Los grandes personajes de la Historia

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El intrépido navegante

Pocas figuras de la Historia son al tiempo tan conocidas y desconocidas como la de Cristóbal Colón. La importancia del legado que dejó a la humanidad, el descubrimiento de América, nunca se ha discutido, pero no pasa lo mismo con muchos aspectos de su biografía. Sus oscuros orígenes familiares, su convicción en el proyecto de la navegación a Asia por Occidente o sus chocantes teorías cosmográficas y geográficas son sólo algunos de los aspectos que han provocado más discusiones. Todavía hoy los historiadores siguen debatiendo sobre el perfil poliédrico y escurridizo de uno de los más grandes marinos que han visto los tiempos. Además, su trayectoria tiene cierta dimensión trágica: salido de la nada logró encumbrarse a la mayor de las glorias para morir en la más absoluta de las marginaciones. Quizá representa como nadie el prototipo de genio incomprendido que no obtuvo el reconocimiento que merecía, pero es posible que esto no sea tan injusto si se tiene en cuenta que Colón nunca llegó a ser realmente consciente de la importancia de su hallazgo. Murió con la convicción de que el territorio al que había arribado era una estribación de Asia oriental. Paradojas del destino de una de las personas que de forma más nítida han marcado el inicio de la modernidad y han trazado una divisoria en la Historia universal.

A finales de la Edad Media Europa estaba preparada para abrirse al mundo. Por un lado, su crecimiento económico había producido una mayor demanda de mercancías suntuarias de origen lejano: las especias, los ricos tejidos y las perlas que llegaban de Asia oriental por la Ruta de la Seda tenían cada vez mayor aceptación entre las clases adineradas de Occidente. Además, el perfeccionamiento técnico de los conocimientos científicos europeos cada vez permitía emprender aventuras que sólo unas décadas antes eran impensables. Los cambios en la concepción del mundo (el estudio del legado grecolatino había llevado ya a comienzos del siglo XV a la aceptación de la esfericidad de la Tierra) y el perfeccionamiento de los barcos (aparición de la carabela) e instrumentos de navegación (la brújula, el sextante) llevaron a que se abandonase la navegación de cabotaje para dar los primeros pasos de la navegación en alta mar. Por fin se podían efectuar los primeros intentos de navegación oceánica.

Los países que más se implicaron en estos cambios fueron los de la fachada atlántica, sobre todo Portugal desde la segunda década del siglo XV. Las motivaciones para emprender la aventura fueron, por una parte, el espíritu de Cruzada (continuar la lucha contra los musulmanes que se venía desarrollando durante siete siglos en la península Ibérica), la búsqueda de tierras cristianas más allá del islam (la leyenda del Preste Juan y su fabulosa contribución a una posible recuperación de Tierra Santa para la cristiandad) y el deseo de acceder directamente a las fuentes de los fabulosos bienes que llegaban de Extremo Oriente (además del oro y los esclavos, que se podían obtener de la prácticamente desconocida África subsahariana). Asimismo, la irrupción de los turcos en Próximo Oriente, que además de la caída del Imperio bizantino supuso la desarticulación de las rutas terrestres que conectaban con Asia, añadió un aliciente en la búsqueda de rutas marítimas hacia la India y China. Todo ello hizo que el siglo XV fuese una de las edades de oro de la navegación y en ella tendría un papel destacado un marino de oscuro origen que enderezaría su carrera en la península Ibérica.

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