Luna

Luna


Capítulo 30

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Durante la cena, yo no pude pasar bocado, no después de lo que había ocurrido. Y es que no paraba de pensar, de darle vueltas, de buscar una solución y a la única conclusión que llegaba era que tenía que luchar contra mi sentimiento, rebelarme y darnos un poco más de espacio. Pero en cuanto llegaba a la parte que concernía a él, mi mente se hacía un caos, y es que no éramos los mismos por mucho que me empeñara durante meses en fantasear. Y si avanzaba lo que sentíamos, qué consecuencias traería para él y para su destino.

Lo quería tanto que, pese a sentir dolor, prefería enfrentar la realidad y dejarlo ir. Lo que sentía me acompañaría por mucho tiempo, era consciente de ello, pero no por eso sostendría algo que no tenía manera de ser y que, de progresar, nos dañaría realmente.

Me puse la piyama envuelta en un letargo extraviado, agotada. Esa noche no iría, no después de lo ocurrido, así que me senté en el sillón con mi reproductor a todo lo que daba y la cabeza recargada en mis rodillas, meciéndome, observando la noche. Buscaba no pensar en algo que no fueran sus ojos, o sus manos, o nuestros momentos felices.

De pronto, sentí su mano cálida sobre mi cabello. Levanté el rostro asombrada.

Había ido.

Lucía exhausto, nostálgico.

Me quitó los audífonos; me miraba con atención, el azul continuaba, era fácil verlo. Bajé las piernas, desconcertada y dolida; su fría distancia era palpable.

¿Qué haces ahí?

—Pensé que no vendrías —murmuré con voz cortada. Frustrada y profundamente enojada, pero no con él, sino con el destino torcido que nos había colocado en esa situación, y con la vida que nos hizo tan diferentes. Negó con tristeza, la cual se dibujaba en cada una de sus esculpidas facciones.

Sin percatarme, ya estaba en mi cama y él me cubría con las cobijas, de forma dulce y cuidadosa.

Debes dormir.

Me lo pidió casi como un ruego, sentándose como solía hacer antes de que supiéramos que podía tocarme; comenzó a acariciar mi cabello. En mi garganta se atragantó un sollozo.

—Si querías espacio, lo entiendo —hablé despacio, mirándolo, aunque notaba cómo evitaba mis ojos.

—Creo que no, pero no importa. Esperaré a que cierres los ojos.

Me senté negando. Retrocedió, afligido.

—Venir no es tu obligación, sólo quiero que estés aquí si lo deseas.

Sonrió bajando la mirada, frotándose el cuello como si le doliera.

—Lo que deseo está muy lejos de poder ser.

—Vamos a otro sitio, hablemos —le pedí ansiosa. Fijó su atención en la noche, pensativo.

—No —zanjó.

Me dejé caer sobre las cobijas, resoplando. No quería ser infantil, tampoco inmadura, pero no me gustaba su actitud hermética, no me daba acceso y eso me frustraba más que cualquier cosa.

Un abismo hondo, tan profundo como lo que sentíamos, como nuestras diferencias, estaba ahí, entre ambos, rasgando las emociones que nos generaba ser lo que éramos y sentir lo que sentíamos.

Sólo cierra los ojos, Sara.

Suplicó enganchando sus ojos con los míos. Mi vitalidad brincó en cuanto lo percibió, gemía dentro de mí, ansiosa, expectante.

Ha sido un largo día, dejemos que la noche haga su trabajo. Me pidió despacio.

Besó mi frente, aspirando con fuerza. Le hice caso, acurrucándome con la tristeza circulando por todo mi cuerpo. Sus elegantes manos comenzaron a jugar con mi cabello, a desperdigar esas caricias que me adormecían y tranquilizaban, y sin ser consciente del momento me quedé dormida pese a la angustia.

Por la mañana todo se sentía tan extraño, diferente y roto.

Llegó puntual. Me subí a su auto enseguida, su aroma se apoderó de mis pulmones. Nada había cambiado ni para él ni para mí, lo comprendí con gran pesar.

