Luna

Luna


Capítulo 27

Página 30 de 35

El día de mi cumpleaños llegó sin que siquiera lo registrara o esperara; cumplía 18.

Al despertar, lo primero que vi sobre mi almohada fue una caja de terciopelo negra. Me froté el rostro, intrigada, sonriendo. La abrí, sabía muy bien quién la había puesto ahí. En su interior había una cadena de oro blanco con un colgante del mismo material, eran una L y una S entrelazadas, en cursiva, y una media luna entre las letras.

La observé anonadada, era el primer presente que me hacía, además de la infinidad de dulces. Me había dejado sin palabras.

El objeto dio vueltas justo frente a mis ojos, era increíble. Lo detuve al percatarme de algo; atrás, en símbolos muy pequeños, alrededor, sobre las delgadas letras, venía la fecha en la que nos conocimos y un «Te siento» perfectamente bien definido.

Me llevé una mano a la garganta, estupefacta. Era hermosísimo. Me lo colgué de inmediato saltando de la cama emocionada para vérmelo puesto.

Cuando entré al baño, sobre el lavamanos, vi una bolsa rosa de estraza con papel de china que sobresalía por la parte superior. Era de Bea, siempre hacía eso. Lo abrí y saqué una linda blusa. Hasta abajo, algo duro llamó mi atención; un portarretrato con una foto de mi familia hacía cuatro años, en la playa que estaba cerca de la que solía ser nuestra casa. Todos reíamos, mi padre tenía a Bea en sus hombros mientras abrazaba a mi madre con un brazo y con el otro, rodeaba mi cuello pegándome a su pecho. La marea de recuerdos me golpeó, erizando mi piel.

Las lágrimas empañaron mi visión, recordaba muy bien ese día; habíamos hecho un pícnic por mi cumpleaños número catorce, poco menos de un año después, ella murió.

Lo pegué a mi pecho, sintiendo nostalgia y un poco menos de dolor. Lo contemplé una vez más, pasando un dedo por la imagen. Sin perder tiempo, lo coloqué cuidadosamente sobre la mesilla de noche, ahogando un sollozo.

Aunque mi hermana no me hablara aún, se lo agradecería en cuanto la tuviera en frente. Ése era un regalo muy valioso, demasiado para mí y ella lo sabía, además, entendía bien el mensaje que encerraba. Sonreí limpiándome el rostro, yo también esperaba que todo funcionara como ella anhelaba.

Llegué a casa de Luca tarareando una canción de una de mis bandas favoritas. En cuanto estuve cerca, apareció dentro de mi auto. Grité ahogadamente, pues solía verlo adentro de su camioneta, donde siempre me esperaba.

—Lo lamento —se disculpó mostrando lo dientes y, con un ademán, me pidió que me detuviera.

—Debería darte un susto yo a ti para que veas lo que… —No pude terminar porque con uno de esos movimientos inhumanos descendió hasta mis labios, devorándolos con exigencia, como últimamente lo hacía. Gemí más que complacida.

—Felicidades —susurró sin separarse del todo, sonreí pasando mi lengua por donde su boca había estado. Buscó en mi cuello su regalo, lo encontró de inmediato y sonrió satisfecho—. ¿Te gustó?

—¿Bromeas? Es impresionante. ¿Dónde la mandaste a hacer? —pregunté, contemplando el colgante que tenía entre sus dedos.

—No la mandé a hacer —dijo con simpleza. Levanté la vista arrugando la frente—. Recuerda que puedo manipular la materia, Sara. Esto lo hice yo.

Quedé estupefacta.

—¡Guau! Es increíble… Debió llevarte mucho tiempo, digo, las letras de atrás son minúsculas.

—Las viste —comprendió con orgullo trazado en cada una de sus atractivas facciones.

—Sí, me encanta, Luca, es perfecto.

—Espero que siempre la lleves contigo —pidió alegre. Le di un beso en respuesta. ¿Qué más?

