Mao

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8. Futian: la pérdida de la inocencia

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La guerra civil era el factor fundamental. En la mayoría de las guerras, los desertores son fusilados, los prisioneros maltratados para obtener información, y los derechos más básicos quedan anulados. En la guerra entre los nacionalistas y los comunistas no se respetó regla alguna.

A principios de 1931, el jefe del servicio de seguridad del Politburó chino, Gu Shunzhang, un agente extraordinariamente efectivo que había sido instruido por la policía secreta rusa de Vladivostok, fue enviado a Wuhan para llevar a cabo una tentativa de asesinato de Chiang Kai-shek.

Iba disfrazado de mago. Pero los servicios especiales del Guomindang le identificaron con la ayuda de una fotografía y, en el mes de abril, fue arrestado y persuadido para que desertase de las filas comunistas. La oficina de inteligencia francesa de Shanghai estimó que durante los tres meses posteriores, como resultado de su traición, varios miles de comunistas fueron ejecutados. Entre ellos figuraba el secretario general del partido, un testaferro llamado Xiang Zhongfa, ejecutado en junio.

Sin embargo, no todas las atrocidades se perpetraron en el bando nacionalista. Al día siguiente de la traición de Gu, su familia desapareció. Cinco meses después se descubrieron sus cadáveres, desnudos y decapitados, sepultados bajo tres metros de tierra, concretamente en una casa deshabitada de la concesión francesa. El agente comunista que les asesinó indicó a los hombres del Guomindang que lo apresaron que habían sido ejecutados como venganza, siguiendo las órdenes de Zhou Enlai. Sólo había sobrevivido el hijo pequeño de Gu porque, según dijo el hombre, había sido incapaz de cumplir la orden de Zhou de acabar con el niño. Después los acompañó a otras cinco casas, donde fueron desenterrados otros cadáveres, en esta ocasión de cuadros comunistas que Zhou había ordenado asesinar para mantener la disciplina del partido. Posteriormente fueron desenterradas unas tres decenas de cuerpos, con lo que la policía de la concesión tuvo suficiente y ordenó que las pesquisas cesasen.[65]

La exterminación de la familia de Gu Shunzhang ordenada por Zhou Enlai fue la regla, no la excepción, en un conflicto sin cuartel.

El Guomindang cometía las mismas atrocidades. En Hubei, la esposa de Xu Haidong, dirigente del Ejército Rojo, fue apresada por los nacionalistas y vendida como concubina. Además, más de sesenta miembros del clan de Xu, incluyendo niños y criaturas, fueron capturados y asesinados.[66] En noviembre de 1930, dos meses después de que Mao dirigiese a los comunistas en el ataque fallido contra Changsha, su mujer, Yang Kaihui, fue conducida al campo de ejecución que había extramuros de la puerta de Liuyang de la ciudad, donde fue decapitada siguiendo las órdenes del gobernador del Guomindang.[67] Sus hijos habían sido ocultados por sus parientes, y fueron enviados en secreto a Shanghai, donde meses después el menor, Anlong, de sólo cuatro años, moriría de disentería. Además, se enviaron soldados nacionalistas para profanar las tumbas de los padres de Mao.[68]

En el área base de Xu Haidong, E-Yu-Wan, donde según las palabras de Edgar Snow la matanza adquirió «la intensidad de las guerras de religión», así como en otras áreas del sur, los nacionalistas siguieron una política que ellos definieron como «desecar el lago para pescar el pez»: todos los hombres capacitados eran asesinados, las aldeas incendiadas y las provisiones de grano confiscadas o destruidas. Grandes extensiones de bosques quedaron taladas para acorralar a las guerrillas en las espesuras montañosas, en las que se disparaba contra todo lo que se movía. Los aldeanos que sobrevivían eran hacinados en empalizadas construidas en las cabañas de madera de la planicie, vigilados por soldados y miembros de las milicias de los terratenientes. Las mujeres y las jóvenes eran vendidas como prostitutas o esclavas, hasta que los misioneros extranjeros protestaron y Chiang Kai-shek prohibió esta práctica.

Inicialmente, las tropas nacionalistas usaban las cabezas de sus víctimas para mantener un recuento de sus hazañas; cuando se hizo imposible seguir con esta práctica (a causa del excesivo peso), decidieron cortar, en su lugar, las orejas. Se informó de una división que reunió trescientos cincuenta kilos de orejas para «demostrar su mérito». En el distrito de Huang’an, en la provincia de Hubei, fueron asesinados más de cien mil aldeanos; en el distrito de Xin, en Henan, unos ochenta mil. En la antigua base de Peng Dehuai, en la frontera entre Hunan y Hubei, antiguamente hogar de un millón de habitantes, sólo sobrevivieron diez mil. Veinte años después, los pueblos en ruinas y los huesos humanos continuaban esparcidos por los montes.[69]

Mao apenas tuvo oportunidad de comprobar personalmente los extremos a los que llegó la devastación. En el momento en que la carnicería más sangrienta se instaló en Jiangxi, el Ejército Rojo ya había partido del lugar.[70] Pero todo ello conformó el contexto social en que él, y todos los dirigentes comunistas, se desenvolvieron.

