Los grandes personajes de la Historia

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14: Juana de Arco » Un reino para el rey de Francia

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Un reino para el rey de Francia

Cuando las tropas de Juana llegaron a Orleans su fama había comenzado a correr por toda Francia. Ella sabía que debía combatir para liberar la ciudad, pese a lo cual intentó convencer a los ingleses por la vía diplomática de que abandonasen el sitio. Según los documentos de su primer proceso, Juana les envió una carta antes de iniciar las operaciones: «Rey de Inglaterra y vos, duque de Bedford, que os denomináis regente del reino de Francia (…) entregad a la Doncella, que ha sido enviada por Dios, rey del cielo, las llaves de todas las ciudades que habéis usurpado y violado en Francia (…) si no obráis de esta manera, soy jefe de guerra y os aseguro que en cualquier parte de Francia donde encuentre partidarios vuestros, los combatiré, los perseguiré y los haré huir de aquí quieran o no». Las negociaciones fracasaron y Juana de Arco, una mujer sin formación militar, dirigió el ataque.

El 4 de mayo de 1429, las tropas de Juana tomaron la bastilla de Saint-Loup, y en los días siguientes la de los Agustinos y la de Tourelles. El 8 de mayo los ingleses, incapaces de reaccionar ante el empuje de una campesina que parecía tocada por Dios pese a estar herida, decidieron levantar el sitio. El triunfo militar era indiscutible y el efecto psicológico que se originó por la victoria no podía ser más beneficioso para los intereses franceses. Una mujer había derrotado a los ingleses. No era posible un ridículo mayor. El 18 de junio Juana volvió a derrotarlos en Patay cuando trataban de cortar su avance. El prestigio inglés parecía irrecuperable.

La señal se había producido y Juana había sido el instrumento de la voluntad de Dios ante los ojos de todos, en consecuencia la consagración de Carlos VII por fin podía producirse. El 17 de julio de 1429, en la catedral de Reims, como era costumbre entre los reyes franceses, y acompañado por Juana de Arco, el heredero de la casa de Valois era coronado y ungido como rey de Francia. El Tratado de Troyes saltaba por los aires y lo hacía de la mano de un campesina que había devuelto la corona a su rey. A partir de ese momento Carlos VII y sus partidarios depositaron en Juana el peso de las operaciones militares contra los ingleses. Ya antes de la coronación Juana había ganado Troyes y en el verano de 1429 ocuparía Laon, Senlis y Soissons.

París seguía siendo foco de la resistencia borgoñona y Juana había prometido a Carlos VII sofocarlo. A finales de agosto la heroína de Orleans llegaba a Saint-Denis en las afueras de París, pero a partir de entonces la suerte de Juana comenzó a cambiar. En la puerta de Saint Honoré de la ciudad sufrió su primera derrota militar. No faltaron los agoreros que vieron en la derrota una señal muy diferente a las anteriores: el abandono de Dios. El invierno se avecinaba y las arcas de Carlos VII estaban exhaustas, por lo que la vía de la negociación empezó a ser vista por el monarca y buena parte de sus partidarios como la más adecuada para lograr sus objetivos. El inicio de conversaciones con el duque de Borgoña no podía ser del agrado de Juana pues concebía su misión en otros términos. De ahí que ante la falta de fruto de las negociaciones, Juana de Arco decidiese abordar una nueva empresa: levantar el cerco de Compiègne. El pequeño grupo de partidarios con el que contó para la ocasión cayó derrotado al iniciar el ataque y ella misma fue apresada por los borgoñones. Su captor, Juan de Luxemburgo, no dudó ni un segundo en ofrecer la prisionera a los ingleses, quienes habrían dado cualquier cosa por hacerse con ella.

Diez mil francos fue el precio por el que Juana fue vendida. La compra la gestionó en nombre de los ingleses el obispo de Beauvais, Pierre Cauchon —acérrimo borgoñón y enemigo declarado de Carlos VII—, mientras Juana estaba presa en el castillo de Beaurevoir. Tras varios intentos de fuga, incluido un salto desde la torre del castillo al que sobrevivió milagrosamente, no parecía fácil decidir el lugar en el que podía estar a buen recaudo. Superadas las dudas iniciales sobre quién debía dirigir el proceso al que someterían a la prisionera, ésta fue conducida a Ruán, donde el 3 de enero de 1431 el rey de Inglaterra encargó a Cauchon la instrucción del caso.

