Lucifer

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El Adversario (Parte Final)

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El Adversario (Parte Final)

 

10 años después

 

El solitario hombre entró a través de las inmensas puertas dobles. Unas puertas tan antiguas, que habían visto imperios ascender y caer durante toda su existencia. Pero ellos no, los Hijos de Set se mantenían inamovibles. Inmutables al paso del tiempo. Su misión siempre había sido, y seguiría siendo la misma.

El hombre iba vestido de negro de los pies a la cabeza, como correspondía a un guerrero. Aunque oficialmente aún era un aprendiz, ya que apenas en ese momento lo ordenarían oficialmente como guerrero. El cabello castaño lo llevaba corto y peinado hacia arriba, con lo que daba una imagen más intimidante.

El Consejo lo esperaba pacientemente mientras caminaba por la inmensa sala bajo un techo abovedado de casi diez metros de altura. Los diez hombres ya entrados en años, estaban sentados en el mismo extremo de la mesa alargada, todos viendo hacia la entrada.

—Dominic Callahan —pronunció con solemnidad uno de los hombres del centro, el que ostentaba mayor poder, el cabello entrecano dejaba a la vista una prominente frente —. Hoy oficialmente te unes a nuestra orden ¿Crees ser merecedor de esto? Y más importante aún ¿estás dispuesto a dedicar tu vida al cumplimiento de la misión de la orden, aunque esto incluso represente que pongas tu vida en peligro?

Dominic guardó un solemne silencio, con los labios fuertemente apretados, conocedor del protocolo, no interrumpiría hasta que el hombre terminara de hablar. Sus ojos, fijos en el suelo de mármol grisáceo, eran dos rendijas inexpresivas y su rostro era duro, carente de expresión, como si se tratara de un experimentado soldado romano. Así pues, el hombre prosiguió.

—¿Estás dispuesto a cumplir con los votos de la orden y hacerlos tuyos?

—No sé si sea merecedor —contestó Dominic alzando la vista, con una determinación áspera brillando en sus ojos —lo que sí sé es que los vampiros arruinaron mi vida. Y sé que voy a dedicar hasta mi último aliento, hasta mi última gota de vida, para ver que dejen de existir, para asegurarme de que desaparezcan para siempre de la faz de la Tierra. Y por lo otro, no me importa poner en riesgo mi vida, no tengo ya nada que perder, además, todos nos tenemos que morir de alguna forma, ¿no?

>>Los votos de la orden ya son los míos desde el día en que ellos decidieron jugar con mi vida como si fuera una partida de ajedrez, desde el momento en que ellos —la voz se le entrecortó, la garganta se le cerró, y las lágrimas amenazaron con aflorar en sus ojos. Pero mantuvo a raya los sentimientos y prosiguió —...desde el momento en que ellos mataron a mi familia.

Un silencio pesado y casi palpable se extendió por la inmensa estancia. El líder del Consejo se puso en pie y rodeó la mesa para ir al encuentro de quien sería el nuevo Guerrero de la Orden. Tomó un objeto alargado de la mesa, que iba envuelto en un paño, y lo llevó consigo.

Callahan puso la rodilla en el suelo, pero no bajó la mirada (como era protocolario), sino que la mantuvo fija en el hombre. A éste pareció divertirle secretamente esta clase de rebeldía por alguien que aún no formaba parte oficial de la Orden. Dejó caer al suelo el paño que cubría el objeto que cargaba con ambas manos, revelando así lo que llevaba: una espada enfundada.

Sacó la espada de la funda, dejando ver una destellante y soberbia hoja de doble filo que fulguraba con el reflejo de la llama de las antorchas empotradas en las paredes. La empuñadura, con inscripciones grabadas en ella, era igual de imponente. Posó suavemente la hoja de la espada en el hombro derecho de Dominic, y luego en el izquierdo, tal como hacían los ingleses al ordenar a un Caballero (quienes habían tomado de la Orden esta tradición), en un acto que era tan antiguo como la misma Orden, desde que Set, el primer cazador de vampiros había armado a su primer Guerrero en las profundidades del bosque, alejado de la protección de dios y a merced de los demonios y demás criaturas que pululaban libremente por la Tierra en aquellos tiempos ancestrales.

—Dominic Callahan, te arrodillaste como un simple mortal, y ahora, te levantarás como un Guerrero de la Orden de Set. Que la sabiduría de nuestra Orden milenaria guíe tus pasos e ilumine tus noches —recitó el anciano.

—Así sea —entonaron los demás.

El entrenamiento para llegar ahí había sido arduo y doloroso, lleno de sangre y sudor, pero ahora Dominic veía todo su esfuerzo recompensado. Finalmente podría salir al mundo real y comenzar a buscar la venganza que su corazón tanto anhelaba.

—Ahora, puedes ponerte de pie, Guerrero —dictaminó el anciano.

Dominic así lo hizo. Era un poco más alto que el hombre, sin embargo éste tenía algo en su semblante, en sus ojos, que lo hacía imponente. El hombre extendió la espada hacia Callahan, quien la miró dubitativo.

—Esta espada de plata, junto con todos los secretos de la Orden, son ahora tuyos para que los uses y aniquiles a nuestros enemigos

—Esa espada luce impresionante —dijo Dominic sorprendido— ¿Pero no es algo arcaico matar a los vampiros con una espada? No creo poder andar por la ciudad con una espada colgando a mi espalda.

—La plata, como bien sabes, es una de las debilidades de los vampiros —dijo el anciano —, si bien no es mortal, una herida infligida con este material, causa en los vampiros los mismos estragos que una espada normal causaría en ti o en mí, ya que los efectos regenerativos de las células de los vampiros han demostrado ser ineficientes ante este material. Pero no te preocupes, la espada es sólo parte de nuestra tradición, las pistolas junto con sus respectivas balas de plata ya te están esperando en tus aposentos.

Dominic asintió con gesto grave, asimilando la enormidad de su misión y el riesgo que ésta conllevaba. Dio media vuelta, una vez más siguiendo el protocolo, dispuesto a marcharse.

El hombre le habló, y Dominic se detuvo en seco y se volvió a girar hacia él.

—Guerrero, los vampiros como los entendíamos han dejado de existir, ya no son lo mismo. Han evolucionado. Te digo esto, porque es necesario que comprendas lo peligroso de tu búsqueda de venganza.

Callahan asintió nuevamente, entrecerró los ojos, pero no respondió. El hombre continuó.

—Ya no son sólo vampiros a quienes nos enfrentamos. A sus filas se han unido antiguos ángeles caídos, muchos de ellos. Cualquiera de ellos tiene el poder de cien vampiros juntos. Nos enfrentamos al peligro más grande que la raza humana haya visto jamás. Los días más oscuros de la humanidad están próximos, hermano.

—Gracias por la advertencia —respondió Callahan.

El anciano asintió, y sin mediar palabra, ambos supieron que la ceremonia había llegado a su fin.

Dominic Callahan dio media vuelta, atravesó las enormes puertas dobles y estas se cerraron tras de él, mientras que Dominic, con la decisión grabada en sus ojos, caminaba hacia un destino incierto.

 

Fin de la Tercera Parte

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