Mao

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7. El poder de las armas

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Los tenderos accedieron. Sin embargo, como señaló Mao, «sólo se puede expropiar una sola vez en una determinada localidad; después no hay nada que requisar». Cuanto más tiempo permanecían las tropas en la zona base, más debían alejarse para encontrar a «malvados burgueses y caciques» a los que todavía no se les hubiese esquilmado. E incluso cuando se les localizaba, ocurría a menudo que la única plantación de los terratenientes era el opio, que los soldados se veían obligados a confiscar para venderlo.[154]

En noviembre de aquel año, Mao sugirió por primera vez la posibilidad de que la zona base pudiese ser abandonada.[155] Se elaboró un plan alternativo para desplazarse hasta el sur de Jiangxi, pero sólo —subrayó— si «nuestra situación económica empeora hasta el punto de que el sur de Jiangxi se convierta en nuestra única posibilidad de sobrevivir».[156]

Dos meses después se produjeron dos acontecimientos que los aproximaron hacia esa posibilidad. Una fuerza de unos ochocientos excombatientes del Guomindang, que en julio se habían amotinado en Pingjiang, en el norte de Hunan, llegó a la región fronteriza. Su comandante era Peng Dehuai, hombre rudo y directo de apenas treinta años, un soldado hasta la médula, originario del distrito natal de Mao, Xiangtan. Su Quinto Ejército Rojo, como se denominaba a sí mismo, se había fusionado con el Cuarto Ejército; de este modo, Peng se convirtió en el sustituto de Zhu De.

Al mismo tiempo, comenzaron a llegar informes de que los ejércitos del Guomindang de Hunan y Jiangxi se estaban preparando para otra campaña de asedio, esta vez de unas dimensiones sin precedentes. Más de veinticinco mil hombres de catorce regimientos debían convergir sobre Jinggangshan desde cinco rutas distintas.[157]

La cuestión de la estrategia futura se convirtió en una necesidad imperiosa.

La llegada de Peng inclinó manifiestamente la balanza. Hizo imposible plantearse una ofensiva, a causa de que no había suficientes provisiones para que el nuevo y más nutrido ejército resistiese durante el invierno; pero abrió nuevas posibilidades para una respuesta coordinada.

Después de Año Nuevo, en una asamblea ampliada del Comité del Frente celebrada en Ninggang, se acordó que los hombres de Peng, junto al trigésimo segundo regimiento de Wang Zuo y Yuan Wencai, deberían permanecer en la retaguardia para defender la fortaleza, mientras Mao y Zhu, comandando el vigésimo octavo y el trigésimo primero regimientos, debían partir para atacar por la espalda al enemigo, sitiando una de las sedes de prefectura del este, Jian o Ganzhou.[158]

Al amanecer del día 14 de febrero, la fuerza principal se escabulló por una ruta muy poco transitada que transcurría a lo largo de las crestas dentadas de un pico, desde Jinggangshan hasta las colinas bajas del sur. Zhu De lo describió así: «No había camino, ni siquiera una senda … Las piedras y los riscos eran peligrosamente resbaladizos … La nieve se perpetuaba en los recovecos, y el gélido viento azotaba a los miembros de la columna, que avanzaban penosamente, arrastrándose sobre enormes rocas y aferrándose a ellas para evitar desplomarse en los negros abismos del fondo».[159] Aquella noche desarmaron en Dafen, casi cuarenta kilómetros al sur, a un batallón del Guomindang llegado de Jiangxi y engulleron hasta hartarse todo lo que rapiñaron en las cocinas de campaña del enemigo. Pero al día siguiente, en lugar de tomar la ruta del este para amenazar Ganzhou, como habían acordado, continuaron su marcha hacia el sur hasta que llegaron a la ciudad fronteriza de Dayu.[160] Allí fueron cruelmente derrotados por una brigada del ejército del Guomindang y se retiraron en desbandada hacia Guangdong.

¿Había intentado Mao poner realmente en práctica la táctica de distracción que había prometido para liberar la presión sobre las reducidas tropas de Peng, que el enemigo superaba en una proporción de treinta a uno? ¿O había sido simplemente una hipócrita maniobra para poner a salvo la fuerza principal? Peng presintió que Mao le había traicionado. Cuarenta años después, el recuerdo todavía dolía.[161]

Peng resistió, sin ayuda, cerca de una semana. Pero, para entonces, tres de los cinco desfiladeros habían sido tomados. Reunió sus tres compañías supervivientes y, bajo una espesa tormenta de nieve, inició la misión imposible de intentar penetrar el bloqueo enemigo, escoltando a más de un millar de mujeres y niños, además de los enfermos y los soldados heridos, a los que las fuerzas de Mao habían dejado atrás. «Durante un día entero y toda una noche», escribió tiempo después, «seguimos sendas de cabras y escalamos escarpados precipicios, en las inmediaciones del pico más alto de Jinggangshan». De algún modo, consiguieron deslizarse por entre el primer anillo de asedio del enemigo. Después cedió la segunda línea. Parecía como si pudiesen alcanzar lo imposible. Sin embargo, en Dafen, el destino se giró en su contra y cayeron víctimas de una emboscada. Las tropas de Peng consiguieron escapar, «pero el enemigo nos atrapó y rodeó a los heridos, enfermos e incapacitados, que andaban rezagados». No había ninguna posibilidad de rescatarles. Cuando unos días después, tras otra batalla, Peng decidió realizar un recuento de sus fuerzas, descubrió que, de los ochocientos soldados que le habían acompañado desde Pingjiang, quedaban doscientos ochenta y tres.[162]

