Lumen

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Capítulo 11

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Arkusz papieru, prosze —pidió. Tras esperar a que la casera rebuscase hasta dar con un papel en blanco, escribió una nota.

«Hoy, algo me ha alertado hacia una posibilidad que no habíamos tenido en cuenta al investigar la muerte de la abadesa. Tenga paciencia conmigo si no le hablo de ella en esta nota. Es esencial que nos veamos esta noche o mañana por la mañana, como muy tarde». Bora firmó con su nombre y añadió un postdata. «Creo que la madre Kazimierza tenía razón cuando dijo que la luz de nuestro interior puede convertirse en tinieblas».

Faltaba media hora para la sesión matinal, pero Kasia no estaba para nada.

—Estoy muy nerviosa —le susurró a su suplente—. Creo que me ha venido el periodo. Simplemente, no me encuentro bien. No me encuentro nada bien; tengo que irme a casa. Podrás sustituirme, ¿verdad? Solo por hoy. Tengo que irme a casa. No le digas a Ewa que me he marchado a no ser que te lo pregunte.

Fuera caía aguanieve cuando salió del teatro y se encaminó al sur para evitar la plaza del mercado. Seguía enfadada con Ewa y tan disgustada que era incapaz de distinguir entre su propio miedo y una premonición de peligro. De qué iba a servirle volver a casa si algo andaba mal, ni ella misma lo sabía. Lo único que sabía era que esa mañana el teatro la ponía enferma y tenía que volver a su piso.

Prolongó el camino hasta su apartamento, así que, cuando divisó su edificio, tenía los zapatos empapados. No había nadie en la calle, ni tampoco vio coches aparcados. La puerta del edificio estaba entornada, como siempre.

Kasia cruzó rápidamente, penetró en el hueco oscuro que había al pie de la escalera y miró hacia delante, al patio interior. A través del arco bajo, parecía vacío y abandonado.

Subió los peldaños recubiertos de baldosas de cemento con una mano sobre la temblorosa barandilla de acero. Todo estaba en silencio. El mismo silencio de siempre y los mismos olores de siempre. Al abrir la puerta se sintió aliviada al ver que la llave giraba dos veces, ya que la había echado antes de salir. La diminuta y húmeda cocina estaba ordenada, y el pan y la leche que había dejado fuera para el hijo de Ewa estaban intactos.

Una punzada de decepción le recordó que este debía de seguir en la otra habitación, durmiendo. Con cuidado de no pisar una baldosa que crujía, echó un vistazo al salón, donde habían convertido el sofá en una cama. El sofá estaba vacío, y la colcha, pulcramente plegada sobre uno de los brazos. Kasia dejó escapar el aire de los pulmones, aliviada.

Se había ido. ¡Gracias a Dios! Y, además, sin armar escándalo.

Encendió la luz y se quitó los zapatos mojados. En zapatillas, fue a sacar la leche al alféizar de la ventana para mantenerla fría.

Una vez volvió al salón, conectó la radio y la dejó encendida, aunque la emisión estaba en alemán, solo para oír el ruido de fondo.

Bueno, el hijo de Ewa se había ido. Gracias a Dios. Después ya se inventaría una buena excusa por haberse marchado de la representación. No había prisas. De repente, lo único de lo que tenía que preocuparse era de qué iba a ponerse esa noche para quedar con el compañero de piso de Richard. Sonrió. La llave del apartamento de Bora tintineó en su bolsillo. Ewa se había resistido a dársela, pero al final se había salido con la suya. La utilizase o no, era una victoria sobre Ewa. Qué fácilmente podía pasar una del nerviosismo a la alegría.

Kasia llenó una olla de agua y la colocó sobre la estufa de gas para calentarla antes de lavarse el pelo. En la radio empezó a sonar una canción que conocía y, tarareando la melodía, se acercó al dormitorio a elegir un vestido. «

I know… one day… something so wonderful…».

El dormitorio estaba a oscuras. «

You and I will meet aga…». Kasia se paró en seco en el umbral, con la canción atravesada en la garganta. No recordaba haber dejado las contraventanas completamente cerradas. Una furia teñida de rencor se apoderó de ella al pensar que el hijo de Ewa no se había marchado, sino que simplemente se había acostado en su cama para estar más cómodo.

—¡Pero bueno! ¡Habrase visto frescura! —Cruzó la habitación en pocas zancadas para abrir las contraventanas—. Tienes que salir ahora mismo, ¿ves? ¡En este mismo momento! —Se giró y las palabras se le congelaron en la garganta.

Había dos soldados alemanes armados, uno a cada lado de la cama.

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