MEG

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LUCHAR O HUIR

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LUCHAR O HUIR

—Señor, capto una señal en el sonar —anunció Pasquale, nervioso. Jonas, DeMarco y Masao se acercaron al encargado de la pantalla—. Esta línea de aquí, muy débil. Espere… Ahora puedo oírlo. También es muy débil. —Con una mano, apretó el auricular contra la oreja—. Sí, ahora se oye mejor… Ahí está, en la otra consola.

Señaló otra pantalla de ordenador. El punto intermitente en rojo aparecía cada vez que, en la pantalla, la banda que marcaba el frente de onda verde fluorescente daba la vuelta en sentido contrario a las agujas del reloj.

—¿Adónde ha ido nuestra fiera, Pasquale? —El capitán Barre también se había acercado a la pantalla.

—Parece que se aleja de nosotros; a unos tres kilómetros rumbo este —respondió el hombre del sonar.

—Buen trabajo. Siga con ella. —Barre le dio una palmadita en la espalda—. Timonel, cambie el rumbo cinco grados a estribor y reduzca la velocidad a diez nudos. ¿Dónde está nuestro piloto, doctor Taylor?

—Estoy aquí. —Mac apareció con paso inseguro, todavía medio dormido.

—Mac, hemos localizado el Megalodon. ¿Estás preparado para salir?

Mac se frotó los ojos y miró a Jonas.

—Por supuesto, doc. Dame solo treinta segundos para tomarme un café.

—Jonas, Alphonse, a vuestros puestos —ordenó Masao—. Mac…

—Ya voy. —Mac abandonó la cabina de mando.

Momentos después, el helicóptero se alzaba de la cubierta del Kiku.

Los observadores de ballenas ya alcanzaban a distinguir con claridad la costa, todavía a unos tres kilómetros de distancia. La azafata de la excursión estaba en su asiento, desmadejada, con su melena pelirroja empapada de agua de mar como consecuencia de la manera de pilotar del capitán.

—¿Por qué volvemos, señorita? —preguntó Naomi—. ¿Nos devolverán el importe de la excursión?

—Señora, no estoy segura de qué…

¡WHUMPPP!. La colisión expelió de su asiento elevado a la pelirroja, que cayó a cubierta dándose un fuerte golpe. Los pasajeros gritaron. Naomi agarró a Rick por el brazo con ambas manos y hundió las uñas en su carne.

La hembra de Megalodon había probado el sabor de su presa estrellando con fuerza el hocico contra el casco de la embarcación en movimiento. Percibió que aquello no era comida y se alejó hacia aguas abiertas para, de nuevo, nadar en círculos cerca de los restos de su anterior cacería. La otra criatura no representaba ninguna amenaza para ella.

El capitán sabía que su embarcación era objeto de un ataque. Agarró la rueda del timón y empezó a zigzaguear dando violentos bandazos. La proa encabritada batía las olas de un metro.

El Megalodon redujo la marcha. Aquellas nuevas vibraciones eran diferentes. La criatura estaba herida. Llevada por el instinto, la hembra cambió de dirección bruscamente y ascendió hacia la superficie al tiempo que se concentraba en la embarcación una vez más.

—¿Jonas? ¿Me recibes?

—Adelante, Mac —respondió Jonas por el transmisor. DeMarco y él se encontraban en la popa, donde preparaban el cañón de arponear montado en la cubierta.

—Estoy a unos setenta metros por encima de la embarcación y la visibilidad es mala por los reflejos en la superficie. Un momento, estoy cambiando de posición… —Mac desplazó el helicóptero hacia el sur y se detuvo en el aire a la derecha de la barca. El visor térmico era inútil durante el día—. ¡Oh, mierda, ahí está!

—¿Dónde, Mac?

—Justo detrás de la popa de la barca turística. ¡Dios, si debe medir el doble que ese cascarón!

El Kiku iba tras la estela de la embarcación y ya le estaba dando alcance.

—DeMarco —gritó Jonas para hacerse oír a través del viento—, que Barre nos coloque a su costado. No puedo arriesgarme a disparar con este ángulo. Podría fallar y darle a un pasajero.

DeMarco trasmitió sus palabras por el teléfono interno que conectaba directamente con el puesto de mando del barco. Este efectuó un cerrado viraje a estribor y empezó a adelantar a la barca de los turistas.

Jonas movió el cañón de arponeo sobre su base giratoria en sentido contrario a las agujas del reloj y apuntó por la mirilla. El calado del Kiku era ocho metros superior, por lo menos, al del barco más pequeño. Quitó el seguro en el preciso instante en que la embarcación de los oteadores de ballenas empezaba a avanzar en zigzag.

—¿Dónde está nuestra fiera, Mac? —aulló por la radio.

—Se acerca desde abajo, muy deprisa. Prepárate.

