Luna

Luna


Capítulo 29

Página 32 de 35

En el segundo receso, en la cafetería, le pedí a Romina que me acompañara con el director. Gael me ignoró deliberadamente, desviando la vista para no enfrentarme. No supe si reír o entornar los ojos.

—Pobre Gael, creo que nunca te superará —dijo ella, mientras caminaba a mi lado.

—No tiene opción —repliqué sin desear hablar sobre ello.

—Ya sé que no te gusta que te lo diga, Sara, pero es que creo que tú y Luca deben darse un poco de espacio.

—Lo sé, pero me gusta estar con él —expliqué, arrugando la comisura de mis ojos, mostrando los dientes. Sonrió negando.

—Eso queda muy claro y no te lo digo para que te molestes, es en serio. Es más, sé que él irá a Vancouver.

Viré atónita.

—Ves, con tu mirada lo ratificas. Algo sucede entre ustedes que no me acaba de cuadrar. No es normal ver a chicos de nuestra edad tener una relación como la que tienen. Él parece ser todo lo que tú necesitas y viceversa. ¿No te has fijado que ni siquiera nota a los demás? Te apuesto que no conoce los nombres de la mayoría de las personas con las que convive diario. ¡Ah!, pero si se trata de ti, parece ser capaz de todo.

No necesitaba eso, no ese día en el que justamente todo lo que éramos me atormentaba más de la cuenta. Que me lo dijera con esa claridad, sólo ayudaba a ponerme peor con respecto a lo que compartíamos que, era consciente, no tenía nada de normal, como bien decía Romina, pero que era mi realidad y mi verdad.

Agobiada por haber encontrado, sin proponérmelo, eco a mis pensamientos, seguí caminando, fingiendo no ponerle atención. Sin embargo, sus palabras eran ciertas y no tenía una explicación para todo aquello; por otro lado, estaban calando hondo sin poder evitarlo, dejando algo incómodo instaurado en mi pecho, que ya de por sí estaba pasando por un momento no tan agradable.

—Romina, Luca es muy importante para mí —refuté, ya casi llegando a la coordinación. Me tomó del brazo. Su mirada era suspicaz y expectante.

—Si no quieres, no me digas lo que sucede. Yo no puedo quejarme, conmigo eres la misma de siempre, sólo que eres más segura y que eso se lo debemos a que estás con él. No me cae mal, lo aprecio porque sé que te quiere, lo veo en cómo te contempla, cómo te toca. Es como si fueses un milagro en su vida. Sin embargo, no puedo dejar de preocuparme. Tú no has tenido más relaciones, otras experiencias y me da miedo que cometas algún error. Eres tímida y fácilmente te encierras en ti misma, eso a su lado se acentuará. ¿Y qué pasará con el tiempo, Sara? No harás más amigos porque simplemente nada te importa tanto como él, tu mundo se reducirá a Luca. ¿Eso quieres? —me cuestionó.

¡No quería seguir escuchándola! No cuando eso me agobiaba tanto que lo había mantenido oculto en mí, encerrándolo una y otra vez cuando pretendía sin permiso. ¿Cómo lidiar con mis dos realidades, conmigo en medio de ambas?

Mi respiración se ralentizó, sentía el pecho comprimido, mis palmas sudorosas. Quería llorar, ésa era la única verdad, porque todo lo que sucedía encerraba cosas que había deseado no mirar.

—Romina, ¿por qué me dices todo esto ahora? —Quise saber, conteniendo el impulso de alejarme sin voltear.

—Porque eres mi mejor amiga, la hermana que nunca he tenido y veo que tú y él… ¡Dios!, no sé cómo decirlo… Se funden cada día más.

No pude moverme al escucharla. Mi labio inferior tembló.

—¿Fundirnos? —repetí evocando lo que significaba para ellos esa palabra.

—Sí, se funden; como el caramelo cuando está hirviendo. Como el chocolate. Coloca dos trozos en una cacerola a fuego lento y se funden, eso es lo que ustedes están haciendo y tengo que confesarte que me asusta que pueda tener repercusiones. Un hijo, por ejemplo, sería terrible —dramatizó.

Se refería a ese tipo de «fundición», comprendí.

—Eso no pasará —aseguré entendiendo de pronto que, de continuar juntos, nunca ocurriría en mi vida. De nuevo sentía el peso de mis decisiones, de la verdad.

La secretaria de la dirección, una mujer mayor y de rostro duro, me observó interrogante. Le comenté mi situación y marcó un número por el conmutador.

—Puedes pasar —anunció, regresando de inmediato a su computadora.

Entré con cautela, nunca había ido allí. El director se hallaba detrás de un escritorio tecleando algo en su computadora personal. En cuanto estuve dentro, me señaló una silla. Me senté esperando. Ya lo conocía, sin embargo, nunca había tenido que hablar con él por algo.

