Mao

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13. El aprendiz de brujo

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Por lo que se refiere a la política, las repercusiones fueron mínimas. El culto a la personalidad de Mao sobrevivió intacto.[70] El único cambio significativo llegó en el Octavo Congreso de septiembre, cuando se excluyeron de la constitución del Partido Comunista Chino las referencias al «Pensamiento de Mao Zedong» como ideología rectora del partido.[71] Pero esto fue considerado un inconveniente ocasionado por los cambios que estaban teniendo lugar en la estructura de liderazgo del partido cuando Mao comenzó a poner en marcha su plan, objeto de discusión desde 1952, de retirarse hasta el «segundo frente».

Comenzaba a percibir el peso de su edad, escribió ese mismo año a la viuda de Sun Yat-sen, Soong Ching-ling. «Uno debe reconocer los síntomas de que ya está en declive»[72] Se creó el nuevo cargo de presidente honorario del partido, vacante hasta el momento en que Liu Shaoqi asumiera su cetro (generalmente esperado para 1963, cuando Mao debía llegar a su septuagésimo aniversario).[73].

Entonces llegó la crisis de las revoluciones de Polonia y Hungría.

Los regímenes comunistas de todo el mundo la observaron aterrados, temiendo que la epidemia se expandiese, mientras el bloque socialista amenazaba con implosionar. China no era una excepción.[74] Durante el invierno de 1956, Mao pronunció un discurso tras otro, asegurando al partido, y a sus aliados no comunistas, que no había posibilidad alguna de que ellos estuviesen expuestos a un desasosiego similar.

Continuó preguntándose la causa de las convulsiones de la Europa oriental. Parte de la respuesta, dijo al Comité Central, residía en el hecho de que los partidos comunistas de Polonia y Hungría habían fallado en su cometido de eliminar a los contrarrevolucionarios. China no había cometido ese error. Pero un segundo factor era el burocratismo, que había llevado a los dirigentes de ambos países a alejarse de las masas. Era un problema que China todavía no había solucionado.

Actualmente hay ciertas personas que actúan como burócratas ociosos, y tratan sin escrúpulos al pueblo, ahora que tienen al país en sus manos. Esta gente cuenta con la oposición de las masas, que [desean] lanzar piedras contra ellos y golpearles con sus azadones. Desde mi punto de vista, eso es lo que se merecen y creo que hay que aceptarlo gratamente. Hay ocasiones en que sólo los golpes pueden solucionar los problemas. El Partido Comunista ha de aprender de esta lección … Debemos estar vigilantes, y no debemos permitir que se desarrolle un estilo de trabajo burocrático. No debemos contribuir a formar una democracia disociada del pueblo. La actitud de las masas está plenamente justificada cuando expulsan a los que siguen los métodos burocráticos … Creo que lo mejor es destituir a este tipo de personas, tienen que ser depuestas.

La respuesta, dijo Mao, debía ser otra campaña de rectificación, pero con unas características que proporcionasen una válvula de seguridad ante el descontento popular. El problema en Hungría, argumentó, residía en el hecho de que allí el partido había fracasado en su deber de afrontar en el momento oportuno las contradicciones existentes entre los gobernantes y los gobernados, y en consecuencia éstas se habían emponzoñado y convertido en antagónicas. «Si hay una pústula, desprenderá pus», afirmó Mao.[75] «Debemos extraer precisamente de estos acontecimientos nuestra lección». Añadió que en China se debía permitir a los trabajadores ir a la huelga, ya que «esto será útil para resolver las contradicciones entre el Estado, los directores de las fábricas y las masas», y se debía extender la autorización a los estudiantes para que se manifestasen. «Son simplemente contradicciones, nada más. El mundo está lleno de contradicciones»[76].

De este modo, a finales de 1956 ya estaban decididos los dos componentes principales de lo que acabaría siendo la «campaña de las cien flores»: un movimiento de rectificación para que el partido se mostrase más sensible a los deseos del pueblo, y la remisión del control para permitir la expresión de la insatisfacción pública. Las únicas incertidumbres se referían al momento en que debía iniciarse (Mao sugirió el siguiente verano), y a las dimensiones que debía alcanzar.

En esta coyuntura, intervino un nuevo factor.

Algunos de los jóvenes escritores, animados por las continuas muestras de liberalización, habían al menos recuperado los ánimos y comenzaron a poner a prueba los límites de la nueva tolerancia del partido.[77] Los conservadores se sintieron ultrajados. El 7 de febrero de 1957, un grupo de comisarios culturales del Ejército Popular de Liberación publicó una carta en el Diario del Pueblo en la que se lamentaba del resurgimiento de las formas literarias tradicionales, en detrimento del realismo socialista, y de que el principio del arte al servicio de la política, enunciado por Mao en Yan’an, estaba siendo transgredido. La consiguiente avalancha de comentarios favorables mostró que sus ideas eran ampliamente compartidas.

Como era habitual, cuando sintió que sus propósitos podían verse frustrados Mao actuó con decisión.

Su reacción pública fue moderada. Cinco días después de que apareciese la carta, envió una selección de sus poemas, escritos en estilo clásico, para que fuesen incluidos en el primer número de la revista Shikan (Poesía).[78] El mensaje implícito era que, al contrario de lo que afirmaban los miembros del grupo del Ejército Popular de Liberación, las formas literarias tradicionales todavía conservaban su lugar en China.

