Los secretos de la pirámide Roja, la primera de Egipto

Los secretos de la pirámide Roja, la primera de Egipto

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La primera pirámide de caras lisas de la historia, la pirámide Roja, no se encuentra entre los destinos más populares de Egipto. A apenas 30 kilómetros del bullicio que acompaña a las tres pirámides de Guiza –sus inmediatas sucesoras–, el ambiente en la desértica necrópolis de Dahshur es infinitamente más tranquilo. Pero pese a suscitar menos interés, esa construcción representa un hito en la historia de la humanidad.


¿Qué impresión debió causar en su época? Hace 4.600 años, cuando los últimos mamuts deambulaban por la Tierra, no se había visto edificio similar. Era el más alto del mundo, con casi 110 metros (hoy son 104). El más perfecto en su forma de base cuadrada (unos 220 metros por lado) y caras triangulares (con una inclinación de 43º). Y además, de una blancura resplandeciente bajo el sol. De hecho, se la conocía como la pirámide Brillante. Sí, porque la pirámide Roja... en realidad, era blanca.


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Originalmente estaba recubierta con piedra de Tura, pequeña localidad situada cerca de Menfis famosa por sus canteras de caliza fina. Pero durante la edad media, ese recubrimiento fue arrancado para construir edificios en El Cairo. Con lo cual, quedó a la vista el núcleo de piedra caliza proveniente de una cantera cercana, de menor calidad. Esos bloques, ricos en hierro y manganeso, irían adquiriendo un tono rojizo por un proceso natural de oxidación.


La pirámide Roja se erigió a finales del reinado de Seneferu, el fundador de la dinastía IV. Fue el faraón que revolucionó la construcción de tumbas reales y el que empleó por vez primera el cartucho, la forma ovalada donde se grababan los nombres de los gobernantes (una suerte de firma geroglífica).


La entrada a la pirámide es por su cara septentrional. Y se llega a ella por unas escaleras que ascienden unos 28 metros.


Perspectiva desde lo alto de las escaleras que llevan a la entrada de la pirámide

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La incursión al interior no es apta para personas claustrofóbicas. El pasaje mide apenas 90 centímetros de alto por 120 cm de ancho. Es necesario ir a gachas y, además, avanzando de espaldas.


A medida que el visitante se adentra en el corazón de la pirámide, ve achicarse la luz del cielo. El corredor, de más de 60 metros y una inclinación de unos 27º, está alumbrado por unos focos situados a intervalos regulares.

Al entrar en el pasaje al corazón de la pirámide Roja, no se ve el fondo

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Sobre el suelo de madera hay unos travesaños a modo de escalones que facilitan el descenso y luego el ascenso. De hecho, pese a la angostura del pasadizo, a veces se cruzan turistas bajando y subiendo.


La vía desemboca finalmente en una antecámara con una falsa bóveda escalonada. Da la impresión de estar en el corazón exacto de la pirámide.

La falsa bóveda escalonada de la primera antecámara

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Sin embargo, la que se halla justo bajo el ápex es la segunda antecámara, a la cual se accede por otro pasaje estrecho (pero lo suficientemente alto para no tener que volver a agacharse). En su pared meridional hay unas escaleras de madera que ascienden unos 7,6 metros y conducen al corredor que lleva, por fin, a la cámara funeraria.


El recubrimiento del suelo ha desaparecido a consecuencia de varias excavaciones. Pero ahí nunca se han hallado un cuerpo ni restos humanos.

La cámara funeraria, desfondada

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No se sabe, pues, a ciencia cierta dónde fue enterrado el faraón Seneferu. Lo que se da por sentado es que su muerte habría precipitado la construcción de la pirámide Roja. Los egiptólogos se debaten aún sobre la duración de los trabajos: se estima entre 10 y 17 años, según las teorías.


Lo cierto es que el conjunto funerario es muy sencillo. No cuenta con ninguna pirámide satélite (una pirámide de menor tamaño cerca de la principal, como las que existen en Guiza) y el templo funerario parece haber sido completado de forma precipitada con adobe.


Por contra, en 1982 se descubrieron cerca de la pirámide Roja los restos de un raro piramidón (una pieza de forma piramidal que solía coronar obeliscos o pirámides, recubierto de metal para reflejar la luz del sol), el más antiguo conocido hasta hoy. Está formado por un solo bloque de piedra caliza de Tura, de 1,10 metros de alto. Pero no hay inscripciones que den pistas sobre su origen ni tiene marca alguna de fijación de placas metálicas.


Este piramidón, convenientemente reconstruido y restaurado, se exhibe ahora en la zona del antiguo templo funerario como un recordatorio de los misterios de la primera pirámide “auténtica” todavía por desvelar.


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