—Señorita, ¿qué se le ofrece? —me preguntó cerrando la pantalla y mirándome detrás de sus enormes lentes. Era canoso y no tenía mucho pelo en la base de la cabeza, por lo que la luz del techo se reflejaba en su cuero cabelludo como si brillase. Tenía unos sesenta años y contaba con facciones suaves y agradables. Le relaté mi situación, la escuchó atento y con las manos entrelazadas. Cuando terminé, permaneció varios segundos en silencio.

—Señorita… —Elevó los ojos para que yo completara la frase.

—Sara —articulé arrugando los bordes de mi mochila. Sonrió.

—Sara, diez días de ausencia en esta institución es mucho tiempo, más aún si tu promedio es tan importante. Yo no puedo exigir a los maestros que cubran las faltas, son las políticas y el alumnado lo sabe. Tampoco puedo ordenar que te permitan reponer lo que no harás esos días. Así que es tu decisión arriesgarte.

Resoplé frustrada, no me estaba ayudando. Sonrió de nuevo al ver mi gesto.

—Si fuera tú, esperaría a ver la nieve hasta estar en la universidad, es el último semestre. No considero que sea el momento adecuado para esto —anunció, recargándose en su asiento, comprensivo.

—Entonces, si yo hablo con ellos, quizá…

—Lo dudo, menos por la etapa en la que se encuentra. Como te dije, yo no puedo intervenir en los criterios de los maestros, aunque por las faltas innegablemente te verás un poco afectada, cosa que en otra situación no importaría, pero que, en su caso particular, supongo que sí. Escucha, Sara, una beca de esa índole no es fácil de lograr, de hecho, te extiendo mis felicitaciones y reconocimiento por ello, es un orgullo tener chicas como tú en la institución. Yo no la pondría en juego.

Asentí mirando atenta mis botas cafés, mal amarradas para variar. Unos segundos después de agradecerle su tiempo, salí pensativa. Conseguir la beca había sido mi meta, lo que me mantuvo en pie durante tres años, no la perdería, no me lo podía permitir.

—¿Qué pasó? —preguntó Romina, poniéndose en pie al verme.

—No puede ayudarme. El reglamento.

—¿En serio? —musitó afligida. Le conté todo lo que el director me había dicho—. Pero… puedes hablar con los profesores. Intentarlo.

—Sí, lo intentaré. Pero mi promedio es alto, Romina, para esa beca no debo bajarlo —le recordé. Asintió. Caminamos de regreso a la cafetería.

—Te entiendo, te vi quemándote las pestañas lo suficiente como para saber lo que implica para ti ese logro. Total, ese viaje se repetirá. Ni hablar.

Más tarde, saliendo de los vestidores para dirigirme al domo, lo vi, me esperaba como solía. Sonreí complacida, acomodando uno de mis rizos tras la oreja.

—Te ves más tranquila —reconoció contra mis labios, pues en cuanto me tuvo cerca, bajó el rostro para besarme.

—Sí, eso creo —admití, buscando esconder todo lo que dentro de mí iba surgiendo, creciendo, que no me dejaba estar, que se abría espacio de forma vertiginosa, y que odiaba que lo hiciera.

En esa clase, estudié a Luca con detenimiento. No interactuaba con nadie, ni siquiera con Hugo.

La siguiente asignatura era de lo más aburrida. Aunque gracias a mis amigos y a él, se aligeraba. Lo cierto es que de nuevo me encontré evaluándolo. No había interacción alguna, ni siquiera mínima.

Lo entendía. Ellos no debían convivir más de la cuenta con los humanos y Luca ahora era más estricto, pues sabía que, por un lado, me gustaban esos espacios ajenos a él y, por otro, no podía poner en peligro a sus compañeros, ya que ninguno de los zahlandos tenía permitido intimar con nadie de mi planeta y él… ya había roto con creces esa regla. Así que no tenía pensado volver a cometer un error, si eso era lo que había entre él y yo.

Luca cumpliría con sus códigos al pie de la letra, siempre y cuando yo fuera la excepción, mientras durara lo que nos unía, que para mí era más que un simple amor adolescente, y sé que para él también.

Ese calambre que genera la angustia retornó estremeciéndome. ¿A dónde nos llevaría todo eso? Lo que él era, lo que implicaba, nuestras diferencias… mi realidad. Todo se entremezcló de una manera espantosa.

Mi cabeza empezó a hacerse un lío, un lío de verdad.

Fui consciente, de repente, de que había estado intentando todo este tiempo hacer a un lado las inevitables cosas que nos separaban. Aunque tenía información de su planeta y forma de vida, que supuse era lo elemental, no sabía más de Zahlanda y no quería averiguarlo.

Si él y yo continuábamos, sabía que mi vida no iba a ser color de rosa como me empeñaba en pensar; y ésa era la razón por la cual me daba espacios en los que no tuviera nada que ver, porque entendía parte de la esencia humana consiste en socializar, por lo que no quería que yo dejara eso por su culpa, sin embargo, ¿qué pasaría después?

