la seguridad nacional».

Para esta doctrina, promovida por Estados Unidos, la guerra entre el comunismo y el capitalismo se libraba en el interior de los estados. Por lo tanto, era necesario que intervinieran directamente los ejércitos, por ser las instituciones más eficaces para la guerra. A mediados de los años sesenta los militares de Brasil y Argentina aplicaron estas enseñanzas en sendos golpes de Estado contra las frágiles democracias de los presidentes Goulart e Illía. Mientras la ola de gobiernos autoritarios se extendía, la noticia del arresto y posterior asesinato del Che Guevara en Bolivia era un duro golpe para los revolucionarios, pero también un ejemplo de entrega total a la causa.

«Yo no estoy de acuerdo con Bertolt Brecht, porque no hay hombres imprescindibles sino causas imprescindibles.» (1996)

El 22 de diciembre de 1966 murió el joven de 20 años Carlos Flores, la primera baja guerrillera en un enfrentamiento con la policía. Dos días después, en otro enfrentamiento murió otro tupamaro y un policía. Desde este momento comenzó a crecer una espiral de violencia en la que las armas fueron las protagonistas. En la presidencia de Jorge Pacheco Areco desde fines de 1967, los militares fueron ganando cada vez más espacio y recrudeció la represión.

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