Mújica. Una biografía inspiradora

Mújica. Una biografía inspiradora


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«Hay que luchar por ser justos y ser correctos y al que la hace fea tratar de que la pague. Pero eso no da derecho a pasarse de la raya por las dudas. Porque entonces se recoge la herida de la injusticia que es mucho peor.»

Mujica no ha sido el único que ha reparado en la necesidad de ser correctos y justos incluso frente al delito, ni tampoco el único en expresar su opinión al respecto, como recogió Teve Ciudad en Montevideo, durante la primera vuelta.

El escritor argentino Ernesto Sábato, fallecido en 2011, publicó en el año 2000 su ensayo La Resistencia, donde hablaba de todo lo que le parecía vil del género humano y del camino que estaban tomando las sociedades en todas las naciones.

Nacido en 1911 en el seno de una familia de clase media, descendiente de padres italianos y siendo el décimo de once hermanos, se interesó pronto por la política y participó en grupos universitarios de carácter comunista. Se doctoró en Física y trabajó en París y Massachusetts, para finalmente regresar a Argentina en 1940 con la intención de dejar la ciencia de lado. Siendo ya un destacado escritor, a petición del presidente Alfonsín, dirigió la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas. Su papel en ella abriría la puerta al juicio de las juntas de la dictadura militar en 1985, pero también le trajo algunos de sus peores recuerdos. Tuvo que sobreponer el sentimiento de justicia al de horror, como refleja en la carta «Sobre el Vértigo» de La República:

«Si a pesar del miedo que nos paraliza volviéramos a tener fe en el hombre, tengo la convicción de que podríamos vencer el miedo que nos paraliza como a cobardes. Yo he pasado riesgos de muerte durante años. ¿Sin miedo? No, he tenido miedo hasta la temeridad, pero no he podido retroceder. Si no hubiese sido por mis compañeros, por la pobre gente con la que ya me había comprometido, seguramente hubiera abandonado. Uno no se atreve cuando está solo y aislado, pero sí puede hacerlo si se ha hundido tanto en la realidad de los otros que no puede volverse atrás. Cuando trabajé en la CONADEP, de noche soñaba aterrado que aquellas torturas, frente a las cuales yo hubiera preferido la muerte, eran sufridas por las personas que yo más quería. Impávido en el sueño, luego me despertaba angustiado y sin saber cómo seguir, pero horas después no podía negarme a escuchar a quienes pedían que yo los recibiera. No podía, era inadmisible que hubiese dicho que no a esos padres cuyos hijos, en verdad, habían sido masacrados.»

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