Los grandes personajes de la Historia

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Presencia política y escritura: los años finales

Buena parte de la actividad política de Marx en aquellos años se centró en el apoyo a la gran iniciativa internacional de coordinación del movimiento obrero, la Primera Internacional. Ésta se fundó el 28 de septiembre de 1864 en el Saint Martin’s Hall de Londres con el nombre de Asociación Internacional de Trabajadores. Estaba impulsada por obreros sindicalistas ingleses y franceses y su propósito era la organización internacional de la clase obrera con objeto de vehicular la lucha por su emancipación económica, por la abolición de la sociedad de clases y favorecer la solidaridad entre los trabajadores de las diferentes naciones. Es evidente que buena parte de su ideario estaba inspirado en la obra de Marx. Éste asistió pasivamente a sus primeras sesiones, pero desde que se le encargó la redacción de sus estatutos pasó a convertirse en uno de los personajes clave de la organización, centrando sus propuestas en que potenciase a escala mundial la acción de las asociaciones obreras nacionales (que no debían desaparecer), que la emancipación de la clase obrera fuese realizada por ella misma y que para conseguirlo se implicase en la lucha por el poder político, sin el cual no sería posible el logro de sus objetivos. Fue este último punto el que tensó la relación con el ala anarquista de la organización, encabezada por Bakunin (quien proponía la destrucción del Estado como forma de abrir paso a una nueva sociedad y no hacerse con el poder), que se agravó desde 1867 y que terminaría con la expulsión de los anarquistas de la Asociación en el Congreso de La Haya en 1872, lo que en la práctica supuso el debilitamiento y extinción de la organización, que se disolvió en 1876. Ya antes había celebrado congresos en Ginebra (1866), Lausana (1867) y Bruselas (1868).

Como ya se ha dicho, Marx apoyó el experimento social más interesante desarrollado por obreros en el siglo XIX, la llamada «Comuna de París». Entre julio y septiembre de 1870 tuvo lugar la guerra francoprusiana que se saldó con la derrota completa de las tropas francesas ante las de Prusia dirigidas por Bismarck, quien en la batalla decisiva de Sedán (1 de septiembre) capturó al propio Napoleón III. Mientras que las tropas prusianas avanzaban sobre París, se proclamaba la Tercera República Francesa y el gobierno huía hacia Versalles para ponerse a salvo. Entre marzo y mayo de 1871 la capital fue escenario de una insurrección proletaria que rechazaba la autoridad del gobierno de Versalles y elegía una asamblea comunal, que se organizó en comisiones según competencias. Se procedió entonces a levantar un nuevo modelo político en el que el poder era de origen estrictamente popular, y en el que se tomaron medidas como la proclamación de los derechos ilimitados de prensa y reunión, enseñanza gratuita y obligatoria, abolición del trabajo nocturno o la formación de comités de obreros que autogestionasen los talleres fabriles abandonados por los empresarios que habían huido. Pero al tiempo que el gobierno francés cerraba un humillante tratado de paz con Prusia (cuyo rey, Guillermo I, había aprovechado la ocasión para proclamarse emperador de una Alemania unificada), envió sus tropas a sitiar París, en la que entraron en mayo y reprimieron duramente el movimiento. Pese a que muchos de sus postulados lo situaban más cerca del anarquismo que del socialismo, Marx lo consideró como un modelo de revolución, y en su obra La guerra civil en Francia dejó escrito que «la antítesis directa del Imperio era la Comuna. El grito de “¡República social!” con que la revolución de febrero fue anunciada por el proletariado de París, no expresaba más que el vago anhelo de una república que no acabase sólo con la forma monárquica de dominación de clase. La Comuna era la forma positiva de esa república». La Internacional fue acusada por sectores de la opinión pública internacional de ser la instigadora principal de la Comuna, pero el propio Marx negó esa posibilidad en una entrevista concedida al periódico neoyorquino World, a pesar de lo cual los movimientos obreros fueron considerados como enemigos del orden público y perseguidos en varios países de Europa.