El Kiku avanzó al costado de la barca turística, a menos de diez metros de su borda.

Rick Morton vio aproximarse la antigua fragata de la Marina desde su asiento en la popa de la embarcación de recreo. Comparada con el Kiku, cuya proa blanca se alzaba a gran altura y cortaba el agua levantando una ola de metro y medio que golpeaba el costado de la Capitán Jack, la barca turística resultaba aún más pequeña.

—Naomi, suéltame el brazo. Quiero sacar una imagen de ese barco.

La mujer lo soltó y se agarró a la cintura de su marido mientras la embarcación daba un nuevo bandazo.

Cuando el hombre levantó la cámara, lo que apareció en el objetivo fue otra cosa muy distinta. A primera vista, Rick pensó que había enfocado la alta proa de la fragata, blanca y triangular. Al momento, el foco automático se ajustó y el hombre dejó caer la cámara.

Naomi soltó un grito. Otros pasajeros se volvieron y se unieron a su exclamación. Alzándose cinco metros por encima del Capitán Jack, la cabeza y el cuello del Megalodon se abatieron sobre la popa. Los ejes de las hélices se quebraron como ramitas y el yugo de popa de fibra de vidrio se rompió en mil fragmentos.

Rick y su mujer cayeron al Pacífico por la borda, en dirección contraria a la del Kiku. Las aguas frías paralizaron sus músculos al tiempo que la estela se alzaba sobre sus cabezas sumergidas. El hombre arrastró a su esposa hacia arriba hasta que ambos emergieron. La embarcación turística, sin propulsión, había ralentizado la marcha hasta casi detenerse y la pareja observó con horror cómo el monstruo dejaba de atender a la barca y volvía el hocico hacia ellos.

Naomi soltó un alarido. Rick la abrazó con fuerza y cerró los ojos.

Jonas disparó. El arpón salió del cañón con un estampido y dejó tras él un trazo de humo y de cable de acero. El proyectil dio en el blanco y se hundió un metro y medio en el cuerpo del Megalodon, a pocos centímetros de la aleta dorsal. El monstruo reaccionó con un espasmo, arqueó el lomo y lanzó la testuz de costado contra la borda del Kiku. El barco dio un bandazo a estribor. DeMarco se encontró volando por los aires sobre la barandilla del barco. Jonas se lanzó tras él y lo agarró con ambas manos por el tobillo derecho un segundo antes de que DeMarco desapareciera por la borda. Consiguió retenerlo, pero notó que sus pies resbalaban sobre la cubierta.

La barandilla interrumpió bruscamente su lento deslizarse. Tiró de DeMarco hacia arriba, dándole la vuelta de modo que pudiera sujetarse al pasamanos con la parte posterior de las rodillas. Una de las manos de DeMarco asomó por la borda, se agarró de la barandilla y tiró del cuerpo. Tenía el rostro congestionado y los ojos desorbitados.

—¡Dios santo! —exclamó con un carraspeo—. ¡Buena pesca!

¡WHAMMM! El Megalodon embistió el casco del Kiku por el costado de babor y dobló las planchas de acero. Jonas y DeMarco cayeron a cubierta.

—Todo a estribor —ordenó el capitán Barre cuando se recuperó de su caída en la sala de control—. Masao, ¿cuándo va a quedarse dormido el jodido tiburón?

—No lo sé, León. Pero llévanos lejos de ese barco de turistas.

—Ya lo habéis oído —gritó Barre—. ¡Vamonos a mar abierto!

Rick nadó con enérgicas patadas y arrastró a su esposa hacia el barco de recreo medio destrozado. Un pasajero lo asió por la muñeca y Naomi y él fueron izados a bordo. Por fin, la pareja se abrazó, acurrucada bajo unas mantas.

A cien metros sobre la superficie del Pacífico, Mac observó cómo el Kiku se dirigía a toda máquina hacia mar abierto. La hembra de Megalodon lo seguía, sumergida, con el cable de acero flotando todavía en la superficie, momentáneamente, antes de ser arrastrado hacia abajo. La cabeza triangular se alzó una vez más para golpear la popa de la fragata.

—Jonas, ¿estáis bien por ahí?

—Sí, Mac, pero nos está dando una paliza.

—He llamado al servicio de Guardacostas para recoger a esos turistas. Te sugiero que sigas llevándote al Megalodon hacia mar abierto.

—Bien. ¿Puedes verlo todavía? —preguntó Jonas.

Silencio.

—¿Sigues ahí, Mac?

—Jonas… ¡Ha desaparecido!

Jonas corrió a la sala de control y DeMarco se quedó con el cabrestante.

—Pasquale, ¿adónde ha ido?

El oficial del sonar intentaba captar la señal en sus auriculares.