Al ejército de Mao le había ido algo mejor. Durante el primer mes, Zhu De y él perdieron seiscientos de los tres mil quinientos hombres que habían partido de Jinggangshan. Aun así, aquél fue un período espantoso, el peor, escribió, desde la creación del Ejército Rojo.[163] Para He Zizhen, que avanzaba junto a Mao y las tropas, fue aún más duro: estaba embarazada de cinco meses de su primer hijo.[164] Para Zhu De simplemente fue «un período terrible».[165] Pronto abandonaron, al menos temporalmente, cualquier esperanza de establecer una nueva base permanente y, en su lugar, intentaron fundar gobiernos soviéticos clandestinos y comités del partido, capaces de operar clandestinamente una vez que las fuerzas rojas hubiesen partido. Comenzaba una nueva clase de guerra: no se trataba de la defensa de unas posiciones fijas, sino de una flexible guerra de guerrillas.[166]

Las comunicaciones con la central del partido, problemáticas ya en Jinggangshan, quedaron entonces interrumpidas. Durante los tres primeros meses de 1929, la fuerzas de Mao se mantuvieron aisladas, no sólo respecto de Shanghai, sino también de las autoridades provinciales del partido. Antes de abandonar la región montañosa, Mao había enviado cuatro onzas de oro hasta Pingxiang para financiar el establecimiento de un centro secreto de comunicaciones;[167] otro proyecto más ambicioso comportó, algún tiempo después, una remesa de opio, por valor de cinco mil dólares, hasta Fujian, para costear una base de comunicaciones en Amoy.[168] Pero no sirvió de nada. Las cartas que Mao escribió aquel año abundan en reproches sobre la ausencia de orientación del partido y la incompetencia del comité de Jiangxi para hacerles llegar los documentos.[169]

Pero ello también reportaba algunas ventajas. Mao y Zhu eran libres para diseñar sus propias soluciones a los problemas que se planteaban, sin verse obligados a aplicar tácticas inapropiadas planeadas en otro lugar. De hecho, una de las lecciones que habían extraído del período de Jinggangshan, escribió Mao al Comité Central aquel invierno, era que «las futuras directrices de las altas jerarquías sobre acciones militares debían, ante todo, no ser demasiado rígidas». De lo contrario, los dirigentes en las zonas de acción se veían en la «realmente difícil posición» de tener que escoger entre la «insubordinación … [y] la derrota».[170] El aislamiento solventó ese problema. Pero también significó que, durante meses, Mao, junto a los dirigentes de otros enclaves rojos menores del sur y el centro de China, lucharon por sobrevivir, ignorantes unos de otros y desconocedores de las decisiones políticas de Moscú y Shanghai por las que, supuestamente, estaban luchando. Incluso les fue imposible recibir prensa durante la mayor parte del tiempo.[171]

Los problemas de comunicación se convirtieron en el telón de fondo de un lance surgido entre Mao y la cúpula central que tendría repercusiones mucho más serias que cualquier otra de las disputas mantenidas con el comité del partido de Hunan.

A principios de enero de 1929, cuando las tesis principales del Sexto Congreso, celebrado en Moscú seis meses antes, llegaron finalmente a Jinggangshan, el júbilo embargó la base. «Las resoluciones … son verdaderamente acertadas y las aceptamos con gran regocijo», escribió Mao a Shanghai.[172] Sin duda se sintió también complacido al saber que había sido reelegido para el Comité Central, donde ocupaba el puesto décimo segundo entre los veintitrés miembros plenarios, reflejando la nueva y prestigiosa posición que había conquistado el Ejército Rojo. Lo que no sabía —y no lo podría haber adivinado de ningún modo— era que el nuevo secretario general, Xiang Zhongfa, un antiguo obrero de los muelles y dirigente sindical de Wuhan, era un simple testaferro, y que el poder real recaía en Zhou Enlai y Li Lisan, ambos ocupando posiciones inferiores a la de Mao en la relación oficial del Comité Central.[173] De hecho, continuó ignorando el ascenso de Li hasta finales de año.[174]

La central del partido ignoraba igualmente la situación de Mao. En febrero, cuando llegaron a Shanghai los primeros informes de que sus fuerzas habían abandonado Jinggangshan, habían transcurrido casi nueve meses sin noticias de él.[175] En esas circunstancias, Zhou Enlai redactó una carta en la que urgía a Mao y Zhu De que tomaran todas las medidas posibles para preservar su capacidad militar. Para tal fin, proponía, debían dispersar sus fuerzas por las aldeas, divididas en células de unas decenas o, como máximo, algunos centenares de hombres, para «incitar la lucha diaria del campesinado y extender la influencia del partido», mientras esperaban un clima revolucionario más favorable.[176]

Desde un principio, a Mao no le gustó esa orientación.[177] En su informe al Comité Central del noviembre anterior (que la central todavía no había recibido) había escrito que «según nuestra experiencia, [semejante actitud] ha conducido casi siempre a la derrota». Pero, además, era una propuesta aún más inaceptable por el aguijón que escondía: Mao y Zhu, decía la carta, debían volver a Shanghai.

