Los grandes personajes de la Historia

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25: Napoleón Bonaparte » Prácticamente un extranjero

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Prácticamente un extranjero

El segundo de los hijos del matrimonio Bonaparte recibió el nombre de Napoleón. Había nacido el 15 de agosto de 1769, poco más de tres meses después de la derrota definitiva de los corsos. Pronto se pudo beneficiar de la cercanía de su padre con las autoridades francesas, ya que éste le consiguió una beca para estudiar en la escuela de Autún, desde donde pasaría más tarde a la escuela militar de Brienne, con los gastos pagados a expensas del rey. Napoleón tomó posesión de la plaza en 1779, con apenas diez años y con escasos conocimientos de francés e italiano, ya que su lengua natal era el corso. Este hecho, junto con su lugar de nacimiento, le hicieron objeto de las burlas de sus compañeros, que le consideraban un francés de segunda clase. Muchas veces se ha afirmado que estas humillaciones despertarían en el joven el deseo de superarse para dejar callados a aquellos que se mofaban de él. Hizo gala de un carácter taciturno y una aplicación desbordada hacia el estudio. En 1784 sus esfuerzos se vieron recompensados cuando lo admitieron en la Escuela Militar de París, donde un profesor de matemáticas le describió del siguiente modo en un informe: «Napoleone de Buonaparte. Reservado y trabajador, prefiere el estudio a cualquier clase de diversión, se complace en la lectura de buenos autores; muy aplicado en las ciencias abstractas; poco curioso de las demás; conocedor a fondo de las matemáticas y la geografía; silencioso, amante de la soledad, caprichoso, altanero, sumamente inclinado al egoísmo, poco hablador, enérgico en sus réplicas, con mucho amor propio, ambicioso y aspirante a todo; este joven es digno de que se le proteja».

Según el criterio del especialista en historia militar Timothy Pickles, «probablemente Napoleón era un genio. Tenía una capacidad intelectual asombrosa. Además de sus estudios en el arte de la guerra se mostró muy interesado en la política y la filosofía. Su cerebro era una esponja que lo absorbía todo. Era como si tuviese un ordenador que lo procesaba todo y en el que quedaba todo para cuando lo pudiese necesitar. Era como acudir a una biblioteca y encontrar el libro que necesitaba en cada momento». Gracias a su acceso a la academia tuvo la posibilidad de obtener una educación no sólo militar, aunque en ésta también destacó el joven corso. Mostró especial interés en la artillería, rama de la disciplina militar que jugaría más tarde un papel esencial en sus revolucionarias tácticas militares. En 1785, cuando contaba dieciséis años de edad, fue nombrado oficial del ejército francés. Para entonces ya había quedado huérfano de padre, así que comenzó a trabajar y a dedicar parte de sus ingresos al sostenimiento de su numerosa familia.

La Revolución de 1789 sorprendió a Napoleón en Auxone, desde donde contempló los acontecimientos con gran atención. Éstos se sucedían rápidamente con un sentido que muchas veces escapaba a quienes los vivían, siendo frecuentes las polémicas sobre si era necesaria la Revolución y si lo que estaba aconteciendo era bueno para Francia. Napoleón acogió los cambios como algo positivo, sobre todo para su Córcega natal, pues consideraba que con el nuevo contexto la isla podría conseguir mayores cotas de autonomía. Con este pensamiento se apresuró a regresar a la isla y se incorporó rápidamente a la Guardia Nacional, el cuerpo de voluntarios movilizados para defender la Revolución, en la que ocupó el cargo de teniente coronel. Allí chocó con los patriotas, acaudillados de nuevo por Paoli, y en unos disturbios durante la Pascua de 1792 no dudó en abrir fuego contra sus paisanos. Tuvo que acudir a París para justificar su actuación, que presentó como defensa de las ideas revolucionarias, y fue recompensado con un ascenso a capitán. Tras fracasar en la toma de la isla de Magdalena, próxima a Cerdeña, se enzarzó otra vez con los patriotas, que le hostigaron e incendiaron su casa. En agosto de 1793, en compañía de su madre y otros familiares, los Bonaparte abandonaron definitivamente Córcega. La isla del Mediterráneo que marcó tanto su infancia y que le dejó un sentimiento indeleble de simpatía y cercanía a Italia, rechazaba a aquel hombre cuyos designios eran demasiado grandes para caber en su pequeña extensión.

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