Los Borbones y sus locuras

Los Borbones y sus locuras


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Fueron derrocados los reyes, uno a uno, y en familia, hasta que de ellos solo quedó una corona cubierta de polvo y un traje vacío. En cuanto el rey puso un pie fuera de España las huelgas cesaron, las panzas se llenaron y los consensos cayeron en cascada a través de una Constitución que aglutinó a todo el arco político sin la menor acritud. Carlistas, comunistas, monárquicos, anarquistas, nacionalistas, reptilianos, atléticos y republicanos se sentaron a hablar de sus muchos nexos comunes, de sus ideas para cambiar juntos España, hombro con hombro, terratenientes con campesinos, capataces con obreros y curas con ateos. Se escucharon con atención y aprendieron a comprenderse. «No veo un sola razón en contra de la independencia de Soria», pronunció Lluís Companys, célebre ministro de Cuestiones Territoriales, en una de sus frases más recordadas.

Al final resultó que el problema era el sistema de gobierno y no el temperamento radical de los políticos españoles. Los Borbones eran extranjeros, después de todo, y habían venido envueltos en guerras y gasto militar. Sin reyes foráneos, España vivió un periodo de paz y prosperidad más grande que el Palacio Real, el de Buckingham y el de Versalles juntos. Las joyas reales y las obras de arte fueron vendidas al peso para comprar medicinas, panecillos y tortas de mazapán. Los palacios de los reyes se aclimataron para sumarse a la red de hospitales y orfanatos nacionales. Los conciertos al aire libre sustituyeron a los mítines y los petardos a los tiroteos, si bien más adelante fueron prohibidos todos estos ruidos molestos para no provocar infartos en los perritos. La costumbre de los españoles de hablar alto hasta en susurros se desterró al rincón más oscuro, junto a lo de tirar servilletas al suelo en los bares de barrio.

Aprovechando su buena situación económica, el gobierno entregó miles de lingotes de oro del Banco de España a la URSS como ayuda al desarrollo y contra las hambrunas cíclicas que sufría el régimen comunista. Stalin, más feliz que una perdiz, mandó como agradecimiento toneladas de ensaladilla rusa, conocida allí simplemente como ensaladilla, o ensaladilla apátrida, y renunció al comunismo a la vista de lo efectivo que resultaba ese capitalismo socialista-anarquista solidario con los pobres y respetuoso con los ricos. Si falta dinero, ¿por qué no imprimir más? Y si no hay trabajo, ¿por qué no contratar a más gente o construir más pantanos?

Al estallido de la Segunda Guerra Mundial, el general republicano Francisco Franco, que siempre se aferró a su propio consejo de no meterse en política, estableció una guerra de guerrillas en la frontera con la Francia ocupada. Aquella maniobra costó miles de muertos en las filas republicanas y hasta el comandante gallego perdió en un bombardeo de la Legión Cóndor el testículo que aún conservaba tras su experiencia en Marruecos. No obstante, la desesperada estrategia de contención ayudó a los Aliados a abrir un nuevo frente occidental contra los nazis para acortar la contienda. La guerra en Europa terminó en el año 1943. Una vez derrotado Hitler, que fue sorprendido vivo cuando trataba de esconderse en La Manga del Mar Menor, la Segunda República recibió el Premio Nobel de la Paz por su ayuda humanitaria durante el conflicto.

España rechazó con cortesía la oferta americana de integrarse en el plan Marshall para la reconstrucción de Europa y estableció su propio plan de ayuda llamado Manuel Azaña en honor del diez veces presidente de la Federación de Repúblicas Ibéricas, Soria y el País Vasco. La nueva nación de naciones basó su economía en una industria verde y en un desarrollo del i+D que le permitió encabezar la nueva era informática y competir con Estados Unidos en la creación de un nuevo mundo sin locos ni chiflados. Su lema de cara al exterior rompió con siglos de la España negra: Spain is not different.

La conocida como Suiza del Mediterráneo rivalizó también por la hegemonía cultural. Las películas sobre los años treinta españoles y sobre la ofensiva pirenaica de Franco se elevaron como un género en sí, tan popular como las cintas del lejano oeste o las de superhéroes. Solo unos pocos espectadores se quejan hoy en día del excesivo número de películas sobre el periodo. Todas ellas financiadas con dinero privado.

La paz reinó para siempre jamás en la península. O casi.

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