MINIONS

MINIONS


 

Lo confieso, tengo 40 años y me requetechiflan los Minions. De verdad que no sé qué tienen estos pequeños engendros amarillos del mal que me vuelven loca. Tal vez sea porque me recuerdan a muchas cosas chulis de mi infancia: el huevo en el que va metida la sorpresa de los Kinder Sorpresa, la amiga gafotera de clase que se enfadaba si la llamabas cuatroojos pero que en el fondo era una de tus mejores amigas, el coyote al que todos los planes para coger al correcaminos le salían mal, el peto vaquero que te ponías en verano para salir a jugar con las vecinas, el idioma inventado para comunicarte con tus primos y que los mayores no os entendieran y el helado de plátano. Los Minions son como todo eso junto, así que es imposible no adorarlos.


A pesar de todo, cuando aparecí con la propuesta de llevar un disfraz de minion a la fiesta de disfraces del pub al que solemos ir con las amigas, me di cuenta de que esos recuerdos para mi tan vívidos, en otras han desaparecido por completo. Para la mayoría de ellas los pijamas minions, camisetas de los minions, juguetes de minions y cualquier cosa que tenga que ver con estos adorable esbirros de Gru, no significan absolutamente nada, a no ser que tengan hijos y/o sobrinos. Y no siempre es el caso. Pero no son en ningún caso capaces de vivirlos como algo propio, como la suma de una infancia ya vivida y que ahora tienen la oportunidad de volver a revivir, para ellas no son más que una moda de críos que les toca aguantar.

Sinceramente, creo que ellas se lo pierden. Hace años, muchos años, fuí yo la que renegaba de cosas tan “infantiles” como la navidad. Ahora tan solo el hecho de pensar en una Minions Navidad vuelvo a sentir ilusión. De verdad que estoy convencida que no debo de ser la única, y que somos muchos los adultos que gracias a los Minions nos hemos vuelto a sentir pequeños gamberretes otra vez. Y espero que no perdamos nunca la capacidad de sentirnos así. Gracias Minions.

 

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