En privado, Mao fue mucho más espontáneo. Las críticas habían empeorado la situación, dijo, avanzado aquel mes, en un congreso de oficiales veteranos del partido.[79] No había demasiada libertad, sino demasiado poca. Los escritos hostiles al marxismo, como las obras de Chiang Kai-shek, debían ser abiertamente publicadas en China, ya que «si no has leído nada escrito [por él], serás incapaz de enfrentarte correctamente a él». La distribución del Cankao xiaoxi (Noticias de referencia), un compendio de noticias extranjeras de uso restringido para los oficiales veteranos, debía centuplicarse para «hacer público [el pensamiento] imperialista y burgués».[80] Incluso se debía permitir que hombres como Liang Shuming divulgasen sus ideas: «Si quieren tirarse un pedo, ¡pues que se lo tiren! Cuando esté fuera, ya decidiremos si huele bien o mal … Si el pueblo cree que el pedo apesta, quedarán marginados».[81]

Era un error poner las cosas en cuarentena, declaró Mao. Mucho mejor era «vacunar» a las masas exponiéndolas a ideas perniciosas, para que su inmunidad política se viese fortalecida.[82] El principio esencial podía ser:

La verdad se muestra por contraste con la falsedad y se desarrolla a partir de la lucha contra ella. La belleza aparece por contraste con la fealdad, y se desarrolla a partir de la lucha con ella. Lo mismo cabe decirse de las cosas buenas y malas … En resumen, las flores aromáticas se distinguen de las malas hierbas, y crecen a partir de la lucha con ellas. Prohibir al pueblo encontrarse cara a cara con lo falso, lo feo y lo antagónico es una política muy peligrosa … Semejante política podría redundar en … un pueblo incapaz de enfrentarse al mundo exterior, e incapaz de superar el desafío de los rivales.[83]

En el seno del partido había sido habitual el uso de «materiales de enseñanza negativa» ya desde los años treinta. Pero en esta ocasión Mao proponía que se aplicase el mismo método a toda la población. No debían temer al hecho de que pudiesen producirse alborotos:

¿No sería muy extraño que nosotros, los comunistas, que nunca hemos temido al imperialismo o al Guomindang de Chiang Kai-shek … estuviésemos ahora asustados porque los estudiantes causasen problemas o los campesinos provocasen alborotos en las cooperativas? El miedo no es ninguna solución. Cuanto más asustado estás, más fantasmas se acercarán a visitarte … Creo que se debería permitir que todos los que quieran provoquen problemas tanto tiempo como deseen. Si un mes no es suficiente, les daremos dos meses. Y si no son suficientes, no los frenaremos hasta que hayan tenido suficiente. Si detienes sus acciones demasiado pronto, tarde o temprano volverán a causar problemas … ¿Qué sacaremos de todo esto? Pues que dejaremos bien claro cuál es el problema y distinguiremos lo correcto de lo erróneo … No podemos sofocar todas las llamas a un mismo tiempo … Hay que mostrar las contradicciones para que los problemas se puedan solucionar.[84]

La audiencia de Mao, los secretarios provinciales del partido, los hombres que debían enfrentarse a los «problemas», en el caso de que apareciesen, se sentían claramente abrumados. Unas semanas después el propio Mao admitió que «el 50 por 100 o 70 por 100» del partido,[85] y el 90 por 100 de los dirigentes, no estaba de acuerdo con él.[86] Sus indolentes afirmaciones de que «con una población de seiscientos millones, consideraría algo normal que cada año hubiese un millón causando alboroto»,[87] y que incluso, en el peor de los casos, si tenían lugar desórdenes de grandes dimensiones, «tendríamos que volver a Yan’an; al fin y al cabo, ¡es de allí de donde venimos!»,[88] sólo consiguieron alarmarles aún más.

Diez o doce años antes, sus oponentes le habrían detenido. Pero en 1957, Mao estaba muy por encima de ellos. Las dos grandes decisiones que había tomado desde la fundación de la República Popular desatendiendo las dudas de sus compañeros —la participación en la guerra de Corea y la aceleración de la colectivización— habían quedado triunfalmente justificadas. Que en esta ocasión el partido se mostrase reacio, sólo conseguiría que él desease presionar aún más. En los discursos pronunciados durante aquella primavera, parafraseó una de las afirmaciones favoritas de Stalin, que Mao había citado por primera vez en 1937: «La unidad de contrarios es temporal; la lucha antagónica es absoluta».[89] La armonía era transitoria; la lucha, eterna. Aquel estudiante que, cuarenta años antes, había escrito «no es que nos atraiga el caos, sino simplemente que … la naturaleza humana se siente complacida con los cambios repentinos», ahora decía a sus compañeros: «Es bueno que la vida sea un poco más complicada, de lo contrario es demasiado aburrida … Si sólo existiese la paz sin problemas … padeceríamos de indolencia mental».

Había otras razones más prácticas en la determinación de Mao por seguir adelante. La carestía de ingenieros y técnicos, que había contribuido en primer término a desatar el movimiento de liberalización, era sólo la punta del iceberg. China poseía doce millones de proletarios y quinientos cincuenta millones de pequeñoburgueses (incluyendo al campesinado). Todas sus energías eran necesarias para el desarrollo económico de China. Pero ello, argumentaba Mao, requería una política de supervisión mutua, en la que los intelectuales pequeñoburgueses tuviesen la libertad de criticar a los comunistas, y ellos, a su vez, «educasen» a la pequeña burguesía.[90]

Estas ideas fueron por primera vez formuladas formalmente ante un público muy amplio, en un discurso titulado «Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo», celebrado el 27 de febrero de 1957. Duró cuatro horas, y fue pronunciado ante una audiencia invitada de cerca de dos mil personas, incluyendo a científicos, escritores y dirigentes de los partidos democráticos.[91]

Mao comenzó a hablar en términos laudatorios del proceso de transformación y perfeccionamiento en el crisol de la causa comunista que los intelectuales habían experimentado. Todavía era necesario, dijo, el modelado del pensamiento, pero en el pasado se había hecho «con cierta brusquedad, [y] el pueblo estaba herido». A partir de ahora, la política sería distinta.

