Mortal

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Capítulo veinticuatro

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Capítulo veinticuatro

POR EL LEVE PERO inmediato tic debajo de los ojos de Saric, Roland supo que había tocado una fibra sensible al ofrecer a Jonathan. Impondría su ventaja mientras aun la tuviera.

—Y no es lo que crees —expresó.

—Presumes saber lo que creo —dijo Saric.

—Crees que soy alguien que te engañaría como he hecho con otros. Yo supondría lo mismo en tu posición.

El hombre era una columna en negro, erguido en la silla, dedos como garras y brazos muy sobresalientes debajo de las mangas de la túnica. Un tipo poderoso, no un charlatán ni un tonto.

Un hombre de destino como él mismo.

A pesar del tic, escuchó en silencio… una señal de seguridad y resolución.

—Lo que tengo que decir querrás oírlo —aseveró Roland—. Lo único que pido es que lo oigas a solas.

Aún ninguna reacción. Solamente la siniestra mirada, como la de un buitre sobre un trozo fresco de carroña. Esto no se estaba convirtiendo en la clase de confrontación que el nómada había esperado.

—Tengo hombres en los árboles por encima de nosotros. Si quisiera atacarte, lo habría hecho sin exponerme primero. No quiero derramamiento de sangre. Solo deseo paz. Pero por eso debo hablarte a solas.

—¿Quién eres tú para hablarme a solas?

—Roland Akara. Príncipe de los nómadas.

—¿Ves al hombre a mi izquierda? —preguntó Saric, sin parecer afectado por el nombre—. Se llama Brack. Entre él y yo, soy el ser más bondadoso. Te compadezco si me llegara a pasar algo.

Roland lanzó al hombre un brusco asentimiento de cabeza.

—¿Ves a esa mujer detrás de mí? Se llama Michael. Es una de las mil como ella. Te compadezco si alguna de ellas guía a nuestro pueblo en una misión para atacar sin ser vistas, como serpientes cuando menos lo esperas.

Saric asintió lentamente.

—Brack, sígueme.

Saric dio un tirón a las riendas y guió su montura al frente, hacia la tierra yerma que se levantaba al oeste, lejos de los árboles. Brack permaneció detrás, con la mirada fija en Roland, quien hizo girar el corcel y cabalgó paralelo a los dos hombres hasta que Saric se detuvo y lo encaró, a cincuenta pasos de los demás. Michael mantuvo su posición, junto con todo el ejército de sangrenegras. La brisa había menguado… sin duda, no estaban sofocados ni sudando en sus armaduras; sin embargo, el granito negro se habría movido más.

—Ya tienes tu audiencia —anunció Saric—. Habla.

—Conoces bien a los nómadas.

Saric no respondió.

—Por generaciones nos hemos opuesto al Orden. Nuestra crianza es muy fuerte y nuestro propósito es sencillo. Queremos sobrevivir fuera de esta religión que con mentiras mantiene cautivos a los muertos. Deseamos una cosa: libertad. Y la queremos sin ningún daño a otros.

—¿Qué tiene que ver esto con Jonathan?

—No tenemos ambición de poder. Nuestra alianza con Jonathan se hizo solamente en servicio a un soberano que prometió develar la verdad una vez en el cargo. Eso significaría que nosotros como pueblo ya no tendríamos que vivir fuera del Orden. Pretendíamos vivir en paz. Pero eso ha cambiado. Tú lo cambiaste todo. Feyn es soberana, y por tanto Jonathan no puede ocupar el cargo. Cualquier lucha por esta reclamación sería inútil.

—Continúa —pidió Saric asintiendo con la cabeza.

—Me encuentro entre dos enemigos. Tú, que resguardarías el mando de Feyn, y Jonathan, de quien otros esperan que le arrebate el cargo. Mi deber es proteger a mi pueblo. Como su príncipe, pagaría cualquier precio por asegurar la seguridad de los míos.

Dejó que la declaración actuara.

—Ofreciste entregarme al muchacho —recordó Saric.

—Estoy ofreciendo salvarnos de un ilimitado derramamiento de sangre y asegurar el futuro de mi gente. Si un hombre debe morir para conseguir ese fin, que muera. Muchos miles de vidas se salvarán.

—¿Debo creer que tienes tanto los medios como la voluntad para traicionar a aquel que has jurado proteger? No veo ninguna utilidad para ti. Yo podría capturar a Jonathan, y también perseguir y atrapar a tu pueblo.

—Tengo los medios, pero entregarlo será mi prueba. Y mi utilidad sería esta: un mandato irrevocable aprobado en el senado y ratificado por Feyn dando a los nómadas la libertad de vivir fuera del Orden y sufrir cualquier destino que el Creador quiera concedernos a cambio.

—Seguramente no crees en la idea del Creador —objetó Saric retorciendo ligeramente los labios.

