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LA GARGANTA SUBMARINA

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LA GARGANTA SUBMARINA

A menos de doscientos metros de la costa, frente al muro oeste del acuario Tanaka, se extiende el cañón de la bahía de Monterrey. Creado por la subducción de la placa norteamericana a lo largo de millones de años, el desfiladero submarino atraviesa más de cien kilómetros de fondo marino y cae a pico más de un kilómetro y medio bajo la superficie del océano. Allí, la garganta encuentra el fondo oceánico y desciende, finalmente, otros cuatro mil metros.

El cañón de la bahía de Monterrey está en el corazón de la Reserva Marina Nacional de la bahía, el mayor santuario de la vida marina del país. Esta zona de aguas protegidas por las autoridades federales, parecida a un parque nacional, abarca casi la misma superficie que el estado de Connecticut. La reserva marina se extiende desde las islas Farallón, al oeste de San Francisco, hacia el sur, a lo largo de casi quinientos kilómetros y termina frente a Cambria, California. El santuario acoge a veintisiete especies de mamíferos marinos, trescientos cuarenta y cinco clases de peces, cuatrocientas cincuenta clases de algas y veintidós especies en peligro; además, el santuario también es un territorio invernal de cría para veinte mil ballenas.

Desplazándose hacia el norte a lo largo del profundo desfiladero a una velocidad de apenas cinco nudos, nadaba el mayor animal que ha habitado jamás el planeta. Con treinta y dos metros de longitud y un peso de casi cuarenta y cinco toneladas, la hembra adulta de ballena azul se deslizaba a doscientos metros de profundidad y, en su avance, capturaba entre sus barbas las pequeñas partículas de plancton que constituían su alimento. Por encima de ella, el ballenato de apenas seis meses nadaba hacia la superficie en busca de aire para respirar. La ballena adulta solo realizaba de tres a cinco inspiraciones cada hora, pero su cría tenía que dirigirse a la superficie cada cuatro o cinco minutos. Esto significaba que madre e hijo debían separarse cada pocos minutos mientras se alimentaban.

A ocho kilómetros al sur, en la absoluta oscuridad, una luz difusa blanca y fluorescente se deslizaba por el cañón rocoso, cerca del fondo marino.

Tras abandonar las aguas costeras de las islas Hawai en busca de cetáceos, la hembra de Megalodon había encontrado una corriente submarina cálida que fluía hacia el sureste a lo largo del ecuador y, aprovechando el impulso del enorme río oceánico igual que un Boeing 747 aprovecha las corrientes en chorro de la atmósfera, había atravesado el océano Pacífico hasta llegar a las aguas tropicales frente a las islas Galápagos. Desde allí, se había desplazado hacia el norte a lo largo de la costa de Centroamérica, donde se dedicaba a la caza de ballenas grises y de sus ballenatos recién nacidos.

Al aproximarse a las aguas de Baja California, sus sentidos habían quedado saturados con el latir de decenas de miles de corazones pulsantes y de músculos en movimiento. La fiera entró en un frenesí y sus instintos depredadores la impulsaron a seguir hacia el norte hasta el cañón de la bahía de Monterrey.

Las fuentes hidrotermales del fondo del desfiladero le resultaron familiares. La turbidez, las corrientes y la temperatura de las aguas en la garganta eran parecidas a las de la fosa de las Marianas. La hembra, como animal territorial por naturaleza, estableció aquella zona como su residencia y reclamó para sí, por su mera presencia, una extensión de océano, como depredador supremo. Sus sentidos le indicaban que no había en la zona otros Megalodon adultos que desafiaran su dominio. Así pues, la hembra estableció un territorio que defender.

El depredador llevaba tres horas acechando a la ballena azul y a su cría. Las vibraciones que detectaba la línea lateral del Megalodon indicaban que la criatura más pequeña sería vulnerable a un ataque. Con todo, la fiera, completamente ciega del ojo derecho, optó por mantenerse a distancia y esperar; no se arriesgaría a acercarse a la superficie mientras quedara un asomo de luz.

Así continuó tras su presa, esperando con impaciencia la caída de la noche para salir a alimentarse de nuevo.

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