En poco tiempo, por mi carácter un poco introvertido, me reduciría a él, me conocía. Pasaba casi todo mi tiempo a su lado perdiendo de vista a los demás. Muy pronto, dejaría de conocer personas porque su condición no se lo permitía, y eso me detendría. Además, Luca estaba decidiendo ser algo que no era por estar a mi lado; y yo, si avanzábamos como se vaticinaba, habría tenido que renunciar a cosas que jamás me había cuestionado, y que aun en ese momento, siendo consciente de ellas, me pesaba dejar por él.

¿Estaría bien pensar de ese modo?

Mi mente decía no. Mi corazón decía que no le diera tantas vueltas y lo disfrutara. Y esa vitalidad gritaba furiosa que dejara el tema en paz, que no quería estar sin él.

En alguna ocasión, Luca había dicho que el humano era cambiante, voluble, y aunque podía asegurar en ese momento que jamás lo dejaría, la realidad era que no podía garantizarlo, ya que «jamás» es una palabra imposible de asegurar, porque la vida a veces actúa de formas que no se entienden y la pura idea me aterraba.

Él estaba dejando de lado lo que era por mí, su verdadero ser, su esencia, a sus compañeros. ¿Qué pasaría si con el tiempo yo no era lo que él creía? ¿Si las situaciones que nos definían no tenían respuestas como él esperaba? ¿Si algún día llegaba el arrepentimiento de haberse alejado de todo aquello por mí?

Ya no escuchaba lo que ocurría a mi alrededor, sólo podía mirar fijamente el pizarrón donde el maestro garabateaba una pirámide de Maslow. La opresión en el pecho me ahogaba a esas alturas. Decidir lo de Bea había abierto esa grieta que ya no podría cerrar, lo sabía.

¡Dios! No quería acabar lo que teníamos. Adoraba sus brazos alrededor de mi cuerpo, su manera de mirarme, de sonreír, su paciencia y su inteligencia, su carácter decidido, sus palabras, su esencia. Amaba sus labios y me enloquecía su mera presencia, me hacía desear ser mejor de lo que nunca había sido y, desde que había aparecido, mi vida era indudablemente distinta.

Sentía tanto por Luca que no podía permitir que sufriera por mi culpa, por querer permanecer a mi lado rechazando su verdad, lo que era. En algún punto, todo se desmoronaría y no soportaría verlo padecer; quizá habíamos avanzado tanto que ya no había reversa.

Cerré las manos en un puño, sumergida en mis pensamientos inciertos, hirientes pero reales. ¿Era normal sentir con esa intensidad?

No, Luca ya me lo había dicho meses atrás.

El timbre sonó y me sacó del sopor en el que me había enfrascado. Sentí su mano sobre la mía. Giré hacia su rostro perfecto, perdiéndome en cada una de sus asombrosas y únicas facciones. Comprendí que había permitido que las cosas llegaran demasiado lejos para ambos, no podía condenarlo de esa forma, me odiaría, sabía que yo me odiaría, pero lo peor de todo era que tenía una certeza absurda de que no podía vivir sin él, a pesar de ser dolorosamente consciente de todo aquello. No, eso no me gusta tampoco.

¿Estás bien?

Sus ojos eran verde militar, estaba preocupado, probablemente había sido consciente de mi ensimismamiento durante la clase.

Asentí, comenzando a meter mis cosas en la mochila. Me puse de pie mirándolo. Su gesto era de absoluto desconcierto, era evidente, para mí, que quería traspasar mis ojos y encontrar lo que en mi cabeza había, sin embargo, sabía muy bien que no podía pese a que me apresaba en ellos.

Minutos después, me subí a la camioneta en silencio, posando mi atención en los coches que salían de la escuela; chicos de mi edad riendo o poniendo música a todo volumen, viviendo sin preocuparse, con un futuro por delante. Arrancó sin que lo notara.

No habló en todo el camino, pero era consciente de que me observaba sin comprender qué era lo que me ocurría. No era habitual que tuviera ese estado de ánimo; era impulsiva y apasionada, no solía estar taciturna, ausente, al menos no desde que comenzamos ese camino incierto. Tal vez sólo cuando le narré lo de mi madre.

De repente, se detuvo en un lugar que no reconocí, una calle cualquiera, poco transitada. Apagó el motor y observó el exterior, aferrado al volante.

—Necesito saber qué ocurre. Hoy me he sentido a la deriva —confesó con tono ahogado, después de varios minutos. Torcí la boca—. Sara, mírame. —Su voz era profunda e irresistiblemente hermosa. No tuve más remedio y giré. Se veía afligido, confuso—. ¿Qué pasa? —Quiso saber sin rodeos.

Bajé la vista de nuevo hasta mis manos, sudorosas. Ésa era toda una pregunta.

Quería llorar, quería gritar, quería que esa maldita realidad no fuera la nuestra, sino que Luca fuese simplemente un chico normal, por el que perdía la cabeza como cualquier adolescente, y que nuestros problemas fuesen como los de cualquier otro humano. Pero no lo era, y cada vez se alejaba más de lo que sí.

