Los alcances de ser justificados por Dios

Los alcances de ser justificados por Dios

Fernando Alexis Jiménez | www.RevistaVidaFamiliar | En Redes Sociales @VidaFamiliarCo

La justificación alcanza generaciones enteras, las que el Padre celestial cubre con Su gracia. Hay fundamento, entonces, para experimentar una vida renovada y creciente.

Fernando Alexis Jiménez | Editor de la Revista Vida Familiar


Un aspecto en el que haremos énfasis de manera permanente, es que no se debe confundir la justificación con la santificación. En sí, constituyen aspectos opuestos, sin que, por ese motivo, dejen de relacionarse. La santificación no excluye la justificación. Van de la mano, aunque no son iguales.

Le invitamos a considerar la enseñanza del apóstol Pedro a los creyentes del primer siglo:

“Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida” (1 Pedro 3: 18 | NVI)

¿Por qué lo hizo? Porque por las obras de la ley, ninguna persona es justificada. Es decir, por muy buena persona que pretenda ser. No es lo que hacemos, sino lo que creemos y cómo nos apropiamos de la gracia de Dios, la que marca la diferencia.

El apóstol Pablo lo explica en los siguientes términos:

«Porque Dios no considera justos a los que oyen la ley, sino a los que la cumplen. De hecho, cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por naturaleza lo que la ley exige, ellos son ley para sí mismos, aunque no tengan la ley. Estos muestran que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige, como lo atestigua su conciencia, pues sus propios pensamientos algunas veces los acusan y otras veces los excusan.» (Romanos 2: 13-15 | NVI)

Ninguna persona—y por favor tome nota, ninguna—llega a ser justa por sus propios esfuerzos. Termina en frustración. Sólo en Dios, por la obra redentora de Jesús, podemos alcanzar ese nivel que nos lleva a la presencia del Padre.

ES IMPOSIBLE QUE EL GÉNERO HUMANO SEA JUSTO

Ya que literalmente era imposible que el hombre fuera justo, se hizo necesaria la muerte de Cristo:

“Porque, así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos.” (Romanos 5: 19 | NVI)

Reconocer que por nuestro esfuerzo no seremos justos, nos lleva a reconocer que solo es posible por el amor de nuestro Creador, quien proveyó el mecanismo necesario, la cruz.

Piense en alguien que tiene la mejor disposición para experimentar cambios en su forma de pensar y actuar. Si pudiera leer sus pensamientos, usted comprobaría que tiene las mejores intenciones.

Sin embargo, por mucho que se esfuerza, siempre vuelve atrás. Por mucho que lo intenta, invariablemente fracasa en sus intentos. Ama a Dios, pero comete errores de manera recurrente.

¿La situación la suena conocida? A la mayoría, sin duda que sí. El enemigo espiritual, Satanás, procura sacar ventaja del asunto y nos vende la idea de la condenación. Es aquí cuando debemos salirle al paso y recordarle pasajes tan importantes como Romanos 2: 13 y 5: 19.

Alrededor del tema, el autor y teólogo, Charles Hodge (1797-1898), escribe:

«… si tomamos la palabra justicia en el sentido en que las Escrituras la usa con tanta frecuencia, como la expresión de una relación con la justicia, entonces cuando Dios declara justo a un pecador, sencillamente declara que su culpa ha sido expiada, que la justicia ha sido satisfecha, que tiene la rectitud que la justicia requiere. Dios no declara santo al impío, declara que, a pesar de su pecaminosidad y falta de mérito, es aceptado como justo sobre la base de lo que Cristo ha hecho para él.»

Ahora vamos a las Escrituras:

«Sin embargo, al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al malvado, se le toma en cuenta la fe como justicia.» (Romanos 4: 5 | NVI)

Es esencial que reconozcamos nuestras limitaciones delante de Aquél que nos creó y, de la mano con la fe, la certeza de que, por la obra de Jesús en la cruz, nos ve justos, como si nunca hubiésemos pecado.

Sobre este aspecto, cabe citar nuevamente a Charles Hodge (1797-1898):

“Dios no declara santo al impío, declara que, a pesar de su pecaminosidad y falta de mérito, es aceptado como justo sobre la base de lo que Cristo ha hecho para él.”

