Los consulados del Más Allá

Los consulados del Más Allá


Epílogo simétrico

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Epílogo simétrico

El dieciséis de noviembre de 1870 las Cortes proclamaban rey a don Amadeo de Saboya. Momo Bardají llegaba sin aliento al Veloz Club; por la escalera se le unió, sofocado, Chancho Casa-Dónovan; en el salón de fumar, Neville y Pipo trataban mutuamente de corregirse la pronunciación de la erre. No tardó en aparecer Pirulo Ristori, que llegaba del Ministerio de Marina. Sin embargo, Áureo Lombardía, con su levita entallada de tornasoles eléctricos, de la que rebosaba una lechuguilla perfumada de bergamota, aventajaba a todos en exaltación:

—¡Se salió con la suya! —dijo mordiéndose los labios y golpeándose un muslo con ademán de espantamoscas.

—¡Por 191 votos! —bufaba Momo—. ¡Una monarquía carbonaria!

—¡Qué usurpación! —se desataba Choncho—. ¡Un garibaldino en el Palacio de Oriente! ¡Lindo contubernio de la masonería y el socialismo!

—¡Antes mil veces don Carlos! —susurraba Pipo.

—Con semejante rey —vaticinaba Pirulo— camparán por sus respetos abolicionistas y demócratas, federales y masones…

—Seremos el hazmerreír de Europa —clamaba Momo—. El progresismo reformista allanará el camino a la revolución. Nos adormecerán con la retórica de la P: paz, progreso, prosperidad, prensa, política y presente, en lugar de enardecernos con la retórica de la F: fe, fuerza, falanges, fidelidad, fusiles y futuro.

—¡Prim es un traidor a los institutos armados! —concluyó Pirulo.

—¡Un hipócrita reformista! —subrayó Pipo.

—¡Un burgués progresista! —remachó Chancho.

Áureo volvió a tomar la palabra con acento sombrío:

—Las Cortes no han votado la coronación de Amadeo, sino la muerte de Prim. Al menor roce que tenga con la izquierda, le asestaremos el golpe, y así la opinión supondrá que es un ajuste de cuentas entre masones. ¡A cada cerdo le llega su San Martín!

Afrodisio Aviranaga, enlace de los clubs franceses, irrumpió con zumbido de mosquito en un sótano de la calle Jácometrezzo. Algunas velas, hincadas en botellas vacías, iluminaban unas paredes arañadas de frases bíblicas y símbolos fálicos. En torno a unas mesitas de pintado pino tomaba asiento el más heterogéneo grupo de jóvenes. Para entrar en calor cantaban coplas del Bienio progresista y consumían un licor escocés hecho a base de cebada. Los chorreones de cera, al solidificarse, ennoblecían las humildes botellas de valdepeñas con fingidas espumas de champaña. Por lo que pudiera tronar, respetaremos los seudónimos en que aquellos conspiradores se disimulaban. La humedad y las nubes de tabaco obligaron a Afrodisio a saludar con un golpe de tos.

—¡Se salió con la suya! —exclamó una vez amainaron las toses.

El compañero Casca, erguido el torso, disparó un despecho con cadencias galaicas a través de su boquilla-cerbatana:

—¡Por 191 votos! ¡Una monarquía burguesa!

El compañero Cinna tenía las mejillas hundidas, abundante cabellera y enormes antiparras; hablaba con dejos itálicos:

—¡El Saboya se la jugó a Garibaldi y ahora nos la juega a nosotros! ¡Lindo contubernio de la Iglesia y la Masonería!

—¡Antes mil veces don Carlos! —razonaba el compañero Trebonio, coceando a la andaluza bajo un rubio mostacho mosquetero—. Un rey descaradamente cavernícola por lo menos justificaría el alzamiento en armas de la revolución.

El compañero Metelo Cimber era algo aragonés y tenía un tic de lepórido:

—Con semejante rey —auguraba— camparán por sus respetos carlistas y neos, liberales y masones…

—Seremos el hazmerreír de Europa —despotricaba el compañero Casca—. El progresismo reformista cerrará el camino a la revolución. Nos adormecerán con la retórica de la P: paz, progreso, propiedad, prosperidad, paternalismo y presente, en lugar de enardecernos con la retórica de la F: fe, fuerza, frente, fraternidad, fusiles y futuro.

—¡Prim es un traidor a la clase obrera! —concluyó el compañero Metelo Cimber.

—¡Un reformista hipócrita! —subrayó el compañero Trebonio.

—¡Un progresista burgués! —remachó el compañero Cinna.

El compañero Marco Bruto, es decir, Afrodisio Aviranaga, volvió a hacer uso de la palabra con acento severo:

—Las Cortes no han votado la coronación de Amadeo, sino la muerte de Prim. Al menor roce que tenga con la derecha, le asestaremos el golpe, y así la opinión supondrá que es un ajuste de cuentas entre masones. ¡A cada cerdo le llega su San Martín!

La noche del 27 de diciembre hubo gran zaragata en el Congreso. Las piezas de oratoria chamuscaban las barbas. Levantada la sesión, siguió el alboroto por los pasillos. Tras cambiar unas palabras con un grupo de diputados, salió por la puerta de la calle de Floridablanca el Presidente del Consejo y Ministro de la Guerra. Venía de animada conversación con dos personajes, uno de ellos de mucho tupé. Algo rezagados seguían dos ayudantes de campo. Hacía frío con ganas. En el portal, el portero y algunos ciudadanos conversaban en torno a un brasero.

Los tres personajes decidieron proseguir la conversación en el interior de la berlina que aguardaba al general. Al cabo de unos instantes, se apearon el del tupé y el otro, montándose los arrecidos ayudantes. Restalló el látigo del cochero y de esquina en esquina voló un telégrafo de fósforos encendidos. Entre aquellos enigmáticos fumadores que le cubrían la carrera, el carruaje de don Juan Prim embocó la calle del Turco.

Ginebra, junio 1962

Glen Mills, Pensilvania, enero 1964

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