Luna

Luna


Capítulo 10

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El sonido de mi celular me despertó. Me tallé los ojos, cansada, era como si hubiese estado haciendo deporte hasta desfallecer. Mis músculos estaban engarrotados y mis párpados pesaban, eso sin contar lo vidrioso que sentía el globo ocular. Deseaba dormir varias horas más.

Busqué con la mirada al responsable de que ya no pudiese seguir sumergida en el sueño, no tenía idea de dónde lo había dejado. Peiné mi habitación, entornando los ojos, ¿dónde diablos estaba?

Mi atuendo de la noche anterior sobre el sillón captó toda mi atención. De inmediato me incorporé levantando mi blusa de la piyama con manos temblorosas. Una cicatriz muy pequeña levemente irritada estaba ahí, justo donde me habían encajado aquella navaja. Mi pulso se disparó de nuevo. Pestañeé varias veces, intentado acomodar algo de toda esa locura en mi cabeza.

La observé fijamente como esperando obtener respuestas. No lo había soñado, todo había sucedido. No me moví por varios segundos, iba llenando mi memoria con cada recuerdo. Cerré los ojos apretando uno de mis puños con la colcha.

Me hirieron, iba a morir. Luca me sacó de aquella fiesta, me había llevado a su auto sin que pudiera siquiera registrarlo, me había salvado la vida de… de esa manera irreal, extraña, y después fuimos a su casa. Ése era un resumen realmente aterrador.

Vi el piquete en mi brazo, me habían hecho una transfusión. Pasé un dedo sobre ese lugar, suspirando. ¿Qué fue todo eso? ¿Qué? La ansiedad me envolvía nuevamente. Y es que quién puede despertar de pronto en su cama asumiendo que algo como lo ocurrido horas atrás pudiese haber sido real. Era imposible, sin embargo, estaba segura de que mi mente no inventaba nada, así como las huellas de mi cuerpo debido a lo acontecido.

Lo evoqué justo en ese instante. Sus ojos tan claros que casi no se podían distinguir del globo ocular, su rostro fiero, decidido, agotado. Su forma de moverse, la manera en la que me cargó, no supe cuántas veces, su presencia en mi recámara, su íntima cercanía al final y su desaparición, por último.

¡Dios! Me cubrí el rostro con las manos.

Los detalles comenzaron a presentarse, uno tras otro sin detenerse. Evidentemente no era normal, él no lo era… Sacudí la cabeza intentando pensar con coherencia. Alguna explicación lógica debía de tener todo aquello. Busqué en mi mente, llena de ansiedad, una pista, lo que fuera, lo cierto es que no podía justificar lo descubierto el día anterior. Nada parecía tener una razón, por lo menos no humana.

Un temblor atravesó mi cuerpo, acompañado de un sudor frío que me dejó peor.

¿Qué era Luca?

Y una pregunta aún más aterradora me noqueó: ¿eso cambiaría lo que sentía por él? Lo dudaba, por tanto, ya me sentía una demente, una de marca mundial.

Me dejé caer de nuevo sobre mis almohadas. Era una inconsciente, mi padre tenía razón: no era confiable en mis juicios. Debería estar preocupada por millones de cosas más que el simple hecho de mis sentimientos por él.

¡Agh!

Cerré los ojos abrazando uno de mis cojines con fuerza, abrumada, muy asustada. ¿Cómo acomodar todo aquello en mi realidad, esa que nunca había contemplado que le pudiese ocurrir algo siquiera similar?

Lo único que sentía seguro era que él era bueno, no podía ser de otra manera. Me había salvado la vida, me había regresado a casa tal como había prometido, me había tratado con cautela, con cuidado. No podía ser algo «perverso», Luca no.

—¿Sara? —Era Bea, tocaba desde adentro del baño. Su voz me sacó de la ansiedad que experimentaba.

