Los grandes personajes de la Historia

Los grandes personajes de la Historia


38: Margaret Thatcher » La Unión Europea

Página 251 de 268

La Unión Europea

Margaret Thatcher todavía ganaría unas terceras elecciones generales en junio de 1987, manteniendo una holgada mayoría frente a los laboristas. Fueron sus años finales, en los que profundizó en el camino trazado, especialmente en lo tocante a reformas económicas, a la alianza con Estados Unidos y su apoyo para acabar con la Guerra Fría. Sin embargo, la gran novedad del mandato llegaría en política internacional, y sería la de un acerado antieuropeísmo. El Reino Unido se había incorporado a la Comunidad Económica Europea en 1973 y había intervenido en todas sus políticas con completa normalidad hasta 1984. En dicho año Thatcher consiguió un sustancioso descuento en la contribución económica anual que hacía su país bajo pretexto de que éste apenas recibía fondos europeos pertenecientes a la Política Agraria Común. El proceso de integración europeo había cobrado nuevos bríos con la firma del Acta Única Europea en 1985, a la que Thatcher no se opuso, pero cuando en los años siguientes comenzó a hablarse de avanzar en la integración territorial y económica, la primera ministra se mostró radicalmente contraria a lo que consideraba una forma de federalismo encubierto. En septiembre de 1988, en una reunión europea en Brujas (Bélgica) pronunció su más célebre discurso al respecto, en el que afirmó: «La Comunidad Europea es una manifestación de la identidad europea, pero no la única (…). Intentar suprimir el carácter nacional y concentrar el poder en el centro de un conglomerado europeo podría ser altamente dañino y podría poner en peligro los objetivos que esperamos lograr (…). No hemos hecho retroceder las fronteras del estado en Gran Bretaña sólo para ver cómo se vuelven a imponer a escala europea, con un superestado ejerciendo un nuevo dominio desde Bruselas (…). Hagamos de Europa una familia de naciones que se comprendan mejor mutuamente, que se aprecien recíprocamente, que hagan las cosas juntas, pero gozando de nuestra identidad nacional no menos que de nuestra empresa común europea».

El antieuropeísmo de la líder conservadora era una nueva edición del patriotismo exacerbado que tanto éxito le había proporcionado con la guerra de las Malvinas. Pero en esta ocasión la operación no fue tan exitosa. Una parte de la opinión pública británica consideraba que se quedaba corta y otra se mostró decepcionada porque diese la espalda al proyecto europeo en vez de intentar liderarlo. Además ocasionó fricciones dentro del partido y del gobierno. Thatcher ya había tenido que aceptar la ruidosa dimisión de uno de sus ministros (el de Defensa, Michael Heseltine, por el uso de las bases británicas en el ataque estadounidense a Libia en 1986); en esta ocasión fue el de Hacienda, Nigel Lawson, el que dimitió por la postura de Thatcher ante la integración de la libra esterlina en el Sistema Monetario Europeo. La relación con el titular de Asuntos Exteriores, Geoffrey Howe, también se volvió excepcionalmente tensa. Además, algunas de sus nuevas medidas ocasionaron una oposición popular importante, la más destacada de todas fue la implantación de un nuevo impuesto municipal, el poll tax, que tuvo que ser finalmente retirado. En 1990, cuando el partido llevó a cabo una de sus elecciones internas, se alzaron varios candidatos alternativos muy críticos con el liderazgo autoritario de la señora Thatcher. Posiblemente consciente del desgaste que había sufrido en la última legislatura, y con unas encuestas que mantenían la valoración electoral del partido por encima de la suya propia, decidió hacerse a un lado. El 22 de noviembre de 1990 se retiró de las elecciones internas y seis días después dimitió del cargo de primera ministra, siendo sustituida por uno de sus ministros, John Major.

La vida posterior de la que había sido líder indiscutible del conservadurismo se fue replegando progresivamente de la política. En 1992 la reina le concedió el título de baronesa Thatcher e ingresó en la Cámara de los Lores, lo que en la práctica significaba su retirada de la política activa. Los años posteriores estuvieron marcados por sus intervenciones cada vez menores en la vida pública y por la tarea de escribir dos gruesos volúmenes de memorias políticas que aparecieron en 1993 y 1995. En 2002 anunció su completa retirada de la actividad pública tras haber sufrido varios accidentes cerebrovasculares, y al año siguiente falleció su marido, uno de los puntales de su dilatada actividad política.

Su legado ha resultado ser tan polémico como incuestionable. Su éxito al reactivar la economía británica era manifiesto y cuando el «Nuevo Laborismo» de Tony Blair se lanzó a la conquista del gobierno, no llevaba en su programa un proyecto de revertir las reformas estructurales emprendidas por la dama de hierro. Sin embargo, desde múltiples sectores se lanzaron críticas que sintetiza así el historiador Tony Judt: «Como economía, el Reino Unido de Thatcher era un lugar más eficiente. Pero como sociedad, sufrió un cataclismo de desastrosas consecuencias a largo plazo. Al desmantelar todos los recursos que estaban en manos colectivas, al insistir a gritos en una ética individualista que prescindía de cualquier valor no cuantificable, Margaret Thatcher causó un grave daño al tejido que sustentaba la vida pública británica. Los ciudadanos se transformaron en accionistas o partes interesadas, cuyas relaciones interpersonales con el colectivo se calibraban en función de activos y títulos de crédito, sin tener en cuenta ni servicios ni obligaciones. Cuando todo, desde las empresas de autobuses hasta las eléctricas, estuvo en manos privadas que competían entre sí, el espacio público se convirtió en un mercado». Veinte años después de su abandono de la política activa todavía no se han propuesto alternativas claras al programa de Thatcher. Posiblemente sólo el tiempo permitirá hacer una valoración ajustada de su paso por la política europea del siglo XX y de su herencia para el XXI.

Ir a la siguiente página

Report Page