Mújica. Una biografía inspiradora

Mújica. Una biografía inspiradora


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«Pero no hay milagro, eso es pura poesía, y fantasía, tu progreso sale del trabajo, del compromiso, de la ciencia, de la seriedad, del levantarse todos los días y volver a empezar, y sentir una derrota. Y, finalmente, tengo el derecho para gritar que en este mundo derrotados son solo aquellos que dejan de luchar.»

Así hablaba Mujica al asumir su puesto como presidente, ya que conocía bien la sensación de pasar días malos, negros, de los que tenía que sacar fuerzas para avanzar.

Otro uruguayo que supo bien lo que era caerse para volverse a levantar fue el escritor Horacio Quiroga, que conoció la pérdida desde pequeño y lo acompañó el resto de su vida: su padre murió mientras cazaba, y él mismo mató por accidente de un disparo a su amigo Federico Ferrando. Su padrastro y su primera esposa se suicidaron.

Durante gran parte de su vida, Quiroga no dejó que los acontecimientos lo superaran. Sus penas solo se reflejaban en personajes hostigados, doblegados por la naturaleza y las tragedias. Pero también vivió una vida que buscaba el bien común, y quiso compartir con los demás todo lo que aprendía, entre otros medios publicando su Manual del perfecto cuentista.

Puede encontrarse un reflejo de su espíritu de progreso y deseo del bien común en la lección que se desprende de su cuento La abeja haragana. En él su protagonista hace un duro aprendizaje de la vida:

«En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:

No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo, quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado ese esfuerzo si hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí a allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche.

Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.»

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