—Me temo que se ha dirigido al fondo.

Jonas echó un vistazo al monitor cardíaco que recibía datos directamente del transmisor, implantado todavía en el vientre del Megalodon.

—Maldita sea, doscientos doce latidos por minuto. Creo que está sufriendo una mala reacción al anestésico. —Cogió el teléfono interno y preguntó a DeMarco cuánto cable había soltado.

—Unos ciento treinta metros. ¿Quieres que empiece a…?

—¡Ahí viene otra vez! —exclamó el hombre del sonar—. ¡Sujétense!

Transcurrieron unos segundos en silencio.

¡BOOM! El Kiku recibió el impacto por debajo, se levantó del agua, saltó vertiginosamente y volvió a caer.

—Creo que está un poco enfadada —murmuro Jonas.

—¡Va a hacer añicos mi barco! —exclamó Barre. Se llevó el teléfono a los labios y gritó—: ¡Sala de máquinas…!

—Capitán, tenemos problemas —informó el maquinista jefe—. ¿Puede bajar?

—Voy para allá.

Barre indicó a uno de los tripulantes que se encargara del timón e hizo un alto para dedicar una desagradable mirada a Jonas antes de desaparecer escalerilla abajo. Mientras bajaba se cruzó con Terry, que asomó la cabeza en la cabina instantes después.

—Oye, Jonas —dijo la muchacha—, ¿cuándo harán efecto esos fármacos?

Jonas estaba pendiente del monitor.

—Creo que acaban de hacerlo.

La hembra de Megalodon se hallaba en estado febril, le bullía la sangre y el corazón le latía sin control. El sistema sensorial del depredador estaba sobrecargado por la gran dosis de pentobarbital que la había llevado al paroxismo. La hembra solo podía seguir su instinto más primario: atacar al enemigo.

El Megalodon se sumergió a una profundidad de quinientos metros, dio media vuelta y se dirigió a la superficie a toda velocidad. La cola batía el agua y convertía al monstruo en una mancha blanca que ascendía como una centella. Guiándose por las vibraciones de la proa del Kiku al cortar las olas, la fiera ajustó su dirección de ataque y embistió al enemigo.

El casco del barco recibió el impacto en el compartimento delantero.

De haber chocado directamente con la quilla, el Kiku se habría hundido en cuestión de minutos, sin duda. Sin embargo, el ataque se produjo cerca de la popa y la fuerza del impacto se dispersó hacia fuera. El golpe dejó aturdido al depredador gigante y le ralentizó el pulso lo suficiente como para que surtieran efecto el pentobarbital y la ketamina, que adormecieron el sistema nervioso central de la criatura.

—El ritmo cardíaco acaba de bajar a ochenta y tres pulsaciones por minuto —informó Jonas—. No puedo asegurar que sea normal, pero es evidente que los fármacos surten efecto. —Se puso en pie—. No tenemos mucho tiempo.

Levantó el auricular del teléfono interno.

—¿Qué hay que hacer, Jonas? —preguntó DeMarco.

—Recoger la pesca enseguida. Nuestra fiera está perdiendo la conciencia rápidamente y el Kiku tiene que empezar a arrastrarla antes de que se hunda y se ahogue. Terry, suelta la red por popa; yo cogeré el AG-I y la aseguraré por debajo del Meg.

Terry estaba preocupada.

—Jonas, ¿cómo puedes estar seguro de…?

—Terry, no tenemos mucho tiempo. —Él la tomó por los hombros y la miró directamente a los ojos—. No me pasará nada. ¡Ahora, vamos!

Terry lo siguió a la cubierta.

La hembra perdía sensibilidad en la cola. Aminoró la marcha hasta que apenas se movió, flotando a cuatrocientos metros por debajo del Kiku.

DeMarco y su ayudante, Steve Tabor, se encontraban en la popa, atentos a la maniobra mientras el cabrestante del barco empezaba a recoger el cable de acero. DeMarco daba las instrucciones:

—Al llegar a trescientos cincuenta metros, ve un poco más despacio, Tabor. Cuando encontremos resistencia, asegura el cable y empezaremos a arrastrar a ese diablo.

DeMarco miró a su derecha. El AG-I todavía estaba anclado a su plataforma y Jonas, con el traje isotérmico puesto, estaba a punto de introducirse en él.

—Jonas… —Terry se acercó, lo atrajo hacia ella y le susurró al oído—: No te olvides de nuestras vacaciones, ¿eh?

Jonas le sonrió, se coló a gatas en el sumergible y se tumbó boca abajo en la cámara monoplaza. Avanzó hasta que su cabeza asomó en el interior del morro transparente de lexan. Se colocó el arnés de piloto y comenzó a notar cómo el submarino se levantaba de la cubierta, se balanceaba sobre la borda y descendía al Pacífico. Se ajustó las cinchas pensando en Terry y su biquini.

