Luna

Luna


Capítulo 8

Página 11 de 35

Después de convencer a papá, logré salir de casa la mañana siguiente. No había mucho tránsito, por lo que llegué muy temprano, el aula aún estaba desierta. Me sentía bien, repuesta, era como si nada hubiera ocurrido.

En el celular me puse a contestar algunos correos de mis amigos de Vancouver, sonriendo por lo que me contaban, aunque ya no los extrañaba como antes, de alguna manera me había acostumbrado a esta vida, y quizá los vería de nuevo pronto.

—¿Sara? —Su voz la hubiera reconocido de entre millones de personas. Alcé la vista, relajada, pero mi semblante cambió al toparme con la mirada más culpable que hubiese visto. Sus ojos eran casi negros y lucía cansado, demasiado.

—Luca… Hola. —Sonreí, estaba alegre de verlo, aunque desconcertada por su actitud. Me examinó de forma meticulosa, despacio y sin importarle que yo lo notara. Arqueé una ceja ante su escrutinio, parecía conmocionado, incrédulo y confundido, todo junto en un gesto que me provocaba escalofríos.

Hugo estaba de pie a un lado de la puerta, a varios metros de distancia, tan indiferente como les encantaba mostrarse, pero atento a nosotros.

—¿Estás mejor? —Quiso saber, parecía un tanto aturdido. Asentí nerviosa, sonriendo un poco para aligerar lo tenso del momento. ¿Qué le ocurría? Por mucho que me esforzaba no lograba comprender el porqué de su actitud.

—Sólo fue fiebre —musité, mirando fijamente a su amigo o hermano, o lo que fuera, que también parecía desear conocer mi respuesta—. Medicamentos y descanso, únicamente eso.

Bajó la vista hasta clavarla en el piso. Su cabello lucía ligeramente descuidado, aunque seguía pareciendo modelo de revista, las manos las mantenía dentro de los bolsillos de sus jeans deslavados. Su vulnerabilidad me conmovió, aunque no la comprendiera, entonces, me encontré con ganas de rodearlo tal como aquel día.

—El que no luce bien eres tú… —le dije, con suavidad. No dio señales haberme escuchado— ¿Luca? —insistí, preocupada.

Él no solía mostrar ese tipo de emociones, ni ninguna en realidad, era reservado hasta un punto enfermizo, aunque yo ya lo conocía un poco, aun así, no me agradó verlo de esa manera, abatido. Alzó el rostro lentamente y posó su atención en algún punto justo por encima de mí, quería evitar mis ojos.

—Me alegra que te encuentres mejor, Sara —atajó con frialdad. Fruncí el ceño. No me dio tiempo de contestarle porque enseguida caminó directo hasta la salida y su… lo que sea, lo siguió.

—¿Qué te dijo? Lucía extraño más de lo que ya lo es. —Era Romina. No la había escuchado acercarse. Le sonreí aún atarantada por lo ocurrido recientemente.

—Quería saber cómo seguía.

—¿Te marcó ayer? ¿Entonces sí son amigos? —indagó abriendo sus apuntes. Arrugué la frente, observándola pensativa.

—No, yo no le dije nada y no te mentí, sólo somos compañeros de proyecto —la corregí. Romina me examinó unos segundos, con suspicacia.

—Entonces, ¿cómo supo que enfermaste? —No me creía, la conocía.

—Le dijeron o te escuchó cuando seguramente se lo decías a alguien, ya ves que eres superdiscreta. —Captó mi ironía, pero le importó poco, torció la boca sopesando mi respuesta y, al final, aceptó aquella idea.

Pensativa, sin escuchar la cátedra del maestro, mi mente comenzó a elaborar miles de preguntas. Algo no encajaba y deshacerme de esa repentina sensación me tomó un buen rato.

La hora siguiente fue caótica, gracias a Gael que no paraba de mostrarse solícito y «muy preocupado» por mí. ¡Dios! No, no podía con eso. La insistencia de cualquiera me abrumaba, pero la de él ya estaba llegando a límites insospechados, así que la única salida que encontré fue acceder a ir con él a la fiesta del día siguiente, así me lo sacaría de encima. Luca se hallaba varias bancas delante de mí, abstraído, completamente ajeno a todo.