Me levanté con cuidado, midiendo mi energía, me sentía mucho mejor indudablemente, pero no como solía. Abrí la puerta. Su cabello rizado y rubio estaba enmarañado alrededor de su rostro. Un nudo en el estómago me tomó por sorpresa, si Luca no hubiera aparecido yo jamás la hubiera vuelto a ver.

—¿Estás bien? —me preguntó extrañada ante mi actitud. Asentí abrazándola por impulso. Unas ganas infinitas de llorar aparecieron de nuevo; al parecer me encontraba muy sensible, supongo que ver la muerte tan cerca cambia cosas en el interior de las personas, por lo menos eso sentía. La quería muchísimo y me ardía el pecho sólo de pensar que si no sucede aquello no la tendría ahí, conmigo.

—Sí. —Me rodeó con sus delgados brazos, recargando su cabeza en mi hombro. Tenerla tan cerca sólo logró que sintiera un enorme agradecimiento hacia él, y decidí que fuera lo que fuera y descubriera lo que descubriera, jamás se lo diría a nadie, nunca, no después de la oportunidad que me brindó.

—¿No vas a contestar el celular? —preguntó todavía recargada contra mi cuerpo. Me separé de ella, sonriendo. Lo había olvidado. Fui hasta mi bolso, esperando que ahí se encontrara, al verlo dentro, sonreí relajándome un poco. Era Romina, ya había colgado—. ¿Qué te pasó en la cara? —Quiso saber desde el baño, mirándome con atención.

Coloqué una mano sobre mi mandíbula, no recordaba el pequeño hematoma.

—Unos chicos se pelearon en la fiesta y me dieron un codazo —me quejé. Se acercó de inmediato a mí para observar el golpe.

—¿Te duele? —Deseó saber, por lo que pasó un dedo por la zona.

—No —acepté sonriendo para tranquilizarla, parecía alarmada, pero yo me sentía muy feliz de tenerla frente a mí.

—Papá se va a enojar cuando te vea eso, Sara.

—Lo sé, intentaré explicarle, tú no te preocupes —prometí con suavidad. El cansancio regresó con mayor fuerza, a manera de mareo, mi cuerpo pedía a gritos descanso. Me senté en la cama sin hacer mucho aspaviento. Se colocó a mi lado, estudiándome.

—Te ves un poco pálida, ¿segura que estás bien? —preguntó, evaluándome. Despeiné sus rizos con una mano, le saqué la lengua, ella correspondió como siempre, un minuto después reíamos por nuestras tonterías.

Mi celular volvió a sonar, lo tenía en las manos. Era Romina, lo supe aun sin ver la pantalla.

—Contéstale, si no va a llamar a la casa. Yo voy por un ungüento para tu golpe —anunció con frescura. Le guiñé un ojo y contesté.

—Hola.

—¿Hola? ¿Por qué no respondes? —rugió. De acuerdo, estaba histérica, comprendí. Ya sabía que ésa sería su reacción. Me recosté, resoplando. En serio necesitaba dormir nuevamente, además, mi cabeza no paraba de pensar en todo lo ocurrido, aunque en medio de esa cotidianidad podía incluso sentir que no había pasado.

—Porque no lo escuché.

—¡Me debes una reseña completa! No puedo creer que Luca te haya sacado de la fiesta. ¡Dios! ¡Guau! —gritó excitada.

—Romina, te perdí de vista, lamento haberme marchado de ahí, todo pasó muy rápido.

—Nada… A esos estúpidos los detuvieron. ¿Sabes que a eso se dedican? A ir a fiestas a robar y generar caos como el de ayer. Gracias a ellos tendré unas hermosas cicatrices en las rodillas. Tarados, idiotas. Y tú, ¿todo bien? —preguntó después de su letanía. Suspiré con la mirada perdida. Hablaba rapidísimo y mi retención no daba para tanto en ese momento.

—Me dieron un golpe en la quijada, nada de cuidado.

—Dios. ¿Cómo existe gente así? Pero, dime, ¿por qué te llevó a su casa? Te busqué como loca hasta que Florencia me detuvo alejándome de ahí. Cuando le dije que no te encontraba, me contó que Luca te había sacado del lugar. ¡Qué suerte tienes!

