Los grandes personajes de la Historia

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39: Mijaíl Gorbachov » El arquitecto de la Perestroika

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El arquitecto de la Perestroika

En un momento en el que los medios de comunicación abusan constantemente del adjetivo «histórico» para calificar cualquier acontecimiento o personaje, independientemente de su relevancia, apenas media docena de individuos se han ganado a pulso el apelativo de «padres de nuestro tiempo». Figuras cuya actividad ha cambiado el mundo y han configurado el siglo XXI tal y como lo vivimos. Entre ellas juega un papel destacado el último presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Mijaíl Gorbachov, que ocupó el poder entre 1985 y 1991. Fue el hombre que accedió al mando de la superpotencia comunista en un contexto de graves dificultades económicas y anquilosamiento político. Su programa fue el de modernizar el proyecto soviético, no el de destruirlo, pero cuando abrió la espita de las reformas la sociedad civil salió en tropel y se vio completamente desbordado. Pese a su fracaso en la política interior su aportación a la política internacional (ya que es a él a quien hay que atribuir la iniciativa de acabar con la Guerra Fría) y su integridad política (que le llevó a no emplear la violencia contra sus enemigos cuando la transición se le fue de las manos) hacen que la balanza se incline definitivamente a su favor. Quizá sea ésa la contradicción y la grandeza de este hombre: fue un comunista convencido que quiso poner al día una ideología que admiraba profundamente y acabó llevándola a la tumba, pero a cambio brindó a la humanidad un horizonte de paz como no conocía desde hacía muchas décadas.

El final de la Segunda Guerra Mundial configuró rápidamente un nuevo escenario internacional que caracterizaría la historia de las cuatro décadas siguientes. Los países se fueron alineando en torno a dos superpotencias mundiales que llenaban el escenario y que aspiraban a la hegemonía mundial: Estados Unidos y la URSS. La separación del mundo en bloques herméticos (capitalista y comunista, aunque existía un grupo de países neutrales llamados los «no alineados») que aspiraban a la destrucción del rival, la carrera para hacerse con armamentos cada vez mayores y más sofisticados (incluyendo la carrera espacial) y las filosofías y prácticas políticas irreconciliables hicieron que las relaciones internacionales adquiriesen un grado de tensión que no permitieron que desapareciese el horizonte de guerra que había marcado toda la primera mitad del siglo. A la Segunda Guerra Mundial no le siguió un período de paz, pero tampoco hubo un enfrentamiento directo entre los dos antagonistas, de ahí que a este conflicto se le diese el nombre de «Guerra Fría». Pero ahora se trataba de una guerra más grave y mortífera de las que se habían producido hasta entonces y eso que las dos guerras mundiales del siglo XX habían dejado muy alto el listón. Con la obtención de la bomba atómica por parte de la Unión Soviética, a partir de 1949 se hizo tangible la posibilidad de una guerra de aniquilación total; había comenzado la era nuclear en la que todavía estamos inmersos.

En la URSS, aunque la pesadilla del régimen estalinista terminó con la muerte del «zar rojo» en 1953, la tímida liberalización emprendida por Kruschev (1953-1964) fue un episodio pasajero que dio paso al gobierno del aparato del Partido Comunista, que recibía el nombre de nomenklatura, encabezada por la figura fuerte de Breznev (1966-1982). Los mandatos breves de Andropov (1982-1984) y Chernenko (1984-1985) apenas pudieron cambiar una situación que a comienzos de los ochenta era de gran dificultad y con la que tendría que lidiar un jurista procedente de la lejana región de Stávropol, que había hecho carrera en el Partido y que accedió a su Secretaría General en marzo de 1985, Mijaíl Gorbachov.

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