[El eslogan que reza] «dejemos que florezcan cien flores, que compitan cien escuelas» … se empleó en reconocimiento de las diferentes contradicciones de la sociedad … Es imposible regar sólo las [flores fragantes] y no las malas hierbas … ¿Es posible proscribir las malas hierbas e impedir que crezcan? La realidad dice que no. Continuarán creciendo … Es difícil distinguir entre las plantas aromáticas y las ponzoñosas … Tomad, por ejemplo, el marxismo. Hubo un tiempo en que se consideraba al marxismo como algo venenoso … La astronomía de Copérnico … la física de Galileo, la teoría de la evolución de Darwin, fueron todas ellas inicialmente rechazadas … ¿Por qué deberíamos temer el crecimiento de flores fragantes y hierbas venenosas? No hay nada que temer … Entre las malas flores puede haber algunas buenas … [como] Galileo [y] Copérnico y, a la inversa, las flores que los marxistas contemplan no son sólo como estas últimas.

El empleo de «métodos coercitivos» para resolver los problemas ideológicos, añadió Mao, generaba más daño que bien. ¿Qué hacer si se producían disturbios? «Yo digo: dejemos que se agiten para solaz de sus corazones … También yo provoqué alborotos en la escuela cuando no se podían resolver los problemas … La expulsión es el método del Guomindang. Nosotros queremos hacer lo contrario que el Guomindang»[92].

El discurso no fue publicado de inmediato, pero se escuchó en algunas reuniones de intelectuales y cuadros del partido, por todo el país, en forma de grabación magnetofónica.

Las reacciones fueron muy diversas. Un hombre se sintió «tan estimulado por la intervención de Mao que no pudo dormir en toda la noche».[93] Robert Loh, un empresario de Shanghai, recordaba: «Yo estaba deslumbrado. Después del discurso de Mao todo parecía posible. Por primera vez en varios años, me permití el lujo de tener esperanzas».[94] Pero la mayoría se mostraba indecisa. Como indica un proverbio chino, «un hombre que ha sido mordido por una serpiente tiene miedo de una cuerda». Fei Xiaotong, antropólogo, escribió sobre un «temprano tiempo primaveral» que traía el riesgo de heladas repentinas.[95] El historiador Jian Bozan fue más brusco. Los intelectuales, dijo, no sabían si confiar o no en Mao. «Tienen que adivinar si [su] llamada es sincera o si simplemente se trata de un ademán. En caso de que sea sincera, tienen que adivinar hasta qué punto permitirán a las flores que florezcan, y si [se mantendrá esta política] una vez las flores hayan florecido. Tienen que adivinar si [ésta] es el fin, o simplemente un medio … para desenterrar pensamientos [ocultos] y rectificar a los individuos. Tienen que adivinar qué problemas pueden discutirse y qué cuestiones no se pueden discutir». El resultado, añadió, era que la mayoría había decidido permanecer en silencio.[96]

Su prudencia habría sido aún más acentuada si hubiesen sabido lo que Mao había dicho en el secreto de las reuniones del partido que habían precedido el inicio público de la campaña de las cien flores. Públicamente había declarado que la burguesía y los partidos democráticos habían realizado un «gran progreso»;[97] en privado dijo que eran poco dignos de confianza.[98] En público había hablado de estudiantes «amantes de su país»;[99] privadamente se lamentó de que el 80 por 100 de ellos proviniese de un entorno burgués, por lo que no era «nada extraño» si se oponían al gobierno.[100] En público había insistido en que se tenía que permitir que las «malas hierbas venenosas» creciesen;[101] en privado dijo que había que arrancarlas y convertirlas en estiércol.[102] Públicamente había afirmado que existían «únicamente unos pocos» contrarrevolucionarios; en privado, que debían ser «eliminados sin contemplaciones».[103] En público había hablado de tolerar los disturbios;[104] en privado, de permitir a «la mala gente» que «por sí misma se ponga en evidencia y se aísle».[105]

Para la mentalidad dialéctica de Mao, todo ello constituía las dos caras de una misma moneda. «En la unidad de los opuestos», explicó, «siempre hay un elemento principal y uno secundario»[106]. El problema era que, con Mao, uno y otro podían oscilar.

A lo largo de marzo y abril, Mao trabajó para hacer realidad la campaña de las cien flores. Resultó una ardua tarea. Más allá de las ambigüedades de su propia posición (que, en la medida que los intelectuales las percibían, alimentaban sus temores), los oficiales del partido de medio y bajo rango se mostraron marcadamente hostiles. Ellos eran, al fin y al cabo, el blanco de cualquier campaña contra el burocratismo, y una vez comenzase la rectificación, ellos estarían en el campo de batalla donde se desplegarían la agitación y los disturbios que Mao había prometido.