Tomó mi barbilla buscando que de nuevo lo viera. Al sentir su tacto sobre mi piel, aquel decadente líquido comenzó a viajar por todo mi cuerpo como siempre, sólo que ahora era dolorosamente consciente de él. Mi vitalidad se percibía molesta, y abatida a la vez, sumisa a mi sentir, agobiada.

—Lo lamento —musité, observando sus ojos oscuros. Bajó la mano, negando.

—Desde la mañana estás extraña, sin embargo, creí que ya había pasado. Evidentemente me equivoqué.

—No ocurre nada —mentí. ¿Qué podía decirle? Ni siquiera yo sabía bien lo que en mi mente acontecía. Cerró los ojos, recargándose en el respaldo, agotado.

—Aunque parezca que no me importa lo que sucede a mi alrededor, sé que cuando una mujer dice eso… es porque suceden cosas realmente importantes dentro de su cabeza —afirmó, contenido.

Pasé saliva, nerviosa. La situación comenzaba a ser irreal y aunque una parte de mí, la más fuerte, moría por brincar a sus brazos, la otra estaba pasando por una crisis gigante, poderosa, una que estaba taladrando duramente en mi interior.

—Comprendo que no me lo dirás… —inquirió despacio.

Continúe sin verlo.

—Quisiera pasar un rato a mi casa, debo… hacer unas cosas —mentí, lo notó enseguida.

Su cuerpo se tensó ante lo que acababa de decir, supe al mirarlo de reojo. Las tardes las solíamos pasar juntos, salvo situaciones especiales o que estaban fuera de mis manos, pero ese día sabía que necesitaba algo de intimidad. Era urgente, antes de lastimarlo o de decir una tontería.

—Quieres espacio. Sólo debes decirlo. —Su voz sonó neutra, no me mostraba nada de lo que en su interior sucedía, era como si se alejase, como si pusiera distancia.

—Es sólo que…

—Es sólo que algo ocurre y no sabes si decírmelo o no —me interrumpió sin mirarme—. He aprendido a interpretarte. Búscame cuando estés lista.

Enseguida prendió el motor y arrancó. Llegamos quince minutos después, sin embargo, me parecieron dolorosamente eternos. En cuanto se detuvo, abrí la puerta sin dudar, necesitando alejarme de su olor, de su calidez.

¡Dios, qué me estaba ocurriendo!

Sus dedos sujetaron mi antebrazo, impidiendo que bajara. Me atreví a mirarlo, su rostro lucía cansado y desencajado, buscaba en mis ojos la respuesta a ese comportamiento tan atípico en mí.

—Te estoy sintiendo —susurró, comprendí muy bien a lo que se refería. Podía sentir mi ansiedad, mi temor, todo lo que en mí circulaba y yo… yo podía hacerlo también si prestaba atención, pero ese día no podía ni quería intentarlo.

—Lo sé —respondí, saliendo del auto, agobiada, con un nudo en la garganta que crecía a cada minuto. Me metí a la casa sin girar ni una sola vez. En cuanto estuve dentro, subí a mi recámara sintiéndome culpable y vil.

¿Qué estaba haciendo?

Una parte de mí quería tomar el teléfono y pedirle que regresara, pero la otra sentía que necesitaba cierto espacio para ordenar mis ideas y pensamientos.

Me tumbé en la cama, perdida en el cielo azul de enero. El día anterior todo estaba bien, de hecho, todo estaba bien desde hacía meses, pero lo del viaje de Bea había abierto «eso» en mi interior desde la noche previa; dudas que evadí, realidades que eludí, aparecieron sin pretender irse. Eso aunado a la información no dicha, a lo que Romina me había recordado con tanta simpleza, a observarlo con mayor atención, a su realidad. Todo me ahogaba.

No podía dejarlo, no quería… pero no existía posibilidad alguna de un futuro, por mucho que nos resistiéramos éramos literalmente de diferentes planetas. Y quizá a mi edad no debía preocuparme por ello, no obstante, lo hacía, no podía evitarlo. No era que pretendiera formalizar más las cosas entre ambos, pero crecían a cada segundo, a cada minuto, y sentía que llegaría un momento en el que no habría marcha atrás, en el que me olvidaría de todo absorbida por completo por el sentimiento y por lo que me generaba. Lo dañaría, y eso no podría soportarlo.

Era como querer juntar a un lobo con un conejo. No era posible, las especies no se mezclan simplemente porque no son iguales, porque por mucho que lo anhelaran, ¿cómo convivirían? ¿Cuál de los dos tendría que renunciar a su naturaleza para estar con el otro? Sus iguales jamás lo aceptarían y mucho menos lo entenderían; tarde o temprano, alguno de los dos sufriría, por tanto, el otro también.

Ese pensamiento, más que cualquier otro, era el que mayor dolor me causaba porque se trataba directamente de él.

