Mao

Mao


16. El desmoronamiento

Página 52 de 131

En el funeral, celebrado el 15 de enero en el Gran Salón del Pueblo, se permitió a Deng que leyese el panegírico, pero fue su última aparición. Mao estaba demasiado enfermo para asistir, lo que le salvó de tener que tomar la decisión de mantenerse apartado; en lugar de ello, envió una corona.

El paso siguiente consistía en nominar un nuevo primer ministro. La mayor parte de la población, al igual que el resto del mundo, desconocedora de la nueva campaña que se estaba tramando, esperaba confiada que se designaría a Deng. Pero los radicales, mejor informados, ponían sus esperanzas en Zhang Chunqiao.

Mao no nombró a ninguno de los dos.

En su lugar, el 21 de enero, informó al Politburó de que su intención era respaldar a Hua Guofeng.[121]

En realidad, no se trató de una acción tan sorprendente como debió de parecer en aquel momento. Durante la primavera de 1973, Mao había señalado a Hua como un posible sucesor, en caso de que Wang Hongwen defraudase sus expectativas. Posteriormente, aquel mismo año, Hua se unió al Politburó, y en enero de 1975, Mao lo situó como uno de los doce viceprimer ministros de China. Era un hombre sociable y imperturbable, que se había distinguido por ser un administrador capaz del gobierno, y tenía la capacidad —infrecuente entre los rangos más altos de la jerarquía del Partido Comunista Chino— de llevarse bien con sus colegas. Era capaz de mantener buenas relaciones, como había reconocido Mao cuando le pidió que presidiese la reunión del noviembre anterior en la que Deng había sido criticado, y de ser neutral. A diferencia de Wang y Deng, Hua era capaz de mantenerse por encima de la lucha entre facciones.

A pesar de ello, el presidente procedió con cautela. Cuando el 3 de febrero se anunció oficialmente el ascenso de Hua, se hizo sólo en tanto que asumiendo el cargo en funciones. Deng continuaba oficialmente siendo el primer suplente del primer ministro. A pesar de que estaba ya en marcha una gran campaña para criticarle por ser un «seguidor empedernido del camino capitalista», su nombre no había quedado identificado como el blanco de la operación; y Mao dejó claro que consideraba que su caso era «no antagonista», lo que significaba que todavía podía ser redimido.

Hua, Deng y los radicales formaban parte de la ecuación de su sucesión, y Mao todavía no había decidido exactamente cómo debía encajarlos entre sí.

Para Deng, aquella primavera tuvo un curioso regusto a dejà vu. Diez años antes, durante los primeros meses de la Revolución Cultural, se había visto en una situación muy similar: siendo nominalmente todavía miembro del Comité Permanente del Politburó, pero sometido a enconados ataques radicales, mientras Mao, inescrutable y mordaz, sostenía su destino en sus manos. En esta ocasión, sin embargo, existía una diferencia fundamental. En 1966 Mao se mantenía todavía vigoroso dirigiendo un inmenso cataclismo que cambiaría para siempre la faz de China. En 1976, en cambio, era un moribundo.

La mente del presidente se mantenía clara. Pero ya no podía mantenerse en pie sin ayuda; tenía medio cuerpo parcialmente paralizado, y apenas podía hablar.

Nixon, que le visitó en febrero, escribió que «era doloroso verle» pronunciar «aquella serie de gruñidos y gemidos monosilábicos».[122] Zhang Yufeng había aprendido a leer sus labios.[123] Pero en los peores días ni siquiera eso servía de ayuda, y Mao tenía que garabatear sus pensamientos en una libreta para que ella pudiese comprender el significado. Tiempo después, ella escribió una emotiva descripción del modo en que celebraron el Año Nuevo chino:

No hubo visitante alguno, ni miembros de la familia. El presidente Mao consagró su última Fiesta de la Primavera a los que le servían. Como no podía servirse de sus manos, tuve que darle la cena de Año Nuevo con una cuchara. Para él, el mero hecho de abrir la boca y tragar era ya una empresa difícil. Le ayudé a andar desde la cama al sofá de su estudio. Apoyó su cabeza largo rato sobre el respaldo de la silla sin pronunciar palabra … De repente, en algún lugar, a lo lejos, oímos petardos. En voz baja y ronca, Mao me pidió que encendiese algunos por él … Una desdibujada sonrisa asomó en su anciano y agotado rostro cuando oyó el estallido de los petardos en el patio.[124]

La conciencia de que la muerte de Mao era cuestión de meses convenció a Deng de que debía mantenerse firme. Mientras que en otoño de 1966 había admitido sus errores y realizado una completa autocrítica, ahora mostraba a sus acusadores su desdén. En un encuentro del Politburó convocado en marzo para criticarle, apagó su audífono y se negó a contestar, escudándose en que no podía oír lo que decían.[125]

El equilibrio finalmente lo rompió aquel que Mao siempre había reivindicado como el verdadero héroe que hacía avanzar la historia, pero cuyos deseos habían sido tan a menudo ignorados: el pueblo. No se trataba ya del pueblo de antes de la Revolución Cultural. Las continuas llamadas a «rebelarse» y a «ir contracorriente» habían conseguido finalmente socavar la tradición de fe ciega en la autoridad que había caracterizado a las generaciones anteriores de chinos.