Zhou Enlai, habiendo intentado en julio de 1927 arrancar infructuosamente a Mao de su base de Hunan, era perspicazmente consciente de las dificultades que esa decisión entrañaría, por lo que actuó con tacto para intentar presentarla de un modo más sugestivo:

Los dos camaradas se sentirán quizá poco dispuestos a abandonar el ejército, ya que han trabajado en él durante más de un año. No obstante, el Comité Central considera que … la marcha de Zhu y Mao no causará al ejército ninguna pérdida y contribuirá a concretar el plan de dispersión de sus fuerzas … Cuando Zhu y Mao lleguen al Comité Central podrán presentar a nuestros camaradas de todo el país su preciosa experiencia, tras comandar un ejército de diez mil hombres en continuo enfrentamiento con el enemigo durante un año. Esto será una aportación [aún] mayor a la causa revolucionaria.[178]

Era un razonamiento muy coherente: si el Ejército Rojo se dispersaba, no había razón para que Mao y Zhu continuasen allí. Si la directriz hubiese llegado a Mao en el momento en que fue escrita, a principios de febrero, cuando las fuerzas comunistas se retiraban apresuradamente y bajo peligro inminente de ser aniquiladas, bien podría haber existido una mayoría de miembros del Frente Unido dispuesta a aceptarla. Pero la carta necesitó dos meses para efectuar el viaje de novecientos kilómetros que separa Shanghai de la región oriental del Jiangxi, y cuando Mao y Zhu la recibieron, la situación había cambiado drásticamente.

Tras la desordenada retirada hasta Guandong, a finales de febrero, se habían dirigido hacia el norte, a lo largo del límite fronterizo de las provincias de Fujian y Jiangxi, perseguidos por una brigada de las tropas del Guomindang de Jiangxi. El 11 de febrero, en Dabodi, en los montes que se extienden casi veinticinco kilómetros más al norte de Ruijin, el Cuarto Ejército decidió detenerse. Gracias al regimiento de Lin Biao, que avanzó a marchas forzadas por la noche hasta adentrarse en las líneas enemigas, los perseguidores resultaron decisivamente derrotados. Se capturaron doscientos rifles, seis ametralladoras y unos mil soldados. Era la primera victoria desde que cuatro semanas antes habían abandonado Jinggangshan, y Mao informó posteriormente que, gracias a ello, «la moral de nuestro ejército ha aumentado de manera notable». Un mes después tomaron la ciudad prefectural de Tingzhou, más allá del límite del Fujian. El cabecilla local, Guo Fengming, que comandaba la segunda brigada del Fujian, fue ajusticiado, y su cuerpo, expuesto en las calles durante tres días.

Exaltado ante el advenimiento de aquellas gestas, Mao envió una extensa misiva a Shanghai anunciando que el Cuarto Ejército planeaba emprender una guerra de guerrillas en la región, abarcando unos veinte distritos, centrándose en Tingzhou y Ruijin, y que, cuando las masas estuviesen lo suficientemente incentivadas, establecería una nueva base permanente en el oeste del Fujian y el sur de Jiangxi.[179]

Dos semanas después llegaba la directriz de Zhou Enlai ordenando que el ejército se dispersase.[180]

La respuesta de Mao, ratificada por el Comité del Frente y por Peng Dehuai, cuyas tropas se habían unido a la fuerza principal, destacaba tanto por la brusca sinceridad con que rechazaba las nuevas instrucciones como por la completa igualdad jerárquica que asumía ante la central de Shanghai. Replicó no como un comisionado de campaña disidente, sino como un dirigente del partido de alto rango discutiendo sobre un caso ante sus iguales:

Las cartas del Comité Central ofrecen una valoración demasiado pesimista … la campaña [de enero] en contra de Jinggangshan representó el punto de mayor efervescencia de la marea contrarrevolucionaria. Pero allí se detuvo, y desde entonces ha entrado en continua recesión, mientras la marea revolucionaria ha subido de manera paulatina … En la caótica situación actual, sólo podremos dirigir las masas si poseemos proclamas positivas y un espíritu optimista.

La dispersión del ejército, dijo Mao, era «una opción poco realista» que olía a «liquidacionismo», un error tan grave como el aventurismo de Qu Qiubai. Zhu De y él, evidentemente, aceptarían nuevos destinos, si era necesario, pero en tal caso se debían enviar «sustitutos capacitados». Mientras tanto, ellos pretendían llevar adelante sus planes de guerrilla en Jiangxi y Fujian, cuyas perspectivas, afirmaba Mao, eran tan brillantes que se podía esperar, siendo realistas, «un acercamiento a [la capital de Jiangxi] Nanchang». Las desavenencias entre los señores de la guerra, aseguraba, presagiaban la desintegración del dominio del Guomindang, y el Ejército Rojo debía apuntar al establecimiento de un régimen soviético independiente en Jiangxi y las regiones adyacentes de Fujian y Zhejiang occidentales «en un término máximo de un año».[181]

Esta propuesta pronto suscitó acusaciones de que Mao también albergaba tendencias «aventuristas», y tiempo después él mismo reconoció que se había precipitado al fijar un término límite.[182] Pero a pesar de que su optimismo era excesivo, los fundamentos de su análisis no estaban mal encaminados. Aunque sería necesario más de un año para lograrlo, en Jiangxi se acabaría instaurando efectivamente un régimen soviético independiente mucho más extenso que cualquier otro en China.

La convicción que Mao albergaba de que él era mejor juez político que la cúpula de Shanghai se manifestó en su refutación de otro de los puntos cruciales de la misiva de Zhou Enlai. «Actualmente, la principal tarea del partido», había escrito Zhou, «es establecer y desarrollar los cimientos proletarios del partido, principalmente entre los … obreros industriales»[183]. Ello era cierto, replicó Mao, sin embargo,

la lucha en el campo, la creación de soviets en áreas pequeñas y … la expansión del Ejército Rojo son prerrequisitos para contribuir a la lucha en las ciudades y avivar la insurrección revolucionaria. Por ello, [del mismo modo] que sería el mayor error abandonar la lucha en las ciudades y sumergirnos en el guerrillismo rural, en nuestra opinión también lo sería —en el caso de que cualquiera de los miembros de nuestro partido albergase tales ideas— temer el desarrollo del poder de los campesinos por miedo a que dejase de lado el liderazgo de los obreros … En tanto que la revolución en un país semicolonial como China únicamente perecerá si la lucha campesina es privada del liderazgo de los obreros, nunca será un problema que la lucha campesina evolucione hasta tal punto que se torne más poderosa que los obreros. El Sexto Congreso ya señaló el error de marginar la revolución campesina.[184]

Un año después, las disputas sobre la revolución rural y la revolución urbana se convertirían en otra fuente de discordia entre Mao y la cúpula del partido. Pero, por el momento, Zhou cedió. Cuando llegaron las noticias de las victorias del Ejército Rojo, la orden de retorno quedó anulada[185] y, en junio, cuando finalmente llegó la carta de Mao, el Politburó reconoció que el plan de dispersión había sido un error.[186]

Sin embargo, aquello tendría secuelas.