En la cúspide de la jerarquía, el Politburó se mantenía curiosamente silencioso. Las «cien flores» eran el espectáculo de Mao. «Estamos solos el pueblo y yo», diría tiempo después, y en cierto sentido así era.[107] Mientras sus colegas le apoyasen públicamente (como de hecho hacían), poco importaba que Liu Shaoqi y Peng Zhen, el líder del partido en Pekín, se mostrasen en privado indiferentes, o que Zhou Enlai y Deng Xiaoping estuviesen entusiasmados.[108] «Florecimiento y competencia», como acabó siendo conocida la campaña, no era algo susceptible de formar parte de la esfera administrativa. Se tenía que persuadir al pueblo para que abriera su mente, y se debía convencer a los oficiales de menor rango para que no le pusieran impedimentos.

Con tales perspectivas, Mao emprendió un viaje de tres semanas por China occidental, en el que actuó, según sus propias palabras, como un «cabildero errabundo».[109] La mitad de su tiempo lo dedicó a convencer a los cuadros del partido de que el movimiento que estaba a punto de llegar sería «calmado y pausado», «un rocío finísimo, no como las lluvias torrenciales», y no permitiría que se desarrollase hasta convertirse en una lucha de masas a gran escala.[110] La otra mitad del tiempo estuvo consagrada a calmar los ánimos de los grupos hostiles al partido. En el proceso, los cimientos de la campaña —y los medios por los que se desarrollaría— quedaron definidos más nítidamente.

En aquel momento, cuando la lucha de clases contra los terratenientes y la burguesía había llegado básicamente a su fin, explicó Mao, las diferencias entre el partido y el pueblo se habían hecho naturalmente patentes. «En el pasado, luchamos junto al pueblo contra el enemigo. Ahora, como ya no existe enemigo alguno … sólo quedamos nosotros y el pueblo. Si no regaña con nosotros cuando existen agravios, ¿con quién regañará?»[111] Si se que rían disolver esas diferencias, debían incitar al pueblo a pensar por sí mismo.[112] «Si nosotros … se lo impedimos, nuestra nación quedará sin una gota de su vitalidad.»[113] El método a seguir era la crítica y la autocrítica, y los partidos democráticos debían ocupar una posición fundamental. «[Deben realizar] comentarios mordaces que muestren nuestras flaquezas», declaró Mao.[114] «Debemos cobrar ánimo y permitirles que nos ataquen … El Partido Comunista debe aceptar que lo reprendan por algún tiempo.»[115].

En apariencia —y, finalmente, muchos intelectuales lo tomaron como mera apariencia—, se trataba de una orientación temeraria, especialmente cuando Mao siguió hablando de permitir que se produjese una erosión significativa, al menos en los círculos académicos y periodísticos, del monopolio de poder del partido. Hasta entonces, reconoció, alguien que no era comunista podía convertirse en el rector de una universidad, o en editor de un periódico «que no perteneciese al partido», pero en realidad el poder lo detentaba un delegado que era miembro del partido. En el futuro, los que no fuesen comunistas deberían ocupar «los cargos y el poder de ipso, no sólo en la forma. A partir de ahora, no importa dónde o quién es el responsable al cargo».[116]

A mediados de abril, los esfuerzos de Mao comenzaron a dar frutos.

Había creído necesario prometer a los oficiales del partido que, como regla general, el «florecimiento y [la] competencia» estarían limitados a las críticas que «reforzasen el liderazgo del partido, y no se permitiría que produjesen “confusión y desorganización”».[117] También se refirió al temor de los intelectuales de que se tratase de una trampa del partido; y los oficiales atentos debieron de advertir que él no negaba tal extremo.[118] Alentada por esas promesas, la jerarquía del partido dejó de resistirse a sus planes.[119]

Incluso el Diario del Pueblo, cuyo silencio ante la nueva política había reflejado fielmente las dudas del partido, se ciñó a la pauta, aunque no antes de que Mao convocase al editor, Deng Tuo, a una lacerante sesión de reproches, celebrada en su dormitorio, mientras Mao continuaba recostado sobre su desmesurada cama, cubierta de montones de libros.[120] Uno de los comisarios de Mao, Wang Ruoshi, un hombre pulcro y puntilloso, que fue requerido a media reunión para unirse a ellos, recordaba haberse sorprendido por lo desaseado de la escena, cuando el presidente, entonces ya una figura fláccida que había pasado el ecuador de su vida, ataviado con su pijama, se enfureció con ellos: «¿Por qué mantenéis la política del partido en secreto? Aquí hay algo sospechoso. Antes, este papel lo hacían los pedantes. Ahora lo hace un cadáver». Observando a Deng, continuó: «¡Si eres incapaz de defecar, déjate de secretos y deja paso a alguien que pueda!». Cuando el acorralado editor ofreció su dimisión, Mao la desestimó. Le ordenó a Wang que escribiese un editorial promoviendo las «cien flores», que apareció el 13 de abril. A partir de entonces, comenzó a difundirse ampliamente entre la población la noticia de que serían bienvenidas las críticas no comunistas al régimen.