La mañana transcurrió de manera extraña. Llegué a tiempo a la clase que nos unía más que cualquier otra. En los pasillos me di cuenta de que venía a unos metros de distancia. No lo esperé, algo en su actitud me decía que prefería estar solo, perdido en aquel limbo donde solía encontrarse.

Si tuviese que describirlo con dos palabras hubiera escogido «ausente» y «taciturno». Mientras entraba al salón comprendí que quizá él tenía problemas, quizá era como yo y deseaba que los días sólo transcurrieran para que ese sentimiento menguara con el tiempo. Quién era yo para incomodarlo, para entrometerme en su vida, por mucho que me gustara, no tenía derecho.

Me senté donde siempre, él hizo lo mismo unos segundos después. Su aroma me atrapó. Lo miré de reojo. ¿Qué estaría viviendo? ¿Qué era lo que lo aquejaba? Si es que era algo en realidad y no mi imaginación. ¿Cuál era su pasado, su presente?

Sonreí, suspiré quedamente. En serio estar enamorada era peor de lo que pensaba y no, no era una experiencia agradable, por lo menos no para mí.

Durante la clase nuestra interacción fue nula. Nos faltaba poco para terminar el tercer capítulo del trabajo, por lo que no había mucho de lo que tuviéramos que hablar y ningún pretexto para vernos por la tarde hasta la semana siguiente. En cuanto sonó el timbre salió del aula, como si huyera.

Lo observé alejarse, desorientada. Pensar que yo tenía que ver con su estado anímico sería muy pretencioso, aunque eso era lo que sentía. Lo cierto es que él no tenía la culpa de mis sentimientos, siempre había sido claro, así que no tomaría el papel de dramática y volcaría mi frustración en él. Pero la realidad es que su indiferencia provocaba un hueco muy molesto en mi pecho.

Aunque hubiese querido atreverme a preguntarle qué le ocurría, qué pasaba en su vida, me abstuve. Luca había sido suficientemente respetuoso conmigo como para no hacerlo todos aquellos días en los que permanecí sumida en esa bruma.

En la cafetería me senté dándole la espalda; de reojo, al pasar, lo había visto sentado donde solía hacerlo. Gael no tardó en llegar y se acomodó a mi lado. Le estaba dando una mordida a mi trozo de pizza recién comprado, humeante, con olor a queso y salami, cuando sentí el brazo de él rodeando mis hombros. Casi me atraganto. ¿Qué demonios se creía?

Lo miré fijamente, fingió estar conversando animado con Eduardo.

Romina sonrió pícara, a diferencia de Sofía y Lorena, que no escondieron su desaprobación, cosa que me importaba poco. Lo que en realidad me molestó fue que lo hiciera, como si pudiera hacerlo, como si no importara, como si fuese algo más que mi amigo. No me gustaba la sensación de su tacto. No despertaba en mí nada salvo ansiedad. No me gustaba que se sintiera con ese derecho. Y menos me parecía que le importara poco que lo estuviera viendo y que estuviera molesta.

Me deshice de su abrazo, poniéndome de pie. Ahora sí me miró, humedeciendo los labios. Nervioso. No dije nada, sólo que debía ir a los sanitarios. Al girarme, rabiosa, solamente alcancé a distinguir cómo Luca salía de la cafetería. Sus compañeros lo miraban, sin percatarse de que yo los fisgoneaba, lucían preocupados e intrigados.

Desconcertada volví a sentarme, alejé mi silla de Gael un poco, y seguí con mi almuerzo. Nadie preguntó por mi cambio de idea, sólo mi amiga me observaba del otro lado, suspicaz.

Esa noche Romina se quedó a dormir en mi casa, fue divertido, como siempre, aunque la duda por Luca no dejaba de aparecer en mis pensamientos cada tanto. Pues durante la jornada continuó igual; ensimismado, alejado, distante, lo cual, aunque eso era un sello de los tres, en él era muy marcado.