—Estaba muy asustada, el golpe me aturdió.

—Sí, yo también. ¿Sabes? Un par de chicos salieron heridos, esos imbéciles llevaban navajas.

—Lo sé —susurré cerrando los ojos con fuerza, un calambre recorrió mi columna vertebral.

—Gael tiene un ojo morado y un par de dedos rotos… Los demás deben encontrarse en sus casas bastante adoloridos.

—No vuelvo a ir a una fiesta.

—¡Bromeas! Es como quien choca y no vuelve a conducir, es absurdo… Además, no te quejes, tuviste a tu propio ángel de la guarda. Es más, ¿vas a estar ahí por la tarde?

—Sí.

—Iré a comer, avísale a Gabriele, así yo le cuento todo lo que sucedió porque seguramente no le gustará verte esa marca en el rostro, ya lo conoces.

—De acuerdo, te veo en un rato.

—Ve repasando todo, porque quiero detalles, ¿comprendes?

Al colgar me acurruqué pensativa, perdida en la nada. Necesitaba verlo, necesitaba saber que no estaba empezando a perder la cordura. Tenía miedo y a la vez ansiedad, sentía miles de emociones revueltas y no lograba acomodar ninguna.

Bea apareció con mi padre detrás, muy serio. Me incorporé de inmediato. Moría por esconderme en su pecho, rodearlo tan fuerte que nada pudiera diferenciarnos. Me contuve. Sólo lo observé desde mi posición, aguardando.

Se detuvo frente a mí, cruzándose de brazos. Me evaluó cuidadosamente, enseguida notó mi moretón. Llené de aire mis pulmones, lista para lo que vendría.

—¿Qué fue lo que sucedió, Sara? —preguntó, contenido.

Me encogí de hombros, estaba preparada para una regañina. Pero lo cierto es que en esta ocasión no me importaba. El día anterior había tenido la certeza de que no volvería a verlo y tenerlo en ese momento frente a mí, aunque estuviera molesto como siempre, no me irritaba, sino todo lo contrario.

—Hubo una pelea —susurré con suavidad. Frunció el ceño—. Unos chicos que al parecer se escabullen en fiestas para robar y causar destrozos, lo hicieron en ésta y se armó un gran alboroto —le expliqué. Se acercó a mí y levantó mi mentón con su mano.

—¿Cómo te hiciste eso?

—Un codazo, no supe de quién —musité sin dejar de verlo fijamente. Me soltó despacio, asintiendo, apretando la quijada. Leí una ira desconocida en sus ojos.

—¿Segura? —No entendí a qué venía esa pregunta. Volví a afirmar.

—Romina vendrá a comer, te lo puede confirmar, ella misma cayó de rodillas y dice que le quedarán cicatrices.

—De acuerdo, ponte el ungüento que Bea te trajo…

—Sí, papá. —Mi hermana se acercó a mí abriendo el pequeño frasco. Cuando mi padre ya casi estaba en la puerta, se giró.

—Y quédate en la cama, no me gusta nada la cara que traes, estás muy pálida. No debiste salir ayer después de la fiebre del otro día —declaró.

Después de ingerir el desayuno que me subieron, pues mi padre se tomaba muy en serio sus órdenes, volví a perderme en la inconsciencia casi sin percatarme, ni siquiera el agobio que experimentaba lo pudo evitar.

—¿Sara? —Desperté al escucharla casi sobre mi oreja—. Qué mala anfitriona eres, te dije que vendría a comer. —Era Romina, ya se sentaba sobre mi cama. Me incorporé aún somnolienta, sintiéndome mejor que hacía unas horas.

—Lo siento, me quedé dormida… —murmuré, tallándome los ojos. Lucía tan fresca como siempre, aunque sin maquillaje y enfundada en un conjunto deportivo.

