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EL ESTANQUE

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EL ESTANQUE

—Ahí está.

Terry señaló un lugar de la costa mientras descendían hacia la reluciente bahía de Monterrey.

Jonas dio un sorbo al refresco caliente, con el estómago todavía revuelto después de la pequeña exhibición aérea de Terry. Le dolía la cabeza y ya había decidido marcharse tan pronto hubiera saludado a Masao. Si de él dependiera, Terry sería la última persona que él recomendaría a Masao Tanaka para descender al fondo de la sima Challenger.

Jonas miró hacia abajo y contempló, a su derecha, el estanque artificial vacío situado en una finca de quince kilómetros cuadrados que lindaba con la costa, al sur de Moss Landing. Desde el aire parecía una gigantesca piscina ovalada. Paralela al océano, la construcción medía más de un kilómetro de longitud y casi medio de anchura. Tenía una profundidad de casi treinta metros en el centro y unos muros de dos pisos de altura con unas enormes ventanas de metacrilato en los extremos. Un canal de cemento conectaba el punto central del muro del estanque que daba al océano con las aguas profundas del Pacífico.

La instalación aún no contenía agua. Los obreros de la construcción se afanaban como hormigas en los muros y en los andamios. Si se mantenían los plazos previstos, faltaba menos de un mes para que se abriera la compuerta del canal y el estanque se llenara de agua del mar. Sería el mayor acuario artificial del mundo.

—Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, no lo habría creído —comentó Jonas durante la aproximación al aeropuerto.

Terry sonrió con indisimulado orgullo. Para Masao Tanaka, la construcción del acuario se había convertido en el trabajo de su vida. Concebido como un laboratorio viviente, el estanque serviría de espacio natural protegido para sus futuros habitantes, las mayores criaturas conocidas que hayan existido nunca sobre la Tierra. Cada invierno, decenas de miles de mamíferos marinos emigraban a través de las aguas costeras de California para aparearse.

Cuando estuviera listo, el acuario abriría sus puertas para acoger a los gigantescos cetáceos: las ballenas grises, jorobadas e incluso, tal vez, a las ballenas azules, tan amenazadas de extinción.

El sueño de Masao estaba haciéndose realidad.

Tres cuartos de hora después, Jonas saludaba sonriente al impulsor del proyecto.

—¡Jonas! ¡Dios mío, cuánto me alegro de verte! —Masao, a quien Taylor sacaba toda la cabeza, estaba radiante de felicidad—. Déjame que te mire. ¡Ah!, tienes un aspecto fatal. Y hueles aún peor. ¡Ja! ¿Qué te pasa? ¿No te gusta volar con mi hija?

—No. A decir verdad, no. —Jonas dedicó una mirada asesina a la chica. Masao también se volvió hacia ella.

—¿Terry?

—Fue culpa suya, papá. No es cosa mía si es incapaz de afrontar la tensión. Nos veremos en la sala de proyecciones.

La muchacha abandonó el estanque en dirección al edificio de tres pisos situado al final de la construcción.

—Discúlpame, Taylor. Terry es muy testaruda y algo rebelde. Resulta difícil educar a una hija sin un modelo femenino en el que basarse.

—Olvídalo, Masao. En realidad, he venido a ver este proyecto tuyo. Es asombroso.

—Más tarde te lo mostraré con detalle. Vamos, te buscaremos una camisa limpia y luego quiero que conozcas a mi ingeniero jefe, Alphonse DeMarco, que está revisando el vídeo que grabó D. J. en la fosa. Necesito que me des tu opinión.

Jonas siguió a Masao hasta la sala de proyecciones y entraron en la estancia a oscuras, donde Terry y DeMarco ya estaban visionando la filmación. Jonas tomó asiento junto a la chica y DeMarco saludó a Masao.

El vídeo mostraba un foco de luz que penetraba en las aguas oscuras pero nítidas de la fosa abisal. Entonces apareció en pantalla la unidad UNIS accidentada. Estaba tumbada de lado al pie de un talud, encajada entre rocas y fango.

Alphonse DeMarco miró atentamente el monitor del aparato de montaje de vídeo.

—D. J. la encontró a cien metros de la posición inicial.

Jonas se levantó y se acercó a la pantalla.

—¿Qué cree usted que sucedió?

DeMarco no apartó la vista del monitor mientras el haz de luz barría la superficie metálica abollada del sumergible inutilizado.

—La explicación más sencilla es que lo afectó un deslizamiento de tierras.

—¿Un deslizamiento?

—Son bastante habituales allí abajo, como usted bien sabrá…

Jonas dio unos pasos hasta la mesa situada detrás de ellos. Sobre ella estaba la mitad recuperada de la placa de sonar, como una pieza mutilada de escultura abstracta. Jonas tocó el borde desgarrado de la plancha metálica.

—Es una envoltura de titanio que cubre unos soportes de acero de diez centímetros de grosor. He visto los datos de resistencia a la tensión…

—La envoltura tal vez se haya agrietado a causa de un impacto. Las corrientes son increíblemente fuertes, ahí abajo.

—¿Hay algún indicio de que sucediera lo que dice?

—La unidad UNIS registró un aumento de turbulencias casi dos minutos antes de que se perdiera el contacto.