Por la mañana mi amiga me obligó a acompañarla al centro comercial para comprarse algo para la noche; logró que yo adquiriera una minifalda que se adhería a mi cadera, por lo que torneaba un poco mi escuálida figura, junto con una blusa holgada que se sujetaba por el cuello, de color oscuro. Romina se compró un vestido que la hacía ver espectacular y que yo nunca me hubiese atrevido a usar, pero que en ella se veía simplemente ideal.

Ya en casa, después de comer, nos alaciamos y maquillamos juntas, como solíamos hacer. La verdad creo que disfrutaba más esos momentos que la fiesta en sí. Peleábamos, reíamos, jugábamos, terminábamos hechas un desastre, luego cada una se hacía cargo de sí porque era imposible confiar en la otra. En esa ocasión se fue antes de la merienda, ya que yo me iría con Gael.

Mientras cenábamos, mi padre me evaluaba, serio. Sabía que saldría, y como siempre, no había mostrado interés en ello.

—Te irás en tu auto, ¿verdad? —afirmó con tono seco. Negué y seguí masticando—. ¿Vendrán por ti? —insistió. Asentí levantando la vista extrañada por su actitud. Entornó los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho—. ¿Para qué crees que te di ese coche? —indagó. Dejé de comer sin saber qué contestarle.

—Para… ¿ir a la escuela? —intenté adivinar, confusa.

—No, por tu seguridad, no quiero que te estés exponiendo. Los chicos a tu edad son muy inconscientes, impulsivos —aseguró. Me quedé perpleja, no se había preocupado por mí en tres años y ahora quería recuperar el tiempo perdido o era un pretexto para desquitarse por algún problema que lo aquejaba.

—No soy tonta, no me subiría con alguien que no confiara —espeté molesta.

Bea comenzó a ponerse nerviosa, como cada vez que discutíamos.

—Sara, sea quien sea que iba a venir por ti, le hablarás, le darás las gracias, tú te irás en tu auto y no hay más discusión. —Acto seguido tomó su pedazo de pizza y continúo comiendo como si nada.

—No lo haré… Me iré con mi amigo, no tiene nada de malo. —Odiaba que me tratara así y que sintiera que cumplía como padre si actuaba de esa forma.

Me miró apretando la quijada, comenzaba a enojarse, lo conocía bien. Pero esta vez no cedería, no tenía la razón.

—Si no haces lo que digo, no irás —zanjó. Me puse de pie desafiante.

—¿No te parece muy tarde para preocuparte por lo que me suceda? Iré y no llevaré mi auto.

Se levantó, colérico. Bea me miró suplicante, negué cansada de todo aquello.

—¡Siempre he visto por ti y por tu hermana, no te hace falta nada! —gritó.

—Tienes razón, no me falta nada, tengo de sobra —dije sarcástica.

—No me hables así, Sara, no me pidas que crea en tu criterio para elegir personas «confiables» si tú misma… —se calló, como dándose cuenta de que diría algo que no debía.

—Papá, basta, estamos comiendo y no tiene nada de malo que un chico venga por Sara, es lo normal, todos lo hacen —expresó Bea, que como siempre trataba de suavizar las cosas. Mi padre me observó irritado, yo le sostuve la mirada.

—Bea tiene razón, no arruinarás este momento… —señaló la mesa y volvió a sentarse—. Ya no eres una niña. Haz lo que desees, como sueles.

Sus palabras dolieron más de lo que él llegaba siquiera a imaginar. Aun así, conseguí no derramar las lágrimas que se asomaban por mis ojos.

—Tienes razón, es mi vida y como en los últimos años, yo me haré cargo de ella. Voy a arreglarme, no arruinaré más tu cena. —Tomé mi plato y salí de ahí escuchando el quejido de Bea.

Mi celular sonó una hora después; aún continuaba molesta, pero de alguna manera había logrado que mi coraje bajara, así como las ganas de llorar. Vi la pantalla, era un mensaje de Gael:

«Estoy en diez, ¿timbro?».

Por primera vez adoré su prudencia.

«No, avísame cuando estés afuera».

«Hecho, muero por verte».

Resoplé, sin responder. Revisé mi aspecto por última vez. Ese color de iris tan extraño que tenía se acentuaba con aquella sombra oscura que elegí y, con las pestañas más pintadas de lo normal, mi ojo lucía muy llamativo, me gustaba.

