Los grandes personajes de la Historia

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34: Pablo Picasso » Una obra culmunante: el Guernica

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Una obra culmunante: el Guernica

El 20 de noviembre de ese año, el gobierno de la República, en un gesto que quería atraer la atención de la opinión pública internacional, nombró director del Museo del Prado a Picasso, siguiendo así la tradición decimonónica de nombrar artistas al frente de dicha institución. El malagueño, que se comprometió desde el principio con la causa del gobierno legítimo, no tomó posesión del cargo ni se trasladó a la Península, pero sí aceptó el encargo que le realizaron las autoridades culturales republicanas. En 1937 habría de celebrarse en París una nueva Exposición Universal y la República en guerra quería mostrar al mundo que era capaz de montar un pabellón en el que participasen los mejores artistas españoles y extranjeros comprometidos con la causa republicana. El edificio fue diseñado por el arquitecto racionalista José Luis Sert; para su interior realizaron obras artistas de la talla de Joan Miró, Julio González o Alexander Calder. A Picasso se le encargó la confección de un gran lienzo que hiciese de mural para una de las paredes del interior del pabellón. Picasso había conocido para entonces a una nueva musa, la pintora y fotógrafa de veintinueve años Dora Maar, con la que había iniciado una apasionada relación. Estando con ella recibió la noticia de que el 28 de abril la aviación alemana había arrasado la pequeña localidad vizcaína de Guernica provocando una matanza entre la población de la comarca que había acudido a ella por ser día de mercado. La impresión que produjo en el artista fue inmensa. El 1 de mayo comenzó a realizar los primeros bosquejos y en junio la obra estaba acabada (Dora Maar dejó un testimonio gráfico de gran valor al fotografiar las diferentes fases en la evolución de la obra). El resultado fue un gran lienzo, de tres metros y medio de alto por casi ocho de largo, en el que se presenta una escena articulada en torno a la figura central de un caballo herido del que ha caído el guerrero que lo montaba. A la derecha del grupo central, dos mujeres se asoman para contemplar la escena mientras dan la espalda a una figura que en el extremo grita en un edificio en llamas. A la izquierda del grupo central, la enigmática figura de un toro parece proteger a una madre que sostiene en brazos a su hijo muerto. La escena transcurre en un trasfondo oscuro, aunque la imagen de la bombilla cenital parece evocar el disco solar (el bombardeo se produjo de día). Juan J. Luna describe el Guernica como un «formidable grito de denuncia de todas las guerras del pasado y del futuro. Por su siempre demostrada habilidad para la síntesis y la tremenda fuerza simbólica del cuadro, Picasso, al originar esta vibrante creación, la convirtió, sin proponérselo, en bandera universal del pacifismo y en una crítica descarnada de la prepotencia destructiva que los fuertes desalmados ejercen sobre los débiles inermes; asimismo supuso la constatación del triunfo de la injusticia y el terror en un mundo que se dirigía irremisiblemente hacia el infierno…». Ese infierno de la Segunda Guerra Mundial seguiría inspirándole obras llenas de angustia y dolor hasta el fin de la contienda, que pasó encerrado en su estudio parisino bajo la atenta vigilancia de las autoridades invasoras alemanas. Sin embargo, el calvario de la guerra no iba a durar siempre.

Los años posteriores a 1945 estuvieron marcados por una nueva fase creadora caracterizada por el abandono del tono tenebroso y la adopción de temas y colores alegres, que dejan patente la ilusión del artista por un contexto de libertad. Como en ocasiones anteriores, este nuevo estallido creativo se vio acompañado de una nueva relación amorosa. En 1943 conoció a la pintora Françoise Gilot con la que iniciaría una relación de la que nacerían sus hijos Claude (1947) y Paloma (1949) antes de su separación en 1953. En este tiempo abordó una producción febril en pintura, escultura, grabado y una nueva expresión, la cerámica, que empezó a cultivar en 1947 y de la que dejaría más de tres mil quinientas piezas antes de su muerte. Desde los años cincuenta sus pinturas empezaron a ser una suerte de reflexión sobre la historia del arte y el papel de los artistas en el proceso creador. Comenzó a realizar series de lienzos en los que hacía variaciones de grandes obras de maestros antiguos y modernos, como Las mujeres de Argel de Delacroix (1955), Las meninas de Velázquez (1957) o El rapto de las Sabinas de David (1963).

Todavía Picasso tuvo tiempo de conocer al último amor de su vida. Después de que Françoise lo abandonase con sus dos hijos, en 1954 conoció a Jacqueline Roque, de veintisiete años, con la que contraería segundas nupcias en 1961. Los años finales del maestro fueron de producción frenética, como si fuese consciente de que su tiempo se acababa y quisiese exprimir el que le quedaba para dejar expresado todo su mundo interior. Fueron años en que pasó la mayor parte del tiempo en varias localidades del sur de Francia, en el ambiente mediterráneo que tan familiar le resultaba y que le recordaba a su España natal. La muerte le sorprendió en Mougins el 8 de abril de 1973, y fue enterrado en su propiedad de Vauvenargues dos días más tarde. Tenía noventa y dos años y llevaba ochenta y cuatro pintando.

Picasso es el gran nombre del arte del siglo XX. A lo largo de su dilatada carrera abrió con paso magistral las sendas por las que caminarían varias generaciones posteriores de creadores hasta llegar a nuestros días. Su inagotable capacidad creadora fue un ejemplo de independencia y autenticidad en el ejercicio de su profesión a la que se entregó con toda la pasión que nació de su genio. Fue ante todo y por encima de todo un artista, con las luces y las sombras que tal condición conllevó para quienes le rodearon. La amplitud de su legado es inabarcable pues con él se marca un antes y un después en la historia de las expresiones artísticas. En palabras del Premio Nobel de Literatura Octavio Paz, «la vida y la obra de Picasso se confunden con la historia del arte del siglo XX. Es imposible comprender la pintura moderna sin Picasso, pero, asimismo, es imposible comprender a Picasso sin ella. No sé si Picasso es el mejor pintor de nuestro tiempo; sé que su pintura, en todos sus cambios brutales y sorprendentes, es la pintura de nuestro tiempo».

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