—Hola —susurré al ver que ni siquiera reparaba en mí. Mi corazón sufrió la primera embestida de aquel día. Ni hablar, pensé. Me aferré a mis cosas y fijé la vista en la ventana. No había manera de cambiar lo que resonaba frente a nosotros: nuestra realidad.

—Buenos días, Sara.

El trayecto fue silencioso, asfixiante.

Al llegar al salón que compartíamos, Luca se encaminó hacia Hugo y se sentó a su lado, dejándome de pie junto a los lugares donde acostumbrábamos acomodarnos. Lo miré resignada, pero me daba la espalda y parecía ajeno a todo; hablaba con su compañero como si nadie más existiera, ignorando el hecho de lo que acababa de hacer.

—No está ocupado, ¿verdad? —Era Gael, entorné los ojos. Luca fingiría que le daba igual, lo conocía, pese a que se lo estuviera llevando el infierno, y mi nuevo problema, que estaba de pie frente a mí y sonriendo feliz, fingiría que lo hacía de forma inocente.

—Preferiría que te sentaras en otro lugar —objeté grosera, sin una gota de paciencia. No le importó y se acomodó ahí, solté un suspiro.

—Éste está bien —declaró con ingenuidad. No entraría en una discusión ridícula.

—Sí, supongo. —Tomé mis cosas para buscar otro sitio. Lo encontré a un par de bancas—. Disfrútalo. —Me levanté sin fijarme en su reacción, ni en la de nadie. No estaba de humor.

Durante la clase busqué concentrarme, así que puse todos mis sentidos en ello, cerrándome al exterior y blindando mi cabeza ante el dolor, sin embargo, lo logré del todo. Luca necesitaba su espacio, muy bien, no lo presionaría; lo cierto es que no podría eludir por siempre la conversación que debíamos tener, sólo esperaba que su madurez apareciera pronto.

Cuando sonó el timbre, me dirigí a la salida un poco más tranquila, respirando hondo para no sentir ese hormigueo de ansiedad que me generaba no estar con él. Me alcanzó unos segundos después, el silencio continuaba.

—Luca, puedo ir a clase sola —apunté estoica.

Dios, aunque no lo aceptara, esa actitud estaba consumiéndome.

—Lo sé —contestó indiferente. Alcé la mirada, no me veía, su tono había sido helado, cargado de indiferencia, tanto que por un segundo se detuvieron mis latidos.

—Supongo que continuaremos con la ley del hielo, quizá en venganza por lo de ayer, quizá porque necesitas pensar más, quizá porque sabes que debemos hablar y no estás listo. Sea lo que sea, está bien. Esperaré. —Caminé más rápido, dejándolo atrás; tenía las palmas sudorosas, y mis latidos iban a mil por hora.

Me alcanzó, tomó mi codo poco antes de entrar al salón. Lo miré fijamente, justamente como él lo hacía.

—No soy un idiota, ni es venganza ni es eso de la ley del hielo que dices y, además, ignoro su significado. Sólo estoy haciendo lo que tú deseas; estoy aquí. —Su voz sonó golpeada y dura. Sus palabras escondían lo que en realidad ocurría, él no me terminaría, quería que lo hiciera yo.

Pestañeé aturdida, incrédula. Apretando la quijada. Nunca me hablaba así; conmigo era suave y cariñoso todo el tiempo. Me zafé de un jalón, sin dejar de verlo.

—Supongo que quieres que te dé las gracias —refuté adentrándome en el aula, yendo directo hasta donde Romina estaba. Seguro él se acomodaría junto a su compañero, continuando su pantomima.

—¿Pasa algo entre Luca y tú? —preguntó mi amiga en susurro para que Lorena, Sofía y Jimena no escucharan.

—No —logré decir molesta, herida.

Cuando acabó la clase, me sentía menos enojada; caminé hasta la puerta, donde Luca me esperaba, cabizbajo.

Me sentía tan desconcertada, tenía unas inmensas ganas de gritar, de golpear, de salir corriendo y olvidarlo todo, pero esta vez enfrentaría las cosas con madurez; me mantendría tranquila dentro de mis posibilidades.