Frente al espejo comencé a pasar la mano por mi cabello lacio, pensativa. Ojalá fuese él también, me encontré deseando, me ruboricé con sólo evocarlo.

Negué resoplando. Realmente no me iba eso de estar enamorada, menos de alguien como Luca, me regañé sonriendo con timidez, ajustándome el atuendo. Diez minutos exactos después sonó la alerta de mi celular. Gael.

En cuanto me vio salir, bajó del auto. Al tenerme enfrente abrió los ojos, sonriendo, ladeando el rostro. Era la primera vez que mostraba con ademanes lo que sentía por mí. No supe qué hacer ante eso.

—Te ves genial —murmuró cerca de mi rostro, me dio un beso en la mejilla y luego me abrió la puerta. Reí negando.

La fiesta tendría lugar en las periferias de la ciudad. Se estacionó detrás de una larguísima fila de autos. Al bajar escuché la música a corta distancia. La calle apenas si estaba pavimentada, el lugar era un enorme jardín bardeado, era lo que se adivinaba desde mi posición. Afuera había chicos sujetando sus vasos o cervezas, lo típico en esos eventos, reían, gritaban, bailaban y todo les importaba poco, la pasaban bien. La fiesta ya estaba abarrotada, lo noté al ver tanto movimiento.

Mientras nos dirigíamos a la entraba, me aplaudí por haber elegido usar sandalias de piso, lo irregular de la calle sólo lograba que quien llevara tacones, se tuviera que sujetar de alguien para no caer; pobres, caminaban con mucho esfuerzo, con los pies temblorosos, riendo nerviosas.

Gael rio al darse cuenta de lo mismo que yo. Bajó hasta mi altura, sentí su aliento sobre mi pómulo.

—Eres tan poco convencional —susurró. No giré, sabía que su rostro estaba demasiado cerca y no daría pie a algo que definitivamente no estaba en mis planes. Seguí avanzando, un poco más rápido, pero alcancé a oír como resoplaba. La verdad es que ésa sería nuestra última salida, Gael sólo lograba ponerme nerviosa por el hecho de saber que no le correspondía y no quería herirlo, y eso no me hacía sentir bien. Esa noche al regresar se lo diría.

Hectáreas y hectáreas de jardín se extendían frente a nosotros, una vez que pagamos para ingresar, sólo hubo luz y sonido justo en medio de aquel enorme lugar. Mares de adolescentes aprovechando el momento de juerga. La adrenalina se sentía, contagiaba.

Caminamos hasta donde se veía más aglomeración. Romina apareció frente a nosotros, riendo.

—¡Pensé que no llegarían! —chilló excitada, bailando con un vaso en la mano.

Se colgó de mi brazo y nos guio hacia donde estaban los demás. Todos bebían o fumaban mientras registraban con la mirada todo el evento y la gente que había acudido a él.

—¿Quieres algo? —me preguntó Gael, solícito, de nuevo muy cerca de mi rostro. Negué sin mirarlo—. Yo sí necesito algo, ahora vuelvo —dijo. Asentí sin prestarle mucha atención. Aproveché el respiro que me dio y observé la pista.

—¿Ya viste quienes vinieron?

Romina seguía a mi lado y parecía, como siempre, estar buscando algo interesante en que clavar su atención. Enseguida supe a quiénes se refería. Una ola de calidez atravesó mi columna. Aunque era consciente de que probablemente ni me hablaría, saberlo en el mismo lugar me llenó de una especie de alegría.

—Vamos a bailar… —Me sujetó de la mano y me arrastró al tumulto sin tomar en cuenta a los demás. La seguí, riendo.

Comenzamos a brincotear, jugando, imitando pasos, divertidas, sin embargo, no podía evitar buscarlo con la mirada; decepcionada comprendí que era imposible encontrarlo entre tanta gente. Media hora después me di por vencida.

—Voy por algo de tomar —me gritó Romina por encima del estridente ruido. Asentí, acompañándola afuera de la conglomeración.

—Yo voy al baño —le dije caminando en sentido contrario a ella y a donde Gael se encontraba.

Los sanitarios eran unas pequeñas construcciones hechas de adoquín muy alejadas del bullicio.