En una época de embotadoras campañas propagandísticas, de estériles movimientos políticos y de periódicos ininteligibles, Zhou Enlai había representado para muchos un auténtico héroe popular, el más querido a causa de que no había sido impuesto por el régimen, sino que se había ganado un lugar en sus corazones por evidentes méritos propios. Durante la primavera de 1976 se extendió por toda China la irritación ante el sumario trato que su funeral tuvo en la prensa y la brevedad del luto oficial. El resultado fue un movimiento espontáneo, que comenzó a finales de marzo, para honrar la memoria de Zhou durante el Qingming, la Fiesta de los Difuntos, a principios de abril. Como medida preventiva, los radicales ordenaron la clausura del cementerio en que había sido incinerado, y oficialmente se reprimieron las ceremonias conmemorativas.

La llama para encender este polvorín salió del Wenhuibao, periódico de Shanghai que, siguiendo las instrucciones de Zhang Chunqiao, publicó un artículo en primera plana acusando implícitamente a Zhou de haber seguido la vía del capitalismo.

Esto provocó manifestaciones en varias ciudades del valle del Yangzi, incluyendo Nanjing, donde cientos de estudiantes pegaron eslóganes atacando a Zhang Chunqiao y honrando la memoria de la primera esposa de Mao, Yang Kaihui, en una burla no demasiado sutil a Jiang Qing. Fueron inmediatamente tapados y se acusó a sus autores de perpetrar una «restauración contrarrevolucionaria». Se prohibió a los medios oficiales mencionar el incidente. Pero los estudiantes habían pintado lemas en los vagones de tren y en los autobuses de larga distancia. El 31 de marzo la noticia de sus acciones llegó a Pekín, donde, en la plaza de Tiananmen, se estaban desarrollando ritos funerarios no oficiales. A partir de entonces los encomios y los poemas fueron cada vez más hostiles, atacando no sólo a la «emperatriz loca», Jiang Qing, y a los «lobos y chacales» de sus aliados, sino también a Mao. Las autoridades de la ciudad anunciaron que se prohibía la colocación de coronas. Se hizo caso omiso. El domingo 4 de abril, el día de la festividad del Qingming, se habían depositado tantas coronas en memoria de Zhou que formaban un enorme montículo, cubriendo la base del Monumento a los Héroes del Pueblo y alcanzando veinte metros desde sus extremos. Se estima que, al anochecer, unos dos millones de personas habían visitado la plaza.

El Politburó se reunió aquella tarde. Deng estuvo ausente, al igual que sus principales aliados, Ye Jianying, Li Xiannian y el comandante militar de Guangzhou, Xu Shiyou. Algunos de los que intervinieron, incluyendo el alcalde de Pekín, Wu De, acusaron a Deng de promover los disturbios. Era falso. Pero reflejaba la percepción de que, ahora que la salud de Mao era tan precaria, el trasfondo de apoyo popular a Zhou y a sus ideas políticas fortalecería excesivamente la posición de Deng si se dejaba que continuase desarrollándose. Ninguno de los presentes lo deseaba.

La reunión llegó a la conclusión, por tanto, de que las manifestaciones eran «reaccionarias» y que se debían destruir las coronas funerarias. Se informó a Mao de ello y, con su permiso, la plaza quedó vacía de la noche a la mañana.

A la mañana siguiente, temprano, una multitud airada y rebelde de varios miles de personas se congregó en el exterior del Gran Salón del Pueblo exigiendo que se les devolviesen las coronas. A medida que avanzaba el día, los ánimos eran cada vez más crispados. La multitud volcó un furgón de la policía e incendió varios jeeps y otros vehículos. También ardió un edificio que la policía empleaba como oficina de comandancia. A las seis y media de la tarde Wu De emitió mediante el sistema de altavoces un llamamiento a que la multitud se dispersase. Muchos lo hicieron. Pero un millar de irreductibles resistió. Tres horas más tarde se encendieron repentinamente los reflectores y, al tiempo que sonaba por los altavoces una música marcial, la policía y el ejército intervinieron realizando varios centenares de arrestos.

El Politburó se volvió a reunir esa misma noche y decidió que había tenido lugar «un incidente contrarrevolucionario», del que Deng Xiaoping debía ser considerado responsable.[126]

Dos días después, Mao dictó sentencia.[127]

El motín fue condenado como un «acontecimiento reaccionario». Deng fue destituido de todos sus cargos, pero se le permitió mantener su militancia en el partido «para ver cómo actua». Parece ser que Mao no había abandonado por completo su esperanza de que algún día podría volver a ser de utilidad. El propio Deng había huido ya en aquel entonces de Pekín para ocultarse en Cantón, donde permaneció hasta el otoño, amparado bajo la protección de Xu Shiyou, a pesar de los intensos esfuerzos de los radicales para localizarle.[128]

Pero la decisión más importante consistió en la confirmación de Hua Guofeng como primer ministro y su nominación como primer vicepresidente del partido. Mao había tomado finalmente la decisión. Hua sería la cuarta y última elección para su sucesión.