La creencia personal de Mao en que la dialéctica era la fuerza motriz de la historia, según la cual la oscuridad de la noche precede al amanecer, se había fortalecido durante los traumáticos meses que habían seguido al abandono de Jinggangshan, cuando el Ejército Rojo parecía al borde del colapso, sólo para replegarse sobre sí mismo y emerger de aquella ordalía robustecido y en una posición más favorable que antes. Pero no todos en el Ejército Rojo habían racionalizado tan fácilmente la pérdida de la región fronteriza. Muchos compartían la visión desoladora de la central sobre las perspectivas de la revolución, y argumentaban que el ejército debía continuar desarrollando la guerra de guerrillas, tal como había hecho desde finales de enero, en lugar de intentar establecer una base permanente.[187]

A mediados de abril, estas cuestiones fueron debatidas en Yudu en una concentración plenaria de dirigentes.[188] Con el respaldo de Peng Dehuai, la posición de Mao resultó victoriosa. Se acordó que el Cuarto Ejército intentaría establecerse en Fujian occidental, al tiempo que las fuerzas de Peng retornarían al oeste de Jiangxi para volver a ocupar Jinggangshan. Y se aprobó, por una mayoría abrumadora, el objetivo de crear en Jiangxi un régimen soviético independiente en el plazo de un año.

Pero la apariencia de unidad era ilusoria. A lo largo del mes siguiente se abrió una profunda brecha entre Mao y sus seguidores, por un lado, y la mayoría de comandantes del ejército, por el otro, que se identificaban con Zhu De.[189]

Las discrepancias se originaron en parte por el diferente origen de las dos fuerzas que, un año antes, habían convergido para dar cuerpo al Ejército Rojo.[190] Las tropas de Mao se habían entrenado mientras consolidaban la zona base de Jinggangshan. Los hombres de Zhu De, en cambio, habían estado en constante movimiento, de Nanchang a Swatow,[T16] después en el norte de Guangdong y, finalmente, en el sur de Hunan. Sus diferentes procedencias les predisponían a diferentes tácticas militares. Pero también reflejaban la firme convicción de Mao, proclamada en su primera arenga política en Jinggangshan —cuando planteó la cuestión «¿Cuanto tiempo se podrá mantener la bandera roja?»— de que la creación de bases rojas era la única vía realista hacia la revolución nacional.

La falta de acuerdo sobre la estrategia a seguir fue crucial. Pero había otras rencillas más personales que también jugaban un papel decisivo. Mao era un autócrata, como admitía He Zizhen.[191] Ahora, como en Jinggangshan durante el otoño anterior, se podían escuchar quejas sobre su «estilo patriarcal de gobernar», «la dictadura del secretario» y la «excesiva centralización del poder».[192] En esta ocasión, los oponentes de Mao fueron más circunspectos. En lugar de atacarle directamente, se centraron en el control del partido sobre los asuntos militares, señalando que «[éste] se encarga de demasiadas cosas»[193] y que, con el incremento del Ejército Rojo tras la caída en marzo de 1929 de Tingzhou, «el Comité del Frente no podía estar al corriente de todo».[194].

Mao era el único responsable de este problema. A principios de febrero, durante los momentos más funestos que se sucedieron tras la huida de Jinggangshan, se disolvió el Comité Militar que Zhu De había encabezado.[195] Poco después, siguiendo las sugerencias de Mao, los regimientos fueron reemplazados por columnas. El resultado fue la drástica disminución del poder del cuartel general militar. Pero Zhu y sus compañeros no estaban dispuestos a verse reducidos a meros engranajes de la maquinaria política de Mao, y comenzaron a reclamar en voz alta que el Comité Militar fuese restituido.

A este nido de serpientes político llegó un ingenuo, aunque extraordinariamente terco, joven comunista llamado Liu Angong, enviado por Zhou Enlai para actuar como oficial de enlace del Cuarto Ejército, con la exigencia de que se le otorgase un cargo de responsabilidad adecuado.[196] Liu acababa de retornar de la Unión Soviética, donde había aprendido que las teorías leninistas eran la respuesta a todos los posibles problemas chinos.