—Ya le conté a tu padre todo lo que sucedió ayer. Está furioso y la verdad es que tiene razón, no puede ser que ocurran estas cosas, alguien pudo haber muerto. —Pasé saliva, asintiendo. Ese alguien, de no ser por Luca, hubiera sido yo—. Por cierto, tú no traes buena cara —admitió levantando una ceja.

—Creo que aún no me repongo de la fiebre del otro día. Mañana ya estaré bien.

—Gabriele me va a hacer los macarrones con queso que tanto me gustan, así que tenemos tiempo. —Se acomodó a mi lado, mirándome—. Cuéntamelo todo…

Le narré cómo me había caído, omitiendo lo de la navaja, claro, y que Luca me había sacado de ahí al ver que me habían golpeado y que estaba a punto de ser pisoteada.

—¿Pero eso fue todo? ¿No hablaron? ¿Qué te decía? —insistió. Ya estaba de nuevo frente a mí moviendo el colchón con sus brincos de excitación. Dios, era imparable y yo no estaba para eso, aunque le agradecía su visita, pues me hacía sentir normal en medio de todo aquello que no tenía respuestas, me abrumaba.

—Romina, él es mi compañero de equipo, no somos amigos. Se portó muy bien, atento, nada más. Agradezco lo que hizo, pero lamento desilusionarte, Luca no es muy comunicativo… Créeme.

Frunció la boca, decepcionada.

—Dios, qué chasco, pensé que, no sé, se habrían hecho amigos… —refunfuñó. Dediqué mi atención al ventanal, negando. Ahora entendía por qué me había alejado una y otra vez, por qué no permitía que nuestra relación avanzara. Él no era lo que todos creían.

Comprenderlo comprimió mi pecho tanto que sin darme cuenta coloqué una mano sobre él.

—Es que son tan guapos. Hugo ayer ayudó a salir a varios de la pelea, junto con Florencia. Y llamó a la policía en cuanto vio que todo comenzó. —Enarqué las cejas, asombrada, a él no lo había visto el día anterior—. Gael es el que se fue furioso. Primero por la golpiza y luego por saber que te habías ido con Luca.

—Si él no hubiera respondido y nos hubiéramos alejado, probablemente todo hubiera sido distinto. —Mi voz estaba cargada de amargura, después de todo había estado a punto de morir, pensé, ya no muy convencida de eso, de nada en realidad.

Me miró arrugando la frente.

—Sara, esos chicos de todos modos a eso iban.

—Lo sé, pero siente que debe protegerme, que debe mostrarse muy «hombre» cuando estoy ahí. Cuando nos aventaron giró hacia ellos decidido a mostrar sus habilidades de macho, obviamente al ver su tamaño decidió dejarlo pasar. Así comenzó todo —le narré. Mi amiga me escuchó asombrada—. Es muy posesivo, Romina, y no me gusta. Al terminar la fiesta se lo iba a dejar claro, ya no saldríamos más —lo último fue más un susurro.

—Me he dado cuenta de ambas cosas —admitió sonriendo con complicidad—. No te preocupes, Sara, ya habrá alguien que te haga perder la cabeza.

Cuando anocheció y Romina ya se había ido, me di un baño y regresé a mi cama.

—¿Cómo te sientes? —Era papá desde la puerta. En todo el día no se había acercado, sin embargo, notaba su preocupación, cuestión que me reconfortaba, aunque lo cierto es que me hubiera gustado sentirlo. Mi cabeza era un huracán y mi corazón también. Estaba tan perdida, asustada y muy confundida.

—Mejor… —musité casi dormida. Asintió serio.

—Si mañana no te sientes bien, no irás al colegio. Descansa. —Cerró la puerta sin esperar mi respuesta.

Me giré al lado contario, fijando mi mirada en algún punto en la oscuridad. Evidentemente, la avalancha de preguntas regresó, pero ahora con mayor rudeza. ¿Dónde estaría en ese momento? ¿De verdad contestaría todas mis preguntas? ¿Sentiría algo por mí?