Este constituye, sin duda, un hecho maravilloso que nos anima a seguir caminando, prendidos de la mano del Señor Jesús.

UNA DEMOSTRACIÓN DEL AMOR DE DIOS

El que Dios justifique al pecador y no lo condene por la eternidad, no es otra cosa que una muestra fehaciente del amor del Padre celestial.

Para tener una mayor comprensión del asunto, lea con detenimiento Éxodo 23:7; Deuteronomio 25:1; Proverbios 17: 5; Isaías 5: 23; Lucas 16:15. Hacer ese breve análisis, permite llegar a conclusiones que giran en torno a lo que significa y cuáles son los alcances de la justificación.

¿Cuál es el fundamento de ser justificados delante de Dios? La gracia, sin lugar a dudas.

El apóstol Pablo escribe:

“Sin embargo, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley. Puesto que por las obras de la ley nadie será justificado.” (Gálatas 2:16)

También en la misma carta a los creyentes de Galacia, Pablo advierte:

“De Cristo se han separado, ustedes que procuran ser justificados por la ley; de la gracia han caído.” (Gálatas 5: 4; Cf. Job 32:2; Salmo 51:4)

El teólogo, Charles Hodge (1797-1898), precisa lo siguiente:

“El uso común de la palabra justo es tan uniforme como el de la Biblia. La palabra justo siempre está ligada al juicio, ya sea de la mente, como cuando uno justifica a otro por su conducta, u oficialmente de un juez. Si tal es el significado establecido de la palabra justo, debiera dar por terminada toda controversia sobre la naturaleza de la justificación. Tenemos que interpretar las palabras de las Escrituras en su verdadero sentido establecido. Y, por lo tanto, cuando la Biblia dice que Dios justifica al creyente, no estamos en libertad para decir que lo perdona o lo santifica. Significa y puede significar únicamente que lo declara justo.”

El asunto no es trivial, sino maravilloso. Y para ser ciertos, hasta incomprensible para quienes estamos acostumbrados a juzgarlo todo e, incluso, señalar los errores de los demás. Dios nos ama y aunque no hay razón alguna para que así fuera, nos perdonó e hizo justos en Su presencia, por la obra redentora del Señor Jesús.

¿Y SI EL ENEMIGO QUISIERA ACUSARNOS?

Algo en lo que resulta inevitable incurrir, es en los asedios del adversario espiritual, Satanás. Siempre querrá sembrarnos temor o duda. Pero, ¿deberíamos permitirlo? Por cierto, que no.

El apóstol Pablo nos comparte una palabra esperanzadora:

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1| RV 60)

Y también anota el mismo autor:

“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió” (Romanos 8:33-34; Job 34:17 | RV 60)

Si el amado Padre celestial nos declara justos, absolutamente nadie podrá tener una acusación válida contra nosotros.

Ahora bien, si la condenación es un acto judicial, también lo es la justificación. En una condenación, es un juez quien pronuncia la sentencia al culpable. En la justificación, es un juez el que pronuncia o declara que el acusado es libre de culpa y tiene derecho a ser tratado como un justo.

Esto encaja con el planteamiento del apóstol Pablo:

“Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado” (Romanos 4:7-8).

El amor de Dios es grande y nuestra mente finita no alcanza a dimensionarlo. Somos justos y, aún, si llegáremos a fallar, nos levantamos acogiéndonos a Su perdón, para seguir avanzando.

LA OBRA REDENTORA DEL SEÑOR JESÚS SIGUE VIGENTE

No se deje confundir. Hoy infinidad de doctrinas de error, que se ampara en versículos bíblicos tergiversados, nos venden una idea equivocada de la vida cristiana.

Jesús el Señor nos hizo libres y justos en la cruz y esa obra de redención permanece en el tiempo, hasta la eternidad.

El apóstol Pablo lo explica en los siguientes términos:

“Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Rom. 5:18)

Esa justificación alcanza generaciones enteras, las que el Padre celestial cubre con Su gracia. Hay fundamento, entonces, para experimentar una vida renovada y creciente.

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