—No sabía que salías a fiestas —detuve mis pasos, respirando ahogadamente. Su voz era tan profunda y seductora, como dura y melodiosa. Volteé hacia mi lado derecho, sonriendo. Preparando mis sentidos para lo que él generaba en ellos.

—Ya ves, no me conoces tan bien como presumes —lo desafié. Iba enfundando en unos jeans oscuros y una camisa negra, su cabello, como siempre, perfectamente despeinado enmarcando esos hermosos ojos color limón que tanto me gustaban. Llevaba un vaso en la mano, parecía bastante relajado.

No, por mucho que quise prepararme para eso que despertaba su presencia, no lo logré, su metro noventa y esa figura devastadora me dejaban sin aliento.

—Puede ser, aunque lo dudo —Me escrutaba con lentitud. No logré emitir ni un ruido, nada—. Así que lacia… —Sujetó uno de mis mechones, lo frotó un segundo entre sus dedos, y lo soltó. Ese gesto absurdo me tomó desprevenida. Al notar que continuaba muda, sonrió negando—. Se te ve bien, aunque si me preguntas, tus rizos son perfectos —murmuró amigable.

¡Maldición! En cuanto dijo eso me entraron unas ganas enormes de humedecerme el cabello.

—Qué lástima que no lo hice… —ironicé. Enarcó las cejas ahora a punto de la carcajada ante mi tono.

—¿Te ofendí? —preguntó burlón.

—No, pero la verdad no te entiendo. Me hablas ahora, pero dices que debes alejarme y entonces me ignoras. —Su rostro se tornó serio—. Ves, hace un segundo sonreías y ahora… —Señalé sus labios con un ademán.

—Sara, tú tampoco te mantienes constante, lo cierto es que no entiendo por qué no puedes dejar las cosas así —expresó molesto. Bien, fue un golpe bajo.

—Tú fuiste el que se acercó —le respondí sin dudar. Era demasiado directo.

—De verdad eres imposible, pero… —Enseguida su voz se suavizó, así como su expresión, era tan difícil seguirle el paso, pero supongo que podía decir lo mismo de mí, así que me abstuve de decir cualquier cosa—. Esta noche me siento repentinamente de muy buen humor. —Me miraba intensamente con sus ojos nuevamente claros.

Revisé a mi alrededor. Nadie notaba eso que hacía con su iris, para mí era tan evidente que, aunque comenzaba a acostumbrarme, no dejaba de perturbarme.

—La chica que te gusta, ¿está aquí? —me encontré preguntando como tonta. Pero es que por algún motivo el verlo así, tan alegre, me llevó a eso. Lo cierto es que de sólo mencionarlo sentí unos ridículos y vergonzosos celos, tanto que quería darle un buen rodillazo y salir de ahí.

—Sí… —respondió con la mirada más dulce que le hubiera visto hasta ese momento. ¡Ouch! Eso dolió más de lo que imaginé.

—¿Está aquí? —pregunté como si fuera algo irrelevante, maquillando la ebullición que me sometía.

—Sí. —Le dio un buen trago a su bebida, observándome de reojo, mientras estudiaba alrededor. Las mejillas las sentía hervir, agradecí la penumbra que nos envolvía.

—Me alegra, ojalá que ahora sí te atrevas… —musité. Se rascó la cabeza, negando—. Dios, Luca, y dices que yo soy imposible, creo que no eres muy objetivo. En fin, es tu vida, tú sabrás. —Me di la media vuelta decidida a ir a los sanitarios, no quería dejar de charlar con él, pero sabía que si no ponía distancia entre ambos acabaría cometiendo una indiscreción, una en la que le diría lo mucho que me gustaba y lo que me lastimaba no ser la chica por la que suspiraba.

Su tacto sobre mi antebrazo me detuvo abruptamente. Ese líquido tan excitante me recorrió cubriendo todos mis sentidos. Con el corazón martilleando, volteé.

—¿Qué? —pregunté con voz dura. No estaba enojada con él, en realidad conmigo y con lo poco racional que era cuando lo tenía tan cerca.