En un principio, Mao consideró a Liu como un aliado potencial o, al menos, un posible instrumento. Después de una rencorosa reunión cerca de Yongding, en Fujian, a finales de mayo, informó a Zhou que el Comité Militar había sido restablecido con Liu como secretario y jefe del Departamento Político del ejército.[197] Para Mao, con ello se había conseguido evitar que Zhu De ocupase nuevamente el secretariado. De un modo cada vez más evidente, la confrontación se estaba convirtiendo, a los ojos de Mao, en una lucha de poder entre Zhu, a quien acusaba privadamente de albergar «ambiciones largo tiempo reprimidas», y él mismo.[198]

Pero el intento de Mao de valerse de esas estratagemas resultó un fiasco. La primera acción de Liu cuando el nuevo comité quedó establecido redundó en incrementar sus funciones a expensas del Comité del Frente.[199] Cuando los líderes se volvieron a reunir, el 8 de junio, en Baisha, Mao ya había llegado a la conclusión de que sería inevitable llegar a una confrontación de grandes dimensiones. El Comité del Frente, decía amargamente, no estaba «ni vivo ni muerto»; se suponía que debía asumir el control sobre el Cuarto Ejército, pero no tenía poder para concretarlo. En esas circunstancias, anunció Mao, debían encontrar un sustituto que actuase como secretario. Él pensaba dimitir.[200]

Fue un farol, y al principio pareció que podría funcionar. La reunión tomó la resolución, por treinta y seis votos a cinco, de abolir el Comité Militar, restablecido una semana antes.[201] Sin embargo, se determinó que las grandes decisiones de estrategia y liderazgo quedasen sometidas a un congreso general del Cuarto Ejército, el primero que se convocaba en ocho meses. Cuando este cuerpo se congregó dos semanas después en una escuela local, habilitada para la ocasión, no lo hizo bajo la presidencia de Mao, sino bajo la de Chen Yi.

Mao fue acusado de mantener «tendencias patriarcales» y su estilo de trabajo fue criticado con vigor. También fue censurada la conducta de Zhu De. La réplica de Mao de que el ejército estaba cayendo en una «mentalidad de bandidaje», al persistir en la guerra de guerrillas sin intentar consolidar unas bases permanentes, fue rechazada por no ser «un problema real»; y su propuesta de dos meses antes de intentar ocupar toda la provincia de Jiangxi «en el plazo de un año» fue señalada ahora como errónea. Cuando el nuevo Comité del Frente fue elegido, tanto Mao como Zhu se mantuvieron entre los miembros: Mao como representante del partido y Zhu como comandante del ejército. Pero Chen Yi copó el puesto de secretario.[202] Por tercera vez desde que se habían retirado a las montañas, veintiún meses antes, Mao había quedado eclipsado.

Mientras la disputa política alcanzaba su culmen, He Zizhen, que tenía entonces diecinueve años, dio a luz a una niña. Como no podían mantener el bebé junto a ellos, hizo como otras mujeres del Ejército Rojo y, media hora después de que la criatura hubiese nacido, la entregó, junto a un paquete que contenía quince dólares de plata, a una familia de campesinos para que la cuidara. Tiempo después escribió que no había derramado una sola lágrima.[203]

Durante cinco meses, Mao se mantuvo al margen de las tareas de dirección del Cuarto Ejército. El pretexto fue una grave enfermedad, cuyo origen era más psicológico que físico. Como anotó He Zizhen: «Estaba enfermo —a la vez que turbado, lo que agravaba su afección».[204] Pero aquello no le impidió trabajar en julio con el Comité Especial de Fujian occidental, aconsejándole sobre el modo de crear una nueva zona base que esperaba que se uniese con el sur de Jiangxi para formar el núcleo del soviet provincial de que había hablado en Yudu.[205] Pero rechazó intervenir en los planes del Comité del Frente de una nueva campaña de guerrillas, lo que provocó una discusión espectacular con Chen Yi que acabó con ambos, pálidos de rabia, insultándose mutuamente.[206]

Enfrentados con la intransigencia de Mao, el Comité del Frente decidió a finales de julio que Chen debería ir a Shanghai a solicitar la central que arbitrase, dejando en su lugar a Zhu como secretario en funciones.[207]

Unos días después, Mao contrajo la malaria y se retiró a una remota aldea de las montañas.[208] He Zizhen y él se alojaron en una pequeña choza de bambú que arregló como el retiro de un intelectual, llamándola «Salón de la Riqueza de los Libros», nombre que escribió en un tablón de madera que pendía sobre la puerta.[209]

Su decisión de retirarse de la pelea, una táctica que usaría a menudo durante su carrera, se mostró desde el primer momento acertada. Incluso antes de que Chen Yi hubiera llegado a Shanghai, el Politburó había recibido las copias de las resoluciones del congreso, además de una carta que Mao había redactado exponiendo sus ideas sobre la disputa; y concluyó que los delegados habían actuado equivocadamente. El 21 de agosto se envió una directriz al cuartel general de Zhu que enfatizaba la importancia de un liderazgo centralizado del partido, aprobando implícitamente los esfuerzos de Mao por ampliar las funciones del secretario del partido —el cual, declaraba, no representaba «en absoluto un sistema patriarcal»—, y señalando que «el Ejército Rojo no es sólo una organización para la lucha, sino que tiene responsabilidades propagandísticas y políticas».[210]

El infortunado Liu Angong fue considerado el principal culpable de la confusión, siendo acusado de avivar el faccionalismo, y se le ordenó que retornase a Shanghai, sólo para morir en la batalla, antes de que pudiese cumplir con el requerimiento.[211]