Me puse la almohada en la cara, intentando buscar algo de lo que sí estuviera segura, más allá del gigantesco sentimiento que me dominaba. No lo logré.

¿Qué debía hacer? ¿Qué?

Después de pasar más de dos horas dando vueltas en mi cuarto y de no poder comer, decidí que debía hablar con él. Aunque en mi interior estuviera ocurriendo esa revolución, Luca no se merecía que yo me portase así.

Alejarme de él no era definitivamente una opción para mí, pero quizá debía hacerlo. Lo cierto era que Luca necesitaba saber lo que me ocurría. Necesitábamos hablarlo.

Tomé las llaves de mi auto y salí de prisa rumbo a su casa. Aurora ya ni siquiera preguntó a dónde iba.

Al llegar, dejé el coche en la calle empedrada y bajé. Toqué el timbre, la puerta se abrió. Pasé nerviosa.

Él estaba a unos metros. No lucía nada bien, sentí unas enormes ganas de abrazarlo y consolarlo, de pedirle perdón por mi comportamiento durante el día, no obstante, me contuve; debíamos conversar. Necesitaba que me escuchara.

Cerré la puerta tras de mí y caminé lentamente hasta él. Cuando estuve a unos centímetros, me tomó por la cintura y me besó con aprehensión. En cuanto lo hizo, olvidé todo, lo único que importaba era su sabor, sus labios apresando los míos de esa forma en la que incluso hacía que se me doblaran las piernas. Rodeé su cuello unos segundos, dejándome llevar. Me besaba ansioso y nostálgico, podía sentirlo con cada roce, con cada caricia. Estaba angustiado, mi ser lo sabía.

—No vuelvas a hacerme esto —me rogó pegando, su frente a la mía—. Fueron horas muy largas, Sara… —admitió desconcertado. Era evidente que no tenía idea de cómo reaccionar ante mí en ese instante.

Tomé su rostro con mis manos y lo separé, notando cómo sus ojos ámbar parecían inundarse de un púrpura que hasta ese momento jamás había visto; a diferencia del violeta, éste era mucho más potente.

—Luca, necesito hablar contigo —manifesté, sintiendo su dolor correr por mis venas. Volteé a su casa, negando—. Aquí no.

En un segundo nos encontrábamos en una playa templada. La salinidad del ambiente se introdujo en mi sistema, a pesar de ello, tenía un frío extraño en mi interior. Colocó una frazada oscura entre dos enormes rocas para evitar el paso del fuerte viento. Se sentó meditabundo, enseguida lo hice yo.

El mar tronaba tranquilo a varios metros de nosotros, el día estaba despejado y en paz. Las gaviotas se escuchaban a lo lejos, el aire era agradable, relajante.

—¿Dónde estamos? —le pregunté sin tener la menor idea.

—En una playa virgen de Brasil, aún no tiene nombre —respondió, evaluándome. Asentí observando el horizonte con suma atención—. Sara, necesito saber qué pasa. No te habías comportado así desde… —No acabó de decirlo, pero se refería aquellos días grises de meses atrás.

Lo miré sintiéndome más tranquila porque de nuevo lo tenía cerca de mí; no obstante, todos mis temores continuaban y al ver sus increíbles ojos, se acentuaron más.

—Es mi cabeza… Es un lío —confesé cabizbaja. Asintió. Me mordí el labio, observaba mis pies—. Sé que no debo comportarme como lo hice, sé que esas actitudes resultan infantiles, pero hay cosas que… me agobian, me atormentan. —Fijé mi vista en él, seguía atento a mí—. Luca, no sé cómo continuar —solté.

Sus ojos se carbonizaron al mismo tiempo que se abrieron por el asombro.

—¿A qué te refieres? —preguntó con voz queda.

—A que no sé cómo podremos con esto, con lo que implica. Está avanzando, lo sabes, lo sientes tanto como yo. Llegará el momento en que no podremos dar marcha atrás, lo veo con claridad. Si eso sucede, sé que tú te arrepentirás.

—No hables por mí —sentenció serio. El nudo en mi garganta comenzó a crecer sin remedio, veía dolor en sus ojos, el mismo que yo estaba sintiendo. Peor aún, mi vitalidad lloraba en mi interior, y sentía la suya lastimada, herida.

Con todo, no me detendría, no debía.

—Luca, te amo —dije por primera vez. Sus ojos se congelaron ante mis palabras, no me detuve—. Sí, te amo, y te siento más allá de eso, te lo juro. Pero… no sé si es o será suficiente. Date cuenta de todo lo que ocasionaría en nuestras vidas insistir en permanecer juntos, del dolor que infligiríamos, los cambios que se darían, lo que dejarías.

No sabía de dónde salían esas palabras, pero necesitaba que, de verdad, pensáramos las cosas de una forma objetiva y clara, más allá del enorme sentimiento que existía entre ambos. Sentía que era la única forma de cambiar lo que vendría y de mantenernos fuertes ante lo incierto.