—Creo en la vida, ahora, como se supone que se viva. Y por tanto tu senado me brindará plena autoridad, reconocida por el Orden, para gobernar a mi pueblo como yo lo considere conveniente. Y seré bienvenido a la Fortaleza como un gobernante extranjero mientras mi pueblo no represente ninguna amenaza para la paz.

Saric analizó a Roland durante algunos segundos. Si el personaje confiaba o no en él, no podría decirlo, pero el hombre pareció estar complacido. O al menos así olió, suponiendo que el nómada hubiera identificado correctamente el olor.

Roland esperó.

—Encuentro absurda tu proposición —respondió Saric al fin—. El Orden no se puede poner patas arriba por el capricho de un nómada. ¿Qué seguridad tendría yo de que me entregarás al muchacho?

—¿Admites entonces que adquirirlo es de tu interés?

—Cualquiera que represente una amenaza para la legítima soberana es alguien que me interesa.

—Y sin embargo tú mismo representas una amenaza para el cargo de ella y para el Orden al que Feyn sirve al levantar un ejército prohibido por el Orden. Tú tienes tu propósito; yo tengo el mío. No somos muy diferentes.

—Eres demasiado valiente, nómada.

—Soy el decimoséptimo príncipe que gobierna a mi pueblo. Siempre hemos sido valientes. Pero ni una sola vez nuestro propósito se ha desviado de nuestro llamado de ser un pueblo aislado. No tengo intención de permitir que ese propósito nos falle ahora. Hice un gran esfuerzo para traerte hasta aquí.

—Pudiste haber venido a mí.

—Era necesario que comprendieras nuestro compromiso y nuestra fortaleza. Queremos paz, pero no tanta como para morir sin hacer ruido.

—Suponiendo que te conceda esta libertad, aún podrías levantarte contra mí algún día.

—¿Con qué propósito?

—Para gobernar más que a los tuyos.

—¿A expensas de mi pueblo? No sabes tanto como crees.

El corcel de Saric dio una patada al suelo. El sangrenegra ladeó la cabeza.

—Se dice que ustedes creen haber hallado vida. ¿Es verdad eso?

—Sí —respondió Roland—. Y aspiramos a conservarla, no derramarla en una guerra que no es nuestra.

—Suponiendo que yo estuviera de acuerdo, ¿cómo me entregarías al muchacho?

—Impulsarás inmediatamente el mandato a través del senado. Una vez ratificado por la soberana, te llevaré hasta él. No solo hasta él, sino también hasta los custodios que han jurado verlo en el poder.

—¿Y si la soberana no firma?

—Entonces tendrás un enemigo que no te interesaría tener —aseveró el nómada encogiéndose de hombros.

Roland pudo ver la mente de Saric funcionando, buscando alguna debilidad en el acuerdo.

—¿Brack?

—No veo ningún desafío para su propósito, mi señor —contestó el hombre de Saric titubeando un momento antes de hablar.

Naturalmente. Ambos eran plenamente conscientes de que cualquier ley aprobada por el senado no se interpondría en el camino de Saric si este decidiera actuar. Además podría ir tras cualquier nómada, y lo haría, si viera alguna amenaza para ellos… en cualquier momento.

—Aceptaré tus condiciones —accedió Saric—. Pero si no me das al muchacho antes de que cumpla dieciocho años, retiraré mi consentimiento.

El hombre comenzó a hacer girar su montura.

—Hay algo más que deseo —añadió Roland—. Una garantía.

Saric hizo una pausa, arqueando una ceja hacia él.

—Nos entregarás a Feyn para conservarla hasta que se haga el intercambio.

—¿Feyn? —objetó él con una sonrisa distorsionándole ligeramente el rostro.

—No soy más tonto que tú. La cuidaré como a uno de los míos. Ella no recibirá ningún daño.

—Solamente un idiota exigiría a la soberana como garantía.

—Tú dices esto, pero ya sabes que no la lastimaré. Si Feyn llegara a morir, tú serías soberano. No tienes nada que perder.

—Sabes más de lo que pareces, nómada. Quizás te subestimé.

—Nuestra resolución de que nos dejen solos y en paz ha sido alimentada en nosotros durante siglos. Haré lo que sea necesario para ese fin.

—Le presentaré esto a mi soberana —enunció Saric.

—Supuse que ella era quien te servía, mi señor.

—Entonces supones demasiado —objetó Saric lanzándole una mirada insulsa.

—De cualquier modo…

—De cualquier modo, tienes tu acuerdo. Si Feyn no está aquí, en este valle, dentro de dos días, considéralo cancelado.

El jefe sangrenegra comenzó a volverse.

—Mañana —corrigió Roland—. Si requieres al muchacho antes de que llegue a la mayoría de edad, nos queda poco tiempo.

Saric lo miró por un largo instante, luego espoleó a su caballo.

—Mañana —asintió.

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