Cuando la mañana terminó, nos dirigimos a su camioneta, íbamos riendo y, entonces, vimos que Florencia estaba al lado de la puerta del piloto. La intriga me embargó. En cuanto me tuvo lo suficientemente cerca, sonrió y me dio un abrazo, dudosa, junto con una caja perfectamente bien envuelta. Observé el objeto entre mis manos sin poder comprender.

¿Me estaba dando un regalo?

Desconcertada, pero sonriente, lo abrí frente a ella. No solía acercarse a mí o a Luca cuando estaba conmigo, sin embargo, siempre que nuestras miradas se topaban me sonreía o me observaba con ternura.

Era una caja de madera perfectamente bien tallada que tenía un pequeño broche al frente. Quité el pequeño seguro y la abrí. Adentro estaba un delicado y muy pequeño envase de vidrio color ámbar, que me recordó enseguida el color de los ojos de Luca, y en su interior un líquido espeso, pero transparente, como aceite.

—Luca me dijo que tu olor es la vainilla, espero que te guste —habló con aquella voz cargada de calma y de dulzura.

Me lo llevé a la nariz y lo olí asombrada. Era justo ese aroma, pero más intenso y con un toque de menta y hierbabuena

—Gracias —agradecí ruborizada, guardándolo con cuidado de nuevo en su estuche.

—De nada, Sara. Espero que lo pasen bien. —Me guiñó un ojo y se fue.

Camino a casa lo volví a sacar para olerlo otra vez, deleitada.

—Huele delicioso —reafirmé acercándoselo a él. Cerró los ojos unos segundos y asintió.

—Flore dice que ese aroma queda en mi recámara cuando estamos juntos —explicó. Alcé las cejas sorprendida.

—Olemos bien, entonces —bromeé. Apretó suavemente mi pierna con su mano, riendo.

—Eres imposible.

Minutos después se detuvo en mi casa, lo miré extrañada.

—Hay algo aquí que quiero mostrarte, anda, vamos —me alentó inescrutable, estacionando la camioneta.

El volvo de papá estaba ahí, no solía ir a comer y en mis últimos tres cumpleaños se había limitado a preguntarme qué regalo quería y a dármelo días después. Observé a Luca de reojo, lucía tranquilo, qué deseaba que viera… En mi casa.

—Dime —le rogué antes de abrir la puerta. Negó con frescura. Salí resoplando. Al entrar me detuve, atónita.

Globos y flores adornaban el recibidor, sonreí alegre. De pronto, él tomó un enorme ramo y me lo acercó.

—Feliz cumpleaños, Luna. —Lo tomé sin poder ocultar mi emoción.

—Son hermosas —declaré, oliéndolas.

—Orquídeas vainilla. —Y sacó de entre ellas, un sobre. Lo tomé mientras él las acomodaba sobre la mesa donde las vi al llegar. Lo abrí enseguida. Un dibujo hecho a lápiz de cuando estuvimos en la Barranca de Huentitán. Lo observé con los ojos y la boca bien abiertos. Era increíble, rayando entre lo real e irreal de una manera asombrosa, era como sentir que estaba ahí.

—Dibujas… —murmuré atolondrada, absorta en imagen.

—Sí.

Sin contenerme me colgué de su cuello y lo besé con arrebato. Me separó sonriendo, avergonzado. Arrugué la frente.

—Vamos —me pidió con timidez, entrelazando nuestros dedos. Por un momento había olvidado los globos y las flores, y todo… para variar. Lo seguí entusiasmada.

En la cocina había mucha comida, pero Luca no se detuvo y me apremió a continuar. Empujó la puerta abatible del comedor, haciéndose a un lado y un «Sorpresa» me tomó desprevenida. Me sobresalté, riendo.

Romina, Bea, mi padre, Aurora, mis abuelos, mis tíos, mis primos, e incluso los chicos de la escuela.

¡Eso sí que no me lo esperaba!