Una semana después, el Politburó se reunió y decidió dar oficialmente inicio a la campaña.[121] Los dirigentes provinciales fueron avisados para que informasen sobre la evolución del «florecimiento y [la] competencia» en un plazo de quince días. Pero Mao no quería esperar ni siquiera ese tiempo. En la práctica, dijo, la rectificación «ya ha estado en funcionamiento durante dos meses».[122] Mientras los chinos celebraban la festividad del Primero de Mayo, el eslogan de las «cien flores» fue proclamado en la portada del Diario del Pueblo, siendo imitado por todos y cada uno de los periódicos del país, en tanto que, dentro y fuera del partido, el movimiento había emprendido oficialmente su camino.[123]

La campaña de las cien flores fue el intento más ambicioso jamás acometido por un país comunista de combinar un sistema totalitario con restricciones y contrapesos democráticos. El propio Mao no estaba seguro de las consecuencias que podía acarrear. «Probémoslo y veamos cómo funciona», dijo en una ocasión.[124] «Si nos gusta, ya no tendremos de qué preocuparnos». Lo que ocurriría si al partido «no [le] gustaba» que le criticasen quedó discretamente sin contestar.

A medida que transcurría el mes de mayo, los académicos, escritores y artistas no comunistas, los miembros de los partidos democráticos, los empresarios, e incluso algunos trabajadores y oficiales rurales hicieron paulatino acopio de coraje y decidieron hablar, o, más a menudo, fueron persuadidos para hacerlo en contra de su más acertado juicio.

A pesar de que el Comité Central había afirmado que la participación de los que no fuesen comunistas sería voluntaria, los oficiales locales del partido recibieron fuertes presiones para que procurasen que el «florecimiento y [la] competencia» fuesen un éxito en sus respectivas unidades.[125] Wu Ningkun, profesor de inglés de una elitista escuela del partido, de educación norteamericana, recordaba que le abordó un compañero de más edad y se lamentó de que, en las reuniones del departamento, «parece que nadie quiere hacer públicas sus opiniones … Lo que sale a la superficie no son más que plumas de pollo y piel de ajo [es decir, trivialidades]».[126] Después de nuevas provocaciones, explicaba Wu, «yo no albergaba ya ninguna duda de su sinceridad, así que hablé». A una oficial del Departamento de Policía de Changsha se le comunicó que si quería unirse al partido, debía mostrar su deseo y «ofrecer algo a cambio».[127] Por su parte, el secretario local del partido reclamó a uno de los líderes de la asociación de comerciantes de la principal calle comercial de Pekín, Wangfujing, que hablase «para convertirse en ejemplo para los demás».[128] También ellos traicionaron sus pensamientos y cumplieron. Como hicieron millones de personas como ellos.

La mayoría de las críticas que siguieron arremetían contra el hecho de que los comunistas, a quienes los intelectuales habían recibido en 1949 como a los liberadores del desgobierno del Guomindang, se habían convertido, después de ocho años escasos de administración, en una nueva clase burocrática que monopolizaba el poder y los privilegios y que se había alejado de las masas. Mao, se decía, no se había equivocado en sus conclusiones sobre la revuelta húngara: a los ojos de los no comunistas, los oficiales del partido se habían convertido realmente en «una aristocracia divorciada del pueblo». Una de las críticas más mordaces llegó de Chu Anping, editor de un influyente periódico no controlado por el partido, Guangming ribao, que afirmó que los comunistas habían convertido a China en un «dominio familiar, pintado todo con el mismo color».[129]

La figuras de menor relevancia fueron más radicales. Los miembros del partido se comportaban como «una raza aparte», señaló un profesor. Recibían un trato preferencial, y se dirigían al resto de la población como si no fuesen más que «sujetos obedientes o, para usar una palabra más dura, esclavos». Un catedrático de economía se lamentó: «Los miembros y cuadros del partido que en el pasado no tenían ni zapatos viajan ahora en vagones de lujo y llevan uniformes de lana … Hoy en día, la gente común huye del partido como de una plaga».[130] Y continuó:

Si el Partido Comunista desconfía de mí, se trata de un sentimiento mutuo. China pertenece a [todos sus] seiscientos millones de habitantes, incluyendo los contrarrevolucionarios. No sólo pertenece al Partido Comunista … Si vosotros [los miembros del partido] trabajáis satisfactoriamente, todo irá bien. Pero si no es así, las masas os derribarán, os matarán y os derrocarán. Y no se podrá describir como un acto carente de patriotismo, ya que los comunistas habréis dejado de ser los servidores del pueblo. La caída del Partido Comunista no significará la caída de China.

Otro tema recurrente consistió en el maltrato del partido a los intelectuales, que eran considerados, durante «un instante, un excremento de perro, y al siguiente, como si fuesen diez mil monedas de oro».[131] Si el partido te necesita, escribió un periodista, no importa que seas un asesino; pero si no te necesita, te deja tirado en la cuneta sin importar la lealtad con que te hayas entregado. Un ingeniero se lamentó de que los intelectuales se sentían entonces más subyugados que durante el período de ocupación japonesa. Los miembros del partido fisgoneaban por todas partes, informando a los oficiales de su circunscripción sobre el comportamiento de sus colegas no comunistas. El resultado era que «nadie se atreve a desahogarse ni siquiera en privado, en compañía de los amigos íntimos … Todos han aprendido la técnica de la doble cara: lo que uno dice es una cosa y lo que piensa es otra».[132]

El 4 de mayo, apenas tres días después del inicio de la campaña, Mao distribuyó una directriz secreta en la que afirmaba que, a pesar de que algunas de las ideas que estaban aflorando eran equivocadas, no debían ser refutadas inmediatamente.[133] «No debemos detenerlas a medio camino», escribió. «Si la sociedad no ejerce presión alguna, será muy difícil para nosotros obtener de la rectificación los resultados que deseamos». Durante «al menos algunos meses», por tanto, las críticas debían continuar sin revisión. Después, una vez el partido hubiese sido rectificado, podría ampliarse el movimiento y las críticas se podrían aplicar a los partidos democráticos, a los intelectuales y a la sociedad en general.

