Los grandes personajes de la Historia

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31: Mahatma Gandhi » La última lucha contra la violencia

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La última lucha contra la violencia

El resto de la década de 1930 Gandhi vivió con gran preocupación la creciente tensión entre musulmanes e hindúes. Los dos grandes partidos representantes de ambas religiones, el Congreso Nacional Indio y la Liga Musulmana, se habían enzarzado en una encarnizada lucha. En 1935 los británicos de la India habían aprobado una ley por la que reconocían cierta autonomía a los territorios, en función de la cual se debían celebrar elecciones dos años más tarde. A lo largo de la campaña se comenzó a reclamar una independencia por separado de hindúes y musulmanes, opción que Gandhi rechazaba taxativamente al afirmar que dicha división era artificial. Él consideraba que la India era una civilización en la que habían convivido durante siglos diferentes razas, lenguas, culturas y religiones, y que aplicar un principio de nacionalidad basado en la religión era falsear la realidad. Incluso cuando el Congreso Nacional Indio aceptó la idea de la independencia por separado, Gandhi siguió rechazándola por impracticable y trabajó para intentar crear un clima favorable a la reconciliación.

Desde 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la situación se precipitó. La decisión unívoca del virrey de declarar a la India en guerra contra Japón sin consultar con los partidos llevó al rechazo del Congreso Nacional Indio a colaborar con los británicos a no ser que se reconociese la independencia. En un célebre discurso en agosto de 1942 Gandhi reclamó la independencia inmediata, hecho que le llevó de nuevo a la cárcel, en la que pasaría esta vez dos años. En 1944 falleció Kasturbai. La niña que unió su vida a la suya con trece años y que se había convertido con el paso del tiempo en un apoyo incansable de su actividad le había dejado, justo en el momento en que el cariz que iban tomando los acontecimientos la hacían más necesaria que nunca.

Acabada la guerra en 1945, la coyuntura se mostró favorable a la independencia. Gran Bretaña había salido económicamente empobrecida de la contienda y no disponía de recursos para reconstruir el aparato imperial, que para los indios se había vuelto del todo insoportable. Se convocaron elecciones para el mes de diciembre, de las cuales debería salir el partido que dirigiese la independencia. Pese a que venció el Congreso, debido a la mayoría numérica de los hindúes en el conjunto del territorio, la asamblea constituyente que debía reunirse fue boicoteada por la Liga y por los príncipes de los estados indios, que veían peligrar su posición privilegiada si sus territorios se integraban en un estado nuevo. Para entonces una violencia sin precedentes había estallado en el norte del país entre hindúes y musulmanes, que presionaban así para forzar la situación a favor de la independencia por separado.

El impacto que todo esto tuvo en el ánimo de Gandhi fue inconmensurable, como han afirmado quienes le conocieron o estuvieron cerca de él en esos momentos. Según afirma lady Pamela Hicks, hija de Louis Mountbatten, primer conde de Mountbatten de Birmania y último virrey de la India, «la idea de dividir la India realmente rompió el corazón de Gandhi. En ocasiones él podía encontrar soluciones políticas imposibles porque su corazón estaba convencido de que era lo correcto, pero a menudo el mundo no permite que se realice lo correcto». Philip Talbot, periodista que siguió de cerca a Gandhi durante este período, afirma que «la última vez que hablé con él le encontré realmente deprimido, y me dijo: “No puedo ver nada a mi alrededor. Hay oscuridad por todas partes y los hombres se comportan como bestias. No, peor que bestias, porque éstas no matan a sus semejantes”». Una vez más, no permaneció de brazos cruzados y emprendió primero un ayuno de protesta por la violencia y más tarde decidió ir en peregrinación por la paz al distrito bengalí de Noakhali, el más afectado entonces por la violencia religiosa. Allí permaneció entre octubre de 1946 y febrero de 1947, trabajando activamente por la reconciliación.

En opinión de Bhikhu Parekh, la actitud de Gandhi en aquellos meses no pasó desapercibida, «creo que no hubo un solo indio que no se sintiese avergonzado y orgulloso a la vez. Avergonzado de que hubiese sido tan profundamente defraudado por muchos y orgulloso de que en esos días de oscura brutalidad surgiera entre ellos una figura que les hizo sentirse orgullosos de ser indios… Y entonces fue cuando Gandhi dijo: “No hay más que violencia a mi alrededor. Toda mi vida ha fracasado y mi muerte tiene que conseguir aquello que mi vida no ha podido conseguir”. Se negó deliberadamente a llevar protección, incluso en las situaciones más difíciles, y dijo a uno de sus colaboradores: “Moriré a manos de un asesino y cuando lo haga, recordad, por favor, que si acepto valientemente esa bala con el nombre de Dios en mis labios, sólo entonces habré sido un verdadero Mahatma”». Su actitud contraria a la partición del territorio y a la independencia por separado ya le había atraído las iras de los grupos nacionalistas hindúes extremistas.

Cuando fue finalmente proclamada la independencia, el 15 de agosto de 1947, se hizo por separado la del territorio mayoritariamente hindú, la India, de la del mayoritariamente musulmán, Pakistán. Gandhi no participó en la celebración del acontecimiento. La tristeza por la sangre que se estaba derramando no le permitía alegrarse, la muerte de tantos inocentes no era motivo de celebración. La división de la India británica era un hecho, con el problema añadido de que en cada uno de los dos nuevos países había amplias bolsas de miembros de la religión contraria. En los meses siguientes los desplazamientos de diecisiete millones de personas añadieron el drama de los refugiados a la ola de violencia que no cesaba.

La mañana del 30 de enero de 1948, Gandhi se dirigía caminando a su reunión de oración diaria por la paz en Nueva Delhi cuando un estudiante que militaba en una organización hindú radical se acercó a él y le descerrajó tres tiros. Su fatal presagio se cumplió y la muerte le sorprendió sin haber logrado la pacificación y la reconciliación de los pueblos de la India. Aunque su muerte tuvo un efecto pacificador. El asesinato produjo un estupor sin límite tanto entre sus aliados como entre sus enemigos y la violencia se detuvo siquiera temporalmente. A los actos de la cremación acudieron más de un millón de personas. A esas alturas Gandhi había sobrepasado para el conjunto de la población india cualquier valoración humana y tanto partidarios como enemigos lo consideraban una especie de santo. Ante una situación política que se había desbordado, aquel hombre siguió fiel a sus principios y no se había dejado arrastrar por las pasiones homicidas que habían llenado de sangre y muerte su amada tierra. Lejos de esto se había reafirmado en sus convicciones, viejas, sólidas, en perpetua adaptación a la realidad cambiante, y había trabajado por el mundo mejor que había soñado desde que una noche fuese expulsado de un vagón de tren porque no se quería amoldar a las convenciones racistas de su tiempo.

Éste es en parte el valor del legado de Gandhi. Martin Luther King dijo muchos años después de su muerte: «Cristo me dio el mensaje, Gandhi me dio el método». No sólo fue un ejemplo de hombre comprometido con erradicar la injusticia y conseguir un mundo mejor, sino que para conseguirlo desarrolló unos procedimientos radicalmente nuevos en la historia de la humanidad, tan acostumbrada a que los conflictos se solucionen a base de violencia y muerte. La noviolencia, la no-colaboración con las autoridades injustas y la resistencia pasiva a sus decisiones se mostraron más efectivas que el más moderno de los tanques o el más eficiente de los aviones. Es por esta razón que Gandhi es una figura para el futuro, un faro de aliento que nos ayuda a seguir teniendo esperanza en el ser humano a pesar de que lo que vivió en el siglo XX no nos permita ser muy optimistas.

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