A lo largo de la historia china —que, como Mao había aprendido de las lecturas de Sima Guang, literato de la dinastía Song, no era más que «un espejo del presente»—, las rebeliones habían sido suprimidas con extraordinaria ferocidad. Las matanzas de Chiang Kai-shek en las zonas comunistas eran un pálido reflejo de la sangría que había tenido lugar durante la rebelión de los Taiping. Las tropas de Chiang coleccionaban orejas; un general del siglo XVII, Li Zicheng, pacificó la provincia de Sichuan haciendo acopio de pies, y cuando su concubina predilecta protestó ante semejante cruel dad, los suyos pasaron a engrosar el montón. Los nacionalistas exterminaron las familias de los dirigentes comunistas; bajo el reinado de los Qing, las familias de los intelectuales que se rebelaban eran asesinadas hasta el noveno grado de consanguinidad. Incluso el uso de cuotas en las purgas, por mucho que se asemejase a las practicas de la posterior NKVD[71] en Rusia, tenía su origen en China.[72]

El torbellino de sangre y temor en que se desarrolló la lucha comunista fue el fruto de este legado. Separados de las esposas, las familias, los hijos (o en el peor de los casos, como en el de Mao, causantes indirectos de sus muertes), los jóvenes que comandaban el partido, ninguno de más de cuarenta años, concentraban todas sus energías y su lealtad en un único objetivo: la causa. De esta implacable firmeza mental nació una entrega fanática que no dejaba lugar a la moralidad que imperaba fuera de ese mundo. Había regimientos enteros del Ejército Rojo formados por huérfanos comunistas cuyo único deseo era la venganza de su clase. El odio fue un arma muy poderosa, tanto si estaba dirigido a los rivales externos como a los enemigos internos.

No todos los dirigentes respondían siguiendo el mismo patrón. Algunos, como Gao Jingtang, en E-Yu-Wan, se recrearon en la purga como ánades en el agua, generando un clima de aislamiento y paranoia tan extremo que, en 1937, cuando el Comité Central intentó retomar el contacto con las guerrillas de las áreas base, los primeros enviados comunistas que llegaron fueron arrestados y fusilados, acusados de ser espías.[73] Otros, como el antiguo comisario de Zhu De, Chen Yi, aplicó el terror con mayor indulgencia, en la medida que era posible.[74]

La reacción de Mao fue más compleja. Por un lado exigía «disciplina de hierro»; por el otro, afirmaba aún que el Ejército Rojo debía ser una fuerza completamente voluntaria, impulsada por la rectitud de los ideales, un liderazgo correcto y un ejemplo.[75] Para Mao el bolchevismo era mucho más que un simple medio para alcanzar el poder; tenía también una vertiente ideológica, era en cierto sentido una fuerza moral para la renovación de China. A nivel intelectual, intentó solucionar la contradicción —entre la disciplina y la libertad, la fuerza y el voluntarismo— que ello representaba, afirmando la unidad de los opuestos (como había manifestado ya en sus ensayos estudiantiles, y volvería a hacerlo en Yan’an). Pero en la práctica ambos polos permanecerían siempre en conflicto. Fue una realidad manifiesta tanto en Jiangxi a principios de los años treinta como en cualquier otra purga o campaña de purificación de las que lanzaría durante su longeva existencia.

En aquellas circunstancias Mao dirigió su mirada a la lección que, en invierno de 1926, había extraído del movimiento campesino de Hunan. «Para enderezar lo erróneo», había escrito entonces, «es necesario sobrepasar los límites de lo debido; lo erróneo no se puede enderezar sin actuar de este modo». Desde ese punto de vista, las sangrientas purgas eran motivo de lamento y en el futuro debían evitarse, pero eran igualmente necesarias.

Lo mismo cabe decir de los elásticos usos a que el término «AB-tuan» estaba vinculado. Mao pudo haber creído inicialmente, al igual que pensaron todos los otros dirigentes, que la AB-tuan representaba una amenaza genuina. Pero él no era tan incauto como para continuar creyendo en ello después de que no se encontrase evidencia alguna (más allá de las confesiones obtenidas bajo tortura) de que cualquiera de los miles de ejecutados fuese realmente miembro de la AB-tuan. «Socialdemocracia», «reorganizacionistas», «Tercer Partido», en último término, la denominación no importaba: eran sólo nombres, susceptibles de ser interpretados según las desviaciones políticas que los líderes del partido anhelaban combatir. La Oficina Central así lo reconoció cuando admitió que durante la campaña de la AB-tuan se había producido un «error terminológico», como se lo denominó.[76] Pero también aquello era necesario, según debió de concluir Mao. Al fin y al cabo, ocurrirían «errores» similares en todas las acciones políticas que estaban por llegar.

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