Pero a medida que el torrente de enojo, desconfianza y acritud popular se embravecía, Mao comenzó a albergar segundos pensamientos.

El 15 de mayo, en un memorando titulado «Las cosas se están convirtiendo en sus opuestos», distribuido de manera restringida entre los oficiales del Comité Central y de rango superior, Mao señaló que su actitud estaba cambiando.[134] Aquí, por vez primera, aplicó el término «revisionismo» a los acontecimientos que estaban teniendo lugar en todo el país. Los revisionistas, dijo, negaban la naturaleza clasista de las críticas; admiraban el liberalismo burgués y la democracia, y rechazaban el liderazgo del partido. Semejantes individuos eran el principal peligro existente en el seno del partido, y estaban trabajando mano a mano con los intelectuales de derechas. Eran estos «derechistas» (otro término que utilizaba por vez primera) ajenos al partido los responsables del «actual alud de furibundos ataques»:

Los derechistas no comprenden absolutamente nada de dialéctica —las cosas se transforman en sus opuestos cuando alcanzan el extremo último. Dejaremos durante algún tiempo que los derechistas nos ataquen ciegamente, hasta que alcancen el clímax … Algunos dicen que tienen miedo de tragarse el anzuelo … o de ser completamente seducidos, cercados y aniquilados. Ahora que ha subido hasta la superficie, por su propia voluntad, un gran número de peces, no hay ninguna necesidad de poner cebo al anzuelo … Hay dos posibilidades para los derechistas. La primera es … enmendar su trayectoria. La segunda consiste en continuar causando problemas y buscarse la ruina. Caballeros derechistas, la elección es suya, la iniciativa (no durante mucho tiempo) está en sus manos.

Esto no representaba un cambio tan drástico en el posicionamiento de Mao como podía parecer. Ya a principios de abril, discutiendo sobre las ponzoñosas opiniones que podrían llegar a expresarse, dijo a los cuadros del partido en Hangzhou: «Esto no es como preparar una emboscada para el enemigo, sino más bien se trata de dejarle caer por sí mismo en el lazo».[135] Lo que era ciertamente novedoso era el cambio de énfasis. El centro de la atención de Mao se estaba desplazando, agorero, desde el «florecimiento de las flores» hacia la siega de las «malas hierbas venenosas».

Al tratarse de un documento secreto, el público en general, así como los «derechistas», continuaron ignorantes del nuevo cariz que tomaban los acontecimientos.

El movimiento se extendió a continuación hasta el campus de la Universidad de Pekín, donde se instaló un «muro de la democracia», cubierto de varias capas de carteles, en la parte exterior de la cantina.[136] Oradores estudiantiles arengaban a las multitudes sobre miles de temas diferentes, que abarcaban desde las elecciones plurales a los méritos respectivos del socialismo y el capitalismo. El movimiento encontró a su pasionaria en una estudiante de literatura de veintiún años llamada Lin Xiling, que acusó al partido de practicar el «socialismo feudal» y reclamó reformas radicales que garantizasen las libertades básicas. Se formaron asociaciones estudiantiles con nombres como «Medicina Amarga, Voces del Estrato más Bajo, Hierbas Salvajes o Trueno de Primavera», que publicaron revistas mimeografiadas y enviaron activistas para «intercambiar experiencias» con compañeros de fuera de la ciudad.

Tras aguardar a que transcurriese un nuevo mes, Mao volvió a intervenir, en esta ocasión públicamente. En una reunión con una delegación de la Liga de las Juventudes, advirtió: «Toda palabra o acto que se aparte del socialismo es completamente erróneo».[137] Estas palabras fueron inmediatamente escritas en gigantescos caracteres blancos en el lateral de un edificio del campus.

Pero la hoguera que el presidente había encendido no iba a ser tan fácil de extinguir. Los líderes estudiantiles reclamaron abiertamente el fin del régimen del Partido Comunista. Sus profesores, inspirados por su ejemplo, avivaron aún más las llamas. El gobierno de Mao era «arbitrario y desconsiderado», declaró un profesor de Shenyang.[138] Si no existía democracia en China era por culpa de la central del partido. Otros hablaron de una «tiranía malévola» que empleaba los «métodos fascistas de Auschwitz».[139] En Wuhan, los estudiantes de secundaria tomaron las calles y asaltaron las oficinas del gobierno local. Llegaron noticias de disturbios en Sichuan y Shandong.[140]

El 8 de junio, cuando aún no se habían cumplido seis semanas desde el inicio de la rectificación, Mao lanzó la contraofensiva del partido.

«Ciertas personas», publicó el Diario del Pueblo, estaban usando la campaña de rectificación como pretexto para intentar «derrocar al Partido Comunista y la clase obrera, y destruir la gran causa del socialismo».[141] El propio Mao, en una directriz del Comité Central de aquel mismo día, habló de una pequeña sección del partido que estaba pudriéndose por efecto de las ideas reaccionarias; lo que significaba, añadió con aprobación, que «está aflorando el pus».[142] Su discurso, pronunciado en febrero, sobre las «contradicciones» fue publicado por vez primera diez días después, aunque en una versión profundamente revisada que establecía seis criterios para distinguir las «flores fragantes» de las «malas hierbas venenosas».[143] Esto reafirmaba efectivamente la garantía que Mao había ofrecido en privado a los oficiales del partido antes de que se iniciase el movimiento: a saber, que las críticas eran sólo aceptables si contribuían a fortalecer, y no debilitar, el liderazgo del partido.