Giré hacia él, asombrada, me guiñó un ojo.

Mi hermana fue la primera que se abalanzó sobre mí. Al parecer había decidido darle una pausa a su castigo. No supe qué decir, los abrazos y las felicitaciones me aturdieron, pero no paraba de sonreír; desde que mamá murió no había vuelto a tener un cumpleaños así. Sentía los ojos vidriosos, las emociones estaban expuestas, vibrantes. Y con Luca ahí, no podía desear nada más.

De pronto tanto ajetreo se detuvo, sólo faltaba papá, se encontraba recargado en la cajonera con una copa en la mano, examinándome con suma atención. No me moví, nos mirábamos fijamente, estáticos, yo con lágrimas; él con orgullo y nostalgia.

—Ven —ordenó Bea, rodeando mi muñeca como si tuviera dos años y me acercó a él con gesto desafiante.

Sin que lo esperara, papá cortó la distancia entre nosotros, rodeó mi cuerpo envolviéndome en su abrazo. Dejé de respirar por un segundo, conmocionada. De inicio no supe dónde colocar mis manos, pero al reconocer su olor y su calidez, correspondí el gesto escondiendo mi rostro en su pecho. Él me abrazó más fuerte besando mi cabeza, dejando salir un largo suspiro.

—Felicidades, hija —musitó en mi oreja, con esa voz ronca que tenía. Mis mejillas estaban absolutamente húmedas, no quería soltarlo, no podía. Él tampoco lo hizo. Lo amaba, él a mí, y supe con ese gesto que de alguna manera estaríamos bien, que lo que fue, ya no sería más. Me perdí en su seguridad unos minutos, disfrutando del momento, absorta en los recuerdos, en lo que solíamos ser.

Cuando al fin nos separamos, nos observamos sin decir nada. Acarició mi mejilla y me dio un beso en la frente, como solía hacerlo.

Ahí estaba él, ahí estaba yo.

—Disfruta tu día, anda. —Sonreí asintiendo, mientras limpiaba mis lágrimas con sus dedos.

Y así lo hice, cuando llegué de nuevo hasta mi novio, éste sonreía recargado en un muro, bebiendo algo que le habían servido. Me acomodé a su lado, resoplando, aún aturdida.

—Bea —inquirí con suavidad. Asintió entrelazando nuestros dedos, sin voltear.

—Fui algo así como su ayudante secreto, aunque Romina hizo mucho más —admitió sereno.

—Es raro —murmuré arrugando la frente.

—Pero se trataba de ti, no podía decir que no.

—Gracias —dije girándome. Él también lo hizo, absorto en mis ojos.

—Sólo disfrútalo, Luna. —Y acarició mi mejilla con dulzura. Tomé su mano asintiendo, dándole un beso sobre su palma.

—Lo hago.

Un minuto después, lo presenté con todos. En cuanto a mi padre, fue cortés, pero nada más, entre ambos existía una línea que era muy clara. Entre risas, conversaciones y ambiente ligero pasó la tarde.

A las 7 comenzaron a despedirse. Luca fue el último en irse. En días como ésos, olvidaba todo, mi realidad se tornaba tan común y perfecta que me dejaba llevar sin percatarme. Cuando no hubo nadie, regresé a la cocina con la intención de ayudar a levantar el desastre.

—Sara, ven —me pidió papá de pie a un lado de la puerta abatible que daba al comedor. Lo seguí, no sin antes mirar a Bea y a Aurora, nerviosas. Ambas asintieron y me alentaron a seguirlo. Una vez ahí, sacó un sobre del mismo cajón del que había extraído mi carta de aceptación hacía más de una semana. Tragué saliva y esperé detrás de la silla, sujetando el respaldo—. Si te quieres ir no voy a detenerte. Sé que eres libre y… —Fijó su atención en la argolla de matrimonio que aún llevaba puesta, dándole vueltas con los dedos—. Tu madre no me perdonaría que te cortara las alas. —Deslizó el sobre por la mesa hasta que lo tuve en frente.