A finales de septiembre, cuando recibió esta misiva, Zhu convocó otro congreso del ejército y envió a Mao una invitación. Mao la rechazó, indicando: «No puedo volver en estas circunstancias». El congreso le envió entonces una carta pidiéndole que retornase como secretario del Comité del Frente. En esta ocasión acudió, aunque se hizo portar en una litera para mostrar que no estaba en condiciones de trabajar, un incidente que tuvo consecuencias imprevistas cuando, durante la primavera siguiente, llegaron a Moscú falsos informes sobre su situación, impulsando al Comintern a publicar su necrológica.[212] Tres semanas después, Chen Yi regresó con otro documento del Comité Central que él mismo había redactado y que había contado con la aprobación de Zhou Enlai y Li Lisan. En él se condenaba «la estrechez de miras de algunos camaradas militares que creían que el Ejército Rojo lo era todo en la revolución», pero afirmaba que Mao se había equivocado al querer edificar áreas base fijas de manera inmediata y criticaba el plan de conquistar la provincia entera de Jiangxi antes de que se cumpliese el plazo de un año.[213] Sobre la importante cuestión de la relación que mantenía con Zhu, el Comité Central descartó optar por cualquiera de los dos bandos, acusándoles por igual de seguir «métodos de trabajo equivocados», que consistían, dijo, en «adoptar posiciones formalmente opuestas y discutir el uno con el otro», «sospechar mutuamente y valorar el uno al otro desde un punto de vista que nada tiene que ver con la política», y «no aceptar lo que los otros realizan» —en otras palabras, pelear como niños. Mao, decía el escrito, debía permanecer en el Secretariado del Comité del Frente, pero él y Zhu debían enmendar sus errores y aprender a trabajar juntos de un modo razonable.[214]

Esta carta, junto a una nota del Comité del Frente que le pedía que retornase de una vez por todas, llegó a Mao, cuando estaba en Fujian occidental, durante la última semana de octubre. Mao la ignoró.

La razón no tenía nada que ver con la malaria; en aquel entonces el comité local del distrito se las había ingeniado para hacerle llegar un poco de quinina, y ya se había repuesto. Se trataba de una cuestión política. Durante los dos últimos años, sus colegas —primero el Comité Central, después la cúpula provincial de Hunan y ahora el Comité del Frente— le habían condenado en tres ocasiones al ostracismo. Esta vez quería estar seguro de que le necesitaban antes de aceptar su retorno. Durante el mes siguiente, Mao dedicó sus días a debatir con los campesinos de la región sobre la reforma agraria, y las noches a otro de sus episódicos intentos de aprender inglés.[215]

El 18 de noviembre, tras una campaña desastrosa del ejército en Guangdong, en la que perdió un tercio de sus fuerzas, Zhu De y Chen Yi le escribieron por segunda vez.[216] Una vez más, no se dignó responder. Una semana después, el Comité del Frente al completo le pidió «amigablemente que vuelva y tome el mando en nuestras tareas», y envió un destacamento de tropas como escolta. En esta ocasión accedió. El 26 de noviembre reasumió su posición.

A pesar de que había asegurado la central del partido que no habría «en absoluto ningún problema» en reconducir el pensamiento del Cuarto Ejército «bajo la experta orientación del Comité Central» (implicando que pondría su empeño en reconciliar los diferentes puntos de vista), Mao actuó sin piedad para consolidar su propia posición, adaptando a su interpretación personal los documentos de la central y omitiendo lo que no le satisfacía.[217]

La asamblea que convocó para diciembre de 1929 en Gutian, un pueblo del oeste de Fujian, serviría como modelo para las «campañas de rectificación» que, en sus últimos años, se convertirían en la estrategia preferida de Mao para modelar la mente colectiva del partido a imagen de la suya propia. Durante diez días, los participantes se reunieron en pequeños grupos, guiados por secretarios de sección y comisarios políticos, para «arrancar de raíz diversas ideas equivocadas, dialogar sobre el mal que habían causado y decidir cómo remediarlo».[218] Mao, en tanto que secretario, tenía la función primordial de decidir qué ideas eran «erróneas» y cuáles «correctas». Sin que deba sorprender, las de Zhu De y sus seguidores caían generalmente bajo la primera categoría.

La sección inicial del informe político elaborado por Mao, titulado «El problema de la corrección de las tendencias ideológicas erróneas y no proletarias del partido», determinó el tono posterior. Condenaba «las ideas exclusivamente militaristas», la «perniciosa raíz de la ultrademocracia» que afloraba en la forma de «una aversión individualista a la disciplina», y la obligación de los «camaradas militares» de ser siempre guiados y tener que informar al partido.[219] Nueve años después insistiría sucintamente en la misma cuestión: «El partido dirige el fusil: nunca hay que permitir que el fusil dirija al partido»[220].

Sin mencionar a Zhu por su nombre, Mao hostigó sin compasión a los dirigentes del ejército por haber tolerado prácticas feudales y por sus «toscos y deficientes métodos militares». El castigo corporal, se lamentaba, estaba todavía extendido, especialmente entre los oficiales de la Segunda Columna (formada por el antiguo vigésimo octavo regimiento de Zhu), donde la brutalidad había llegado a un punto tal que se habían producido tres suicidios, mientras los hombres decían con ironía: «Los oficiales no se limitan a azotar a los soldados; los azotan hasta matarlos». Los prisioneros eran objeto de malos tratos; los desertores, fusilados; y se dejaba morir a los enfermos y heridos del Ejército Rojo; todo ello flagrantes violaciones de los principios del partido.[221]

La directriz de la central convirtió el liderazgo de Mao en inexpugnable. Pero no consiguió cambiar sus ideas sobre la cuestión que inicialmente había desencadenado la disputa —si desarrollar una táctica de guerrillas o asegurar bases revolucionarias fijas—, como quedó claro algunos días después en una carta privada dirigida a Lin Biao. El Comité Central, explicaba, era demasiado pesimista, como lo había sido un año antes cuando propuso la dispersión del Ejército Rojo. Las contradicciones de la sociedad china en general, y las existentes entre los caciques militares en particular, se estaban agudizando hasta el punto de que «una simple chispa puede iniciar un incendio devastador»; y eso ocurriría «muy pronto»:

Los marxistas no somos adivinos … Pero cuando digo que pronto llegará la marea de la revolución a China, no estoy hablando enfáticamente de algo que, en palabras de algunos, «es posible que venga», algo ilusorio, inasequible y privado de cualquier significación real. Es más bien como un barco en alta mar cuyo mástil se columbra ya en el horizonte desde la orilla; es como el sol del amanecer en el este, cuyos rayos resplandecientes se divisan desde lo alto de un monte; es como un niño que va a nacer, moviéndose sin descanso en el útero de su madre.[222]

Al escribir estas líneas Mao se alejaba de la política del partido, que mantenía que no era posible discernir, en aquel momento, nuevos fulgores revolucionarios.[223] La misma directriz de la central que le había rehabilitado en el poder advertía al Comité del Frente del peligro de querer ver demasiado en las confrontaciones entre los señores de la guerra. Pero, sin que Mao lo supiese, la política del partido había cambiado en los dos meses que habían transcurrido desde que se escribieron esas instrucciones.