—Soy consciente de todo —avaló.

—¿De todo? Luca, ¿qué clase de vida tendríamos si permitimos que esto avance como lo hace? Tú, yo, dejaremos lo que somos para estar juntos.

—No, yo dejaré lo que fui porque desde que estoy contigo no soy el mismo.

—Escucha, tú no eres esto. —Lo señalé con la vista nublada—. Éste es el reflejo de tu energía, no eres tú. Te encerrarías en un cuerpo toda tu existencia por mí… No está bien siquiera pensarlo, no puedo permitirlo, no puedo ser tan egoísta, porque lo que siento por ti va mucho más allá. Además, estoy yo, mi propia condición, no te relacionas con nadie, me estoy convirtiendo en algo que no es bueno. Nada parece importarte a excepción de mí.

—Es que es así —confesó ansioso.

—Sí, pero qué pasará con el paso del tiempo, ¿me encerraré en ti y tú en mí? Y si algún día quiero compartir con alguien más —su mirada se carbonizó aún más, dejándome pasmada, pero continué—. Nuestra vida será solitaria y dependeremos uno del otro. No está bien y no quiero que tú cargues con eso, sumado a todo lo que implica la situación en sí y a lo que dejas de ser si te quedas a mi lado. Tengo miedo de hacerte infeliz, de que no sea lo que tú crees; de que un día te levantes, me veas dormida a tu lado y me desprecies por haberte arrastrado a vivir de una forma completamente diferente a la que esperabas, a la que se supone debías vivir. Por otro lado, lo nuestro siempre será así, nunca pasaremos de… un beso, caricias. Por ahora está bien, pero mi necesidad de ti ha ido aumentando y sé que en un tiempo no me conformaré con eso. ¿Qué pasará? Además, estás tú y tu mundo. No lo olvido; estoy muy consciente de que Hugo sigue oponiéndose a lo nuestro, y que Yori y Florencia piensan igual. Te estoy alejando de lo que eres, de ellos, de tu vida.

Desapareció, volteé asustada. Lo encontré frente a las enormes rocas, posando sus palmas sobre las piedras. Empezaba a temblar y sus manos se tornaban traslúcidas, como aquella vez que las colocó sobre mí para salvarme.

—No quiero, ni puedo escucharte más —rugió furioso y desesperado, mirándome. Mi corazón se detuvo y me quedé paralizada en mi lugar.

Tenía la mirada oscura, muy oscura, además, lucía amedrentador. Pasé saliva, tensa.

—No puedo cambiar lo que piensas por mucho que me duela. Todo lo que dices es verdad… He sido consciente de ello desde el primer instante, así como de que la única certeza tengo es que nunca cambiará lo que siento por ti. Cuando te he dicho que te siento, es porque de manera literal es así, porque eres una parte de mí, una que me domina. Cada cosa que has dicho hasta ahora sé que está cargada de dudas y de temores, pero también de inseguridad, y no puedo hacer nada para garantizarte que haré todo para que seas feliz, y así yo lo seré también; necesitas creerme y confiar en mí. Pero no puedo forzarte a nada, jamás lo haría; y aunque esto me duele más que nada, comprendo tu postura y… la respetaré. Desde el principio supe que esto podía pasar, que lo que yo soy te podía llegar a atormentar sin piedad, y eso es lo último que quiero. Sara, si lo que deseas es terminar con lo que tenemos, no te detendré por mucho que quiera hacerlo. Siempre fui consciente de que era mejor estar lejos de ti y te dije que si algún día tú decidías alejarte, yo me haría a un lado, y eso haré.

Mi sangre se detuvo, mi mente… también. De repente nada tuvo sentido, salvo su existencia en mi vida y su calidez recorriendo todo mi cuerpo. Mi vitalidad rugió, deseaba brincar hasta él, rechazándome por haber herido a lo que más quería. Se removía en mi pecho, en mi piel. Gritaba.

Las lágrimas comenzaron a salir sin poder evitarlo.

—Luca… —Negó mirando el horizonte.

—No digas más, realmente ya fue suficiente. Me estás matando, ¿no te das cuenta? Me estás matando con cada palabra que pronuncias, por mucha razón que tengas —musitó con el gesto contraído.

Bajé la mirada hasta mis manos, temblando.

En una tarde mi felicidad había desaparecido, mi mundo se derrumbaba. No, no quería eso, no podía por mucho que supiera que todo lo que pensaba podía ocurrir. Después varios minutos, se acercó a mí y me tendió la mano.

—Vamos, creo que ya no tenemos nada más que hacer aquí.

Alcé el rostro, sin obedecerlo, sólo mirándolo resentida, dolida. ¡Necesitábamos hablar! No terminar.