—Esto es algo que Elisa y yo habíamos decidido que te daríamos cuando cumplieras 18, si veíamos que eras lo suficientemente madura; y considero que lo eres pese a todo lo que hemos pasado.

Lo tomé, asombrada por sus palabras. Lo abrí con cuidado y saqué varias hojas que no comprendí.

—Podrás estudiar donde quieras y lo que quieras… El dinero no será un problema, ahí hay suficiente como para garantizar tu manutención de una forma modesta los próximos cuatro años, aunque obviamente si necesitas más sólo debes pedirlo —declaró tranquilo. Lo miré asombrada, con las palabras atascadas en medio de mi garganta—. Ella sabía que este día llegaría. Tú volarías, te conocía muy bien. Lamento tanto todo lo que ha ocurrido, lamento tanto no poder remplazarla y ser lo que ella era para ti. Había un vínculo muy especial entre ustedes que jamás podré igualar —murmuró con los ojos vidriosos, pero sonriendo con orgullo.

Hipé.

—Aquel día, el día en que saliste de aquí, después de que discutimos, sentí que el mundo se me venía abajo, otra vez. Tú y Bea son todo para mí. Lo único que me queda de ella. Cuando leí la carta de aceptación, me di cuenta de lo lejos que estabas ya de mí, de lo poco que compartíamos y de la nula comunicación entre nosotros. No te reprocho, yo soy aquí el adulto, yo debí buscar la forma de acercarme a ti. Pero no supe cómo. Te vi sufrir tanto que no quería aumentar tu carga, yo traía la mía —confesó afligido. Se sentó en una de las sillas, notoriamente cansado. Era evidente el trabajo que le costaba el hablar de todo eso. Y yo, yo me sentía anclada a ese lugar donde me había detenido, con el corazón comprimido, con la respiración ralentizada.

»Nunca pensé que tendría que criarlas solo, nunca siquiera imaginé mi vida sin ella. Elisa, Bea y tú eran mi razón y, de repente, ya no estaba una de ellas… Perdóname, Sara, por no decirte que eso era lo que ocurría en mi interior. De un día para otro, mi vida se había convertido en algo que yo no deseaba y lo peor… con ustedes dos dependiendo completamente de mí para crecer y salir adelante. Tú, en cuanto sucedió todo, te alejaste, te encerraste en tu mundo. Bea, Bea buscaba mi protección, a pesar de que no podía ni siquiera protegerme a mí mismo; sin embargo, saber la necesidad que ella tenía de mí, lo pequeña que estaba, me hizo salir adelante; pero en medio de todo aquello, tú te fuiste alejando más y más. Por eso, decidí que nos viniéramos a vivir aquí, sabía que no lograbas manejar lo que ocurría. No había manera de hacerte ir a la escuela, no querías salir de casa, de tu recámara. No podía verte así, no quería. Y yo… tenía que dejarla ir para poder continuar con las dos cosas más preciadas que me pudo haber dejado nunca. Así que tomé la decisión. Tus abuelos estaban deshechos. Tú, Bea y yo necesitábamos cambiar de aires, por lo que acercarlas a su gente fue lo único que se me ocurrió. —Sus mejillas estaban húmedas, sus ojos rojos y yo sentía cómo el llanto se instalaba en mi pecho sin poder deshacerlo, ni evitarlo.

»Ahora sé que probablemente no debí hacerlo, que te hice sentir responsable de algo de lo que por supuesto no eres. Que las alejé de todo lo que para ustedes representaba seguridad, y del mundo que habían conocido. Cuando llegamos aquí y entraste a la secundaria, me di cuenta de que si no te presionaba, si permitía que te condujeras como ella solía dejarte, entonces probablemente saldrías adelante. Mil veces pensé en buscar ayuda… y lo hice, me dijeron que era cuestión de tiempo, que debía darte espacio.