A lo largo de 1929, China y Rusia se habían mantenido en desacuerdo sobre el estatuto del Ferrocarril Chino del Este, en Manchuria, bajo administración conjunta. El gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek, en Nanjing, respaldado por el nuevo dirigente manchú, Zhang Xueliang, deseaba que se pusiese fin a este sistema dual. La policía china asaltó en mayo los consulados soviéticos de Harbin, Tsitsihar y otras ciudades manchúes —que se habían mantenido operativos después de que los situados en territorio propiamente chino fuesen clausurados—, y se incautaron documentos que mostraban que los oficiales soviéticos seguían promoviendo la subversión comunista. En julio se deportó a un número importante de ellos y poco después se rompieron todos los vínculos diplomáticos.[224]

Después de algunas dudas, Moscú decidió dar una lección a los chinos. En octubre, el Comintern escribió al Partido Comunista Chino demandando que «se potencie y extienda la guerra de guerrillas», especialmente en Manchuria y en las áreas en que Mao y He Long[225] continuaban activos, coincidiendo con una expedición punitiva de algunas unidades del ejército ruso a lo largo de la frontera china.[226] En el momento en que ese mensaje llegó a Shanghai, a principios de diciembre, el gobierno de Nanjing había retrocedido y ofrecía una tregua sincera. Pero el análisis político que la carta ocultaba cobró vida rápidamente.

Para justificar la llamada de una ofensiva guerrillera, Moscú proclamó que China había «entrado en un período de profunda crisis nacional», caracterizada por «la llegada de una marea revolucionaria» y la «suposición objetiva de que sin lugar a dudas esa marea revolucionaria llegará».[227] El lenguaje empleado era deliberadamente ambiguo, pero el tono estaba alejado de la cautela que prevalecía en los pronunciamientos del Comintern, y ello convenció a Li Lisan, emergiendo entonces como la figura dominante de la cúpula central, de que se podía asegurar que la tan esperada efervescencia revolucionaria se encontraba muy cerca.[228]

Así lo hizo en una directriz del Comité Central, expedida el 8 de diciembre, que reclamaba la rápida expansión del Ejército Rojo a través de la incorporación de unidades de autodefensa campesina, una mejora en la coordinación de los diferentes cuerpos militares comunistas, con la concentración, y no la dispersión, como principio rector, y una estrategia unificada tanto para las zonas rurales como para las urbanas.[229] Precisamente en relación con este último punto estalló la controversia política más sorprendente:

Es necesario cambiar la táctica hasta ahora empleada de rehuir la toma de las grandes ciudades. Siempre que haya posibilidades de victoria, y siempre que se pueda implicar a las masas, habrá que lanzar ataques sobre las urbes para poderlas ocupar. La toma rápida de las grandes ciudades sería de una gran significación política. Esta estrategia, combinada con la lucha en todo el país de los obreros, los campesinos y los soldados, promoverá la gran marea revolucionaria.

Cuando este documento llegó a Jiangxi a finales de enero de 1930,[230] Mao tuvo la agradable sorpresa de saber que las estimaciones del Comité Central sobre las posibilidades revolucionarias eran muy similares a las suyas. Unos días después, en una asamblea plenaria del Comité del Frente, celebrada en Pitou, cerca de Jian, pudo gozar del espectáculo que le dedicaron sus camaradas cuando, uno tras otro, reconocieron humillantemente la validez de los análisis de Mao del verano anterior y se comprometieron a «liberar la entera provincia de Jiangxi», comenzando por Jian.[231]

Con ese objetivo se estableció un Comité General del Frente, con Mao como secretario, para actuar como «órgano supremo de dirección» de su propio Cuarto Ejército Rojo, así como del Quinto Ejército de Peng Dehuai, que contaba entonces con tres mil hombres y estaba acuartelado en el área norte de Jinggangshan, y del recién formado Sexto Ejército, comandado por un colega de Peng, Huang Gonglue, y que operaba en el tramo sur del río Gan; al igual que de las áreas base del suroeste de Jiangxi, el oeste de Fujian y el norte de Guangdong.