Tres semanas después, el 30 de abril de 1976, el presidente santificó el nuevo nombramiento con una sentencia de seis caracteres garabateados que Hua citaría a partir de entonces como su legitimación: «Ni banshi, wo fangxin», «contigo al cargo, estoy tranquilo».[129]

Los cuatro meses que siguieron fueron un velatorio.[130]

El 12 de mayo, después de una breve reunión con el primer ministro de Singapur, Lee Kwuan Yew, Mao sufrió un leve ataque al corazón. Se recuperó, y dos semanas después recibió durante algunos minutos al primer ministro de Pakistán, Zulkifar Ali Bhutto. Pero se mostraba exhausto, con el rostro inexpresivo y los ojos entornados. Después decidió que no se reuniría más con dirigentes extranjeros. A finales de junio tuvo un nuevo ataque al corazón, esta vez de mayor seriedad. Entonces, el 6 de julio, murió Zhu De, a la edad de ochenta nueve años. Tres semanas después se produjo el terrible terremoto de Tangshan, en el que murieron un cuarto de millón de personas. Pekín tembló. Mao fue trasladado en camilla desde el Estudio de Fragancia de Crisantemo hasta un edificio cercano más moderno del interior de Zhongnanhai, del que se decía había sido construido a prueba de bombas.

En algún momento de aquel verano, probablemente en junio, convocó a Hua, Jiang Qing y algunos miembros del Politburó junto a su cama. Allí les dijo, como si hiciese entrega de su último testamento:

He hecho dos cosas en mi vida. Primero luché contra Chiang Kai-shek durante décadas, y le arrinconé en unas pocas islas diminutas … Luchamos en nuestro camino hasta Pekín y finalmente hasta la Ciudad Prohibida. Muy pocos son los que no reconocen esos logros … Todos sabéis la segunda cosa que he hecho. Fue lanzar la Revolución Cultural, que cuenta ahora con el respaldo de unos pocos y la oposición de muchos. Pero éste es un asunto que no está todavía sentenciado. Es una herencia que se debe transmitir a la siguiente generación. ¿Cómo legarlo? Si no puede ser pacíficamente, que sea en medio del caos. Si ello no se realiza adecuadamente puede producirse una matanza. Sólo el cielo sabe lo que haréis vosotros.[131]

A medida que la vida le abandonaba, Mao se hacía muy pocas ilusiones de que el legado de la Revolución Cultural sobreviviese intacto. Su corazón así lo deseaba. Pero su cabeza, lúcida hasta el último momento, le decía que, incluso si se conseguía salvar algo, la esencia de su delirio moriría con él.

Jiang Qing, con su arrogancia y su estupidez, se aseguró de que así ocurriese.

Mao había concedido una importante ventaja a los radicales. Su principal contrincante, Deng Xiaoping, había sido destituido. El aliado de Deng, Ye Jianying, a pesar de que continuaba ocupando el cargo de ministro de Defensa, había perdido el control material de la comisión militar. Entre Hua y ellos existía una comunión de intereses lo suficientemente importante como para alcanzar un entendimiento, en detrimento de la vieja guardia.

Pero Jiang Qing y Zhang Chunqiao, henchidos de su propio poder y su excelencia, no tenían interés alguno en las alianzas tácticas. Jiang se consideraba la presidenta del partido, una emperatriz roja que sucedería a Mao al igual que la emperatriz Lu de la dinastía Han había sucedido, dos mil años antes, al fundador de los Han, Liu Bang.[132] Zhang sería su primer ministro y Wang Hongwen el jefe de Estado. Hua, «un hombre encantador de la misma raza que Malenkov», como desdeñosamente le definió, era un obstáculo para sus planes.[133] A lo largo del verano —con Mao demasiado enfermo para saber lo que estaba tramando, sin control alguno— trabajó incansablemente para debilitarle.

Eso arrojó a Hua en brazos de los oponentes de Jiang Qing. En julio, después de que ella le atacase en una reunión de planificación del Consejo de Estado, habló con Wang Dongxing, jefe de la Unidad Central de Guardias que controlaba la seguridad de los dirigentes, sobre las posibilidades de librarse de ella. Ye Jianying mantuvo conversaciones similares con el mariscal Nie Ronzhen y un grupo de generales veteranos.

Por caminos independientes, llegaron a una misma conclusión. No podía hacerse nada mientras Mao continuase con vida.[134]

El 2 de septiembre, el presidente sufrió otro grave ataque al corazón.[135] Durante la tarde del día 8, los miembros del Politburó desfilaron pausadamente ante el lecho de Mao. Cuando Ye Jianying estaba a punto de abandonar la estancia, Zhang Yufeng le pidió que volviese.[136] Mao tenía los ojos abiertos e intentaba pronunciar algunas palabras. Pero sólo emergió un sonido ronco. Tres horas después, poco después de la medianoche, durante las primeras horas de la madrugada del 9 de septiembre, su arrogante voluntad cedió. El trazo del electrocardiógrafo dejó de oscilar. Se había acabado.

Ir a la siguiente página

Report Page