Caminamos directo a la cafetería, envueltos en ese horripilante mutismo. Me guio, sin que lo esperara, hasta la mesa donde estaban Hugo y Florencia. No comprendí su acción. ¿Querían hablar de algo con Luca y conmigo? ¿Desde cuándo me integraba a su mundo de esa manera? ¿Estarían de acuerdo? Lo miré dudosa, me tendió una silla con suavidad. Me senté arqueando una ceja, Luca le recordaba a Hugo una anécdota que no comprendí, y extrañamente me sonreía satisfecho.

—¿Quieres algo? —me preguntó Luca, serio.

—No, estoy bien.

Asintió y le preguntó a Florencia sobre un libro que le prestó.

Los observé por unos segundos, sin comprender nada. Nunca nos habíamos sentado con ellos y era evidente que a Florencia no le agradaba en absoluto la idea, pues su gesto era duro, cargado de tensión y reproche. De repente, empezaron a recordar sucesos vividos en los otros sitios donde habían estado; como no sabía el contexto, no alcanzaba a entenderlos. A Luca parecía darle igual que yo estuviera ahí; y yo no podía dejar de verlo, me sentía confundida y absolutamente perdida, aunque también sorprendida por sus artimañas.

Hice la silla para atrás, los tres me miraron. Le sonreí como pude y me fui. Tampoco me expondría, porque ya no era la de hacía unos meses gracias a él. Caminé hasta las canchas, dejé mi mochila a un lado y me perdí en el partido de fútbol; me sentía molesta, impotente y triste, muy triste.

En la siguiente clase, me senté en un lugar distinto; revisé mis apuntes con atención, intentado olvidar, al menos por segundo, todo lo que se estaba saliendo de mi control. Su aroma atacó mi nariz y, de pronto, estaba junto a mí, sacando sus cosas. Lo miré de reojo, pero sólo por un momento. Estaba rígido, apretando las manos sobre la mesa.

Cuando acabó la hora, lo guardé todo, nerviosa. Sentí su mirada sobre mi cuerpo, entonces, lo encaré afligida y seria. El azul continuaba, ahora era casi dueño de todo su iris. Me humedecí los labios, observó mi gesto con ansiedad. Respiró agitado. Yo también. Ambos queríamos lo mismo, pero no lo haríamos, no en este momento.

Luca era perspicaz, por lo que sus ideas, sus análisis, sus hipótesis y su raciocinio iban siempre pasos adelante; no obstante, aún era consciente de que en cuestión de sentimientos yo le llevaba la delantera. Y ahí estábamos los dos, inmersos en algo que no lográbamos acomodar ni enfrentar pese a nuestras fortalezas, que también eran nuestras debilidades.

—Nos vemos después —logré decir, colgándome la mochila y saliendo de ahí.

Debo de reconocer que pese a la lejanía de Luca, que se sentó en la siguiente materia junto a Florencia, la pasé bien con las chicas. Estuvimos, casi toda la hora, ocultándonos del profesor, mandándonos fotos distorsionadas de diferentes artistas de Hollywood; en ningún momento nos descubrieron, y yo reía sin poder evitarlo. Sabía que más tarde tendría que ponerme al corriente con los apuntes, pero en ese momento me urgía una distracción.

Luca estuvo casi todo el tiempo atento a mí, evaluándome, lo sentí; aunque lucía irritado, también se le notaba satisfecho. No tenía idea de qué maquinaba su cabeza; rogaba que el día terminara para poder acorralarlo y hablar de una vez.

Cuando iba a entrar a la cafetería, en el segundo receso, mi padre me marcó. Me alejé del bullicio, avisándole a Romina con un gesto que en un segundo la alcanzaba; respondí.

—Hola, pa.

—¿Sara?

—Sí, ¿pasa algo?

—No, mi amor, pero ayer no me dijiste si irás a Whistler. Estoy con el agente.

Resoplé vencida. Con Luca todo iba muy mal ese día y quizá no se compondría, situación cosa que me consumía. Lo único cierto en ese momento era que mi beca peligraba.

