Marcapáginas

Marcapáginas

Teko

Y así le llaman a ese pequeño objeto cotidiano: marcapáginas. O punto de lectura, o ... cualquier cosa. Pero me quedo con "marcapáginas". Porque eso es exactamente. Un instrumento para marcar el punto de lectura en la página del libro que estamos leyendo. Y quien inventó el sustantivo quizás no se dió cuenta de un detalle. En realidad, si que marca la página.

A ojo de quien se permite doblar la esquina de una hoja, marcar con lápiz, o peor, con un bolígrafo o cualquier otra tinta, el punto donde se quedó, decir que una franja de papel grueso, cartulina, plástico o cualquier otro material, quizás un cordón, quizás una pinza, un clip... "marca" la página, sería decir mucho. Sería como reconocer que alguien se fija en la pequeñísima deformación que este objeto produce en el papel. Reconocer que algo tan mundano y, por qué no decirlo, inútil, prende la atención de quien lo observa.

Y en eso se fija un servidor, por pura casualidad, tal vez influenciado por las últimas lecturas sobre percepción y atención. O puede que su intensa afición al coleccionismo, en este caso de libros, le haga fijarse en nimios detalles como éste. Le haga considerar si una vieja tarjeta de crédito sin uso, o una tarjeta, puede que una etiqueta de ropa, con su grosor, pueda deformar de tal forma esas páginas, incluso el lomo del libro... y lo malbarate como objeto de colección. Él, que inicia un ritual de conservación del objeto llamado libro desde el mismo instante en que éste llega a su casa. Lo primero, antes que nada, proporcionarle protección. Forrarlo con plástico no adherente, transparente, libre de ácido, utilizando pequeños trozos de cinta adhesiva para fijar el plástico. Jamás debe la cinta tocar la contraportada ni otro espacio del libro. El forro debe poder ser eliminado como si nunca hubiera estado allí. Una vez hecha esta operación, ni se le ocurre marcar el libro con su nombre, fecha de adquisición, firma, ni nada parecido. El libro permanece, desde ese momento, en un estado de virginidad total. Apenas rota por su lectura, si es necesario.

El proceso de lectura debe introducir pocos cambios en la estructura del libro. Las páginas se pasan con delicadeza, no como una vieja revista, nunca se subraya nada, ni se doblan esquinas. El lomo jamás se abre del todo, menos aún se aplana el libro para fotocopiarlo o digitalizarlo. El acto de leerlo no debe alterarlo más de lo necesario.

Es una locura de coleccionista. Si. La alternativa es, de hecho, muy simple. Leer en digital, pura herejía, o adquirir dos ejemplares: uno para su conservación absoluta, el otro para la lectura, y quizás practicar todas las herejías posibles con él. Es práctica habitual con otros objetos de colección, como sellos de correos, por ejemplo. Incluso se llega al trío. Copia para conservar, copia para deleitarse, y la tercera para invertir.

Lo curioso del caso es que esos marcapáginas también se coleccionan. El objeto responsable del estropicio de otro, también es coleccionable. Paradójico. ¿Has llegado hasta aquí? Imagina si un marcapáginas me ocupa el tiempo así, lo que puede ser una película, o un viaje de crucero. Inténtalo. Yo lo haré en un futuro.


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