Los grandes personajes de la Historia

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30: Marie Curie » Ser útil hasta el final

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Ser útil hasta el final

Durante las primeras semanas de la guerra París estuvo amenazado por una posible invasión alemana. En esas circunstancias, el gramo de radio propiedad de Francia que se encontraba depositado para la investigación en el laboratorio de Marie se convertía en un codiciado tesoro para los enemigos tanto por su altísimo valor (cerca de un millón de francos-oro) como por las aplicaciones para las que podía emplearse. Consciente de ello, Marie se hizo cargo personalmente de su traslado a un lugar seguro, la caja fuerte de un banco de Burdeos, al que lo llevó por su propia mano en compañía de un representante del gobierno francés. El tesoro que transportaba en sus brazos pesaba el gramo de radio y veinte kilos de plomo que lo rodeaban como protección.

A su regreso a París, Marie pensó que una de las mejores formas en que podía ser útil durante la guerra era aplicando sus conocimientos a la medicina. Los aparatos de rayos X podían prestar un magnífico servicio no sólo en la retaguardia, sino en el frente y en los hospitales de campaña si se conseguían llevar hasta allí. Con ellos se podía determinar la ubicación de balas o metralla, además de diagnosticar otras lesiones. Así, Marie en compañía de su hija Irène solicitó fondos a la Cruz Roja francesa y a la Unión de Mujeres de Francia para montar la primera unidad móvil de radiología. Un coche, una dinamo, un aparato de rayos X, un equipo radiológico y poco más era todo lo que necesitaba, y una vez que lo consiguió no dudó en ir con él allí donde fuese necesario. Como recuerda Sánchez Ron, «al final de la guerra, Marie había ampliado su servicio radiológico, llegando a poner en servicio veinte coches, conocidos en la zona de guerra como “pequeños Curie”». Además de los coches radiológicos, Marie también se dedicó durante la contienda a formar a enfermeras en la manipulación de aparatos de radiología y supervisó la instalación de cerca de doscientas salas radiológicas en hospitales. Pese a sus servicios no recibió ninguna condecoración del gobierno de Francia.

En septiembre de 1918 finalizó la guerra. Europa se afanaba por recuperar la normalidad y Marie también, pero había empeñado toda su fortuna personal en las actividades que había desarrollado durante el conflicto, de modo que no tenía recursos con los que volver a poner en marcha su laboratorio. El gobierno francés tampoco disponía de fondos para poder destinarlos a la investigación y, lo que era más grave, había desaparecido el suministro de radio con las empresas que, antes de la guerra, se dedicaban a producirlo. La situación parecía insalvable cuando inesperadamente un hecho cambió su rumbo. En mayo de 1920, Marie, en contra de su costumbre, consintió en recibir a una periodista americana que llevaba mucho tiempo insistiendo para lograr entrevistarla. Se trataba de Marie Meloney, redactora de la revista estadounidense femenina The Delineator. Durante la entrevista celebrada en el laboratorio de Marie, la periodista quiso saber de qué cantidad de radio disponía Marie para su trabajo, y quedó muy sorprendida cuando supo que sólo contaba con el gramo perteneciente al gobierno y que no tenía ninguna cantidad del elemento que había descubierto que fuese de su propiedad. Meloney no podía creerlo, especialmente teniendo en cuenta que si Marie o su esposo hubiesen patentado el radio dispondrían de una enorme fortuna, pero, una vez más, Marie reiteró su intención de no patentarlo al no considerar el radio como algo propio sino perteneciente a la humanidad. Por último, la periodista le preguntó qué echaba en falta en su laboratorio, a lo que Marie respondió con toda franqueza que lo que necesitaba para continuar investigando era un gramo de radio puesto que, dado su precio, no le resultaba posible adquirirlo. La sinceridad y calidad humana de Marie impresionaron enormemente a la periodista, que no sólo publicó la entrevista sino que además propuso a Marie un medio para conseguir lo que necesitaba: si ella accedía a viajar a Estados Unidos, dar una serie de conferencias y escribir una autobiografía, Meloney organizaría una campaña publicitaria para lograr mediante una suscripción popular el dinero necesario (100 000 dólares) para comprar el gramo de radio. Marie aceptó y gracias al éxito de la empresa emprendida por Meloney su sueño se hizo realidad. En mayo de 1921, Marie, acompañada por sus hijas, llegaba a Estados Unidos para recibir de manos de su presidente en nombre del pueblo americano un gramo de radio que, tal y como ella misma se encargó de que quedase por escrito en el momento de recibirlo, sería de su propiedad mientras viviese para su libre uso en la investigación y, tras su muerte, pertenecería a su laboratorio con el mismo fin.

El viaje a Estados Unidos, que repetiría en 1929 para conseguir el primer gramo de radio para Polonia, permitió la puesta en marcha del laboratorio de Marie a pleno rendimiento y desde entonces la gran científica polaca se prodigó en viajes por el resto de Europa (incluida España, que ya había visitado en 1919 y a donde volvió en 1931). Su reputación internacional era gigantesca tanto por sus aportaciones a la ciencia como por su dimensión humana. Marie era una leyenda viva. Especial significado tendría para ella el viaje a Polonia de 1925 cuando puso el primer ladrillo del futuro Instituto del Radio de Varsovia. Su actividad investigadora continuaba siendo, como siempre, incesante, pero además ahora empleaba su fama para contribuir también al progreso de la ciencia. Sin embargo su salud era cada vez más delicada. Entre 1923 y 1930 fue operada hasta cuatro veces de la vista y todo su cuerpo se resentía por efecto de las radiaciones a las que había estado expuesta durante años. Marie trataba de disimular sus graves problemas de vista y superar su decaimiento físico. Animaba a su hija Irène, que había seguido sus pasos y los de su padre, en su proyecto de producir radiactividad artificialmente y llegó a ver cómo lo lograba. Pero no tendría la satisfacción de verla recoger el Premio Nobel de Química que se le concedió en 1935 por ello, pues el 4 de julio de 1934 Marie moría víctima de una anemia perniciosa causada por los estragos de la radiación en su cuerpo.

Marie Curie es uno de esos personajes que hacen más digna la historia de la humanidad. Su vida fue una lección constante de voluntad, vocación, entrega y altruismo, que además serviría para abrir nuevos horizontes en el mundo de la ciencia. Su inteligencia la llevó a intuir la existencia de sustancias radiactivas diferentes al uranio, y su tesón le permitió descubrir el polonio y el radio. Pudo enriquecerse y se negó por razones éticas, jamás consintió en beneficiarse de su posición y trabajó buscando siempre el progreso y bien comunes, incluso en las más tristes condiciones de la guerra. Nada tienen pues de extraño las palabras que Albert Einstein le dedicó tras su muerte: «Cuando una personalidad tan destacada como la señora Curie llega al fin de sus días, no debemos darnos por satisfechos sólo con recordar lo que ha dado a la humanidad con los frutos de su trabajo. Las cualidades morales de una personalidad tan destacada como la suya quizá tengan un significado aún mayor para nuestra generación y para el curso de la historia que los triunfos puramente intelectuales. Hasta estos últimos dependen, en un grado mucho mayor de lo que suele creerse, de la talla del personaje». Pocos, muy pocos seres humanos dejan tras de sí un legado comparable.

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