Sacudí la cabeza, decidí tomar mi reproductor y ponerlo a todo volumen. Ya no quería pensar, no estaba llegando a ningún lado.

A la mañana siguiente, salí despavorida, si no me apuraba no llegaría, desayuné casi de pie, dando brinquitos. Al salir, él estaba ahí, de pie afuera de su camioneta. Me detuve con el durazno aún en la boca, nerviosa.

No se movió, sólo permaneció en su sitio, tenso. Aún estaba oscuro, pero lo pude distinguir sin problemas. Me daba tiempo, comprendí por su mirada. Su cabello húmedo, su desgarbo habitual, sus manos dentro de los bolsillos de los jeans. Era hermoso, admití.

Despertaba tantas cosas en mí que no tenía idea de cómo manejarlas para que no me dominaran. Caminé hasta él, despacio, cuando lo tuve a menos de un metro paré.

—Estás mejor —murmuró inspeccionándome con una ternura tan irreal que dudé que fuera cierta. Sonreí apenas, sin dejar de verlo.

—¿Qué haces aquí? —musité nerviosa, con la fruta en la mano, con la mochila en el hombro, con la respiración entrecortada. No sabía qué sentir, lo cierto es que tenerlo enfrente no generaba miedo, como sentí que sucedería el día anterior.

Sonrió, mostrando sus dientes blancos. Su cabello rizado se movía al mismo tiempo que él. Me humedecí los labios, atolondrada. Por instinto le di una mordida al durazno antes de hacer alguna tontería y es que me fascinaba pese a no tener idea de lo que era, de quién era.

—¿De verdad no lo sabes? —refutó con suavidad, mirándome tan fijamente que sólo atiné a negar, masticando despacio, un poco aturdida. Torció sus bellos labios, algo lo divertía y lo ponía nervioso a la vez—. Sara, por mucho que he hecho, no logro conseguir sacarte de aquí. —Señaló su cabeza con una de las manos.

Bien, mi corazón dejó de caminar, así, simplemente se detuvo y un segundo después, decidió que era mejor salir brincando de mi pecho. Mis manos temblaron y una sensación cálida me embargó. Me pasé el bocado, casi atragantándome.

—¿Por eso me… salvaste? —inquirí asombrada, seguramente con las mejillas bien coloradas porque sentía mi piel hervir.

—Sí —aceptó con culpa.

De lejos, si nos veía cualquiera al pasar, sólo miraría a un par de adolescentes conversando, quizá nerviosos, pero nunca darían con todo lo que estaba ocurriendo en realidad, lo que se escondía tras esa fachada que mantenía, que cuidaba con recelo.

—¿Si hubiera sido otra persona, también lo hubieras hecho? —pregunté. Negó serio. Sentí un nudo en la garganta. Callé por varios segundos, asimilando todo aquello—. Luca. Yo. Esto es demasiado y… no sé qué decir.

—Lo sé. —Su voz sonaba apagada, sin vida. El amanecer pronto llegaría, debía irme, pero no podía moverme siquiera—. Sólo vine a cerciorarme de que te encontraras mejor y a decirte que si quieres que me aleje definitivamente de ti lo haré, sin explicaciones, sin nada, sólo dilo y lo haré —declaró con seguridad. Fue evidente cómo cada palabra que articulaba destilaba frustración y también tristeza.

Me mordí el labio. Debía decirle que eso era lo mejor, que debía desaparecer de mi vida… pero dolía siquiera contemplarlo como una posibilidad, pese al miedo que se arremolinaba en la boca de mi estómago.

—No, Luca… Yo, sólo dame tiempo —murmuré nerviosa con la sola idea de no volver a verlo.

—Estaré aquí mientras tú así lo quieras —susurró con esa voz que me envolvía.

—Escucha, estoy asustada y… confundida. No comprendo nada, no sé si quiero hacerlo —confesé. Se acercó a mí lentamente, sin tocarme, sólo mirándome como si presenciara algo que jamás creyó ver. Pasé saliva abriendo mis ojos de par en par, expectante.