«¡Olvídate ya de esas cosas, estúpido!», gruñó para sí.

Cuando el AG-I se separó de los cables que lo sostenían, Jonas movió la palanca hacia delante y hacia abajo. El sumergible respondió y aceleró la marcha en el vasto mundo azul.

—¿Me oyes bien, Jonas? —La voz de Masao interrumpió sus pensamientos.

—Sí, Masao. Te recibo alto y claro. Estoy a doscientos metros. La visibilidad es mala.

—¿Puedes ver al Megalodon?

Jonas aguzó la vista. Debajo había algo; distinguía un leve resplandor mortecino, pero mucho más pequeño de lo que esperaba.

—No. Nada todavía.

Aceleró la marcha y el sumergible bajó en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Notó que la temperatura interior descendía y comprobó otra vez el lector de profundidad. Trescientos metros.

Entonces vio a la fiera.

La hembra estaba suspendida en el agua, boca arriba, inmóvil, con la cola caída en un escorzo extraño y la aleta caudal fuera de la vista.

—Masao, el bicho está frito. Si no hacemos que circule agua por su boca, se ahogará. Tienes que empezar a arrastrarla cuanto antes. ¿Me recibes?

—Sí, Jonas. Cambio.

El Kiku puso los motores en marcha y alrededor de Jonas resonó un chirrido metálico. El cable se tensó y el Megalodon saltó hacia delante.

Jonas se alarmó durante unos momentos, pues había cometido la tontería de colocar el AG encima de la criatura inconsciente. La rodeó rápidamente y la observó mientras se equilibraba. El sumergible avanzó en paralelo a las agallas del Megalodon y Jonas concentró su atención en las cinco rendijas verticales. Estaban cerradas e inmóviles. Entonces, lentamente, conforme el cuerpo enorme se desplazaba y adquiría velocidad, empezaron a vibrar, a abrirse y cerrarse suavemente. El agua circulaba por la boca y las agallas del monstruo; el Megalodon volvía a respirar.

—Buen trabajo, Masao. La bestia respira. Voy a asegurar el arnés, pero está a demasiada profundidad. Dile a DeMarco que recoja doscientos metros de cable más, muy despacio. Debemos tener cuidado de no extraer el arpón.

—Recibido, Jonas.

Transcurrieron unos momentos y el Megalodon empezó a ascender lentamente, izado por el cabrestante. Mientras seguía subiendo, Jonas admiró el tamaño de la criatura, su belleza y su gracia salvaje. El paleontólogo se sorprendió a sí mismo admirando a la hembra de Megalodon como lo que era, un producto de la evolución perfeccionado por la naturaleza a lo largo de millones de años. Su especie era la auténtica dueña de los océanos y Jonas se alegró de contribuir a salvarla, y no a destruirla.

El Meg dejó de ascender al llegar a los ochenta metros. Jonas continuó hasta la superficie y localizó, flotando junto a la quilla del Kiku, la red que serviría de arnés a la criatura. Extendió el brazo retráctil del sumergible y cogió el borde de la red con la pinza. Lentamente para no enredar el cable, se sumergió y tiró de él, por debajo del vehículo. La red se desplegó detrás de este.

El arnés consistía en una simple red de pesca diseñada para hundirse de manera uniforme, con el fin de atrapar atunes. Jonas había ordenado que se ataran boyas de flotación en todo el contorno. Estos artefactos estaban diseñados para ser hinchados o deshinchados a voluntad desde el Kiku. De este modo, el Megalodon podría ser liberado sin peligro una vez recluido en el estanque: la red, sencillamente, caería al fondo una vez desinfladas las boyas.

Jonas situó el AG-I a doscientos cincuenta metros y pasó muy por debajo del monstruo dormido. Satisfecho, aceleró hacia delante y se situó detrás de la aleta caudal del gigante.

—Masao, estoy en posición. Hincha el aparejo.

—Vamos allá, Jonas.

La red se tensó y se elevó hasta amoldarse a los contornos del Megalodon. El monstruo de veinte mil kilos se alzó y liberó la mayor parte de la tensión del arpón.

—Bien, bien, ya es suficiente —gritó Jonas—. Excelente, Masao. Ahí está bien. No la queremos demasiado cerca de la superficie. Ahora volveré a bordo.

—Espera, Jonas… El capitán Barre me pide que antes de emerger compruebes los daños en el casco del barco.

—No hay problema. Corto.

Jonas soltó la red de la pinza mecánica y aceleró en una cerrada maniobra por debajo y alrededor de la hembra cautiva. Se sentía eufórico, sumamente satisfecho de sus planes e impaciente por estar de nuevo a bordo y poder comentárselos a Terry.

Entonces fue cuando vio el casco.

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