Los grandes personajes de la Historia

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11: Leonor de Aquitania » Reina de Inglaterra

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Reina de Inglaterra

El nacimiento en 1150 de la segunda hija de Leonor de Aquitania y Luis VII, Alix, no contribuyó a acortar la distancia entre el matrimonio real. En casi trece años, la reina sólo había dado a Luis dos hijos, que además eran mujeres, de modo que la cuestión sucesoria se convirtió en una grave preocupación para el rey y sus consejeros. Las desavenencias entre ambos eran cada vez mayores cuando, en el verano de 1151, un encuentro cambiaría para siempre la vida de Leonor.

El vasallo más poderoso de Luis VII era Godofredo el Hermoso, conde de Anjou y duque de Normandía, y que en nombre de su mujer Matilde, hija de Enrique I de Inglaterra, luchaba por el trono inglés que le había sido arrebatado a ésta por su primo Esteban de Blois. Luis veía con enorme recelo las pretensiones de Godofredo sobre Inglaterra, pues temía que el poder que podían llegar a acumular los Anjou pudiera poner el suyo en peligro. Por esa razón había tomado parte en el conflicto a favor del rey inglés, y en el verano de 1150 envió un ejército en apoyo de Eustaquio de Boulogne, hijo de Esteban de Blois, para atacar Normandía. Con ese conflicto de fondo pero con la excusa que ofrecía la captura por parte del duque de Anjou de uno de sus vasallos (Giraud Bellay) sin tener derecho a ello, se produjo en agosto de 1151 un encuentro en París entre Godofredo el Hermoso y Luis VII. A él también asistieron Enrique Plantagenet, hijo del conde de Anjou, y Leonor. La reunión se saldaría con la liberación del prisionero y la aceptación de un equilibrio pacífico entre las partes simbolizado en el homenaje rendido al rey de Francia por parte de Enrique Plantagenet como nuevo duque de Normandía, quien ostentaba el título por abdicación de su padre desde 1150, pero también supondría el punto final de la relación entre Leonor de Aquitania y Luis VII. La reina se había enamorado del joven duque al que sacaba diez años.

Decidida a poner fin a su matrimonio, Leonor apeló a la consanguinidad con su marido para obtener el divorcio, pues la Iglesia entendía como incesto todas las uniones entre parientes hasta el séptimo grado. Como recuerda el medievalista Georges Duby, «en la aristocracia lo eran todos. Lo cual permitía a la autoridad eclesiástica, y de hecho al Papa cuando se trataba del matrimonio de reyes, intervenir a capricho para atar o desatar y convertirse de este modo en dueño del gran juego político». Resulta obvio que el parentesco entre Luis y Leonor era notoriamente conocido, tanto por los cónyuges como por la sociedad europea de la época, y hasta entonces no había supuesto ningún obstáculo para su unión. La apelación de Leonor a la consanguinidad no podía resultar más escandalosa, ni más efectiva. El concilio reunido para dictaminar sobre el asunto en marzo de 1152 en Beaugency no podía resolver otra cosa que la nulidad del matrimonio. Luis VII, avergonzado por la situación y convencido además de que Leonor no sería capaz de darle un hijo varón, cedió ante lo inevitable. El divorcio solicitado y obtenido por una mujer que no sólo olvidaba su obligación de sumisión como tal, sino también la discreción a que estaba obligada como reina por dar satisfacción a sus pasiones, constituyó un escándalo de primer orden que se recordaría durante siglos.

El 21 de marzo de 1152, Leonor obtuvo la nulidad matrimonial, abandonó Beaugency y se dirigió a Poitiers donde instaló su corte como duquesa de Aquitania. Menos de dos meses después, el 18 de mayo, Leonor y Enrique Plantagenet contraían matrimonio en la catedral de Saint-Pierre. Poco antes del inicio del proceso de divorcio, la inesperada muerte de Godofredo el Hermoso había convertido a Enrique en conde de Anjou además de duque de Normandía, de modo que la unión con Leonor convertía a los nuevos esposos en señores de un vastísimo territorio. Ambos eran conscientes del valor político de la nueva situación, así como de las posibilidades de construcción de un verdadero imperio que con ello se abrían, y ambos estaban dispuestos a convertir en realidad sus aspiraciones. Como apunta el historiador Alain-Gilles Minella, «para comprender la historia de esta pareja no hay que perder nunca de vista que su misma unión influyó en el curso de la Historia y que, si bien es cierto que se trata de un hombre y una mujer, el poder creado con la unión de sus respectivos territorios hizo concebir posibilidades hasta entonces inimaginables. Al servicio de la desmedida ambición de Enrique, compartida en gran parte por Leonor, esta unión permitirá la creación de lo que en ocasiones se ha llamado el “imperio Plantagenet”».