—¿Qué hay de las demás? —Jonas se volvió hacia DeMarco.

—De los otros sumergibles que hemos perdido, dos registraron cambios parecidos en las turbulencias poco antes de fallar. Si esta unidad ha sufrido los efectos de un deslizamiento de tierras, cabe suponer que a las otras les ha podido suceder lo mismo.

Jonas se concentró en el monitor:

—Han perdido cuatro —dijo—. Que todos los casos se deban a deslizamientos de tierras va contra el cálculo de probabilidades, ¿no le parece?

DeMarco se quitó las gafas y se frotó los ojos, como si no fuera la primera vez que oía tal argumentación. Masao la había esgrimido más de una vez, en sus conversaciones con el ingeniero.

—Ya sabíamos que las fosas presentan actividad sísmica. Los deslizamientos rompen continuamente los cables que cruzan otros cañones abisales. Todo esto significa que la fosa de las Marianas es aún más inestable de lo que pensábamos.

—Los corrimientos de tierras suelen ir precedidos de cambios en las corrientes de las profundidades oceánicas —intervino Terry.

—Jonas —dijo Masao—, todo este proyecto depende de nuestra capacidad para determinar qué les sucedió a esas unidades y para corregir la situación de inmediato. He decidido que debemos recuperar esa UNIS, pero mi hijo no puede hacer el trabajo en solitario. El rescate precisa de dos sumergibles que actúen en equipo: uno, para despejar los restos y sujetar la UNIS, mientras el segundo la engancha al cable de recogida…

—¡Papá! —Terry comprendió de pronto por qué su padre había insistido en localizar a Jonas.

—¡Alto! ¡Detenga la cinta! —Jonas había visto algo en el monitor—. Vuelva atrás un poco —indicó al técnico—. Ahí está bien. Siga adelante.

El grupo observó la imagen cambiante de la pantalla. El foco del sumergible rodeó la unidad esférica UNIS hasta iluminar el otro lado, enterrado en parte entre las rocas y el barro. La luz se reflejaba en los restos junto a la base de la sonda.

—¡Ahí! —exclamó Jonas. El técnico congeló la imagen y Jonas señaló un pequeño fragmento blanco clavado bajo la UNIS—. ¿Puede ampliar eso?

El hombre pulsó unos botones y en el monitor apareció un recuadro. Con el ratón, situó el recuadro sobre el objeto y pulsó las órdenes para que ocupara la pantalla completa. La imagen se amplió, pero se hizo menos nítida.

—Es un diente —afirmó.

DeMarco se acercó más y estudió la imagen detenidamente.

—Está chiflado, Taylor.

—¡DeMarco! —intervino Masao en tono enérgico—. Muestre el debido respeto a nuestro invitado.

—Lo siento, señor Tanaka, pero lo que dice el profesor es imposible. ¿Lo ve? —Señaló un tornillo que colgaba de un soporte de acero—. Es un tornillo de un travesaño y mide siete centímetros —explicó. Luego, señaló el objeto blanco difuso que se apreciaba debajo—. Eso significa que el… que la cosa esa, sea lo que fuere, mide dieciocho o veinte centímetros, por lo menos. —Se giró hacia Masao—. No existe ningún animal en la Tierra con unos dientes tan grandes.

Jonas echó otro vistazo a la fotografía de la imagen ampliada que tenía en la mano mientras, junto a Terry, seguía al padre de la muchacha por el pasillo que conducía al enorme estanque-acuario. Terry había encontrado una camiseta del personal para el profesor.

—Aunque resulte ser un diente, ¿cómo sabemos que no acaba de quedar al descubierto con el derrumbe? —preguntó la muchacha.

—No lo sabemos. Pero fíjate en ese color blanco. Todos los dientes de Megalodon que hemos descubierto son grises o negros. Uno blanco indicaría que su propietario ha muerto hace poco, o que podría estar vivo todavía.

—Desde luego, parece que todo esto te interesa mucho —apuntó Terry intentando no rezagarse.

Jonas se detuvo.

—Terry, debo recuperar ese diente. Es muy importante para mí.

La muchacha lo miró a los ojos:

—De ninguna manera. Si alguien ha de bajar con mi hermano, seré yo. ¿Por qué es tan importante para ti?

Antes de que Jonas pudiera responder, Masao los llamó:

—¡Eh, dejad de remolonear! ¡Jonas, si quieres ver el estanque, date prisa!

Llegaron a una puerta por la que se cruzaba la gran pared del acuario y entraron en el gigantesco recinto. Jonas se detuvo, asombrado de su tamaño.

Masao Tanaka se plantó delante de ellos con gesto orgulloso y una sonrisa forzada en los labios.

—Hemos hecho un buen trabajo, ¿verdad, amigo mío?

Jonas solo pudo asentir con un gesto. Masao se volvió de espaldas a él y a su hija.

—Este estanque —continuó— ha sido mi sueño desde que tenía seis años. Casi sesenta años de trabajo, Jonas. He hecho cuanto he podido y he puesto en el proyecto todo lo que tengo. —Miró de nuevo a Jonas y a Terry con lágrimas en los ojos y añadió—: Es una lástima que no vaya a inaugurarse nunca.

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