La asamblea emitió una resolución final redactada por Mao que rebosaba fervor revolucionario:

¡Está cerca el estallido de una gran marea revolucionaria mundial! ¡La gran época de la revolución China llegará muy pronto, aparecerán soviets chinos, sucesores de los soviets rusos, y se convertirán en una poderosa rama del [sistema] soviético mundial! En China, surgirá primero un soviet en Jiangxi, porque allí … las condiciones ya han madurado; después en otras provincias … El [resultado final de nuestra] lucha será inevitablemente … que las fuerzas revolucionarias del sur se fusionarán con las fuerzas revolucionarias de todo el país para enterrar a las clases gobernantes en una fosa.[232]

Pero la retórica era una cosa y la realidad otra muy distinta. Cuando llegó el momento de poner en práctica los planes, Mao procedió con gran cautela. Incluso la misma decisión de atacar Jian no era exactamente lo que podía parecer. «Esta llamada a la acción es correcta», escribió. «El primer paso, sin embargo, no consiste en atacar directamente la ciudad, sino sitiarla con el propósito de hacer la vida más difícil [para los que están] en su interior, y sembrar el pánico … Después pasaremos a la [fase siguiente]»[233] Pero en la práctica, incluso el primer paso fue abortado cuando el Guomindang se lanzó a la ofensiva; en marzo, el ataque fue abandonado definitivamente.[234] Unos días después, se renunció a emprender un intento de tomar la ciudad de Ganzhou. En lugar de ello, el Comité General del Frente decidió dedicar los tres siguientes meses a desarrollar y ampliar las bases rurales existentes, con el pretexto de que una expansión sin consolidación constituiría un caso de «grave oportunismo».[235].

Esta actitud prudente no pasó inadvertida en Shanghai, donde Li Lisan comprendió de inmediato que existían divergencias fundamentales sobre lo que implicaba la «gran marea revolucionaria».

La «gran marea» de Li se basaba en la teoría. Nacía de un documento del Comintern redactado en Moscú que, teniendo en cuenta que obedecía a las necesidades nacionales soviéticas, Li sometió después a sus propios intereses. En cambio, la de Mao era una cuestión de política práctica. Durante el año anterior había defendido que la única posibilidad para avanzar pasaba por la construcción de bases rurales. La directriz de septiembre del año anterior redactada por el Comité Central había afirmado que para conseguirlo se requeriría alentar la «marea revolucionaria». Por ello, para Mao, la aseveración de Li Lisan de que esa condición ya se había consumado, añadía simplemente legitimidad a unas decisiones políticas que él, de todos modos, habría tomado.

Mao estaba dispuesto a mostrar, como parte del trato, un apoyo hipócrita a la idea de la toma de las ciudades, siempre que ello no supusiese un riesgo innecesario para el Ejército Rojo.[236] Además se trataba de un apoyo insincero que, para comenzar, era mínimo. La reunión de Pitou declaró explícitamente que la «principal tarea» del partido consistía en «ampliar el territorio de las zonas de los soviets». La conquista de las ciudades, como política general (más allá del plan específico de tomar Jian), ni siquiera fue mencionada. De hecho, apenas unas semanas antes, en Gutian, Mao se había mofado de los que querían «marchar sobre las grandes urbes», afirmando que sólo estaban interesados en la búsqueda del placer y en «comer y beber para el solaz de sus corazones».[237]

Por otra parte, para Li la revolución urbana era primordial. La mayoría de su trayectoria se había desarrollado junto a los obreros organizados, desde su aprendizaje con Mao, entre los mineros de Anyuan, hasta el movimiento del 30 de mayo de 1925, cuando alcanzó relevancia nacional. Del mismo modo que Mao creía fervientemente que la revolución rural poseía la clave del futuro de China, Li estaba convencido de que el proletariado sería la salvación.

A este marcado distanciamiento político había que añadir la profunda antipatía personal que mediaba entre ambos. Li era seis años menor que Mao. No habían sido capaces de entablar una relación de armonía cuando, siendo un estudiante de dieciocho años, Li no quiso comprometerse con la Asociación de Estudios del Nuevo Pueblo. Diez años después, la indiferencia mostrada por Mao cuando el padre de Li, terrateniente, fue ejecutado tornó la frialdad en enemistad. La torpe nota que Mao envió en octubre de 1929 al «hermano Li», al conocer su ascenso, pidiéndole que le «escribiese una carta con tus excelentes consejos», evidenciaba el recelo que aquella noticia le había inspirado.[238]

Dejando a un lado las cuestiones personales, las divergencias políticas de Mao con la central sobre la cuestión de la «gran marea revolucionaria» no habrían permanecido ocultas por demasiado tiempo. A finales de febrero de 1930, Zhou Enlai redactó una exposición mucho más extensa y detallada de la nueva estrategia de la cúpula, publicada como la «Circular n.º 70» del Comité Central, que criticaba a Zhu y Mao, citando sus nombres, por «su insistencia en ocultar y dispersar sus fuerzas».[239] El objetivo del partido, declaraba, era alcanzar una «victoria previa en una o varias provincias», y para ello la estrategia del Ejército Rojo debía encaminarse a la toma de ciudades clave en las grandes rutas de transporte, coordinada con alzamientos locales, huelgas políticas de los obreros, y motines entre las guarniciones del Guomindang. Dos semanas después, el 10 de marzo, el Politburó criticó de nuevo a las fuerzas de Mao por «andar dando vueltas» sin propósito.[240] Otra directriz de la central le acusaba de actuar «en contra de sus deberes en el partido y de la situación revolucionaria nacional».[241] En aquel punto, Zhou partió hacia Moscú para no volver antes del mes de agosto, dejando a Li Lisan como única cabeza visible al cargo de la política de la central.[242]

A lo largo de la primavera y principios de otoño de 1930, Mao se resistió a cumplir aquellas instrucciones.

Sus fuerzas se negaron a alejarse de la frontera entre Jiangxi y Guangdong, donde, después de algunas escaramuzas con unidades menores del Guomindang, construyeron su bastión.[243] Mao ignoró las peticiones de Li de acudir a Shanghai para asistir al Congreso de Representantes de las Zonas Soviéticas, que, finalmente, se celebró a mediados de mayo con la ausencia de los más importantes de ellos.[244] Seguir directrices equivocadas, dijo sin ambages ante el Comité del Frente, era «una forma de sabotaje», y él no tomaría parte en ello.[245]

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