—¿Ésa es tu manera de enfrentar la realidad? ¿Dejarás que todas mis dudas, que son reales y fundamentadas, queden sin resolver? ¿Ése es tu enorme sentimiento por mí? Yo sólo quiero que me escuches, que lo conversemos. Lo hemos evadido suficiente tiempo y no está bien, aunque lo parezca; por algo te tomaste tantas molestias durante meses para que yo no pensara, sino para que olvidara, pero no puedo. Estoy sola en esto y tengo derecho a decirte lo que siento. —Mi voz era rabiosa y ansiosa.

—Sí, Sara. Éste es mi amor, porque yo también sé que te amo y mucho más, tanto que no tengo palabras para describirlo, y aunque jamás llegué a pensar que pudiera sentir esto, ahora sé que te amo tanto que no te detendré. Sé que te tengo que soltar porque todas tus inquietudes son genuinas, válidas y, lamentablemente, reales, no tengo cómo revirarlas ni refutarlas. Es verdad que no tendrás una vida común a mi lado, no como la del resto de tu especie. Si continuamos, no habrá hijos ni un hombre que envejezca a tu lado. No habrá familia, no habrá hogar, no llegaré cansado del trabajo cada día con la ilusión de jugar con nuestros hijos, no habrá canas, ni amigos con quien compartir, no sé si habrá mayor intimidad de la que ha surgido, simplemente porque no sé si puedo controlar lo que de verdad soy… He sido profundamente egoísta, pero me abriste los ojos; tú, como siempre, vas un paso adelante gracias a tu humanidad, a esa mente que venero, a esa manera tan tuya de vivir. Así que, como ves, tienes razón, esto no tiene futuro. Todavía me asombra que representando lo que represento, haya sido tan necio y soñador al creer que esto podía seguir. Y sí, estoy dejando de ser quien soy por estar contigo, pero también he conocido lo que es ser feliz y que soy capaz de sentirlo.

Mis lágrimas humedecían mis mejillas. No, no quería terminar, quería hablar, hablar lo que no habíamos hablado hace meses. Quería buscar soluciones, no finales.

Volvió a tenderme la mano, me levanté negando.

—No te la daré, no quiero irme. Debemos conversar. Hay una solución, debe haberla, Luca. No quiero estar sin ti, debemos encontrar la manera de que todo se pueda conjugar, de poder empatar lo que somos y nuestros mundos. No quiero que dejes de ser quién eres, no quiero dejar lo que me importa, necesitamos unirlo, debe haber una forma —chillé con rabia, molesta.

—No la hay, porque créeme que si existiera ya la habría encontrado. En estos meses, me he dedicado cuando no estás conmigo, Sara. Pensar y pensar, charlar una y otra vez con mis compañeros, pero no hay forma de que te dé una vida como tú te la mereces, como debe de ser. Yo sabía que este momento llegaría, sólo que no creí que tan pronto, ni que lo que siento por ti creciera tan desmesuradamente.

—No quiero terminar. Te amo, no quiero que esto acabe. Dijiste que no me dejarías si yo no lo hacía, y no lo estoy haciendo, no lo haré —le recordé hipando. Cerró los ojos y suspiró cansado.

—Sara, comprende.

—¿Comprender qué, Luca? Que te siento, que te amo de una forma que no entiendo y que por lo mismo tengo mucho miedo, que no quiero lastimarte y que por eso debía contarte lo que me sucede. Me siento dividida entre mi mundo y tú, y no quiero, sólo es eso. Quizá es mi culpa, quizá yo sea la responsable y debo ver cómo cambiarlo. Además, tengo esta certeza aquí… —Arrugué mi blusa a la altura del pecho—. De que jamás habrá alguien más que tú en mi vida. No quiero perderte.

—Lo habrá, Luna, sé que lo habrá.

—Luca, somos una pareja, se supone que pueda decirte lo que creo, lo que siento, lo que pienso. Quizá fue un error porque está en mis manos, no en las tuyas, debo aprender a equilibrar, eso es todo —murmuré desesperada. Sujetó su cabeza negando, girando ansioso hacia el mar. Se alejaba, lo sentía pese a tenerlo tan cerca. Cerré las manos en puños, revuelta por dentro—. Si lo que quieres es que terminemos, decídelo tú, porque yo no lo haré. Estás volteándolo todo, las cosas no deben ser así —anuncié detrás de él.

—Sara, no te hagas esto, tienes razón en todo lo que me dijiste y no, no se trata de ti, ni de «aprender a equilibrar». Lo que sentimos nos supera y va más allá de tu voluntad y de la mía. Perdóname por permitir que las cosas llegaran hasta este punto.

—¿Vas a dejarme? —pregunté sudorosa.

Negó serio.

—Tú lo harás, por eso tu actitud desde ayer en la noche, por eso esta conversación. Aunque continuemos, esas dudas seguirán ahí y te atormentarán nuevamente, y ya no lo soporto. Tu bienestar es lo más importante para mí, lo único. Lo que soy te está absorbiendo, no permitiré que continúe así, ya no.

