Los grandes personajes de la Historia

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3: Aristóteles » Un filósofo para educar a un rey

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Un filósofo para educar a un rey

Decidido a abandonar Atenas, Aristóteles se dirigió a la ciudad de Assos, en la costa de Asia Menor frente a la isla de Lesbos. La tiranía era una de las formas de gobierno personal existentes en la antigua Grecia, y Assos tenía su propio tirano, Hermias, cuyo interés por la filosofía platónica le había llevado a invitar como huéspedes permanentes en su corte a dos miembros de la Academia, Erasto y Corisco, que le habían sido recomendados por el mismo Platón. En palabras del profesor William Keithe Guthrie, «Hermias parecía ser en pequeño el rey filósofo que Platón había buscado en vano en Sicilia», de modo que su vivo interés por hacer de su corte una pequeña Academia le llevó a invitar a incorporarse a ella a Aristóteles y Jenócrates una vez que se hubo enterado de la muerte de su maestro. Durante tres años Aristóteles desarrolló una intensa labor investigadora y docente en compañía de ese pequeño círculo de filósofos platónicos y un grupo reducido de estudiantes, si bien son muy escasas las noticias que se conservan de esta etapa de su vida.

En Assos, Aristóteles contrajo matrimonio con Pitias, hija adoptiva de Hermias con la que tendría una hija llamada como su madre. Aunque nada se sabe de la relación de Aristóteles con Pitias, debió de tratarse de un matrimonio feliz pues, a pesar de que Aristóteles convivió con Herpilis (madre del hijo al que dedicó su conocida Ética a Nicómaco) después de morir Pitias, dejó dispuesto en su testamento que se trajeran los restos de su esposa y se les diera sepultura junto a los suyos. De Assos Aristóteles pasó a Mitilene (en Lesbos) donde continuó trabajando hasta que en el año 343 a. C. fue llamado por Filipo II a Macedonia para que se hiciese cargo de la educación de su hijo, Alejandro Magno, que por entonces contaba trece años.

Tras la guerra del Peloponeso Atenas había cedido a Esparta su papel hegemónico en territorio griego. Sin embargo, el poder de esta polis y sus aliados no logró afirmarse durante mucho tiempo. La guerra de Corinto (394-386 a. C.) sería el primero de una sucesión de conflictos contra la pretendida hegemonía espartana que se vería amenazada por puntuales recuperaciones del poder ateniense y por el ascenso político de Tebas. El constante clima bélico terminó colapsando la capacidad política de las ciudades griegas tanto a título individual como de conjunto, por lo que, como afirma el profesor Alonso Troncoso, «sería el nuevo rey de Macedonia, Filipo II (359-336 a. C.), quien, con clarividencia de gran estadista y un ejército reorganizado, intervendría con mano de hierro en los asuntos interhelénicos y pondría punto final al ciclo histórico de la polis griega como ente soberano y creador de vida internacional». La posibilidad de formar parte de la corte de quien empezaba a revelarse como soberano más poderoso de Grecia unida a la inclinación personal hacia Filipo nacida durante la infancia de ambos, llevaría a Aristóteles a aceptar la propuesta del rey macedonio.

Por otra parte, tanto la aristocracia macedonia como la casa real de los Argéadas, a la que pertenecían Amintas, Filipo y Alejandro Magno, estaban fuertemente helenizadas puesto que la cultura griega constituía la única forma admitida de educación superior en Macedonia. El mecenazgo de poetas y artistas griegos se había convertido en habitual ya en el siglo V a. C., de forma que reclamar la presencia de uno de los más reputados miembros de la Academia de Platón —cuya fidelidad hacia la familia real carecía de toda duda— para educar a un príncipe no era sino un ejercicio de coherencia. Igualmente coherente fue la aceptación de Aristóteles, que como discípulo de Platón compartía con éste el ideal del rey-filósofo y, en consecuencia, la importancia de la formación filosófica de los príncipes. La oferta de Filipo de alguna manera abría a Aristóteles la posibilidad de llevar a cabo uno de sus sueños intelectuales: encargado de la educación de Alejandro Magno podría formar el espíritu y el intelecto del futuro rey de Macedonia y hacer de él un hombre sabio (filósofo) que como político gobernase rectamente. Filosofía, política, realidad y praxis eran para Aristóteles partes de un todo único e indivisible.

A juzgar por la titánica labor política de Alejandro Magno, que como monarca de Macedonia llegó a crear el mayor imperio de toda la Antigüedad, la formación recibida de Aristóteles no pudo ser mejor. El papel desempeñado por éste como preceptor y consejero fue sin duda determinante en la conformación del carácter y mentalidad del príncipe, pero a decir verdad, desde el punto de vista político, los ideales del maestro poco tuvieron que ver con los del discípulo. Como indica Tomás Calvo, «la teoría política de Aristóteles continuaba aferrada a la ciudad-estado tradicional como institución política fundamental y como punto esencial de referencia. Los proyectos y las realizaciones político-militares de Alejandro, por el contrario, se dirigieron a la formación de un vasto imperio panhelénico dentro del cual aquellas pequeñas ciudades-estado perderían definitivamente su significación y protagonismo políticos». En cualquier caso, Aristóteles desempeñó de forma inmejorable su labor como maestro de un príncipe, e incluso llegó a escribir para su pupilo una de sus obras, el tratado De Monarchia, que a juicio del profesor José Alsina «hay razones para suponer que fue escrito a la subida al trono de su joven pupilo, lo que supone, por otra parte, que este tratado (donde el filósofo informaba a los griegos del espíritu en el que había educado al monarca) sería el norte y guía que Alejandro se proponía adoptar durante su reinado».

La muerte de Filipo II hacia el año 335 a. C. y su sucesión en el trono de Macedonia por Alejandro Magno supusieron el fin de la tarea como tutor de Aristóteles, quien, contando con la protección del poderoso monarca, decidió regresar a Atenas. Tenía cuarenta y nueve años, una larga experiencia y unas ideas filosóficas propias claras. Como su maestro Platón, sólo le restaba fundar una institución en la que poder consagrar a ellas el resto de su vida, y eso fue precisamente lo que hizo mediante la creación del Liceo.

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