»Por eso he intentado interferir lo menos posible en tu vida, por eso cuando Romina apareció por primera vez en esta casa la hice sentir bienvenida y querida. Por eso, desde ese día, la complazco como lo hago. Ha sabido estar a tu lado, sé que te ha cuidado y junto a ella te he visto poco a poco salir adelante. Nunca sabrás lo agradecido que estoy con esa joven y lo mucho que la estimo. Y ahora… ahora veo a ese chico que parece estar dispuesto a dar la vida por ti si es preciso, que está al pendiente de tu menor movimiento, de tu menor gesto y te veo a ti… viéndolo como tu madre me veía a mí. Lamento haber perdido tanto tiempo a tu lado, lamento no haber sido lo que necesitabas y, sobre todo, lamento muchísimo que pasaras todo este tiempo creyendo algo tan atroz».

—Pero… es que tú… ni siquiera me veías —musité sollozando, sin poder hablar bien debido al llanto que me ahogaba, atascado en mis ojos, en mi garganta, y que erizaba toda mi piel.

—¿Cómo no verte, Sara? Eso es imposible, solamente que lo hacía cuando tú no te fijabas. No quería que te sintieras hostigada, presionada.

—Te necesité mucho, papá… Saber que yo soy la responsable de que ella no estuviera aquí ya era demasiado duro como para sentir que tú también lo creías.

Se levantó de inmediato y se acercó a mí. Tomó mi barbilla entre sus manos y me miró lloroso, negando.

—Nunca… Nunca creí eso y tú tampoco debes creerlo. Fue un accidente, Sara, nada más. Sé que discutieron, pero hay algo que te puedo jurar, ella jamás habría preferido que hubieras sido tú la que falleciera.

El llanto convulso se apoderó de mí sin permitirme pensar con claridad. Me acercó a él y me abrazó. Me aferré su camisa, dejando salir todo el dolor alojado en mí por tanto tiempo.

—Elisa era impulsiva, ese día… no debió actuar así. Fue su responsabilidad, no su culpa y mucho menos la tuya. El domingo pasado que saliste corriendo de aquí no sabes todo lo que pensé, creí que también podría perderte y no sabía en dónde buscarte. Te fuiste tan rápido que temí lo peor. De no ser por Luca, que vino a avisarme enseguida que habías ido a su casa, cuando yo ya estaba listo para ir a buscarte sin saber por dónde empezar; me hubiera vuelto loco.

Luca parecía irreal en ese momento y, sin embargo, que mi padre lo nombrase, me llenó de culpa, no tenía ni idea de quién era ni en lo que en realidad estaba metida. Me separó fijándose en mis facciones, atento.

—Ahora entiendo tantas cosas… Tus excusas para no ir con tus abuelos, el buscar pasar desapercibida todo el tiempo, tu ausencia. Siempre creí que era porque la extrañabas tanto.

—Me duele aún, la extraño mucho —admití rota en llanto. Asintió besando mi frente, acunando mi barbilla.

—Ella siempre estará entre nosotros, mi niña, siempre. Estarás bien, ya lo verás. Evidentemente algo funcionó de todo lo que hecho, porque te veo y no puedo dejar de asombrarme, aunque sé que pude haber hecho más… mucho más.

—Creí que no me tolerabas, que por eso te enojabas tanto conmigo.

—Era la única forma de que me escucharas, de que me miraras. Debo confesar que muchas veces me arrepentí de darte tanta libertad y de pensar que por eso te habías vuelto obstinada y voluntariosa. —Negué sollozando—. Lo sé, Sara, ahora lo sé y sólo espero que me permitas entrar, ser por lo menos un cercano espectador de tu vida. Soy consciente de que jamás podré sustituirla, ni darte los consejos que te daba, sé que nunca entenderé las cosas de esa forma en que ustedes lo hacían. Pero te juro que sea lo que sea, hagas lo que hagas y decidas lo que decidas, siempre te amaré y contarás conmigo, hija. —Volvió a rodearme con sus brazos fuertes, el llanto regresó, no lo detuve, ya no. Era mi padre, lo amaba, y ahora lo tenía de nuevo.

