MEG

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ESCAPE

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ESCAPE

Jonas sabía que se quedaría sin aire si no actuaba pronto. Los alerones del sumergible se habían estropeado con los golpes y el motor no funcionaba. Sería imposible ascender con el peso muerto de la parte mecánica del vehículo, así que tenía que encontrar la palanca de emergencia y liberar la cápsula de escape de lexan.

Sudaba profusamente y empezaba a sentirse mal otra vez. No estaba seguro de si era debido a la pérdida de sangre o a la creciente falta de oxígeno. Tanteó con los dedos el piso de la cápsula, bajo su estómago, y localizó el pequeño compartimento de reserva. Se inclinó hacia atrás, abrió la tapa y buscó con la mano la bombona de oxígeno. Desenroscó una válvula y liberó una corriente de aire en la burbuja de plástico.

A continuación, se ajustó de nuevo el arnés de pilotaje hasta quedar colocado en posición. Palpó a su derecha, encontró la caja metálica que buscaba, la abrió y agarró la palanca de emergencia para lanzarse.

Cuando tiró del mando, un brillante destello rasgó la oscuridad detrás de él, clavándolo al arnés. La cápsula salió disparada en el agua como una centella y se alzó del fondo de la sima. Tenía dos alerones estabilizadores y sin embargo, continuó girando por efecto de la explosión, ascendiendo en espiral a través del agua.

Poco a poco, la burbuja de lexan perdió su impulso y entró en una ascensión mucho más suave. La cápsula trasparente tenía una flotabilidad positiva y se elevó rápidamente. Con todo, pasarían varias horas hasta que alcanzara la superficie y Jonas sabía que debía concentrarse en mantener el calor. Sus ropas estaban empapadas de sudor y la temperatura descendía deprisa.

Las aguas verdosas de la superficie comenzaron a burbujear con una espuma rosa brillante. Entonces la enorme cabeza blanca del macho Megalodon irrumpió en la superficie. Debajo del cable de acero se mantenían unidos los pocos trozos de carne y tejido que aún estaban adheridos a la larga columna vertebral y la aleta caudal que le colgaba bajo el agua.

La tripulación del Kiku miraba con asombro a través de la amplia cubierta del barco los restos del monstruo devorado que eran arrastrados por el agua. Enroscada en el cable, colgando de la monstruosa cabeza del tiburón gigante, estaban los restos destrozados del submarino de D.J. Tanaka.

Terry se puso de rodillas, mirando fijamente el incomprensible desastre que había ante ella.

Jonas llevaba dos horas ascendiendo sin incidencias. La merma de sangre y el frío intenso de las grandes profundidades lo habían dejado casi inconsciente. Había perdido la sensibilidad de todos los dedos de las manos y de los pies.

Seguía sin ver nada en aquellas aguas negras como el betún, pero sabía que terminaría por alcanzar la luz si era capaz de resistir.

Frank Heller bajó sus binoculares y escudriñó el paisaje marino con sus ojos. Desde el puente podía ver los tres botes Zodiac de búsqueda, los cuales se encontraban dispersos dentro de una zona a un cuarto de milla del Kiku.

DeMarco estaba junto a él en la barandilla. —Ojalá que los helicópteros de la Armada lleguen pronto, dijo.

—Es demasiado tarde, si no sale en los próximos diez minutos… Heller no terminó la frase. Ambos sabían que si Jonas no hubiera sido asesinado por el Megalodon, ciertamente moriría por la exposición al frío.

Heller se volvió para ver por centésima vez la gigantesca cabeza blanca y la columna vertebral del monstruo en la cubierta inferior. El equipo científico estaba examinando la carcasa del submarino. Un miembro estaba tomando fotografías. —Si esa… cosa mató a D.J… ¿qué cosa fue la que lo mató?", dijo.

DeMarco miró fijamente la cabeza ensangrentada. —No lo sé, pero es seguro que no fue un derrumbe.

Terry, de pie en la proa de la Zodiac amarilla, resistía el zarandeo del oleaje y escrutaba las aguas delante de ella en busca de la cápsula de rescate del otro AG-II. Hasta que la encontraran no tenía tiempo de lamentarse, de dar rienda suelta al dolor que sentía.

Tenía que localizar a Jonas mientras quedara alguna oportunidad.

León Barre iba al timón de la lancha.

—Voy a dar la vuelta —anunció.

—¡Espere! —Terry distinguió algo entre las olas y señaló al frente y a estribor—. ¡Allí!

La banderola de vinilo roja asomaba sobre la cresta de las olas.

León los condujo hasta la cápsula, que se mecía plácidamente en el agua. Vieron a Jonas a través de la burbuja transparente de lexan.

—¿Está vivo? —preguntó León, con la vista puesta más allá de la proa.

Cuando estuvieron más cerca, Terry asomó el cuerpo sobre el agua para ver mejor.

—Sí —dijo con alivio—. Está vivo.

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