Los grandes personajes de la Historia

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22: Isaac Newton » El explorador del universo

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El explorador del universo

Suele decirse que Isaac Newton afirmó sobre sí mismo que si había llegado a ver algo más lejos que los demás era porque había estado subido sobre hombros de gigantes. En un mundo dominado por las nuevas tecnologías parece difícil reconocer la aportación de los pensadores y científicos anteriores al siglo XX, y sin embargo la ciencia moderna tal y como la conocemos no podría haberse desarrollado sin la aportación de este auténtico genio de las matemáticas, la física, la astronomía y el cálculo. Albert Einstein al estudiar su obra quedaría abrumado por la dimensión de sus descubrimientos e intuiciones, y aunque sería el primero en desafiar algunos de sus presupuestos, siempre reconoció la deuda de su pensamiento con el del científico inglés del siglo XVII. Asociamos su imagen a la de un estudioso que al observar la caída de una manzana cambió la concepción del universo hasta entonces conocida. Pero ¿quién fue Isaac Newton? ¿Por qué este hombre al que fascinaba tanto el estudio como disgustaban las relaciones sociales marcó un antes y un después en la Historia?

Durante el siglo XVII y como consecuencia de los trabajos previos de Nicolás Copérnico, Galileo Galilei y Johannes Kepler, entre otros, Europa asistió a un proceso de renovación del conocimiento que tradicionalmente denominamos Revolución científica. Fruto de ello nacía la ciencia moderna, basada en el método experimental y el empleo del lenguaje matemático, y se ponían en entredicho las pautas de desarrollo del saber que desde la Edad Media había marcado la escolástica. Los nuevos planteamientos no sólo supusieron un cambio radical en el terreno estrictamente científico sino que, en la medida en que en la época ciencia y filosofía eran actividades comunes para quienes las practicaban, la Revolución científica también supuso un cambio en la forma de concebir el mundo. Se ponían así los cimientos para la racionalización del pensamiento científico en todas sus facetas abriéndose la puerta a la Ilustración del siglo XVIII.

De la mano de las teorías de multitud de filósofos y científicos como Descartes, Leibniz, Pascal, Halley, Huygens, Fermat, Harvey, Boyle… surgió una nueva forma de abordar el conocimiento de la naturaleza. Ésta por primera vez se concebía como algo ordenado y regido por unas leyes de carácter universal que, mediante la experimentación y la aplicación de modelos matemáticos, podían descubrirse y explicarse. Los avances en matemáticas, física, astronomía, medicina, filosofía, química, historia, biología, etc., marcarían desde entonces las vías de evolución de las ciencias hasta bien entrado el siglo XX. Pero nada en este proceso habría sido igual sin las revolucionarias aportaciones del coloso del saber que fue Isaac Newton.

Cuando en la Navidad de 1642, en la localidad inglesa de Woolsthorpe del condado de Brinkinshire, una mujer llamada Hannah Newton daba a luz a un niño, nada hacía presagiar que aquel bebé sietemesino y extremadamente débil no sólo iba a sobrevivir sino que iba a convertirse en el científico más importante que jamás ha conocido la Historia. Isaac Newton nació en unas circunstancias verdaderamente malas. Inglaterra estaba sumida en una guerra civil que habría de alargarse hasta 1649 y que terminaría con la ejecución del rey Carlos I. Asimismo era hijo póstumo, pues su padre, un pequeño terrateniente analfabeto de igual nombre, había muerto tres meses antes, y además era prematuro, tan pequeño que, en palabras de su propia madre, «habría cabido en una botella de un cuarto». Con estas condiciones de partida, el futuro no resultaba precisamente prometedor.

Sin embargo y contra todo pronóstico, el pequeño logró salir adelante aunque no para tener una infancia muy ortodoxa. Su madre, probablemente angustiada con la difícil situación económica que en la época suponía ser una joven viuda, se casó por segunda vez cuando Isaac tenía sólo tres años. Su padrastro, el rector de la cercana parroquia de North Witten Barnabas Smith, decidió que lo mejor para el pequeño sería que lo criaran sus abuelos maternos. Con ellos pasaría los siguientes ocho años aunque la casa de su madre se encontraba sólo a unos dos kilómetros y medio de distancia. Pese a los cuidados de sus abuelos, la separación de su madre, la muerte de su padre y el rechazo de su padrastro marcaron de por vida la afectividad de un niño que, además, poseía una capacidad intelectual fuera de lo normal. En sus primeros años de colegio Newton parecía no ser un estudiante brillante, no le resultaba fácil relacionarse con sus compañeros y se mostraba interesado por todo tipo de artilugios mecánicos en lugar de por los juegos que solían gustar a los chicos. Así, cuando tras el fallecimiento de su padrastro, en agosto de 1653, su madre regresó a Woolsthorpe, se encontró con un niño más bien raro, bastante hosco y que no parecía destacar en nada en especial.

Hannah Newton quería que su hijo se hiciera cargo algún día de la granja y los terrenos familiares. Para ello era necesario recibir cierta formación académica para que pudiera ocuparse de su administración, razón por la que decidió enviar a Newton a la escuela de Grantham. Allí, de modo casi providencial, se alojó en casa de un farmacéutico, el señor Clark, lo que puso al jovencísimo Newton en contacto con la medicina y la química por primera vez en su vida. Su mente inquieta encontró entre los libros y materiales del farmacéutico un campo que le invitaba al conocimiento y la reflexión. Se sabe que ya entonces fabricaba como entretenimiento cometas, pequeños molinos de viento a escala y relojes de sol y de agua, probablemente siguiendo las indicaciones de su libro favorito, Los misterios de la naturaleza y el arte, de John Bate, uno de los que había tomado de la biblioteca del farmacéutico. Newton comenzó entonces a destacar como estudiante en el colegio, aunque le costaba mantener una línea constante de trabajo y su tendencia a aislarse socialmente no mejoró con ello.

Cuando cumplió diecisiete años su madre pensó que había llegado el momento de que volviese a Woolsthorpe para ponerse al frente de la finca familiar, y entonces, tal y como afirma Isaac Asimov, «claramente se distinguió como el peor granjero del mundo». Pocos ejemplos resultan tan ilustrativos de su falta de aptitud para aquel tipo de trabajo como los recordados por el profesor de Astronomía de la Universidad de California Timothy Ferris: «Enviado a recoger el ganado, lo hallaron una hora más tarde parado en el puente que conducía a los pastos, observando atentamente el fluir de la corriente. En otra ocasión fue a su casa montando un caballo y llevando otro de la brida, sin darse cuenta de que el segundo se había escabullido». Obviamente a Isaac Newton poco o nada le interesaban las vacas, los caballos, los pastos y las cosechas. Por fortuna, Henry Stokes, su profesor en Grantham, y su tío materno William Ayscuogh, conscientes de que Newton nunca podría ser terrateniente pero que poseía dotes para el estudio, lograron convencer a Hannah para que desistiese de sus intenciones y le enviase a estudiar al Trinity College de Cambridge en 1661. Allí, para asombro de todos, Newton se convirtió en la figura más destacada de la universidad.

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