Así pasaron varios minutos. Cuando por fin me tranquilicé, tomé el sobre y se lo tendí.

—Papá, gracias por esto, de verdad, se los agradezco mucho, pero guárdalo para Bea. Yo no lo necesitaré —admití, limpiándome las lágrimas. Torció el gesto, evaluándome—. Conseguí la beca, completa. Allá trabajaré y no me hará falta nada —expliqué con suavidad. Sonrió, se veía admirado.

—Realmente te veo y no sé qué en momento te convertiste en esta mujer… Estoy orgulloso de ti, de que lograras sola y sin ayuda de nadie ingresar ahí, pero esto es tuyo. Siempre lo fue y quiero que lo guardes, si alguna vez lo necesitas, ahí estará —asentí, acercándolo a mi pecho. Un segundo después salió de ahí y regresó con una bolsa de regalo—. Eso es de tu madre y mío, pero esto es sólo mío. —Metí las manos sonriendo y saqué lo que había dentro. Una camiseta de Los Cardenales de San Luis y una gorra a juego. Lo miré sorprendida, abriendo los ojos de par en par, feliz, limpiando mis mejillas con impaciencia—. Ahora que van a la serie creí que te gustaría tener una.

—¡Dios! ¡Gracias! ¿Cómo la conseguiste? ¡No lo puedo creer! —Quise saber admirando mi nueva adquisición, era increíble.

—La mandé pedir, hace un par de días me llegó.

Sin pensarlo lo abracé con fuerza, me recibió sin dudarlo, elevándome del piso por un segundo.

—Es perfecta. Gracias, papá. —Un momento después Bea asomó el rostro por la puerta abatible.

—No me obligarán a ver esos partidos —señaló mi regalo, compungida.

—Lo siento, Bea, pero tendrás que resignarte —declaró papá solemne, tendiéndole la mano para acercarla a él—. Tendrás que aprender a disfrutar el béisbol, porque cuando Sara se vaya tú tendrás que acompañarme —anunció bromeando. Mi hermana hizo un pequeño puchero que mi padre acalló retándola a un partido de tenis. Reí, más feliz que en mucho tiempo, observando cómo se alejaban no sin que antes él me guiñara un ojo con ternura, como antes.

Me quedé ahí, en medio del comedor, asimilando lo que acababa de ocurrir y muriendo porque él lo supiera. Me dirigí a la puerta, avisándole a Aurora que no tardaba. Por su mirada supo exactamente a dónde iba. De camino le marqué, cuando llegué el portón ya estaba abierto y Luca afuera, recargado en una de las camionetas.

En cuanto bajé corrí hasta él, me alzó, enredé mis piernas en su cadera y lo besé con ansias desmedidas. Así, enredada en su cuerpo, le conté todo lo que había ocurrido, excitada. Caminó conmigo a cuestas hasta la piscina, yo no paraba de hablar. Se sentó sobre una tumbona sin soltarme.

—Desde que llegaste todo va mejor. —Suspiré observando sus ojos que titilaban de forma singular, brillante, entre el verde claro y ámbar.

—No soy yo, Luna, eres tú.

—Puedo sentir que si tú no hubieras aparecido nada de esto estaría ocurriendo, y tú eres la mejor parte de todo —susurré acariciando su cabello color ébano. Besó mi frente, suspirando.

—Definitivamente tú sí eres lo mejor que me pudo y que me va a pasar en toda mi existencia, pero no creo ser la mejor parte de tu vida —declaró con voz gruesa.

Lo era, pero definitivamente no tenía aún idea de lo que implicaba estar a su lado, nuestro viaje apenas comenzaba y nuestro destino ya tenía escrito su proceder.

Ir a la siguiente página

Report Page