MEG

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HELLER

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HELLER

—Al fondo del pasillo, a la derecha —indicó D. J., cargado con el macuto de Jonas, y señaló el estrecho corredor—. Dejaré esto en tu camarote. El número 10. Justo debajo.

Jonas asintió y el muchacho descendió por la estrecha escalerilla. Taylor siguió andando por el pasillo hasta llegar a una puerta con el rótulo de «Operaciones». Entró en la cabina en penumbra, donde reinaba el zumbido de los ordenadores, monitores de vídeo, radios y equipos de sonar. Un hombre alto y enjuto de cabellos canos muy cortos y gafas gruesas, de montura negra, estaba inclinado sobre un panel de control y pulsaba las teclas ante un ordenador con sus dedos largos y delgados. Volvió la cabeza y observó a Jonas sin decir nada; tras los gruesos cristales de las gafas, los ojos grises del hombre estaban hinchados y llorosos. Se concentró de nuevo en el monitor del ordenador y murmuró:

—¿Otra expedición de pesca, Taylor?

Jonas esperó un momento antes de responder: —No he venido a eso, Frank.

—Entonces, ¿qué diablos haces aquí?

—He venido porque Masao me ha pedido ayuda.

—Parece que los japoneses no tienen el menor sentido de la ironía.

—Tendremos que trabajar juntos en esto, Frank. La única manera de averiguar qué sucede ahí abajo es subir la unidad UNIS dañada. D. J. no puede hacerlo solo y…

—Todo eso ya lo sé. —Heller se incorporó bruscamente y cruzó la sala para llenar de nuevo la taza de café—. Lo que no entiendo es por qué has de ser tú quien lo acompañe.

—Porque nadie más ha estado ahí en los últimos treinta años.

—Sí que han estado otros —replicó Heller con acritud—. Pero murieron en el viaje. Jonas apartó la vista.

—Quiero hablar contigo de eso, Frank. Yo… —buscó las palabras adecuadas—. Escucha, no ha habido un día durante los últimos siete años en que no haya pensado en el incidente del Seacliff. Para ser sincero contigo, todavía no sé qué sucedió. Lo único que sé es que creí ver algo que se elevaba del fondo para atacar nuestro sumergible, y reaccioné.

Heller se plantó ante Jonas, cara a cara, apenas separados por unos centímetros. En sus ojos había un destello de odio.

—Esa confesión quedará muy bien en tu libro, quizá, pero para mí no cambia nada. No estuviste alerta, Taylor. Alucinaste, creíste ver un monstruo extinguido, nada menos, y mataste a dos miembros de tu equipo arrojando por la borda años de entrenamiento y dejándote llevar por el pánico. ¿Y sabes qué me irrita de verdad? Que estos últimos siete años te has estado empeñando en justificar la existencia de ese Megalodon, en justificar la excusa que elaboraste para no quedar tan mal. —Heller temblaba de emoción. Dio un paso atrás y se inclinó sobre su pupitre—: Me hiciste daño, Taylor. Los hombres no merecían morir. Y ahora, siete años después, aún no eres capaz de enfrentarte a la verdad.

—No sé cuál es la verdad, Frank. Si sirve de algo, te diré que quizás estaba viendo un racimo de gusanos de tubo y sufrí una alucinación, no lo sé. Lo que sé es que la jodí. Yo mismo estuve a punto de morir, ahí abajo. Y ahora tengo que cargar con eso el resto de mi vida.

—Yo no soy un sacerdote, Taylor. No estoy aquí para oír tu confesión ni para escuchar tus sentimientos de culpa.

—¿Y qué hay de tu contribución al accidente? —exclamó Jonas—. Tú eras el médico de a bordo. Le dijiste a Danielson que estaba en buenas condiciones médicas para realizar un tercer descenso a la fosa. ¡Tres inmersiones en ocho días! ¿No crees que eso quizá tuvo algo que ver en mi reacción?

—¡Tonterías!

—¿Por qué dices que son tonterías, doctor Heller? —Jonas cruzó la estancia a grandes zancadas, con la sangre hirviendo—. Tú mismo lo dijiste. Lo escribiste en el informe oficial: «Psicosis de las profundidades». Tú y Danielson me obligasteis a pilotar sin haberme concedido suficiente descanso y, luego, entre los dos me cargasteis toda la culpa y me convertisteis en el cabeza de turco de la Marina.

—¡La responsabilidad fue tuya!

—Sí —susurró Jonas—, fue un error de pilotaje, pero no me habría visto en tal posición sin tu participación y la de Danielson. Así que, al cabo de siete años, he decidido volver a bajar para afrontar mis temores de una vez por todas, para descubrir por mí mismo qué sucedió. Y tal vez sea hora de que tú también asumas tus responsabilidades. —Jonas se encaminó hacia la puerta.

—Un momento, Taylor. Escucha, quizá no deberías haber bajado a la fosa por tercera vez. Por lo que a mí respecta, Danielson era mi oficial superior. Pero sigo pensando que, mentalmente, estabas preparado. Eras un piloto excelente. Pero dejemos bien claro que el objetivo de esta inmersión con D. J. es ayudarlo, y no buscar dientes de animales…

Jonas abrió la puerta y se volvió hacia Heller: —Conozco mis responsabilidades, Frank. Espero que tú recuerdes las tuyas.

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