Mújica. Una biografía inspiradora

Mújica. Una biografía inspiradora


PRIMERA PARTE » Soy Pepe, no Mandela

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Soy Pepe, no Mandela

Cuando Mujica entró a la cárcel tenía 37 años y cuando salió era un hombre avejentado de 50. La vida en el calabozo lo hizo «rumiar», como decía él, sobre el futuro político de la democracia primaveral que se vivía. Los colorados habían ganado nuevamente las elecciones y Julio María Sanguinetti, un ex ministro de Bordaberry, fue electo presidente de la República. Fue una democracia pactada con la intervención del Frente Amplio que aceptó una ley de amnistía general que exoneraba a los presos políticos pero también a los militares.

Mujica había vuelto al huerto familiar de su madre y poco después se instaló en una pequeña finca en Rincón del Cerro con Lucía Topalonsky. Reemprendió su oficio de floricultor y comenzó, esta vez muy pacientemente, a reconstruir el espacio político desde Tupamaros. Además de recuperarse de las heridas de su prolongado cautiverio, se debía adaptar a una realidad que no era la que él había vivido. Esta transición, que duraría casi diez años, lo ayudó a ordenar las ideas y a definir un estilo que lo distinguió del resto de los políticos.

«Yo no estoy arrepentido por lo que hice. He cometido una cantidad de macanas pero no me arrepiento de lo que fue mi vida.» (2006)

Su preocupación de disponer de una estrategia para no quedar atrapado en la coyuntura es similar a un principio político que siguió Nelson Mandela durante su vida. En algún momento Mandela tuvo la oportunidad de salir de prisión y acogerse al exilio. Pero prefirió seguir en la cárcel para negociar y no traicionar el plan que se había trazado. En el Platense Patín Club, Mujica asumió una hoja de ruta construida sobre su propia forma de vida que mantendría en los años subsiguientes. La diferencia con Mandela es que siempre tuvo claro que no era Mandela, era el Pepe.

«Pepe Mujica es un veterano, un viejo que tiene unos cuantos años de cárcel, de tiros en el lomo, un tipo que se ha equivocado mucho, como su generación, medio terco, porfiado, y que trata hasta donde puede de ser coherente con lo que piensa, todos los días del año y todos los años de la vida. Y que se siente muy feliz, entre otras razones, por contribuir a representar humildemente a quienes no están, y deberían estar.» (1997)

La figura de Mandela le ha servido para espantar cualquier halo de heroicidad o mitificación sobre su persona. Muchas veces lo han comparado con el líder sudafricano que salió de la cárcel sin rencores hacia sus represores y con la voluntad de integrarlos a la vida política sin apartheid. La ironía sobre sus propios méritos es uno de los recursos que más utiliza para bajarse del pedestal.

«Mandela se bancó casi 28 años de cana (prisión) y yo 14 nada más. Mandela juega en otra liga.» (2013)

El muchacho de barrio volvió al lugar que lo vio crecer y a la profesión que aprendió de niño. La misma casa donde se instaló con Lucía fue la residencia que ocupó como presidente veinte años después. Su austeridad y ética de ácrata es un compromiso personal con los valores antimaterialistas del capitalismo. Sin promover el pobrismo vive con poco porque no necesita nada más. En una entrevista le preguntaron a su mujer sobre cómo hacía para sobrellevar una vida tan austera. Ella respondió que toda la vida habían vivido así, porque era así como pensaban.

«Es bueno vivir como se piensa porque de lo contrario pensarás como vives.» (2014)

Pero también asume la visión pragmática del agricultor que se ocupa de la tierra y las semillas hoy pensando en el mañana de la siembra. Vivir anclado en los agravios del pasado, no sacará la cosecha adelante.

«La mochila de los recuerdos se carga atrás y se camina hacia adelante. Porque de lo contrario no se puede vivir. El libro de mis cuentas pendientes, ese yo lo perdí.» (2013)

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