—Sara, te salvé porque ya no imagino mi existencia sin la tuya, pero eso no te obliga a nada conmigo, ¿comprendes? —admitió despacio. Asentí apenas, su aliento se colaba en mi sistema, tan fresco, tan suyo—. Nunca te haré daño, antes dejaría mi vida. No tengas miedo de mí. Sin embargo, espero que lo que decidas al final sea alejarte. —Se sinceró sin dar un paso atrás, ahí, a un beso de distancia.

Fruncí el ceño, perdida, repentinamente muy alterada por su declaración, mi cuerpo despertó de forma abrupta ante esas palabras.

Dios, yo era esa chica a la que se refería en nuestras conversaciones, esa que odiaba. No lo podía creer, sin embargo, sabía que era real, yo era esa a quien no se acercaría.

—No entiendo, ¿alejarme? —refuté, ya completamente impregnada de su olor a hierbabuena y menta.

—Es lo mejor —aseguró afligido. Envalentonada me acerqué un poco más, ahora sólo un par de centímetros nos separaban. Dejó de respirar y su iris clareó de forma dramática, pero ni eso me detuvo, bajó su cuello para verme, pese a que eso lo ponía nervioso.

—Me esperas aquí, de madrugada, me salvas la vida de una forma antinatural, me confiesas que lo hiciste porque sientes algo por mí y… ¿me pides que me aleje? —pregunté irritada.

—Sí… —respondió sin dudar, sosteniendo mi mirada, serio.

—Eres increíble, Luca, de verdad que sí. Por favor, no vuelvas a aparecerte por aquí hasta que cambies de opinión.

—No lo haré, tu vida va en ello —aseguró, retrocediendo.

¡Agh!

—¿Mi vida? Si tú mismo la salvaste. —Le hice ver exasperada, deseando gritar, golpearlo, hacer algo, lo que fuera, no susurrar iracunda por ello, me contuve. Debía irme o no llegaría.

—Eso fue diferente…

—No sé quién eres y mucho menos qué eres, lo cierto es que soy tan estúpida como para que no me importe —confesé ya desbordada, importándome muy poco mostrarme ante él. Las lágrimas salieron sin poder contenerlas, otra vez, la situación me tenía fuera de control y yo parecía una llorona descontrolada. Pero no me importaba, no en ese momento, no teniéndolo enfrente, así, decidido a alejarse sin darme la oportunidad de procesar todo, de elegir. —Continué—.Tú también me importas, ¿no comprendes que por alguna extraña razón que no entiendo, a lo largo de todas estas semanas, de nuestras conversaciones, me enamoré de ti? —declaré sin vergüenza.

Su mirada fue algo que habría deseado siempre conservar. Parecía aturdido, conmovido y, a la vez, asombrado.

—Sara… —Su voz encerraba una agonía dolorosa, llena de desesperación, de ansiedad.

—Vete, debo llegar a la escuela y no te preocupes, a nadie le diré nada. Haré como si todo esto hubiese sido un sueño.

Me giré para subirme al auto, temblorosa.

—Sé que cuento con tu discreción y no tienes idea de cómo me gustaría que las cosas fueran diferentes, pero no lo son. Sé que con el tiempo lo entenderás.

No volteé, metí mis cosas y encendí el motor, al ver por el retrovisor noté que ya no estaba. Dejé salir un suspiro que en realidad parecía un llanto ahogado.

Conduje intentando poner atención a lo que hacía, no deseaba tener un accidente, no otro. Lo cierto es que mientras serpenteaba las calles comprendí que mi actitud no era objetiva, Luca escondía algo grande, muy grande, y era evidente que eso, o lo que él era en sí, no daba lugar a que surgiera algo entre nosotros.

No era rechazo, era miedo. Luca estaba haciendo lo correcto, entendí casi al llegar, y era lo suficientemente capaz de hacer a un lado sus sentimientos en aras de mi seguridad.

Sonreí afligida. Me estacioné. Descubrir eso sólo logró que lo ansiara más.

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