—¿A dónde ibas? —Quiso saber, con una sonrisa conciliadora. Señalé mi destino con la barbilla. Asintió comprendiendo—. ¿Permitirías que te acompañara como compañero de proyecto? —Su tono logró sacarme una sonrisa.

—Si eso quieres, «compañero».

Caminó a mi lado sin decir más. La fila era larga, aun así, no se movió ni un momento. Los baños de mujeres y hombres estaban uno junto al otro, por lo que éramos muchos aguardando nuestro turno.

En silencio, noté cómo las chicas lo miraban, entre asombradas y fascinadas, mientras que los chicos lo hacían con una mezcla de envidia y miedo. Lo cierto es que él no parecía percatarse de ello. Me veía de vez en vez como asegurándose de que siguiera ahí, y luego dejaba volar su atención por la fiesta y por todo el amplio perímetro, supuse que buscando a la mujer que había logrado enamorarlo y que probablemente nunca sabría que lo había hecho. La odié, fuera quien fuera, ya la odiaba de una forma escalofriante.

Mi celular comenzó a vibrar dentro de mi bolso. Lo saqué y resoplé al ver el nombre en la pantalla. Luca me observó, atento. Contesté con la vista fija en su iris.

—¿Qué pasa?

—¿Todo bien? ¿Dónde estás? —Puse los ojos en blanco mientras Luca parecía estudiar cada facción de mi rostro.

—Sí, estoy bien, me encontré a… alguien. No tardo.

—¿A quién? —preguntó molesto, parecía que se había apartado de la música porque identifiqué su tono posesivo de inmediato. Luca enarcó una ceja como si estuviera esperando a que respondiera aquella pregunta que era imposible que hubiera escuchado.

—Gael, basta, tengo amigos. En un rato regreso, disfruta la fiesta. —Y colgué. Luca sonrió. Guardé el celular refunfuñando.

—¿Amigos? —lo decía divertido. Entorné los ojos.

—Perdón, tienes razón, le debí de haber dicho que «compañeros de proyecto». —Lo último lo entrecomillé con mis dedos.

Ante mis palabras, no pudo más y soltó una sonora carcajada. Me quedé pasmada, ahí, en la fila, contemplando ese gesto que jamás le había visto. Lo hacía con una gracia poco usual, parecía más accesible y joven.

—Veo que te resulto cómica —murmuré. Negó, ahora sonriendo mientras todas las chicas alrededor aguantaban la respiración ante el espectáculo.

—Cómica no, increíblemente imposible, la verdad es que Gael comienza a simpatizarme.

—Pues a mí todo lo contrario, al igual que tú. Ambos son… —Negué molesta sin poder concluir la frase, sacudiendo las manos y la cabeza, exasperada. Volvió a endurecer sus facciones.

—Sara, aunque compartimos cosas que ni te imaginas, no somos lo mismo —zanjó sin dudar.

Parpadeé ante su evidente enojo, además, no comprendía ni pizca de su nuevo comentario, para variar. Lo ignoré.

Cinco minutos después logré entrar al sanitario. Luca aún continuaba serio, aunque a mi lado. Cuando salí me esperaba a unos metros.

—Me voy con los demás… —musité cansada de todo aquello. Él asintió caminando junto a mí.

Cuando di con ellos, se alejó sin decir nada. Observé su ancha espalda desaparecer entre la gente. Moría por tocarlo, por sentir su aliento tan cerca como había sentido el de Gael. Quería enredar mis manos en su cabello y descubrir lo que había en su cabeza, pero tal parecía que eso no ocurriría y debía entenderlo de una vez.

Suspiré resignada y avancé. ¿Por qué sus actitudes eran siempre tan confusas? La verdad es que me hacían sentir insegura y con la certeza de que me perdía de algo… o de mucho.

Gael, por su actitud, me dejó ver que había estado esperándome. Le sonreí apenas, pero integrándome a la conversación de los demás. Cuando ya no pudo más, se acercó un poco más relajado.

—¿Vamos? —Señaló la pista. Busqué un poco de apoyo en Romina, pero la muy sinvergüenza fingió demencia y desapareció de inmediato. ¡Ah, pero ésta me la cobraría!