Como señores feudales, los dominios territoriales de Enrique y Leonor en el continente superaban a los de los Capeto, pero además el Plantagenet estaba dispuesto a pelear por sus derechos al trono de Inglaterra como nieto de Enrique I y no tenía intención de esperar mucho tiempo para hacerlo. Así, tras unos meses en que se dedicó a recorrer junto a Leonor los territorios feudales de ésta, y que en virtud de su matrimonio pasaba a administrar, Enrique, apoyado y alentado por su mujer, regresó a Normandía para preparar la invasión de Inglaterra. A comienzos de 1153, las tropas bajo su mando desembarcaban en la isla y ponían rumbo a Londres. La situación de guerra civil asolaba el suelo inglés desde hacía décadas, pues los partidarios de la madre de Enrique frente al rey Esteban de Blois se hallaban enfrentados en una lucha que parecía no tener fin y que había arrastrado al país a un estado de auténtico caos. Aunque en un primer momento el rey reunió a su ejército para hacer frente a la invasión, cuando ambos contingentes se encontraron a las orillas del Támesis no se produjo el enfrentamiento. El tiempo era malo y el río estaba crecido, por lo que había que esperar para atravesarlo. Sin embargo, al cabo de unos días Esteban ordenó la retirada de sus tropas. La calma obligada de esas jornadas había permitido reflexionar al monarca inglés. Consciente del enorme poder que Enrique había acumulado en sus manos y, por tanto, de la gran capacidad económica y militar de que disponía, optó por proponer una salida negociada al conflicto que, cuando pocos días después murió su único heredero, se reveló como la mejor solución posible. Por el Tratado de Wallingford firmado el 6 de noviembre de 1153, Esteban reconocía a Enrique como su heredero aunque conservaría su corona mientras viviese. Finalmente la guerra civil inglesa se resolvía sin ninguna batalla y asimismo convertía a Enrique y Leonor en los soberanos más poderosos de Europa.

Mientras Enrique peleaba por sus derechos en Inglaterra, Leonor daba a luz al primero de los muchos hijos que tendrían y esta vez, como si se tratase de una burla para Luis VII, sería un varón, Guillermo. Las cosas no podían ir mejor para el nuevo matrimonio y el año 1154 confirmaría la tendencia. Así, en el mes de octubre falleció Esteban de Blois y unos flamantes Enrique y Leonor fueron coronados reyes de Inglaterra por el arzobispo de Canterbury el 19 de diciembre. A partir de ese momento ambos se dedicarían en cuerpo y alma a consolidar su obra política, manteniendo el statu quo en el continente con la corona francesa y reconstruyendo el poder de la monarquía en Inglaterra. Ante la enorme extensión de los territorios que debían gobernar, Enrique y Leonor establecieron un sistema de reparto de responsabilidades, de modo que mientras el rey estaba ausente de sus dominios continentales, la reina permanecía en ellos para supervisar su administración y viceversa. Como afirma el profesor Gerardo Vidal Guzmán, «fue una época dorada en la que todo pareció salir bien a la joven pareja. Hacia 1158 Enrique era el monarca más poderoso de Europa, y Leonor llevaba una vida activa, fecunda y triunfante. Cuando su esposo se ocupaba de los asuntos continentales, ella hacía de reina de Inglaterra, y sólo volvía a ocuparse de Aquitania cuando su marido era requerido en la isla. Estaba ocupada en labrar el destino de la más alta dinastía de Occidente». Aunque ambos pasaban gran parte del tiempo alejados, se reunían siempre para las grandes celebraciones anuales, especialmente Navidad y Pascua, y pese a sus prolongadas separaciones, tuvieron ocho hijos entre 1153 y 1166: Guillermo —fallecido a la edad de tres años—, Enrique, Matilde, Ricardo, Godofredo, Leonor, Juana y Juan. A su alrededor floreció un mundo cortesano de gran riqueza en el que cristalizaron los ideales del mundo de la caballería y de las composiciones poéticas del amor cortés. Vivían entregados a su obra y compartían la pasión con que la abordaban. Pero si la corriente de entendimiento entre Enrique y Leonor había cimentado un imperio, la quiebra de su relación estaría a punto de hacerlo saltar por los aires.

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