—No, papá, hablé ayer con el director y no me pueden ayudar. Bajaría el promedio y la beca podría ponerse en riesgo, trabajé mucho por obtenerla, no quiero perderla

—¡Idiotas! Perdón, mi amor, pero es así. ¿Quieres que hable con ellos? —propuso con ánimo defensor. Me gustó escuchar su forma protectora de proponérmelo.

—Sí, podría funcionar.

—Iré por la tarde. Es un viaje, y tú, una alumna intachable, no estoy de acuerdo con tanta inflexibilidad —expresó molesto.

Sonreí sintiéndome, por primera vez en el día, verdaderamente mejor.

—Lo sé.

—Bueno, Sara, no te interrumpo, yo veré eso. Pero si no, ni hablar, ya viajaremos para verte e iremos juntos, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —acepté alegre.

Colgué sonriendo aún; cuando giré, él estaba a menos de dos metros de mí, serio. Mi júbilo se fue por el drenaje. Guardé el celular en el bolso de mis jeans, ladeé el rostro y me acerqué.

—Así que no irás —dijo, a un metro de mí, con gesto inescrutable. Mis palmas sudaron y es que se veía espectacular con esa camiseta negra y jeans oscuros, ahí recargado en aquel muro, derrochando indiferencia. Mi vitalidad rugió deseando salir, la contuve, no supe cómo, pero lo hice; pude sosegarla.

—Creí que hoy querías descansar de mí —refuté con mi atención puesta en sus ojos azules, ahora mezclados con negro. Qué combinaciones tan extraordinarias. Necesitaba saber de qué iba ese color.

—¿Cuándo hablaste con el director? —Cambió de tema. Se me acercó, provocando que el pulso se me acelerara sin remedio, mis labios temblaron enseguida, ansiosos por su sabor. Estaba a pocos centímetros. Su iris se tornó ámbar.

—Ayer.

—¿Ayer? —repitió un poco más cerca. Asentí, desviando mi atención hacia los diferentes chicos que salían de la escuela, pues o hacía eso o lo besaría como mi boca exigía—. ¿Pensabas decírmelo? —indagó críptico.

—¿Te interesa saberlo? —Lo desafié enarcando una ceja, volteando. Se alejó un poco. Su autocontrol flaqueaba.

—Es tu decisión —aseveró.

Fruncí el ceño. ¡Dios! ¡Hasta dónde llevaría las cosas!

—Lo es, ¿algo más que me quieras preguntar? —Lo desafié, alejándome, harta de eso.

Negó. Alcancé a percibir una sonrisa, aunque enseguida volvió a su irritante indiferencia. Ya me iba cuando tomó mi mano, me pegó a su cálido cuerpo y me besó sin que pudiera reaccionar. Jadeé al sentirlo sobre mis labios.

Me rodeó con ambos brazos para que no me pudiera zafar; cuando por fin reaccioné, enredé mis manos en su cabello y lo incliné hacia mí, robándole todo el aliento, adueñándome de su interior que me enardecía y me hacía levitar de una manera insospechada.

Unos segundos después, que me parecieron los mejores de mi vida, soltó mis labios. Sus ojos eran de nuevo dorados, aunque se habían mezclado con esa marea azul.

—Te veo más tarde —declaró y se alejó sin demora, tenso, incluso puedo decir que enojado.

Permanecí allí, de pie, aturdida, sintiéndome vulnerable, y también herida.

¡Qué diablos era eso!

Me recargué en la pared donde él me había escuchado hablar por teléfono, luego me dejé caer. Toqué mis labios con las yemas de mis dedos, incrédula, aturdida. No me gustaba nada lo que estaba pasando, cómo nos estábamos comportando. Nosotros no éramos eso.

Con Luca todo había sido tan natural, no había que actuar ni pensar tanto… pero el día anterior yo abrí la brecha y tal parecía que no había manera de brincarla o de acortarla. Comprenderlo me dolió hasta el punto del ardor.

Entré a la cafetería, quedando pocos minutos para que el receso terminara. Cuando llegué a clase, él ya estaba ahí al igual que Florencia. Ni siquiera me miró. Caminé con Romina a mi lado, quien me observaba segura de que algo ocurría. Me senté junto a Iván y Eduardo, mientras mi amiga se acomodaba en la mesa contigua, seria.