Juana acabó recluida en una celda estrecha, sin alimentos ni bebida en buen estado, vigilada por hombres y privada de recibir los sacramentos. Entre el 9 de enero y el 20 de febrero tuvieron lugar diez sesiones preliminares para preparar el interrogatorio que comenzó el día 21. En sus respuestas mostró inteligencia y firmeza de convicciones y mantuvo constantemente que escuchaba voces enviadas por Dios. A finales del mes de marzo los jueces procedieron a leer los setenta artículos que componían su acusación. Se la acusaba de haber disuadido a Carlos VII de conseguir la paz incitándole al derramamiento de sangre y se la consideraba sospechosa de varios crímenes por cuestiones de fe (herejía). Sus afirmaciones se consideraron invenciones blasfemas. No se le dejó ni un resquicio para su defensa.

Agotada por el acoso y las argucias inquisitoriales, también fue amenazada con los instrumentos de tortura. El 9 de mayo se los mostraron, algo que el tribunal consideró suficiente por el momento. A finales de ese mismo mes, en el cementerio de Saint Ouen, Cauchon arrancó a Juana su único momento de debilidad al lograr que firmase la abjuración de sus errores y aceptase vestirse de mujer. Después de eso el obispo de Beauvais pronunció su sentencia: «Es así como tú, Juana, llamada vulgarmente la Doncella, has sido convencida de varios errores en la fe de Jesucristo, por lo cual has sido llamada a juicio y has sido escuchada… Por ello y para que hagas penitencia saludable te hemos condenado y condenamos con sentencia definitiva a cadena perpetua, con pan de dolor y agua de tristeza».

Pero la condena no era bastante para los enemigos de Juana que sabían que cualquier nueva debilidad de la acusada podía conducirla a la hoguera. Y la debilidad sucedió, pues el 28 de mayo Juana volvió a vestir ropa de hombre. Se ha apuntado la posibilidad de que la agredieran sexualmente y de que adoptara las ropas masculinas como un modo de intentar protegerse de sus propios carceleros. Sea como fuere, cuando los jueces interrogaron nuevamente a Juana por los motivos que la habían llevado a retractarse de lo dicho en Saint Ouen ella afirmó que lo hacía por su propia voluntad, que consideraba más conveniente portar hábito de hombre mientras estuviese entre hombres y que nunca había escuchado el juramento por el que supuestamente había renunciado a él. Con esas afirmaciones sus enemigos tenían más que suficiente para poder acusarla de reincidencia en sus pecados.

La mañana del 30 de mayo, en la plaza del Mercado Viejo de Ruán, Pierre Cauchon leyó a Juana su sentencia. Se la excomulgaba por haber «mostrado falsamente signo de contrición y penitencia», haber «perjurado en el santo y divino nombre de Dios, blasfemado condenablemente» y mostrarse como «incorregible hereje», es decir, se la condenaba por relapsa. Pronunciada la sentencia, fue entregada a la justicia secular y sin que mediase como era habitual una sentencia laica, el procurador de Ruán la condujo al lugar donde debía ser quemada. La Doncella de Orleans murió con sólo diecinueve años.

Resulta cuando menos sorprendente que Carlos VII, que debía su corona a Juana, no tratase de hacer nada para rescatar a la joven. Según parece, tanto él como sus consejeros consideraron una buena idea apartar del rey a una adolescente iluminada que había comenzado a cosechar fracasos militares y que se mostraba defensora a ultranza del enfrentamiento bélico con los ingleses frente a la negociación diplomática. Lo cierto es que hasta 1449, fecha en que Carlos VII entró en Ruán tras su liberación, éste no ordenó que se comenzase a recabar información sobre el proceso que había tenido lugar en 1431. Ya en 1450 se inició la revisión del proceso para reivindicar la memoria de Juana. Su rehabilitación solemne sería proclamada por el inquisidor Jean Brehal y el arzobispo de Ruán Guillaume d’Estouteville seis años más tarde.

El eco de la muerte de Juana de Arco recorrió toda Europa. La figura de la campesina guerrera guiada por Dios había conmovido a sus contemporáneos. El proceso claramente sólo había sido la conversión de una cuestión política en una cuestión de fe. Deslegitimando a Juana y a su misión se deslegitimaba a Carlos VII, de ahí la importancia que para los ingleses y sus aliados tenía el condenarla por herejía. Muchos siglos más tarde la Iglesia la reconoció no como hereje sino como santa, siendo beatificada en 1909 y canonizada en 1920. El legado de Juana de Arco llegó mucho más lejos de lo que ella misma pudo imaginar jamás. La Historia la convertiría en la personificación del espíritu nacional francés, de la independencia y la dignidad de un país que aún hoy rinde homenaje a la Doncella de Orleans.

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