Finalmente, el 1 de julio, en otro editorial del Diario del Pueblo, Mao acusó a los ministros de Silvicultura, Luo Longji, y Comunicaciones, Zhang Bojun, ambos líderes de un pequeño partido de coalición denominado Liga Democrática, de formar alianzas contrarrevolucionarias para promover una «línea burguesa anticomunista, antipopular y antisocialista».[144] Esto suponía que la política de las «cien flores» había sido correcta, pero había sido saboteada por un pequeño grupo de extremistas que no aceptaba la victoria comunista y pretendía atrasar el reloj.

Todo esto fue una maniobra deshonesta y sensata a partes iguales. La Alianza Luo-Zhang resultó ser una maquinación —una más en la lista que se había iniciado en 1934 con las «brigadas de exterminación» de Yudu y había continuado con la «conspiración contrarrevolucionaria de Wang Shiwei», en 1943, y con la «camarilla de Hu Feng», en 1955—, cuyo único propósito consistió en justificar la represión que ya estaba en marcha. En el mismo sentido, el Guangming ribao, al que Mao ahora acusaba de servir «de portavoz de los revolucionarios», no había hecho más que lo que le habían exigido. Al igual que la mayoría de «derechistas».[145]

Los seis criterios eran tan restrictivos que si hubiesen estado vigentes durante el discurso inicial el «florecimiento y [la] competencia» no habrían tenido lugar. De hecho, Mao había dicho repetidamente, a lo largo de la campaña, que no se debía imponer límite alguno, ya que «el pueblo [por sí solo] tiene capacidad para discernir … [Debemos] confiar en éste … para lograr comprender».[146]

¿Por qué decidió, entonces, que la represión era necesaria?

La respuesta no es sencilla.[147] Las «cien flores» no fueron, como clamaban por igual las víctimas y los partidarios de Mao, una medida cuidadosamente urdida desde el principio, un ejemplo de la destreza del presidente en «hacer salir a la serpiente de su agujero». Ni tampoco fue un «disparate colosal», como argumentan la mayoría de los especialistas occidentales.

Mao siempre había desconfiado de los intelectuales; su comportamiento en Yan’an había confirmado su convicción de que eran por esencia indignos de su fe, y nada había ocurrido desde entonces, en las repetidas campañas de reforma de principios de los años cincuenta, que le impulsase a alterar esta visión. No hay que suponer que decidiese de modo repentino, al llegar la primavera de 1957, que finalmente se podía confiar en ellos. Desde el inicio creía que existían algunos casos de «extremistas», aunque sólo unos pocos, que llegarían a traspasar los límites razonables y a los que se debía eliminar. De ahí su negativa a ofrecer garantías globales de que no se llevarían a cabo represalias. Y de ahí, también, un revelador lapsus linguae durante una conferencia del partido de marzo, cerca de dos meses antes de que el movimiento comenzase, cuando, al hablar sobre la lucha contra la ideología burguesa, se refirió a los intelectuales como a «los enemigos», más que los aliados en potencia a los que había que convencer.[148]

Por otro lado, la base económica de la sociedad china había sido transformada y, por lo tanto, según la teoría marxista, la «superestructura ideológica» debía adaptarse a ella.

A lo largo del período de las «cien flores», Mao empleó la metáfora del pelo y la piel, argumentando que ahora que la vieja y burguesa «piel» de la economía había muerto, los intelectuales, el «pelo» ideológico, no tenían más opción que cambiar su lealtad y adherirse a la nueva «piel» de la economía del proletariado.[149]

La cuestión nunca aludida era la de qué número alcanzarían los «extremistas» y cuánta presión ejercerían. En este punto Mao realizó, no uno, sino dos errores de juicio. Minusvaloró el volumen y la acritud de las críticas, así como la capacidad de los cuadros para resistirlas. Lo que había nacido como un intento de establecer un puente sobre el vacío que se extendía entre el partido y el pueblo (y que sólo incidentalmente era un intento de localizar y castigar a un pequeño número de anticomunistas irreductibles) experimentó un giro radical.[150] Se convirtió en una trampa, no para una minoría, sino para la mayoría, para los cientos de miles de leales ciudadanos que habían hecho del partido su mundo.

Este giro absoluto fue única y exclusivamente obra de Mao. Pero obviamente lo realizó con cierta repugnancia.[151] Posteriormente explicó que había estado «confundido por las falsas apariencias»[152] en un momento en que el partido y la sociedad en general sentían pánico ante la amenaza de disturbios generalizados.[153] En los discursos del verano y el otoño siguientes, dejó claro que continuaba creyendo que la política original de las «cien flores» era correcta. Los «derechistas» dijo, eran contrarrevolucionarios, pero deberían ser tratados con clemencia. «Las políticas extremas no habían obtenido buenos resultados [en el pasado]. Nosotros debemos ser [en esta ocasión] más clarividentes.»[154].