La música electrónica estaba en su apogeo, por lo que bailamos sin tener contacto, y si lo buscaba, yo lo evadía sin dudarlo. Una hora después se fueron uniendo los demás, hasta que todos estábamos ahí. Cantábamos y brincábamos sin parar, riendo.

Ya casi era medianoche, el calor era sofocante y yo con mi escaso metro sesenta y siete no era la que más acceso al aire tenía, aun así, la estaba pasando genial. Bailar liberaba un poco de las emociones, cosa que al parecer necesitaba con urgencia porque no deseaba parar.

Un tipo corpulento, ubicado detrás de Gael lo empujó hacia mí. Él me sujetó de ambos brazos logrando que ninguno de los dos cayéramos. Mi amigo se molestó de inmediato, por lo que lo miró desafiante.

No tenía ni idea de quién era el chico, lo que era evidente es que era mucho más fuerte que mi amigo y que cualquiera de los que estaban a mi alrededor, y peor aún… no iba solo. Al notar el aire retador de Gael, cinco garrochones más nos escrutaron amenazantes.

Resoplé. Gael se dio cuenta de su poca ventaja y decidió ignorarlos.

Entorné los ojos, me sentía molesta, fue un simple empujón, por qué exagerar. Ese tipo de actitudes solían acarrear problemas, lo mejor era alejarnos. Justo cuando iba a dejarlo ahí, en medio de los demás, el ambiente se tornó extraño, cargado de algo que no me hacía sentir segura.

No puedo describir qué era, supongo que la sensación de peligro se podía oler. Mis manos comenzaron a sudar, yo los tenía de frente y comprendí por sus gestos que no se quedarían así las cosas.

Me di la media vuelta, nerviosa, con la intención de jalar a Romina cuando ésta salió proyectada hacia adelante, gracias a uno de ellos, lo que provocó que callera de rodillas en lo que quedaba de pasto. Gemí asombrada, buscando acercarme, pero éramos muchos moviéndonos.

Nuestros amigos voltearon furiosos. Los seis grandulones los miraron desafiantes, cuando volteé a mi espalda, otros dos, junto con un par de chicas que también parecían molestas y físicamente no se quedaban atrás. ¡Dios! Debían de tener más de veinte años y no parecían encajar en el lugar en lo absoluto. Debíamos salir de ahí, ¡ya!

Uno de ellos, el que empezó todo, aventó fuertemente a Gael. Asustada, seguí intentado llegar a Romina, pero los gritos comenzaron y la perdí de vista, un segundo después todo se volvió una absoluta locura; aventones y golpes por doquier. Con el corazón desbocado, busqué pasar, pero sólo recibía empujones que me hacían retroceder.

Gemí desesperada observando con histeria lo que ocurría, esos tipos estaban locos, estaban fuera de control, la violencia en sus movimientos me tenía aún más trastornada, ver cómo golpeaban a chicos con los que convivía a diario me generó mucha ira.

Un codo grueso se estampó en mi quijada provocándome un dolor lacerante, me tambaleé desorientada y, casi al mismo tiempo, algo puntiagudo y frío se clavó profundamente en mi costado izquierdo debajo de mi pecho, justo a la altura del pulmón.

Abrí los ojos llena de pánico. Quise gritar con todas mis fuerzas, no pude, sólo me doblé sobre mí misma, jadeando.

Respirar comenzó a ser imposible, me quemaba por dentro, ardía. Gemí poniendo la mano ahí, dónde me hirieron. Caí de rodillas sobre el pasto y la tierra, necesitaba pedir ayuda, pero de mi boca no salía ni una palabra, me ahogaba.

Las personas que iban y venían no se fijaban, me golpeaban sin cesar con sus pies. Con lágrimas en los ojos los cerré, un hilo de voz emergió, pero no era suficiente, lo intenté de nuevo, nada. Moriría ahí, aplastada, desangrada y no quería, ¡no quería!

Lloriqueos, groserías, gritos, personas corriendo sin control, empujones, golpes, quejidos, pero yo ya no podía ser consciente de nada. Dios, dolía muchísimo. Bajé el rostro, transpirando de forma anormal, un líquido oscuro manchaba mi blusa, mi mano. Abrí los ojos comprendiendo que no saldría de ahí.

Ir a la siguiente página

Report Page