Pese a esta presión gubernamental, las décadas siguientes fueron testigo del surgimiento de los partidos políticos de clase obrera, cuya presencia era todavía escasa en los años setenta y ochenta del siglo XIX. Marx intentó prolongar el esfuerzo de la Internacional manteniendo correspondencia con los líderes de estos partidos, aunque a la postre el resultado fue escaso. Como afirma el sociólogo Salvador Giner, «Marx y Engels iban entrando en contacto con los revolucionarios más importantes, Weitling y Ferdinand Lasalle, entre otros. Con casi todos ellos, más pronto que tarde llegaron a la ruptura. Marx deseaba imponer una teoría socialista sólida, inspirada en principios científicos, y no podía soportar las veleidades románticas y retóricas de la mayoría de los dirigentes del socialismo de aquel tiempo, por no mencionar a los anarquistas con sus ensoñaciones». Pese a ello siguió siendo una autoridad intelectual y moral para el movimiento obrero a escala internacional. La publicación del primer volumen de El Capital, aparecido en el otoño de 1867, había supuesto un cambio en este sentido, ya que la calidad de la obra fue reconocida no sólo entre los socialistas sino también en amplios sectores de la sociedad culta europea. El propio Bakunin, uno de sus más acérrimos enemigos, dejó escrito sobre Marx: «Muy pocos hombres han leído tanto como él y, puede añadirse, tan inteligentemente como él».

Los últimos años de su vida los dedicó a proseguir con la escritura de El Capital, que no logró ver acabado (Engels publicó póstumamente los volúmenes segundo y tercero a partir de los manuscritos que dejó Marx) ya que tanto el periodismo como su intensa actividad investigadora le distrajeron de esa meta. En aquellos años amplió sus inquietudes incluyendo entre sus intereses la obra del filósofo francés Auguste Comte (cuyo sistema, llamado «positivismo», estudió con atención) y la del biólogo británico Charles Darwin. Por este último sintió gran admiración y mantuvo cierta relación ya que le envió una copia del primer volumen de la edición inglesa de El Capital en 1873, que Darwin le agradeció cordialmente, y en 1880 solicitó su permiso para dedicarle el segundo volumen de la obra, que el biólogo rechazó por no querer herir los sentimientos religiosos de su entorno familiar.

Para entonces la salud de Marx y la de su mujer estaban ya muy deterioradas. Realizaron varios viajes al balneario de Karlsbad (Alemania) para intentar mejorarla. Jenny Marx falleció el 2 de diciembre de 1881, pero su marido no pudo acudir a su entierro por expresa prohibición del médico. Mes y medio más tarde Marx partió a Argel con objeto de intentar recobrar su salud. Durante el viaje se detuvo en Argenteuil (Francia), en casa de su hija Laura y su yerno el socialista francés Paul Lafargue. Ambos habían contraído matrimonio en abril de 1868 y habían mantenido una cálida cercanía con el filósofo. En una conversación mantenida con su yerno durante esta estancia y haciendo referencia a las deformaciones que se hacían de su pensamiento, le dijo la célebre frase: «Ce qu’il y a de certain c’est que moi, je ne suis pas marxiste» («Lo cierto es que yo no soy marxista»). Tras regresar a Londres su enfermedad empeoró, falleciendo el 14 de marzo de 1883.

Tras su muerte su influencia fue asegurada por Engels, que ejerció de albacea intelectual hasta su muerte en 1895. El auge creciente de los partidos obreros de finales del siglo XIX, gracias a la extensión del sufragio universal masculino, llevó de nuevo el pensamiento de Marx al primer plano de la acción política. Casi un siglo después de su nacimiento, en 1917, la Revolución bolchevique liderada por Lenin quiso llevar a la práctica sus teorías, dando lugar al marxismo soviético, muy diferente de las propuestas presentadas por Marx. Su filosofía quiso ser abierta y crítica, lejos de los dogmatismos que hicieron con ella los dirigentes soviéticos de Rusia y los países de Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial; de hecho era más un método crítico de análisis que un sistema dogmático. Ése fue el problema. De una actitud vital y una forma de enfrentarse a los problemas de la humanidad se fabricaron unas recetas para la construcción de regímenes que acabaron olvidando los intereses de la clase trabajadora que reclamaban como principio legitimador. Casi un siglo después de la Revolución rusa y más de veinte años después de la caída del muro de Berlín, la figura de Marx sigue estando sujeta a polémicas y prejuicios. Pero los efectos negativos introducidos por la globalización del capitalismo (la destrucción del medio ambiente, el aumento de la desigualdad social planetaria y los períodos de crisis económica prolongada, entre otros) quizá nos estén indicando que todavía podemos sacar algunas enseñanzas de aquel hombre tan citado e invocado como incomprendido.

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