—Luca, no. Quiero escucharte decir de nuevo que estaremos bien, que lo resolveremos, que ambos pondremos de nuestra parte… Que quieres que sea feliz y eso sólo ocurrirá contigo a mi lado —sollocé afligida.

—Eso hago, Sara, aunque no lo parezca ahora y por mucho que me duela reconocerlo… yo no soy tu felicidad.

—Sé que lo eres. Y esto se terminará hasta que tú lo decidas, porque no lo haré yo —declaré al notar su postura hermética, inamovible.

—No romperé mi promesa —confirmó serio—. Dame la mano, debemos regresar.

Me negué mirándolo fijamente. Él no lo hacía, observaba un punto encima de mi cabeza, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, con el cabello ébano ondeando, cerrándose a mí con cada segundo que pasaba. Era como regresar al inicio, pero era ahora más fuerte, más determinante.

Mi vitalidad, o lo que fuera, chillaba, gemía, me rechazaba por todo lo que ocurría. No sabía cómo conectar con ella, cómo calmarla para que me permitiese pensar con claridad; su sentir me envolvía, me quemaba.

Ansiosa me dirigí a la cobija, me senté enrollando mis piernas con los brazos, recargué la barbilla en las rodillas.

—Me duele comprender que no deseas buscar soluciones. Que es más sencillo comportarte frío. Pero tampoco puedo forzarte a tener otra actitud después de todo lo que te dije. Quizá mis palabras son atropelladas, torpes, quizá no debía decirte. Al final, yo decidí sumergirme en esto y debo enfrentarlo sola, como tú lo haces con tus cosas. Fui una tonta.

—No lo eres —habló con voz profunda, sin moverse de su lugar.

—Cuando supe lo de Bea, temí alejarme de ti, ésa es la verdad. Me dio miedo pasar tantas horas sin verte. Me asustó comprender a qué grado había llegado mi sentimiento por ti. De pronto me sentí dependiente, de esa clase de chicas que no ven más allá de su novio, aunque tú no seas un novio común. Pese a eso me rebelé, porque no lo quiero. Sin embargo, esto que habita dentro de mí se resiste siquiera a dormir si no estás cerca, a estar tranquilo si no te escucha, a sentirse completo si no te ve. No sé cómo manejar tanto, cómo encausarlo para no ser absorbente, para no ser posesiva. Sacas lo mejor de mí, eso lo sé, pero no sé si saco lo mejor de ti al alejarte de lo que eres. Tú eres el que cede una y otra vez, por lo que eres y por lo que soy. Con cada segundo que pasamos juntos, esto nos va dominando más y más. Es temor, es todo. Temo porque te amo, temo porque no quiero herirte, temo porque no quiero dejar de lado las otras cosas de mi vida que me importan; no obstante, cuando se trata de ti, dejan de existir, y temo que esto se torne enfermizo, temo que avance y dejemos de ser lo que somos, temo no tenerte, temo, por sobre todo, perderte. ¿Cómo acomodo esto?

—No debe avanzar, no debe crecer más. Tus temores son reales —hablaba como un ser carente de emocionalidad, tanto que no lo reconocí. Un sollozo ahogado se encajó en mis cuerdas vocales.

—No hagas esto… —le pedí levantándome, posicionándome frente a él—. Luca, mírame, no debe ser así —musité sorbiendo el llanto. Pero no lo hacía, permanecía circunspecto, ausente, aunque sus ojos estaban teñidos de violeta y azul. Nuevo color, nuevo sentimiento. Deseaba sentir lo que sentía, me concentré, tanto mi vitalidad como yo lo intentamos, y nada.

Se movió, pasó a mi lado tomándome desprevenida, rozándome con su brazo, y cuando todo el panorama cambió me di cuenta de lo que había hecho, ya avanzaba rumbo a su casa.

—Es tarde, debes irte —me pidió, sin voltear, con la cabeza gacha, caminando rumbo a su puerta.

—Luca, no lo hagas —le rogué alterada, preocupada por su fría postura. Negó con firmeza.

—Estoy agotado, deseo estar solo.

—Las cosas no se pueden quedar así. Luca, por favor… —se detuvo, girando un poco el rostro, pero sin verme.

—Necesito espacio, nos vemos después —susurró con tono gélido.

Ante aquellas palabras, no tuve más remedio que asentir desconcertada, aturdida y asustada.

Había llevado las cosas muy lejos, aun así, no me arrepentía, esa charla debía ocurrir, aunque nunca imaginé que terminaría así.

Le daría su espacio, su tiempo, después de todo él también tenía derecho. Lo cierto es que si íbamos a vivir juntos, yo debía confiar en él y debía poder decirle todo lo que pasaba en mi cabeza, los miedos que habitaban en mi mente, porque a diferencia de Luca, yo no tenía nadie con quién hablar y eso me colocaba en un punto más vulnerable.

Subí a mi auto sintiendo cómo las lágrimas surcaban mi rostro, rogando encontrar una solución a todo aquello, la mejor para ambos.

Ir a la siguiente página

Report Page