La clase fue tan ardua como siempre y ni siquiera ellos, con su inigualable sentido del humor, pudieron quitar la nube negra que se extendía sobre de mí. Las cosas entre Luca y yo estaban llegando a su fin.

Gracias al cielo faltaba sólo una clase; la jornada se me estaba haciendo eterna.

En Fotografía, el profesor nos dividió en dos equipos. Uno revelaría las imágenes y el otro aprendería a usar el lente de aquellas cámaras tan complejas.

En mi equipo no estuvo Luca. Debíamos revelar. Nos metieron a un cuarto oscuro donde apenas si cabíamos diez personas, y nos dieron las instrucciones. Cuando terminamos, Iván, a quien le tocó conmigo, y otro chico, que también había estado ahí, venían flanqueándome y riendo por las imágenes que resultaron.

Luca, a unos metros, me escrutaba claramente furioso, tenía los ojos totalmente de color carbón. Me detuve, mientras los demás, evidentemente asustados por su dura expresión, se alejaron de mí. Ladeé el rostro, estudiándolo sin amedrentarme ni un poco, cruzándome de brazos.

—Vámonos —ordenó. Sonreí negando.

—No, no así. —Lo señalé sin alterarme.

—No lo puedo evitar. Yo te traje, tú te vas conmigo —rugió embravecido. Su voz era grave y autoritaria. Él no era así y todo esto estaba sacando una parte suya que nunca me había mostrado. Seguí sin amedrentarme.

—Cuando se te pase —declaré con firmeza. Se acercó a mí completamente desconcertado y asombrado.

—¿Se me pase? ¿De qué hablas? Esto no es así de sencillo.

—Sí, sí lo es. Hablemos, abre tu cabeza y hablemos —sugerí aferrada al tirante de mi mochila.

—Por los dioses, ¿por qué contigo nada es fácil? —bramó.

Me encogí de hombros, con la tristeza e impotencia circulando por mi piel, comprendiendo lo que vendría, lo que debía hacer, y sintiendo ya, desde ese momento, cómo dolía. Caminé rumbo a la salida sin esperarlo, sin embargo, no di ni tres pasos cuando me detuvo.

—Te irás conmigo, Sara. Hasta aquí llega mi control —advirtió.

—Deja de ordenarme, no me gusta y, además, no me amenaces. Me subiré contigo porque debemos aclarar esto, no porque tu control esté roto. ¿Cómo imaginas que estoy yo? ¿La estás pasando mal? ¿Crees que eres el único aquí? —lo cuestioné con voz ahogada.

Colocó las manos en su cabeza y volteó visiblemente desesperado. Nunca lo había visto así, parecía absolutamente perdido; eso me dolió mucho más que su actitud durante el día. Dio un pequeño grito de ansiedad y de nuevo me miró.

—Esto va más allá —anunció, evadiendo mi mirada. Sin decir más, tomó mi mano aprovechando mi aturdimiento y me guio hasta el estacionamiento, sin prisa pero firme. Aunque me zafé, lo seguí sin chistar. Abrió la puerta de la camioneta apretando la quijada. Me subí sin objetar.

Manejó de prisa, aunque con cautela; seguía sin dirigirme la palabra.

—¿Crees que no sé lo que haces? —le pregunté a medio camino. No me contestó. Decidí continuar. Que no hablara no significaba que no me escuchara—. Quieres que me enoje, que me confunda, que no quiera estar contigo, para que yo te deje porque no eres capaz de romper la promesa que me hiciste. Me alejaste todo el día, incluso buscaste que me sintiera fuera de lugar. Déjame decirte que lo lograste. —Apretó el volante y su cuerpo se tensó—. Me hiciste sentir mal, mal en serio y no te juzgo, sé lo que estás sintiendo porque yo siento lo mismo.