La clemencia, en el léxico de Mao, era un término relativo.[155]

Los «derechistas» no fueron ejecutados. De hecho, algunos de los más veteranos entre ellos, incluyendo a Luo Longji, Zhang Bojun y otro ministro, Zhang Naiqi, fueron amnistiados dos años después. Pero unos quinientos veinte mil peces más pequeños —uno de cada veinte intelectuales y oficiales no comunistas de China— fueron objeto de reformas laborales o resultaron exiliados al campo para aprender de la conciencia de clase de los campesinos. En algunas unidades, los secretarios locales del partido ordenaron que se aplicase una cuota fija: debían acusar de ser «derechistas» al 5 por 100 de los cuadros. Aquellos de origen sospechoso, o los que en el pasado se habían enfrentado a la jerarquía del partido, eran invariablemente designados en primer lugar.[156]

Wu Ningkun, el profesor de inglés (educado en Occidente), fue arrestado y estuvo tres años prisionero en diversos campos, primero en Manchuria, después cerca de Tianjin.[157] La oficial de policía de Changsha (que había criticado a su jefe de sección) fue enviada a trabajar en los suburbios para reformarse; su marido se divorció entonces en un infructuoso intento por evitar que el estigma «derechista» se aplicase a sus hijos y a él mismo.[158] El líder de los comerciantes de Wangfujing (un capitalista) pasó los siguientes veinte años entrando y saliendo de las instituciones penales. Ellos y otro medio millón de infelices como ellos contemplaron cómo sus vidas y las de sus familiares quedaban lastimosamente quebrantadas. A diferencia de los terratenientes y los contrarrevolucionarios, ellos no fueron castigados por sus acciones (pasadas o presentes, reales o imaginarias), sino sólo por sus ideas.

Mao era consciente de esa acusación. «Esta gente no sólo habla, también actúa», reclamaba. Pero la suya era una defensa muy pobre: «Son culpables. El proverbio que reza “los que hablan no deben ser culpados”, no se les puede aplicar».[159]

La tragedia de las «cien flores» consistió en el hecho de que Mao realmente deseaba que los intelectuales «pensasen por sí mismos», para unirse a la revolución por decisión propia, en lugar de ser obligados a hacerlo. Su propósito, dijo a los cuadros del partido, era «la creación de un entorno político en el que reinarían tanto el centralismo como la democracia, tanto la disciplina como la libertad, tanto la unidad de voluntades como la naturalidad en el pensar y el vivir».[160]

Pero la fórmula, en términos prácticos, resultó estar abocada al fracaso. A mediados de la década de 1950, Mao estaba tan convencido de la infalibilidad de su propio pensamiento que no lograba comprender por qué, si los ciudadanos gozaban de libertad para pensar por sí mismos, éstos pensaban lo que ellos querían, no lo que él quería, por qué, mientras mantuviesen una pizca de independencia intelectual, generaban ideas que él desaprobaba y que tendría necesariamente que suprimir. En la práctica, la disciplina siempre vence; y la independencia de pensamiento acabó aplastada. La supresión de las «malas hierbas venenosas» acabaría produciendo el absurdo más absoluto.

Pero además hubo otro efecto más inmediato.

Los intelectuales resultaron tan agostados en la campaña antiderechista que nunca más volverían a creer a Mao. Un cuarto de siglo después, cuando el viejo comerciante de Wangfujing yacía en su lecho de muerte, las últimas palabras que dirigió a su familia fueron: «¡Nunca creáis al Partido Comunista!». El mismo pueblo que Mao necesitaba para construir la nueva y poderosa China en la que había estado soñando desde su juventud se había alejado definitivamente de él.

En los ocho años que habían pasado desde el establecimiento del régimen comunista, la vida de Mao había cambiado hasta lo inimaginable. No se trataba únicamente de su enaltecido poder. Como líder supremo de seiscientos millones de personas, se había convertido en una figura augusta y aislada, envuelta en un aura imperial, distante de sus propios colegas y ajeno a sus súbditos.

Un mes después de la proclamación de la República Popular, había fijado su residencia en Zhongnanhai (literalmente, «los mares del centro y el sur»), un recinto amurallado que albergaba la morada de los antiguos príncipes manchúes, junto a mansiones tradicionales dotadas de patio, en medio de un parque situado en el enceinte de la Ciudad Prohibida, y separado de ésta por los lagos artificiales de los que toma el nombre.[161] Había caído en desuso mientras los nacionalistas estaban en el poder y mantenían su capital en Nanjing, pero en 1949 los antiguos palacios fueron renovados para el uso de los miembros del Politburó, y se construyeron modernos bloques de tres plantas para albergar las oficinas del Comité Central y el Consejo de Estado. Mao y sus adláteres se alojaron en la antigua biblioteca imperial, construida en el siglo XVIII por el emperador Qianlong, un espléndido edificio de tejas grises cuyo nombre, Fengzeyuan, Salón de la Abundancia Benéfica, fue esculpido según la caligrafía del emperador en un tablero de madera, situado encima de la maciza y endoselada puerta sur. En el patio interior, recortado por pinos y cipreses centenarios, Mao tenía sus estancias privadas, el Juxiang Shuwu, o Estudio de la Fragancia de Crisantemo, que incluía una amplia habitación de alta techumbre que servía al mismo tiempo de dormitorio, estudio y salón; un gran comedor; y en la parte posterior, el dormitorio de Jiang Qing, situado en un edificio contiguo, comunicado con sus estancias por un pasillo balaustrado y cubierto. Las hijas de Mao, Li Min y Li Na, vivían en un patio cercano, al cuidado de la hermana mayor de Jiang Qing; mientras el hijo huérfano de Mao Zemin, Mao Yuanxin, vivía en unas habitaciones contiguas a las suyas.

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