»No actuaré contigo. A tu lado, desde el primer momento he sido yo, me he dejado llevar sin pensar en nada salvo en lo que me provocas desde la primera vez que te vi. Sin embargo, es evidente que lo que te dije ayer logró fracturarnos, y no puedo repararlo, porque sabes que es verdad cada palabra, aunque te queme como a mí. Te amo, Luca, y sé que con lo que te dije ayer nos fallé, nos lastimé… Lo lamento de verdad, no era esa mi intención, pero necesitaba compartirlo, decírselo a alguien, quizá también era necesario que lo enfrentáramos de una vez. La realidad es que ambos estamos perdidos, que no tenemos idea de lo que hacemos.

»Así que si lo que buscas es que te guarde rencor y cambie la imagen que tengo sobre ti, estás perdiendo tu tiempo. Te conozco, sé que me sientes, que me amas y que cavilarás situaciones torcidas con tal de que te deje por mi bien. —Hice una pausa de varios minutos esperando que dijera algo. Pero nada.

Aspiré todo el aire que cupo en mis pulmones, sentía como si me aventara a un precipicio por mi propio pie. Lo cierto era que no podía tolerar que las cosas empeoraran, debía averiguar hasta dónde llegaría Luca. Tenía una voluntad férrea y si su idea era protegerme, poco podía yo hacer al respecto, además, seguía presente lo que le dije el día anterior, cosa que ninguno debía ignorar. Luca ya había decidido y yo también.

No era falta de amor, me repetí con afán y con las palpitaciones desbordadas. No era falta de amor. Era mucho más que eso: era él, era yo, era lo que sentíamos, lo que nos unía y lo que nos separaba.

Miré atenta al frente, aferrándome mi mochila. Sentía mis mejillas calientes, tomaría una pócima que me aniquilaría en segundos; a pesar de todo no desistiría porque era lo correcto, porque así debía ser.

Entramos al fraccionamiento sin mirarnos, notablemente tensos. Cuando se estacionó frente a mi casa, me atreví a verlo, mis ojos se nublaron de sólo observarlo. Parecía no ser consciente de lo que estaba ocurriendo, y yo temblaba como una hoja expuesta a una tempestad.

—Te amo, te siento, recuérdalo, porque será así por mucho tiempo. No lo olvides y no olvides lo que tuvimos. Luca, esto se terminó —logré decir con la garganta adolorida, con algo dentro de mí gritando sin control. Volteó enseguida, con el iris violáceo y azul—. Sé que es lo que esperas, sé que deseas que tenga una vida normal y crees que debo vivir muchas cosas que a tu lado no viviré. Es probable que tengas razón, yo quiero lo mismo para ti.

»Espero que tú puedas seguir con tu vida, que logres lo mismo que esperas que yo logre… porque así como a ti te duele que yo deje cosas por ti, a mí me duele que no seas tú y que dejes de hacer lo que debes por mí. Esto algún día pesaría y quizá fue mejor que sucediera ahora y no cuando no pudiéramos revertirlo —expresé rompiéndome en millones de partículas. Abrí la puerta esperando, ilusamente, que me detuviera. Me ahogaba, literalmente me ahogaba, sin embargo, no daría vuelta atrás—. Adiós, Luca. Lamento mucho que hayamos nacido en tan diferentes circunstancias y aún más que lo nuestro no pueda llegar a ser. Fuiste lo más hermoso que pudo pasarme —finalicé.

Cerré la puerta, conteniendo un sollozo dentro de mi boca.

Entré a casa, me recargué en el muro con la mano en mis labios y, sin poder evitarlo, el llanto se desbordó.

Unos minutos después, escuché arrancar su auto y gemí de dolor.

En ese momento comprendí que esto no se trataba de mí, sino de él, del enorme sentimiento que habitaba dentro de mi ser. Éste no era su lugar, no daría marcha atrás pese a no imaginar lo que podía implicar.

Contigo camino el frío del invierno,

transito la realidad que nos desampara,

Tu esencia llama a mi destino,

lo nuestro truena como si todo se acabara.

Sentimientos eternos, cautelosos momentos,

mi vida en tu mano, mi alma perdida,

amor inconsciente, claridad doliente.

Noche nuestra existencia,

oscura nuestra ausencia.

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